domingo, 23 de febrero de 2025

"CAMPOS DE ARAGÓN", LA HUIDA A LA MEMORIA DE JOSÉ LUIS GRACIA MOSTEO


José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, 1957) es un escritor todoterreno. Con una extensa obra literaria, ha publicado, siempre con maestría y oficio, novelas, relatos, ensayos y libros de poesía. En este último género, es autor de los poemarios “La balada del valle verde” (2004), “El blues de los bajos fondos” (2009), “Romancero negro” (2017) y “La pierna ortopédica de Rimbaud” (2018). Ahora, acaba de publicar “Campos de Aragón”, un hermoso conjunto de poemas, de título machadiano y tono elegiaco, que el autor aragonés, afincado en Madrid, escribió durante la pasada pandemia.

En aquellos días de confinamiento, desde su casa de Madrid, José Luis Gracia Mosteo dejó volar su memoria hacía los hoy maltratados campos de su tierra aragonesa en los que pasó su infancia. Porque “el 14 de marzo del 2020, algunos huyeron al campo sin moverse de las ciudades”. Como  señala en el colofón de su libro, aquella Arcadia feliz en la que se posaron sus recuerdos e inspiraron sus poemas son “los campos del río Jalón (Calatorao, sobre todo, pero también Épila, La Almunia, Ricla, Calatayud…), así como los del río Gállego en Huesca donde mi padre trabajó en su niñez, y los de Andorra (Teruel) donde gocé de su hospitalidad”. El primer poema del libro ya expresa ese viaje al pasado: “Llévame lejos, memoria amiga, / llévame por la sombría carretera; / llévame a mi barrio y a mi pueblo, / llévame al regato entre la hierba; / llévame a los brazos del silencio, / llévame adonde el agua rumorea; / llévame con el canto de los grillos, / llévame con mi bata a la escuela.  Llévame a mi calle y vuélveme niño, / llévame a las viñas y a las huertas; / llévame con mi manso perro Rufo, / llévame adonde la muerte no llega; / llévame a lomos de los recuerdos, / llévame allí bajo las estrellas; / llévame a la luz de las farolas, / llévame a tomar la fresca eterna.  Llévame sin más pérdida de tiempo, / llévame con mi dulce tía Josefa; / llévame adonde mi padre no se ha ido, / llévame a mi tierra cual cigüeña; / llévame pues ignoran que murieron, / llévame pues aún salen y se sientan, / llévame a los campos de Aragón, / llévame y transforma nunca en mientras”.

A esta introducción, siguen los veinte romances repartidos equitativamente en cuatro bloques (La Tierra, El Agua, El Aire, El Fuego) que componen el libro. En los primeros hay un canto a los frutos de la tierra: el vino, la manzana, el calabacín, las judías, los ajos o el venusiano y orgulloso tomate. Con referencias a los clásicos grecolatinos (Homero, Platón, Virgilio, Ovidio) o a modernos como Plath, Huxley o hasta a Lou Reed y los Beatles. La ironía, siempre presente en la poesía de Gracia Mosteo, asoma en estos versos referidos a la manzana: “[…] o por qué al caerle a Newton / una justo en la mollera, / le inspiró toda una ley / que cambiaría la Tierra; / por qué los Beatles la hicieron / lema de su disquetera, / me dije, entonando Help / y comiéndome una entera”.

Siguen poemas dedicados a la lluvia, el pasado marino de los humanos, la sequía, el riego, la nieve, el sándalo… Y va creciendo un tono elegiaco y pesimista, que lleva al poeta de la nostalgia de las horas felices de su infancia en aquel paraíso perdido a la pena que le produce ver hoy abandonados esos campos otrora poblados y llenos de riqueza. Así lo expresa en el poema “Los demonios del campo”: “Viste el demonio careta, / ¿sabes tú cuál lleva ahora?, / la del progreso y la ciencia, / la tecnología loca, / esa que, ahora, a los hombres / los esclaviza y atonta, / esa que al campo condena, / al olvido y la derrota”. O en “La tormenta futura”: “Como el amor imposible / de la chica adolescente, / como todo eso el campo, / va muriendo lentamente: / nube, árbol, coche, aliento, /niña que sola se muere, / como todo eso el campo, / poco a poco así se pierde”.

Es en los últimos versos donde crece ese lamento y se manifiesta el contraste entre los espacios rurales de campos abiertos y noches estrelladas con los más reducidos y tristes de la ciudad enferma. Especialmente hermoso es el poema “Preguntas al agua del río” con estrofas como esta: “Sentado bajo los arcos, / ¿qué gimes agua del río? / ¿Por qué ahora la lluvia, / falte o sobre da lo mismo? / Tú, que vas a la ciudad, / dime a mí lo que has oído. / ¿Son más felices los hombres / en sus nidos hechos pisos? / Mas el agua murmuró: / “Nada pienso, nada he visto””. En “La balada de la casa sin reloj”, encontramos estos versos que expresan los deseos de fusión panteísta con la naturaleza: “En la vega del Jalón / donde la ciudad no llega, / sueño con las madrugadas, / los trigales y las cepas,/ zarzamoras y carrizos / y chopos en las riberas, / olmos, tejones y barbos / y, con las nieves, ginetas, / que solo salen de día / cuando el aire se congela. / Sueño que ya no soy sueño / y me fundo con la tierra”.

En “Campos de Aragón”, Gracia Mosteo vuelve a mostrar sus dotes para la poesía y su dominio de los recursos poéticos. Tal vez con el deseo de cerrar un ciclo, en muchos aspectos este libro conecta con “La balada del valle verde”, su primer poemario de hace ya veinte años. El escritor ha manifestado su deseo de no volver a escribir poesía. Esperemos que reconsidere esa decisión. En cualquier caso, estamos ante un autor que domina todos los géneros y registros y al que le quedan todavía muchos nuevos libros que regalarnos. 

“Campos de Aragón”. José Luis Gracia Mosteo. Olifante. 2024. 80 páginas.

domingo, 9 de febrero de 2025

"LA CARTERA", UNA NOVELA ITALIANA DE ÉXITO

“La cartera” ha sido todo un fenómeno editorial en Italia. En 2023 ganó el prestigioso premio de los libreros italianos independientes y fue el libro revelación del año con más de 450.000 ejemplares vendidos. La novela ha sido traducida a más de cuarenta idiomas y ha alcanzado un gran éxito en varios países europeos. En España fue publicada el pasado año por Duomo Ediciones, con traducción de Maribel Campmany, y ya va por su segunda edición.

Su autora es Francesca Giannone (Lizzanello, Apulia, 1982). Es licenciada en Ciencias de la Información, trabajó en catalogación de libros en Bolonia, ha publicado varios relatos en revistas literarias y cultiva la pintura. “La cartera” es su primera novela. Durante el pasado confinamiento, Francesca Giannone se instaló en su pueblo natal, Lizzanello, en el sur de Italia, y en su casa familiar encontró una carpeta con información sobre su bisabuela, Anna Allevena, que fue una de las primeras mujeres carteras que hubo en Italia. Una mujer moderna y pionera en la que se inspiró para escribir “La cartera”, una novela con la que ha obtenido un inusitado e inesperado éxito literario. 

“La cartera” es una novela río sobre una saga familiar, los Greco, que transcurre, entre las décadas de los años 30 y 60 del pasado siglo XX, en Lizzanello, un pueblo del sur de Italia, de entre cinco y seis mil habitantes, cercano a la ciudad de Lecce, situado en el tacón de la bota que dibuja el mapa de Italia. La protagonista del relato es Anna, una mujer que tiene 27 años cuando en 1934 llega al pueblo en “el coche de línea”, con su marido Carlo y su hijo Roberto, de tan solo un año. Anna, que es maestra sin plaza, y Carlo vivían en el norte de Italia, de donde ella es originaria. Se van a instalar en Lizzanello porque Carlo, que nació allí, ha recibido una herencia tras la muerte de un tío suyo. En el pueblo viven su hermano Antonio y su mujer Ágata con su hija Lorenza. Carlo va a plantar viñas en sus tierras y a emprender un negocio de vinos, mientras que la mentalidad más moderna de Anna, que no va a misa ni participa de los cotilleos del lugar, choca con la tradicional y rígida de la población lugareña. Desde el primer día, todos allí la llaman “la forastera”. Cuando muere el cartero, Anna se presenta para ocupar la plaza vacante y la consigue. En el pueblo no está bien visto que una mujer ejerza ese trabajo y eso resulta difícil de entender incluso para su marido, del que ella está muy enamorada. Como cartera, primero andando y luego en bicicleta, conoce muchos secretos de los habitantes del lugar y ayuda sobre todo a las mujeres, algunas maltratadas o analfabetas a las que tiene que leer y escribir sus cartas. Anna, decidida y valiente, se enfrentará con firmeza a todos los obstáculos, sin importarle la opinión que los demás tengan de ella.

Con estructura de novela clásica, narrador omnisciente en tercera persona y emparentada en parte con las largas narraciones decimonónicas, “La cartera” transciende los esquemas más simples del folletín y el best seller y logra construir un relato sólido y consistente. Además de Anna, aparecen otros muchos personajes bien dibujados, que establecen entre ellos relaciones cruzadas de todo tipo y componen un interesante fresco rural del sur de Italia de ese periodo histórico. Sin cargar demasiado el acento en las cuestiones políticas, vemos de fondo los cambios de la sociedad italiana en esas cuatro décadas: el auge de Mussolini, la influencia de la iglesia, los efectos de la Segunda Guerra Mundial, la llegada a Italia del voto femenino, la división política entre una Democracia Cristiana preponderante y un Partido Comunista opositor o la progresiva modernización de un sur anclado en la tradición. Porque uno de los temas que subyacen en la novela es el contraste entre ese sur atrasado y tradicional y un norte más moderno y avanzado. Anna encarna claramente esta última idea y, en parte, también su marido Carlo, que traslada al sur su espíritu emprendedor en los negocios adquirido en el norte, pero que mantiene muchos prejuicios sociales propios de su lugar de nacimiento.

Hay mucha presencia de la literatura en la novela. Anna es una gran lectora y, al viajar al pueblo, lleva en su maleta libros como “Madame Bovary”, “La educación sentimental”, “Anna Karenina”, “Jane Eyre”, “Cumbres borrascosas” y “Orgullo y prejuicio”. Desde el primer momento, establece una relación especial con Antonio, el hermano de su marido, también buen lector, que le presta libros con párrafos subrayados en los que muestra su pensamiento y sensibilidad. También el cine italiano, tan brillante en esa época, tiene su protagonismo. En Lizzanello hay una sala donde se proyectan películas de Vittorio De Sica o Rossellini y se destaca a la actriz Anna Magnani. Asimismo, hay referencias gastronómicas, en especial a la preparación del pesto.

“La cartera” es, en cierto modo, una novela de las de antes, con una historia atractiva, muchos personajes entrelazados y una buena trama que entretiene y engancha al lector. Inspirándose en su bisabuela, Francesca Giannone ha dado en el clavo con su primera novela. En Italia acaba de publicar una segunda en un registro diferente. No será fácil que pueda repetir el éxito alcanzado por “La cartera”.

“La cartera”. Francesca Giannone. Duomo Ediciones. 2024. 464 páginas

 

lunes, 3 de febrero de 2025

EXCURSIÓN POR LOS PUEBLOS DEL SOLANO Y EL DOLMEN DE RAMASTUÉ













En la margen izquierda del valle del Ésera, entre las laderas meridionales que descienden de Cogulla, Gallinero, Cibollés y la tuca de Urmella, montañas que la custodian por el norte, y la llanura aluvial de Castejón de Sos, que se abre al sur, se encuentra la zona de la Alta Ribagorza conocida como El Solano. Varias pequeñas y tranquilas poblaciones se despliegan sobre ese espacio orientado hacia el sol del mediodía. De oeste a este, encontramos las localidades de Sos, Eresué, Ramastué, Liri, Arasán y Urmella, que pertenecen a diferentes municipios. Sos está incluido en el de Sesué; Eresué pertenece al de Sahún; Ramastué y Liri, a Castejón de Sos; Arasán y Urmella, a Bisaurri. Varias rutas senderistas surcan El Solano y conectan estos pueblos entre sí. Además de la visita a los mismos, desde hace poco tiempo, se añade a estos itinerarios un nuevo atractivo al que acceder por sendero señalizado: el dolmen de Ramastué.  

Voy a describir aquí mi última excursión por algunos de estos pueblos del Solano y el citado dolmen, realizada a finales del pasado mes de noviembre, cuando los colores del otoño estaban dejando paso a estampas más invernales y poco antes de que la primera nevada de la temporada, en el puente festivo de la Constitución, tiñera de blanco el valle. Fue un recorrido circular con inicio y fin en la localidad de Castejón de Sos. Comenzamos a andar en la Avenida El Ral, arteria principal, a la vez que carretera, que atraviesa la población de oeste a este. A nuestra izquierda, y en dirección al norte, buscamos la calle Valle de Sositania, por la que enseguida salimos del pueblo accediendo a una ancha pista de tierra. Seguimos hacia el norte, dejando a nuestra derecha otra pista que va a Arasán y que será por la que regresaremos. Nosotros nos dirigimos a la pequeña localidad de Sos y, en el primer tramo de nuestro recorrido, coincidimos con el Camino del Ocho, muy popular y concurrido por los paseantes del lugar. Pasamos junto al cementerio y, entre algunas bordas y prados en los que pastaban plácidamente algunas vacas, desembocamos en un sendero más estrecho y sombrío que, flanqueado por paredes de piedras, discurre entre bosque de avellanos, fresnos y quejigos, Con tramos empedrados, vamos ascendiendo por camino más abierto hasta llegar a Sos, cuyo topónimo procede probablemente del latín SUSUM-SURSUM y de su variante SUS, que significa “arriba”.

Lo primero que encontramos de Sos es su iglesia dedicada a San Andrés, con ábside románico y bella portada fechada en 1658. El escueto caserío está un poco más abajo, con algunas llamativas portadas, casas modernas y la vieja fuente lavadero. En el cerro colindante al de la iglesia hay una pequeña capilla abierta, dedicada a Santa Lucía, y una mesa de madera con dos bancos. Desde aquí, se contemplan extraordinarias vistas de la llanura por la que discurre el río Ésera antes de encajonarse en el congosto de Ventamillo. Castejón de Sos se extiende casi al final de la explanada que cierran por el sur los macizos del Turbón y de Baciero y, por el oeste, la sierra de Chía. Desde Sos podríamos ir a Eresué, donde destaca la magnífica iglesia románica dedicada a San Juan Bautista. Sin embargo, entre árboles, seguimos nuestro sendero hacia el este, en dirección a Liri, y, en poco tiempo, llegamos a un cruce de caminos. Con intención de regresar a él, tomamos el de la izquierda para visitar la pequeña ermita de San Marcos y el dolmen de Ramastué.

Tomado el desvío, tras una corta subida, giramos a la derecha, pasamos por unas piedras con forma de dolmen, pero no catalogadas como tal, y llegamos a la ermita o capilla de San Marcos. El pequeño oratorio, con estructura abierta, está rodeado de árboles y conforma un rincón de gran encanto y magníficas vistas al sur. Desde aquí nos dirigimos al dolmen de Ramastué por una trocha poco marcada, que desemboca en un gran prado del que hay que buscar la salida para conectar con el camino, ya señalizado, que procedente de Ramastué conduce al dolmen. La vuelta la hicimos por ese camino hasta la confluencia con el que lleva de Ramastué a la ermita de San Marcos. Aunque la mejor manera de llegar al dolmen es por sendero señalizado, partiendo desde la entrada al propio pueblo de Ramastué, del que el monumento megalítico dista, en descenso entre prados dedicados al cultivo de forraje, unos ochocientos metros.

Aunque conocido por los vecinos de la zona, el dolmen no había sido estudiado ni catalogado hasta que, a finales de 2018, fue declarado Bien de Interés Cultural. Situado a unos 1335 m. de altitud, el dolmen se halla en el extremo noroccidental de un amplio y verde prado. Hasta hace poco se encontraba algo oculto por estar rodeado de varios árboles. Algunos de ellos fueron cortados y solo han quedado tres próximos y los restos del tronco de otro, que sirve en parte de apoyo a una de las piedras que componen el dolmen. Se trata de una estructura megalítica de pequeño tamaño compuesto por cuatro ortostatos o piedras de granito: dos en paralelo y una de fondo para cerrar una pequeña cámara funeraria y otra, más grande, colocada sobre las otras tres a manera de cubierta. La cámara funeraria es rectangular, alargada y estrecha, y tiene la abertura orientada hacia el suroeste y el cierre posterior, al noreste.  A pesar de que los árboles próximos y la hierba del prado no permiten asegurarlo por completo, no parece que exista ningún círculo de piedras ni túmulo funerario junto al dolmen.  

La palabra “dolmen” procede etimológicamente del bretón y los términos “dol” y “men” significan respectivamente “mesa” y “piedra”. Los dólmenes son sepulcros megalíticos prehistóricos utilizados para inhumaciones colectivas que se construyeron principalmente en la vertiente atlántica europea durante el final del Neolítico y el Calcolítico o Edad del Cobre, entre dos y tres mil años antes de Cristo. Este nuevo dolmen de Ramastué viene a sumarse a otros de Ribagorza ya conocidos: el más próximo de Seira, los de Cornudella de Baliera y Soperún, en el término de Arén, los del Mas de Abad, cerca de Benabarre, y los descubiertos recientemente, pero aún no señalizados, de la zona del Montsec. Su distribución suele coincidir con el itinerario de caminos tradicionales, cabañeras para el ganado o pasos importantes y estratégicos. Esto hace pensar que estas construcciones tal vez tuvieran relación con la vida pastoril y que, además de su carácter funerario, sirvieran también como posible delimitación de territorios.

Tras disfrutar un buen rato de la soledad y belleza del paraje en que se levanta el dolmen, retrocedimos hacia la ermita de San Marcos y al camino que lleva de Sos a Liri. Una pronunciada, aunque corta, bajada nos conduce al barranco de Ramastué, que cruzamos fácilmente saltando entre varias piedras. Es éste otro rincón encantador para disfrutar: varias pequeñas cascadas de agua cantarina cayendo entre las piedras y, en ese día otoñal, un suelo  alfombrado de hojas crujientes a nuestras pisadas. Iniciamos una subida y en poco rato llegamos a Liri, Lliri en el habla de zona. Un pueblo acogedor dispuesto sobre una ladera, con el barranco del mismo nombre, famoso por sus cascadas, dividiendo el caserío en dos mitades. En la parte alta se encuentra la imponente iglesia de San Martín, con posibles orígenes románicos y aires de fortaleza. En el albergue de la localidad, reabierto recientemente, hicimos una parada para comer algo y reponer fuerzas.

A la salida de Liri tomamos un sendero a la derecha que permite atajar alguna curva de la carretera, aunque finalmente hay que seguir un tramo de esta para, tras pasar por la capilla de Santa Bárbara, llegar a Arasán, un pequeño pueblo calle con algunas casas de interés, un curioso lavadero enmarcado bajo una bóveda y, al final de su escaso caserío, la iglesia parroquial de la Asunción, que alberga una interesante talla de madera de un Cristo de los Milagros. Desde Arasán, podríamos continuar más hacia el este para dirigirnos a Urmella, donde destaca el hoy bastante arruinado, y en su momento importante, monasterio medieval de los santos Justo y Pastor. Pero nosotros, tras una rápida visita a Arasán, volvimos a la carretera y tomamos un sendero señalizado que, en unos cuarenta minutos, nos llevó a Castejón de Sos. El inicio es un poco incómodo por lo pedregoso y porque suele servir de cauce al agua de una acequia. Se cruza el barranco del Pedral y, después de un bello tramo umbrío, flanqueado de fresnos, bojes y algún cerezo silvestre, nos topamos con una borda, llamada del Baile, y enseguida tomamos un sendero a la izquierda. Luego se cruza la carretera y, en  pocos minutos, se llega a Castejón de Sos, donde terminamos nuestro recorrido. Una distancia total de unos catorce kilómetros, con algo más de quinientos metros de desnivel acumulado, en el que invertimos casi seis horas, andando relajadamente y con un buen número de paradas, para disfrutar sin prisas de los muchos atractivos de esta interesante ruta por los pueblos del Solano.

(Artículo publicado en el número 129 de la Revista Guayente, enero 2025)

Fotos: 1 - Dolmen de Ramastué, 2 - Barranco de Ramastué, 3 - Ermita de San Marcos de Ramastué, 4 - Camino de Sos a Liri, 5 - Vista desde Sos de la llanura aluvial con el río Ésera y Castejón de Sos al fondo, 6 - Iglesia de San Andrés en Sos, 7 - Paisaje otoñal al llegar a Liri, 8 - Sos, 9 - Sendero de Castejón de Sos a Sos , 10 - Iglesia de Liri, 11 - Arasán