domingo, 29 de abril de 2018

LA VIDA SUMERGIDA


No había leído nada hasta la fecha de Pilar Adón (Madrid, 1971). Por ello, la lectura de “La vida sumergida” ha sido una grata sorpresa, un deslumbrante descubrimiento literario. La escritora madrileña había publicado antes las novelas “El hombre de espaldas” (1999), “Las hijas de Sara” (Alianza Editorial, 2003) y “Las efímeras” (Galaxia Gutenberg, 2015), esta última aclamada por la crítica y ambientada en la comunidad utópica francesa de La Ruche (“La Colmena”) a principios del siglo XX. Pilar Adón es también autora de algunos libros de cuentos y de varios poemarios, y ha traducido del inglés a novelistas como Penelope Fitzgerald, Edith Wharton, Henry James o John Fowles. Su último libro, “La vida sumergida”, es una colección de relatos que demuestran el dominio y la maestría de la escritora en el género de la narrativa breve.

“La vida sumergida” contiene trece relatos de diferente extensión. Desde las veintisiete páginas de “Un mundo muy pequeño” hasta las escasamente dos del cortísimo “Las jaulas”. Son cuentos en muchos casos atemporales, sin referencias a la época o a los lugares geográficos en que suceden. Con gran protagonismo de los espacios cerrados (grandes caserones, castillos, abadías…) y, en algunos casos, de la naturaleza (el bosque como refugio o amenaza). Varias narraciones están protagonizadas por hermanos entre los que se establecen relaciones de dominación, dependencia o perversidad. Hay relatos con referencias o presencia real de comunidades utópicas, que luego decepcionan y no responden a las esperanzas y expectativas de quienes las visitan esperando encontrar en ellas una respuesta ideal. Son textos en los que se describen más estados de ánimo que sucesos narrativos. Escritos con belleza y elegancia, en un estilo limpio y cristalino, pero a la vez punzante y agudo y no exento de crítica, que producen cierta desazón e inquietud en el lector. La autora bucea en el lado oscuro de los personajes, en esa vida sumergida que da título al libro en su conjunto y no, como ocurre con frecuencia en las colecciones de cuentos, a uno de sus relatos en concreto.

“Pietas” abre el libro presentando la relación de dominación entre dos hermanas que comparten casa. “Plantas aéreas” tiene un título metafórico para referirse a la vejez, la soledad y los delirios seniles. En “La primera casa de la aldea” se mezclan las referencias al lobo amenazador, que entronca con los cuentos y la literatura de terror, y el acoso a las dos mujeres que viven en la casa. En “Vida en las colinas”, una mujer espera en la estación la llegada de su hermano para irse juntos a una comunidad donde van a encontrar la paz y la armonía perdidas, pero un giro inesperado los devuelve a la realidad más prosaica. “Recaptación” nos presenta un experimento con inhibidores para “recibir la combinación exacta de equilibrio y recompensa para dominar cada una de las desagradables sensaciones que subyugan al conjunto de individuos pertenecientes a la variedad ‘frágil’”. En “La nube”, una pareja actúa como protectora de “uno de los niños poshumanos que buscaban las líneas en el cielo después de la catástrofe”. “Un mundo muy pequeño” es el más largo de los relatos del libro y cuenta la experiencia de un joven burgués ruso que abandona la ciudad para irse a una colonia tolstoiana y dedicarse al estudio y la contemplación en una solitaria cabaña del bosque. El cristianismo tolstoiano  de las teorías del amor y la perfecta compasión y ternura acaba convirtiéndose en “una acumulación de dogmas, turbiedad y dominación”. En “Fides”, encontramos de nuevo la relación de dominación entre dos hermanos (Klaus y Myra). En “La invitación”, una mujer busca la levitación y el vuelo físico en un retiro con otras mujeres que danzan conjuntamente. En “Las jaulas”, una pareja ensaya ya su despedida para cuando su relación acabe. “Virtus” presenta de nuevo a dos hermanos (María y Óscar) que en este caso comparten un gran caserón heredado. La relación epistolar de otros dos hermanos protagoniza “Gravedad”. Cierra el libro “Dulce Desdémona”, con claras referencias shakespearianas, sobre un padre tirano y maltratador.

Un conjunto de relatos diversos, con algunos temas y elementos repetidos, que comparten una sugerente originalidad y una notable perfección y calidad literarias.


  “La vida sumergida”. Pilar Adón. Galaxia Gutenberg. 2017. 153 páginas.



sábado, 28 de abril de 2018

VUELTA AL MASCÚN: RODELLAR - CHETO - BARRANCO DE LA VIRGEN - CUESTA DEL MAYATAL - BARRANCO DE LA GLERA - SALTADOR DE LAS LAÑAS - CAMINO DE LAS CINGLAS - FAJAS DEL RAISÉN - OTÍN - LA COSTERA - FUENTE DEL MASCÚN - RODELLAR

Camino de Rodellar a Cheto


Cheto
La ermita de la Virgen del Castillo
Rodellar
El Mascún desde la cuesta del Mayatal

Barranco de la Glera
Encinar


Corrales de Otín


Bagüeste con zoom
Saltador de las Lañas
Bajada al saltador



En el Saltador de las Lañas



Camino de las Cinglas



Cruzando el Raisén
Fajas del Raisén



Cogiendo agua cerca de Otín
Otín


Robles



Formas geológicas desde el camino de la Costera
Cuca Bellosta

Cruzando el Mascún
 El Delfín











 Ermita de la Virgen del Castillo, a la vuelta
 Subiendo a Rodellar
Rodellar    


Treinta personas participamos el pasado sábado en una excursión circular por la sierra de Guara, organizada por el Centro Excursionista Ribagorza. Fue  un precioso recorrido por ambas márgenes del barranco del Mascún, con inicio y final en Rodellar. Un itinerario que reunió todos los variados atractivos del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara.

Los participantes salimos de Graus en autobús a las 7 horas. Media hora más tarde hicimos una parada en Barbastro para recoger a otros excursionistas que se sumaron al grupo. Eran las 9 horas cuando iniciamos nuestra caminata en Rodellar desde donde, por un precioso camino tradicional flanqueado por muros de piedra, nos dirigimos al despoblado Cheto, al que llegamos en veinte minutos. Desde allí continuamos hasta el barranco de la Virgen, con vistas a nuestra izquierda de la ermita románica de la Virgen del Castillo, situada en un abrupto roquedo. Iniciamos enseguida la cuesta del Mayatal, en cuya parte más alta y con excepcionales vistas del conjunto pétreo del Mascún, hicimos una breve parada para desayunar. Tras el receso, seguimos hasta el pedregoso barranco de la Glera, por el que descendimos unos metros para desviarnos a la derecha y penetrar en un bello encinar. Pasamos por los campos de Cebolledo y por los corrales de Otín y llegamos a un cruce de caminos. La mayoría del grupo descendimos hacia el Saltador de las Lañas por un hermoso sendero con tramos excavados en la roca. Un pequeño grupo, para evitar el vértigo del tramo aéreo que nos esperaba luego, dio un rodeo por el molino de Letosa y continuó por pista hacia Otín. El grueso del grupo descendimos al Saltador de las Lañas, un lugar extraordinario con una sucesión de cascadas de agua, ahora muy nutridas de caudal por las recientes lluvias.

Cruzamos el barranco con calzado de agua y cambiamos a la margen derecha del Mascún por el camino de las Cinglas, un tramo muy aéreo en el que hay que extremar la precaución. Tras cruzar el barranco de ese nombre, continuamos por las fajas del Raisén, otro tramo aéreo, aunque con mayor anchura, desde el que se contemplan extraordinarias vistas. Descendimos luego hasta el barrio bajo del despoblado Otín. Allí nos reunimos todos e hicimos la parada para comer. Después de pasar junto a un par de impresionantes robles, llegamos al camino de bajada de la Costera, desde el que se contempla la famosa Ciudadela, una serie de características formaciones geológicas de aspecto muy gaudiano. Tras pasar por la Cuca Bellosta, llegamos al cauce del barranco del Mascún, cuyo caudal bajaba bastante más crecido de lo habitual. Eso nos obligó a vadearlo hasta en doce ocasiones con el calzado de agua con el que ya veníamos provistos. Antes de iniciar la subida al pueblo, pasamos por el paraje en el que puede verse el llamado Delfín, una ventana que la erosión ha abierto en la roca y que dibuja la forma de ese animal. A Rodellar llegamos poco después de las seis de la tarde.

Fueron 19,8 km que recorrimos en nueve horas, de las que en poco más de siete estuvimos en movimiento. El desnivel acumulado fue de 1.120 m. Había sido una extraordinaria y bellísima excursión por el corazón de la sierra de Guara.