domingo, 13 de diciembre de 2015

ADIÓS, HASTA MAÑANA


“Adiós, hasta mañana”. William Maxwell. Libros del Asteroide. 2015. 176 páginas.
           
William Maxwell (Lincoln, Illinois, 1908 – Nueva York, 2000) fue un magnífico escritor y editor estadounidense que todavía no es demasiado conocido en nuestro país. Autor de media docena de novelas, algunos cuentos y relatos y unas memorias personales, Maxwell trabajó durante más de cuarenta años como editor de la revista The New Yorker y conoció y orientó a muchos de los grandes escritores estadounidenses del siglo XX. Entre otros, a Nabokov, Updike, Salinger o Cheever. “Adiós, hasta mañana”, publicada en Estados Unidos en 1980, es unánimemente considerada como su mejor novela y ganó el prestigioso American Book Award de aquel año. En España fue traducida en 1998 en una edición de Siruela y, coincidiendo con el centenario del escritor en 2008, publicada por Libros del Asteroide, que en los años anteriores había editado sus novelas “Vinieron como golondrinas”, de corte autobiográfico, y “La hoja plegada”. Esta misma editorial, con acertado criterio, ha reeditado en nuestro país “Adiós, hasta mañana”, con la misma traducción de Gabriela Bustelo.

“Adiós, hasta mañana” transcurre principalmente en dos granjas de las afueras de la pequeña población de Lincoln, en el estado de Illinois.  En los años 20 del pasado siglo, un granjero es asesinado por su vecino, que se suicida tras cometer el crimen. Se trata de un asunto pasional, pues los protagonistas del suceso, amigos íntimos hasta no hace mucho, se han enemistado porque uno se ha enamorado y mantiene relaciones con la mujer del otro. Este podría ser el arranque de una novela negra o de un relato romántico, pero “Adiós, hasta mañana” no es, en exclusiva, ninguna de ambas cosas. El narrador, en primera persona, es alguien que en el momento del crimen era un niño que acababa de establecer amistad con el hijo del granjero asesino. Y es muchos años después, al recordar que tras el crimen se distanció de su amigo y no estuvo a su lado cuando este más podía necesitarlo, cuando el narrador se pone a intentar escribir la historia de aquel crimen. Es el arrepentimiento y el sentimiento de culpa lo que lo lleva a volver sobre el caso muchos años más tarde e intentar reconstruirlo. Para esa reconstrucción, que constituye la base de la novela, recurre a las hemerotecas y a sus recuerdos, y rellena con ficción verosímil de cosecha propia los vacíos que le faltan. Porque, al fin y al cabo, lo que solemos atribuir a la memoria suele ser una forma de narración que se va desarrollando en la mente y que con frecuencia se transforma y cambia al ser contada. Por eso, cuando hablamos del pasado en realidad mentimos casi siempre en mayor o menor grado.
            
Con elipsis narrativas y saltos en el tiempo, en la novela encontramos magníficamente contadas las historias de los dos granjeros, con la génesis y las causas del conflicto que las enfrentó y las consecuencias que tuvo para sus respectivas familias. A ello se añaden algunas espléndidas páginas dedicadas a la vida del narrador que parecen en buena medida autobiográficas del autor del libro, sobre todo por el hecho de que ambos perdieron a su madre por enfermedad cuando eran niños. La infancia, la memoria, los enamoramientos pasionales y los derrumbes que en este caso propician, o la vida en las granjas de la América rural de las primeras décadas del pasado siglo, son algunos de los temas que aparecen magistralmente pasados por el tamiz literario de un escritor que posiblemente merezca un lugar preeminente en la literatura norteamericana contemporánea.

Carlos Bravo Suárez


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