lunes, 29 de agosto de 2016

GRAUS EN NOVIEMBRE DE 1794


Entre los años 1793 y 1795 tuvo lugar la llamada Guerra contra la Convención que enfrentó a Francia y España. El conflicto tuvo su origen en el triunfo de la Revolución Francesa que se había producido en el país vecino en 1789. Las ideas anticlericales y antimonárquicas de la Revolución y la muerte en la guillotina del rey Luis XVI, primo del monarca español Carlos IV, pusieron en alerta a la Corona española. La nobleza y el influyente y beligerante clero español intentaron, y en un principio consiguieron, la movilización popular apelando sobre todo a la defensa de los valores religiosos y monárquicos que veían amenazados por el expansionismo ideológico de los revolucionarios franceses.

La guerra fue corta y su escenario geográfico se limitó a las regiones fronterizas entre los dos países. Tuvo especial incidencia en Cataluña y el País Vasco, pero también hubo algunas escaramuzas de poca intensidad en el Pirineo aragonés. Estos episodios en la parte central de la cordillera han sido ampliamente estudiados por José Antonio Ferrer Benimelli y, siguiendo sobre todo sus informaciones, yo mismo escribí en el Llibré del año pasado un artículo sobre la repercusión de esta guerra en nuestra comarca ribagorzana. No hice, sin embargo, referencia en esa colaboración a “Viaje por el Alto Aragón. Noviembre del año 1794”, que en 1997 publicó en la editorial La Val de Onsera el recientemente fallecido León J. Buil Giral. En estas líneas voy a centrarme en dicho libro y en las páginas que en él se dedican a nuestra villa de Graus.

En “Viaje por el Alto Aragón”, y tras una muy interesante y necesaria introducción, León Buil transcribe, con algunas notas a pie de página, un informe manuscrito que se halla en la Biblioteca de Palacio y del que el historiador Ricardo del Arco dio la primera noticia. Aunque Buil no lo precisa, suponemos que se trata de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, lugar de residencia de los reyes de España en aquel tiempo. El informe relata, a modo de diario, un viaje realizado por el Alto Aragón en el mes de noviembre de 1794. Aunque el francés Max Dumas, en su “La vie rurale dans le haut Aragón oriental” de 1976, atribuye el informe al Teniente visitador Bernardo López, León Buil argumenta que su autor fue probablemente Francisco de Zamora, que actuaría como enviado real para informar del estado de las defensas en las poblaciones altoaragonesas, sobre todo en las pirenaicas y más próximas a la frontera, con motivo de la Guerra contra la Convención que se había declarado en el mes de marzo del año anterior. El informante, que parece ajeno a la geografía aragonesa y posiblemente fuera de origen castellano, muestra una cierta formación ilustrada y estaría dotado de una fortaleza física notable, pues realiza en un mes un intenso y rápido viaje por los difíciles e incómodos caminos de herradura de aquel tiempo. Sus principales preocupaciones son informar de la situación del ejército en los lugares donde hay guarnición y constatar sobre el terreno los medios económicos y defensivos aprovechables en caso de que la guerra llegara a extenderse. No menos importante es comprobar “la receptividad que encontrarían entre la tropa, y entre los paisanos, las doctrinas de la Convención y la adhesión a la religión católica y a su Católica Majestad”.

El viaje se inicia el día 1 de noviembre en Monzón y termina en Jaca el día 30 de ese mismo mes. El comisionado real llega a Graus el 10 de noviembre, procedente de Barbastro, desde donde dice que se tarda seis horas en llegar a nuestra villa, tras hacer una parada en Artasona y pasar por La Puebla de Castro. Las notas que escribe sobre Graus muestran cierto desorden y hay alguna información no del todo comprensible. Hay que tener en cuenta que, según explica León Buil en su prólogo, el texto parece tener al menos dos amanuenses y uno de ellos escribe con ortografía y caligrafía bastante deficientes. Con la intención de que su lectura resulte más fácil y comprensible, he ordenado aquí las notas de manera algo diferente a como aparecen en el informe, y he entrecomillado sus transcripciones literales.

Se dice de Graus que “tiene 400 vecinos”, que hay que entender como casas o familias, y que estos son “bastante aplicados e industriosos”. Sobre su ubicación, el informante escribe que “esta villa está situada al pie de un elevado y escarpado monte, entre el cual y el río Ésera está el pueblo”, que “por eso es muy corto para edificios” y carece de ellos. Pero, “aunque está encerrado entre montes”, tiene delante “una veguita bien arbolada de moreras que la hacen agradable”. Estas moreras, que “se plantan en las lindes de los campos a seis pasos”, no se podan, sino que sólo “se limpia lo seco” y, “si no se hielan, se hacen eternas y dan mucho”. De ellas se extraía bastante seda a través de la cría de gusanos. Esta pequeña industria perduró hasta años más tarde en algunos pueblos de la comarca. Así ocurrió en Torres del Obispo, como indica el historiador local Ramón Burrel en su historia del lugar publicada en 1899.

De otros productos agrícolas fundamentales, se dice que en Graus “el vino abunda mucho, se coge algún aceite” y “le falta trigo”. También habla de las patatas y explica que “fueron los alemanes que cultivaron la mina de cobalto” quienes “introdujeron en Benasque y en Plan el uso de las trufas o criadillas que han sacado el hambre en esta montaña”. Como bien matiza León Buil en una nota a pie de página, el término para referirse a las patatas no debería ser trufas sino “trunfas”, que es como las gentes de la zona llamaban hasta hace bien poco a las patatas. El cultivo de la patata, que sustituyó en buena medida al de los nabos, se extendió por las zonas de montaña altoaragonesas en el último tercio del siglo XVIII, y fue probablemente decisivo para erradicar el hambre todavía bastante frecuente en estas regiones. Sobre la ganadería solo se dice en el informe que “trashuman los ganados de los montes de Aragón a la tierra baja y la lana es de última”. Lo cual parece significar que se trataba de una lana de fibra corta que se utilizaba en tejidos bastos.

El enviado real escribe que “en una hora de circunferencia de Graus hay 19 o 20 lugares de 15 o 20 casas”. Deduce de ello que “así la agricultura está en buen pie”, a pesar del “mal terreno y no tan buen temple como la tierra baja”. Y concluye, según el criterio general de los ilustrados españoles, que “esto indica que la montaña de Aragón es lo más poblado de este Reino”. Es posible que, como hace notar el editor en su nota, eso no se ajustara ya a la realidad, pues según los censos de la época los lugares más poblados se encontraban en la vegas de los ríos. Tal vez la abundancia de pequeños pueblos muy próximos entre sí pudiera hacer pensar en una mayor población en las zonas de montaña, aunque estas, obviamente, estaban entonces mucho más pobladas que en la actualidad.

En lo industrial, el informe destaca que en Graus “hay muchas fábricas de aguardiente que llevan a Reus”, hasta donde hay “cuatro días de camino”. También había dos acequias: “una del Ésera para los molinos y huertos, y otra de otro arroyo para los papeleros”. De estos, dice que “hay uno y se va a hacer otro”. De hecho, unos cincuenta años más tarde, en el famoso Diccionario de Madoz de mediados del siglo XIX, se recoge la existencia en Graus de varios molinos harineros, dos fábricas de papel y una máquina para aserrar madera. Francisco de Zamora (aceptemos como tal la identidad del viajero) también indica que en la villa “hay algunos curtidores que trabajan bien con corteza de quejigo” y que “las piezas las traen de Barcelona”. Como señala Buil en una nota, se traían pieles en bruto que, una vez secas, eran curtidas en Graus con sales de alumbre y extractos de quejigo, fabricándose badanas, cordobanes y suelas. Las cortezas de roble o quejigo se usaban para la preparación de taninos, sustancias orgánicas que servían para convertir en cuero las pieles crudas de animales. El viajero anota también que en Graus “hay un proyecto para elevar la acequia del Ésera, con lo que se aumentará el riego y la proporción [de agua] para las fábricas”.

La descripción física de Graus es algo breve y apresurada: “Las calles son bastante buenas para pueblo, y la plaza graciosa”. “Hay un convento de dominicos, con una iglesia y portada de buen tiempo”. “El puente de arriba lo arruinaron los franceses en la Guerra de Sucesión, pero sin embargo es fácil y útil recomponerlo, el otro es bueno”. En la Guerra de Sucesión, que tuvo lugar en España a principios de ese siglo XVIII, Graus tomó partido por el Archiduque austriaco y fue ocupado por las tropas borbónicas que lo saquearon y causaron, entre otros destrozos, el del citado puente de Arriba. Sin embargo, este ya estaba arreglado en época de Madoz, pues en su Diccionario se citan los dos puentes de sillería existentes sobre el río Ésera en los dos extremos de la villa.

El informador real indica que “hay una iglesia, la Virgen de la Peña, y sobre la peña está un peñón amenazando de ruina que llaman el Morral”. Y sentencia: “Destruirá Graus y quizá no tardará mucho”. Añade que “la ermita de la Virgen no vale nada”. Y queda aquí la duda de si se refiere, como parece, a lo que una línea antes ha llamado iglesia o alude a la actual ermita de San Pedro o a alguna otra tal vez hoy desconocida. Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el interés del informante no sigue en ningún caso criterios estéticos o artísticos, como ya hemos visto con el uso del único adjetivo “graciosa” con que se refiere a la plaza grausina, sino casi exclusivamente militares y defensivos en caso de guerra. Así se pone de manifiesto cuando, después de hacer una escueta referencia a que en la villa “predicó San Vicente Ferrer”, señala que “hubo castillo sobre Graus y estuvo cercado: todo lo hemos abandonado y todo no servirá para detener al enemigo”.

El comisionado real destaca que “son singulares los edificios en Graus que se reducen a unas paredes de adobes”, que tienen “una duración de cinco siglos”. También señala que “hay aulas de estudio de gramática” y que “esto se puede mejorar aprovechando el edificio de los jesuitas que no tiene destino y se hundirá”. Y añade: “Graus por su situación y lugar del contorno podía tener un buen colegio de educación”.

En cuanto a la historia del pueblo, en las breves notas se recoge que “se han hallado en Graus algunas monedas romanas en tanta abundancia que se llegaron a fundir por los caldereros”. Se añade que “la voz Graus, gradus, indica que les sirvió a ellos”. Parece querer decir que a los romanos les sirvió el lugar, que les fue grato, de su agrado. En otra nota se dice que “en lo antiguo Graus fue comerciante; le llamaban edoseta; y decían, de los de Graus, guardaus”. No he oído nunca el término “edoseta”, ignoro si Graus fue llamado así en otros tiempos o si se trata de una transcripción errónea de otra palabra, pero tampoco se me ocurre cuál pudiera ser.

Sobre las personas que el comisionado conoció y visitó en Graus, destaca sobremanera Don Vicente Heredia Bardají (que él escribe Bardagí). Transcribo íntegras las notas que se dedican en el informe a este ilustrado grausino, naturalista, autor de varios libros y catedrático de la Universidad de Huesca: “Vi algunas casas y vecinos en Graus y son de buena educación y estado”. “Vi en casa de Vicente Heredia: Essai sur Mineralogie des Monts-Pirenees, suivé de un catalogue des Plantes observées dans cette chain de montagnes. Paris chez Di (…) 1681”. “Graus era muy pobre hasta que se introdujo la aplicación e industria. Todo se debe a Don Vicente Heredia. Este tiene una huerta regada con la cuerda infinita”. Según León Buil, la cuerda infinita sería una noria circular de cangilones. Es obvio, por otro lado, que sorprende gratamente al viajero ilustrado encontrar un libro de ciencia escrito en francés en casa de don Vicente.

Además de a Vicente Heredia, el enviado real trató en Graus a “Don Antonio Altamir y Cistué, Hermano de la Orden, a Doña Josefa Bardagí y al Barón de San Román”. Parece claro que el apellido del primero sería Altemir y no Altamir, como se transcribe en las notas. Un poco más abajo se añade que “el ingeniero bizco que conoce mejor los Pirineos se llama Don Josef Talk” y que “el brigadier bueno es Don Landelino Colens”.

Francisco de Zamora añade una escueta pero elocuente nota sobre la tibia religiosidad de los grausinos y la receptividad de estos ante posibles movilizaciones en caso de hacerlas la guerra necesarias: “Sobre mi objeto nótese: Que no oyen misa, etc. Que el paisanaje está propicio y que serviría bien manejado con tino”.

El siguiente día, 11 de noviembre, todavía estuvo en Graus el comisionado durante toda la mañana. Se dedicó a informarse sobre el asunto militar que tanto le importaba y, más, habida cuenta de que la villa contaba en ese periodo de guerra con una pequeña guarnición militar. Primero visitó el Hospital Militar: “Por la mañana vi en Graus el Hospital Militar que está en casa que fue de los jesuitas: es capaz el edificio y medianamente cuidado”. Luego añade la parte más crítica de su informe: “Otro de los desórdenes del ejército es el cobrar raciones y no tener caballos, o al menos por lo que cobran. Pero lo que tiene estropeado y agraviado al país es el que estos oficiales que cobran raciones, sacan bagajes; y los sacan otros para mujeres, algunas putas, y los sargentos y otras clases deben ir a pie en sus cuerpos”. O sea, que los oficiales cobraban para que el ejército tuviera caballos pero ellos se lo gastaban en mujeres y, por esa causa, los sargentos, cabos y soldados tenían que ir a pie.

A mediodía, el viajero salió de Graus en dirección al norte: “Después de haber comido, salí de Graus para Campo que dista seis horas. Vi a la derecha el lugar de Torre de Ésera y a su izquierda Torre de Bato [sic], ambos pueblos de 18 casas”. Luego pasó por Perrarruga [sic], Santa Liestra y Murillo de Campo (así denominado y no Murillo de Liena) y continuó subiendo hasta el valle de Benasque donde, por su condición fronteriza, demoró algo más su estancia y elaboró un informe más extenso. Después, el recorrido continuó por el norte en dirección al oeste hasta terminar, un mes más tarde de haberse iniciado, el día 30 de noviembre de 1794 en la ciudad de Jaca.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus 2016)


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