lunes, 25 de febrero de 2008

DOS BUENAS NOVELAS SOBRE MAQUIS ALTOARAGONESES

Los maquis parecen una buena fuente de inspiración para la creación literaria. En su actividad guerrillera de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo hay ingredientes en principio atractivos para cualquier novelista: acción, aventura, paisaje, un cierto halo romántico y el encanto especial que para muchos escritores y lectores tienen siempre los perdedores. Si esto se inscribe en un periodo con afanes por recuperar una determinada memoria del pasado y en un momento de gran aceptación de la llamada novela histórica, se podría pensar en la existencia de un buen número de obras narrativas sobre el tema en la literatura española reciente. Sin embargo, la realidad parece desmentir esta suposición.

Aunque han sido abundantes en los últimos años los ensayos y estudios históricos sobre el fenómeno del maquis en nuestro país, son escasas las obras de ficción ambientadas en ese periodo de nuestra historia. Desde la recuperación de la democracia en España, no son muchas las novelas en que los guerrilleros aparezcan como protagonistas. Hubo que esperar hasta 1985 para que Julio Llamazares publicara "Luna de lobos", primera obra importante sobre las peripecias y la derrota final de una partida de guerrilleros. Ambientada en los montes de León y llevada más tarde al cine, sigue siendo la mejor y más conocida de las novelas sobre el tema. En la década de los noventa hay que situar la trilogía de Alfons Cervera constituida por "El color del crepúsculo" (1995), "Maquis" (1997) y "La noche inmóvil" (1999), historias que transcurren en la comarca valenciana de Los Serranos y en el pueblo ficticio de Los Yesares, y que sirvieron de base a la película "Silencio roto" de Montxo Armendáriz. César Gavela publicó en 1998 "El puente de hierro" sobre los guerrilleros de El Bierzo, y, en 2001, Andrés Trapiello dio a la luz "La noche de los cuatro caminos" sobre la Agrupación Guerrillera del Llano, que actuó en la provincia de Madrid entre los años 1944 y 1945. De manera muy secundaria o tangencial hay referencias a los maquis en otras novelas recientes, y en un contexto más amplio hallamos una abundante presencia de la resistencia antifranquista urbana en unas cuantas obras del barcelonés Juan Marsé.

En Aragón, donde la guerrilla tuvo una considerable actividad en la década de los cuarenta, también en los últimos años han aparecido diversos estudios sobre el fenómeno, y en algún caso, como en el libro colectivo "Historias de maquis en el Pirineo aragonés" (1999), con un cierto tratamiento literario en la presentación de las historias elegidas. Pero, si no estoy equivocado, ninguna obra narrativa había tratado el tema con relevancia hasta la reciente edición de dos buenas novelas con geografía y maquis aragoneses como protagonistas: "La savia de la literesa" de Jorge Cortés Pellicer y "Siempre quedará París" de Ramón Acín. Ambas se inspiran y tienen como personajes principales a los dos guerrilleros oscenses más conocidos: Ángel Fuertes Vidosa y Joaquín Arasanz Raso, quienes aparecen en ellas con los nombres de Antonio y Villacampa que adoptaron en la guerrilla.

Publicada en 2003, "La savia de la literesa" (Prames, Las Tres Sorores) es una novela que sorprende al lector por su densidad y riqueza. Es una novela torrencial, una novela río, y río caudaloso al que vierten sus aguas numerosos afluentes. Todo el fenómeno del maquis está en sus páginas: la psicología de los guerrilleros; sus andanzas por las montañas pirenaicas, turolenses y levantinas; los enlaces, los colaboradores y las estafetas en el monte; las relaciones entre maquis y lugareños; las órdenes lejanas de los dirigentes del partido afincados en Francia, Praga o la URSS; los designios maquiavélicos del tirano Stalin; la soledad y la falta del apoyo esperado en el interior del territorio español; la imposibilidad de hacer autocrítica sin ser considerado un traidor o un cobarde; las incomodidades de una vida dura, austera y llena de privaciones; el terrible contraste entre los informes que los guerrilleros recibían en Francia y la verdadera situación del país cuyo régimen dictatorial pretendían derrocar; la ferocidad de la represión, las torturas, el fanatismo y el miedo; la cambiante situación internacional que acaba dejando solos a los del monte; la "guerra fría" que consolida a Franco; y la muerte, siempre acechando y cobrándose presas en refriegas y emboscadas en escarpados montes y aldeas remotas.

Todo ello siguiendo los pasos de Antonio, que no es otro que Ángel Fuertes Vidosa, llamado "el maestro de Agüero" por su oficio y por ser originario de esta población. Jorge Cortés había escrito un pequeño esbozo de esta extensa novela en el relato "El maestro", en "Historias de maquis en el Pirineo aragonés", y posteriormente a la edición de su novela ha publicado una breve reseña biográfica del personaje en un artículo en la revista Rolde ("El maestro de Agüero", Rolde, Zaragoza, 2004). Es, sin duda, un gran acierto literario convertir en novela la amplia información reunida sobre el personaje objeto de su minucioso estudio. Podemos hablar tal vez de biografía novelada o de novela histórica, en todo caso la ambientación de la época y del conflicto son más que verosímiles y fieles a los hechos ocurridos, y la estructura novelesca da una mayor libertad al autor para manejar sus materiales y un mayor placer al lector que se adentra en sus páginas. El novelista intercala en la narración en tercera persona varios pasajes puestos en boca de algunos guerrilleros que explican su pasado y el momento en que conocieron a Antonio, quien en muchos casos cambió sus vidas. También hay varios informes militares sobre algunos resistentes del monte y su destino final, casi siempre la muerte violenta o la cárcel.

El libro abarca desde septiembre de 1944 en que la partida de Antonio entra en España hasta mayo del 49, cuando "El maestro de Agüero" muere en una emboscada tendida por la Guardia Civil. La primera parte transcurre en los montes próximos a su pueblo natal, donde crece la literesa, planta que da título al libro. En la segunda, el escenario se desplaza hasta la zona levantina, en la confluencia de las provincias de Teruel y Castellón. Espléndidas son las pocas páginas urbanas de la novela, en las que vemos vagar por Zaragoza a un Antonio solo y desamparado tras la caída de sus enlaces en la ciudad.

Más reciente, del pasado 2005, es "Siempre quedará París" (Algaida) de Ramón Acín, novela menos extensa, más concentrada, con mayor carga simbólica y no menos calidad literaria. Aquí los dos personajes principales son Villacampa y Montes y, aunque ambos participan de aspectos reales del Villacampa verdadero, ninguno de los dos es una reproducción fiel del personaje real. Estamos ante una novela y por tanto es el autor quien crea a sus personajes, aunque para ello se nutra de la realidad y de la historia. El libro tiene estructura circular y se inicia en 1970 cuando el hijo de Elvira y Montes - el simbolismo del nombre es evidente - abandona La Pardina en la que nació su padre y donde él mismo en compañía de Villacampa, su madre y Luisa, viuda del maqui Pons, lo enterraron diez años antes. El traslado final de los restos de Montes junto al viejo roble del gran caserón familiar, que ahora los nuevos tiempos obligan a cerrar, se explica en las últimas páginas de la novela y constituye la justa restitución del personaje que por fin descansa donde se merece, bajo el gran tronco común que hunde sus raíces en la tierra y que es el símbolo de ella misma, de cuyas entrañas brota y a cuya historia Montes, emblema y representación de todos los suyos, también pertenece. Entre ambos momentos - el cierre de La Pardina y el entierro de Montes - la novela explica la conversión en derrota de la ilusión inicial que llevó a los guerrilleros a cruzar las montañas pirenaicas. Vemos a Villacampa en los preparativos de su entrada en España, se recrean los hechos ciertos del paso de la frontera en vagonetas mineras y la llegada al Valle de Arán, la liberación de unos prisioneros que escapan de sus liberadores y el choque de bruces con una realidad inesperada ("el exilio exterior se muestra quimérico, mientras que el exilio interior parece estar muerto"). Después vemos vagar a Montes, solo, aislado y al fin desesperado, por los bosques cercanos a La Pardina en la que vive su mujer, contempladas ambas desde su escondite y sin poder acercarse nunca más a ellas. Temeroso de las represalias que pueda sufrir su compañera y abocado a un suicidio que termine con una agonía sin esperanza. Sólo el título de la novela hace referencia a la única victoria de unos hombres doblemente derrotados, al único momento feliz de esa generación desgraciada. El libro es la crónica amarga de su última derrota en la soledad y la tristeza, aunque el final pueda leerse como una restitución necesaria tras largos años de olvido y de silencio.

La recomendable lectura de estas dos novelas permite adentrarse en aquellos tristes y desgraciados años de nuestra historia. Años que, aunque aún cercanos en el tiempo, quedan por fortuna muy lejos de nuestras presentes realidades.

Carlos Bravo Suárez
(Foto: Ángel Fuertes Vidosa)

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