jueves, 28 de febrero de 2008

EL PIRINEO ARAGONÉS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

A pesar de sus altas e imponentes cumbres, sobre todo en su parte central, los Pirineos nunca han constituido una barrera infranqueable para el tránsito humano. Durante siglos han sido lugar de paso e intercambios, y entre las dos vertientes de la cordillera se han establecido relaciones humanas de todo tipo. A lo largo de los tiempos, las montañas pirenaicas han visto pasar gentes en ambas direcciones y por causas diversas: en busca de trabajo y de una vida mejor, huyendo de situaciones dramáticas motivadas por el hambre o por la guerra, formando parte de ejércitos invasores o de expediciones religiosas, escapando de intransigencias y persecuciones o, simplemente, con el fin de comprar y de vender, estableciendo lazos comerciales entre ambos lados de una cadena montañosa que los avatares de la historia han hecho pertenecer a países diferentes. Durante mucho tiempo, buena parte de este comercio se ha efectuado al margen de las leyes económicas dictadas por las autoridades de España y Francia. Fueron los contrabandistas quienes trazaron rutas y caminos que en algunos momentos de la historia se utilizaron también para otros fines. Así ocurrió entre 1939 y 1945, cuando Europa se estaba desangrando en una terrible guerra provocada por el expansionismo de la Alemania nazi. Atravesando los Pirineos, pudieron salvarse miles de personas que escapaban del terror para evitar la deportación y la muerte y que, en muchos casos, siguieron luchando contra él en otros frentes.

Este tránsito organizado de personas que pasaron de Francia a España durante los años de la Segunda Guerra Mundial ha sido tema de algunos libros recientes (1). Destaca entre ellos "Espías, contrabando, maquis y evasión. La II Guerra Mundial en los Pirineos" del historiador catalán Ferran Sánchez Agustí (Ed. Milenio, Biblioteca de los Pirineos, nº 6, Lérida, 2003). El libro trata, principalmente, de las redes de evasión que operaban a lo largo de toda la cordillera y, aunque se extiende más en el paso registrado por el Pirineo catalán y, en menor medida, por el navarro (más utilizados por su menor dificultad), también hace referencias al Pirineo aragonés. En buena parte, he basado la confección de este artículo en los datos e informaciones que hacen alusión a nuestras montañas. Antes de centrarnos en ellas, es conveniente hacer algunas apreciaciones globales sobre quiénes y en qué número atravesaron la cordillera pirenaica durante ese convulso periodo de nuestra historia reciente.

Desde la ocupación del norte de Francia por los alemanes y el establecimiento en el sur del gobierno títere del mariscal Petain, las potencias aliadas crearon numerosas redes que permitieran cruzar a España tanto a sus espías en misiones secretas como a los resistentes "quemados" o a los pilotos derribados en territorio francés. Esas cadenas de evasión facilitaron además la huida de otros grupos perseguidos por los nazis: principalmente judíos y antifascistas de diversas nacionalidades (canadienses, belgas, holandeses, estadounidenses, británicos y, sobre todo, franceses). Su objetivo era alcanzar las embajadas o consulados en España del Reino Unido, Bélgica o los Estados Unidos, o las sedes que la Cruz Roja francesa tenía abiertas en Madrid y Barcelona. A continuación, era preciso llegar por tren a alguno de los puertos españoles o portugueses que permitieran abandonar la península hasta países más seguros. Muchos combatientes de la Resistencia francesa  -fichados o "quemados"-  continuaban en el Norte de África o desde Londres su lucha contra los nazis. Fueron más de doscientas las redes ("résaux") creadas por los aliados, cada una con su denominación correspondiente. Las hubo británicas, belgas y, sobre todo, francesas, financiadas en gran medida con dinero estadounidense. Al menos veinte mil voluntarios trabajaron en ellas y constituyeron, como escribe Sánchez Agustí, una gran obra de ingeniería clandestina de los servicios secretos aliados.

En la organización y puesta en práctica del paso de los Pirineos participaron numerosos españoles, muchos de ellos instalados en el sur de Francia como emigrantes económicos primero y como exiliados políticos desde el final de la Guerra Civil. Casi todos lucharon en la Resistencia francesa contra los alemanes y un buen número murió ejecutado o fue deportado a campos de concentración. Otros participaron a partir del otoño de 1944 en las incursiones maquis que intentaban derrocar al régimen de Franco. Las personas que guiaban a los huidos por las montañas eran llamadas "passeurs" en Francia, pero muchos eran españoles que utilizaban las rutas usadas desde siempre por los contrabandistas, oficio que algunos de ellos practicaban o habían practicado en algún momento. Bastantes actuaron sin otro interés que sus ideales políticos y humanitarios; algunos otros vieron en esta actividad una manera de conseguir beneficios económicos. De todas maneras, su trabajo entrañaba enormes riesgos que eran tenidos en cuenta por quienes los contrataban.

Según la historiadora francesa Émiliene Eychenne, fueron 33.000 los franceses evadidos a través de los Pirineos. Otras fuentes estiman que los huidos galos pudieron ser unos 25.000, a los que habría que sumar unos 500 oficiales en misiones secretas, varios cientos de polacos, unos 5.000 aviadores (sobre 3.800 británicos y canadienses y algo más de 1.000 estadounidenses). Además de los muchos judíos, aunque algunos de ellos son incluidos en los franceses y polacos. Ante el baile de cifras, Sánchez Agustí sitúa el número de fugitivos por los Pirineos entre un mínimo de 30.000 y un máximo de 50.000; algún historiador como Daniel Arasa eleva la cifra hasta 80.000. Al final de la guerra, cuando las tornas cambiaron, unos cuantos miles de alemanes buscaron también refugio en España.

A las dificultades de la geografía y el clima, enormes en personas sin preparación para largas travesías, había que añadir el control cada vez mayor que nazis y colaboracionistas franceses realizaban en el sur del país vecino, la presencia de infiltrados y delatores y los muchos obstáculos que había que superar una vez en España. En el sur de Francia patrullaban los gendarmes, reforzados desde finales de 1942 por unos 12.000 alemanes que perseguían con saña la desarticulación de las redes. La frontera española estaba vigilada casi exclusivamente por la Guardia Civil, aunque desde el otoño de 1944, tras las primeras incursiones de los maquis, se produjo el despliegue del Ejército. Para pasar al país vecino era necesario un salvoconducto cuya obtención no era fácil. Se estableció una línea de demarcación (en Aragón seguía el trazado Canal de Berdún - Sabiñánigo - Fiscal - Aínsa -Campo - Pont de Suert) para acceder a la cual era necesario un pase autorizado. Si alguien era detenido a menos de cinco kilómetros de la frontera, podía ser inmediatamente devuelto a Francia; si no estaba tan cerca, era probable su encarcelamiento hasta aclarar su situación y decidir sobre él. El final más temido era el campo de concentración de Miranda de Ebro. Parece que el trato a los evadidos se suavizó algo a medida que los aliados ganaban la guerra y volvió a endurecerse cuando, con la contienda ya decidida, los maquis iniciaron sus incursiones en territorio español.

El paso por los Pirineos centrales era el más dificultoso y, por ello, el menos utilizado por las redes. Su complicada geografía hacía, sin embargo, más difícil su vigilancia. Fueron muchos los pasos utilizados y muchos los altoaragoneses que guiaron a los huidos en su arriesgada travesía. La forma más cómoda de cruzar la barrera fronteriza era llegar, en el único tren que la atravesaba, hasta la estación internacional de Canfranc, donde el jefe de aduanas francés al parecer facilitaba la tarea. Fue utilizada por algunas redes que desembocaban en Pamplona, aunque los aduaneros españoles siempre podían abortar el intento. Para evitar su detención, la mayoría de evadidos se encomendaba a las buenas artes de los guías o paqueteros. Ahora los fardos eran sustituidos por personas a quienes los guías seguían llamando "paquetes". Un famoso paquetero fue José Gistau "Barranco", nacido en Chisagüés en 1910 y emigrado a Francia en 1927 para trabajar en la hidroeléctrica de Aspe. Fue militante comunista y abasteció a la 46 División republicana durante la Bolsa de Bielsa. En 1934 se había casado en Le Plan d'Aragnouet, muy cerca de la frontera, a 10 Kms en línea recta desde Parzán. Durante la Segunda Guerra Mundial, Gistau ayudó a pasar la frontera a muchos aliados, checos, polacos, franceses y a un buen número de judíos. Realizaba las travesías por la noche por los puertos de Barrosa, Viejo y Bielsa. Tuvo que suspender su actividad y esconderse cuando los nazis fueron a buscarlo. Ayudó después a los maquis y durante años la casa Barranco de Le Plan d'Aragnouet constituyó el punto de partida del contrabando de la zona (2). Otros paqueteros recordados fueron José Brun, de casa Xanca; Salvador y Jodías, en Bielsa; Domingo Vera Bandrés, "Domingón de Botaya", en Jaca; Juan Bernard, en Parzán; Francisco Pérez, en Ansó; Juan de Tardán y los hermanos Antonio y Joaquín Ballarín, en Gistaín. Luis Auset "Moliner" pasó por Plan a evadidos procedentes del valle d'Aure y desapareció a finales de los años cuarenta en el sur de Francia.

El gallego Manuel Castro Rodríguez, teniente coronel de la Fuerzas Francesas del Interior, dirigió una red de evasión desde Sant-Lary-Soulan hacia el Sobrarbe por el puerto de Urdiceto. Entró en España con los maquis y fue fusilado en 1946. José Cortés, natural de Hecho y muerto en 1994 en Bizanos, cerca de Pau, dirigió un grupo que pasaba a polacos, aviadores aliados, resistentes franceses que se dirigían a África y judíos por el puerto de Plana Castet y el barranco de Trigoniero. El polifacético Joan de Riquer, nacido en Oloron, fue uno de los pilares de la Resistencia francesa y ayudó a huir a gente por el Pirineo navarro y el Somport. Desde el valle d'Ossau se intentaba pasar a Sallent de Gállego y Lanuza por el vigilado Portalet; menos arriesgado era el Puerto Viejo. Los campeones de esquí Favé y Cazaux guiaron peligrosas expediciones por Vignemale, Marboré y la Brecha de Roland. Por Plan actuaban dos pasadores conocidos como Pujol y Ángel. También pastores de Gistaín y Pineta pasaron a evadidos. Desde el puerto de Benasque se intentaba llegar a Seira y seguir en algún vehículo hasta Barbastro. La estación de tren de esta ciudad era una primera meta para muchos, pues desde allí podía alcanzarse pronto Barcelona. Sin embargo, las detenciones en la capital del Somontano eran frecuentes, y los prisioneros, recluidos en las cárceles que para hombres y mujeres se habían habilitado en las Capuchinas y las Clarisas respectivamente.

Una de las principales redes de evasión fue la dirigida por Francisco Ponzán Vidal, conocido como "el maestro de Huesca". A él dedicaré mi próximo artículo en estas páginas.

NOTAS: (1) - "La guerra secreta del Pirineu (1936-1945)", Daniel Arasa, Llibres de l'index, Barcelona, 2000; "Los senderos de la libertad (Europa 1936-1945)", Eduardo Pons Prades, Flor del Viento, Barcelona, 2002; "La línea de la libertad". P. Eisner, Taurus, Madrid, 2004. Citaré en mi próximo artículo los referidos a la red Ponzán.
(2) - Sobre el personaje: "José Gistau, paquetero de suerte", Sergio Sánchez, en la revista "El mundo de los Pirineos", nº 3, mayo 1998.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragó, el 30 de octubre de 2005)
(Foto: Estación de Canfranc)

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