miércoles, 20 de febrero de 2008

"SEPTEMBRIS": UNA HISTORIA DEL GRAUS MEDIEVAL

He leído en estos días “Septembris”, libro escrito por el joven historiador grausino Jorge Mur y editado por el Instituto de Estudios Altoaragoneses con la participación del Ayuntamiento de Graus (1). Se trata, como indica su subtítulo, de una historia de la vida cotidiana en Graus entre los siglos XI y XV. El sugerente título del libro se debe a la importancia que dicho mes tiene para la villa de Graus: en septiembre son sus fiestas mayores y su feria de San Miguel y es entonces cuando se realizan importantes labores del ciclo agrícola como la vendimia o el inicio de la siembra.

Hay que decir, en primer lugar, que el libro llena un vacío dentro de la historiografía local: los aficionados a conocer y saber más sobre el pasado de la villa ribagorzana debíamos rastrear datos y noticias en estudios de un mayor ámbito geográfico -comarcal, provincial o regional - o en aproximaciones parciales en algunas publicaciones presentes o pasadas. Este es, sin embargo, un libro monográfico sobre cinco siglos de la historia de Graus y una obra escrita, con dedicación, trabajo y absoluto rigor de documentación, por un historiador medievalista que ha tomado como punto de partida la consulta y la interpretación de los documentos y las fuentes históricas existentes sobre la población ribagorzana. El libro va acompañado de un CD-ROOM a través del cual el lector puede conocer esas fuentes y esos documentos, dispersos por diferentes archivos, y saber así de dónde proceden los muchos nombres y datos que aparecen a lo largo de sus páginas. Sin embargo, el resultado de esa exhaustiva investigación, a la que el autor ha dedicado de manera provechosa su tiempo, no es un plomizo o aburrido libro de historia, sólo accesible para especialistas o muy aficionados, sino una obra amena, a mitad de camino entre la historia y la novela. Porque, aunque tiene hechuras de esta última, con sus personajes y sus peripecias vitales, en casi ningún momento se aleja de las fuentes y el lector sabe, sobre todo a través de un extenso apoyo de notas aclaratorias, de dónde salen esos personajes, que tienen los nombres y apellidos que les otorgan los documentos citados. Con ellos recorremos la villa medieval, sus cambios urbanísticos, sus calles, sus puentes, sus molinos, sus iglesias. Conocemos sus cofradías, sus mercados, sus carnicerías, sus fiestas, sus ferias, los apuros económicos de la villa y de la mayor parte de sus habitantes, los diferentas impuestos soportados, sus compras y sus ventas, sus costumbres, su vida cotidiana.

Tras su lectura creemos haber realizado un viaje en el tiempo a esa Baja Edad Media que el libro ha conseguido recrear para sus lectores. En esa recreación hay, como no puede ser de otra manera, una visión e interpretación personal de la historia por parte deL autor, pero lo suficientemente abierta y sugestiva para que cada uno de los lectores haga, como debe ser, su propia interpretación y recorrido por ese pasado medieval que se presenta ante nuestros ojos. Los que paseamos con frecuencia, y con los sentidos abiertos, por las calles y espacios grausinos actuales, disfrutamos, escuchando los ecos del ayer, con el paseo histórico que Jorge Mur nos propone en su libro.

Arranca este recorrido histórico medieval en el momento más novelesco y legendario del medioevo grausino: la muerte del rey Ramiro I en su intento de tomar la plaza ribagorzana, la certera lanzada en el ojo del monarca con la que el infiltrado Sadada retrasó en veinte años la conquista cristiana del lugar. Este hecho se relata entreverado de referencias a la condición fronteriza de la comarca grausina, con la tupida red de torres defensivas desde las que ambos bandos se observaban, vigilaban e influían en un complejo flujo de relaciones; con descripciones de la plaza musulmana y su importante castillo casi inexpugnable, su mezquita, sus fértiles y bien trabajadas almunias y sus viviendas arracimadas en la ladera de la Peña del Morral; y con el relato de la segura estrategia de rodeo y toma de los castillos circundantes por parte del nuevo rey Sacho Ramírez , hijo del monarca fallecido que venga la muerte de su padre evitando su precipitación y logrando la rendición de la plaza, tras estrechar paulatinamente el cerco, sin derramar una sola gota de sangre.

Sigue a la conquista la existencia en la villa de una población variada y heterogénea en sus procedencias, costumbres y religiones, con cristianos vencedores y musulmanes derrotados, los que optaron por quedarse, y con los judíos, siempre expuestos y recelosos ante posibles excesos sobre ellos, pero, tal vez en ocasiones, integrados en esa nueva sociedad mestiza e incipiente. Vemos en el libro la transformación de la antigua mezquita musulmana en la nueva iglesia de Santa María convertida en priorato dependiente del monasterio de San Victorián. Porque la villa entera fue adscrita desde su conquista al monasterio asanense y esa dependencia confiere a Graus un estatus peculiar y diferenciado y marcará su devenir histórico en los siguientes siglos. Vivimos en el libro las múltiples vicisitudes por las que pasan las relaciones entre el monasterio y la población, los tiras y aflojas, los tributos a los que la villa está sometida y sus cambiantes distribuciones, la falsificación de documentos, los arriendos, nombramientos y, en resumen, la creciente importancia del poder civil del concejo y la universidad de vecinos de Graus, que va reduciendo dependencias sobre el monasterio hasta lograr, al final del periodo estudiado, en 1480, que el poder temporal sobre la villa pase a depender por completo del condado de Ribagorza. Terminaba de esa manera una situación anómala por la que durante cuatro siglos la plaza más importante del condado perteneció a un lejano monasterio que se hallaba más allá de los límites condales.

Visitamos, como se ha dicho, a través de las páginas del libro los lugares y espacios de la villa. Sus tres iglesias medievales: la inicial de Santa María, ubicada donde hoy hallamos la Basílica de la Virgen de la Peña; la situada extramuros y cada vez más importante de San Miguel, actual parroquial, y en cuyo cementerio vemos reunirse a los vecinos a la hora de tomar decisiones importantes; y la de Santa Magdalena, hoy desaparecida, situada a la salida de la villa tras el Portal de Chinchín. Cruzamos el río Ésera atravesando sus puentes: el de Arriba, antes Pontarrón, llamado de Santa Bárbara y el de Abajo, también llamado de la Magdalena o de la Cruz y que en el siglo XV se convierte en aduana con el cercano principado catalán, integrante, pese a ello, en la Corona de Aragón. Conocemos también sus cofradías, sobre todo la de San Nicolás, que alcanzó una gran importancia y solvencia económica, realizando funciones de orfanato, hospital y asilo; nacen también en esa época las de San Antonio y el Santo Cristo de Vicente Ferrer, con usos y costumbres que, como ellas mismas, han llegado hasta nuestros días. Participamos en la importante feria de San Miguel, trasladada a Graus en 1201 desde el monasterio de San Pedro de Tabernas, y conocemos la concesión de otra feria para la villa a celebrar en agosto que no parece acabara de cuajar. Celebramos fiestas como el carnaval en el que -como el autor hace constar en la correspondiente nota- , sin que exista documentación que así lo atestigüe, sitúa el origen posible de la Mojiganga como parodia y burla de los solemnes procesos de Cortes celebrados por el rey con los poderosos y que casi siempre venían a significar nuevas y onerosas cargas para la población. El 14 de septiembre -palabra ésta que como hilo conductor y título del libro aparece siempre en cursiva para reclamar nuestra atención- de 1461 asistimos con la familia Campell, a la fiesta mayor, con la misa, la presencia de juglares y bufones, los mayos -origen del baile de las cintas -, la pastorada -como acto central y, al contrario que otras tradiciones, hoy desaparecida- y la presencia de Furtaperas, muñeco de trapo con funciones de chivo expiatorio. Conocemos la actividad de los molinos, de las carnicerías, de los artesanos textiles, tejedores y sastres, de los herreros, de los carboneros y el auge del comercio en el siglo XV, con importante presencia frecuente en la villa de mercaderes catalanes y de algún comerciante autóctono.

Y conocemos, finalmente y casi como desenlace trágico y presagio de nuevos tiempos más sombríos, el auto inquisitorial contra Clara Campell, acusada de prácticas judaicas. El lector había seguido a Clara como personaje cuasi novelesco. Había asistido a su boda, a sus inocentes y casi infantiles relaciones con algunos ritos judíos; había vivido con ella las fiestas a las que hemos hecho referencia. Y en 1491, tras un terrible proceso, asiste, estupefacto, a su condena a cárcel perpetua y a la confiscación de sus bienes. La tarde del domingo ocho de mayo del citado año, en la sede del Santo Oficio de Barbastro, sobre un cadalso de madera y ante el siniestro abucheo de los curiosos, Clara asumió su pecado y su culpa y vivió la terrible humillación pública que la marcaba para siempre. Murió años más tarde en las mazmorras de la Inquisición en la capital del Somontano.

Siempre, salvo en ocasiones avisadas, el autor extrae la cotidianidad medieval relatada de las fuentes documentales. Por ello no dedica demasiado espacio de su libro a hechos muy presentes en la tradición grausina y en las referencias librescas a la historia local, como la presencia en la villa de Fray Vicente Ferrer o, por poner otro ejemplo, la existencia de un personaje como Juan de Villarig, que, al parecer, contribuyó a la restitución del Justicia Mayor de Ribagorza en el siglo XIV, pero que, sin embargo, no cuentan con suficiente soporte documental como para lograr la entidad histórico-novelesca que adquieren otros personajes documentados en las fuentes consultadas. Los nombres y apellidos de los grausinos de la época aparecen con frecuencia en las páginas del libro, sobre todo en sus notas, e incluso al final del mismo tenemos una relación completa de los ciento cuarenta y tres cabezas de familia que constituían los fuegos de que constaba la villa en 1495 y que podrían traducirse en unos seiscientos habitantes, convirtiéndola en el lugar más poblado del condado, algo por encima de Benabarre, Fonz o Estadilla.

En resumen, se trata de un excelente libro, bien escrito, con dominio del léxico medieval en todos los campos semánticos -militar, religioso, económico, indumentario-, como corresponde a la condición de medievalista de su autor. La juventud, preparación y tesón de Jorge Mur permiten hacer pensar que a esta obra puedan seguir otras que contribuyan a aumentar el conocimiento histórico de nuestras tierras ribagorzanas.

NOTAS:
(1) Septembris. Historia y vida cotidiana en Graus entre los siglos XI y XV, Jorge Mur Laencuentra, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 2003.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo, corregido, publicado el 12 de septiembre de 2003 en Diario del Alto Aragón)

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