Como es sabido, celebramos este año el 450 aniversario del nacimiento de Lupercio Leonardo de Argensola, el mayor de los dos hermanos Argensola, ilustres poetas y escritores nacidos en Barbastro en el siglo XVI. En relación con esta efemérides quiero referirme aquí a la alabanza que Miguel de Cervantes, el más ilustre de los escritores españoles, hizo de ambos hermanos en algunas de sus obras literarias.
Miguel de Cervantes y Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola fueron coetáneos. El autor de El Quijote había nacido en 1547, doce y quince años antes que Lupercio y que Bartolomé respectivamente. Sin embargo, Lupercio fue el primero en morir, en 1613, tres años antes que Cervantes y dieciocho antes que su hermano pequeño. Los tres pertenecen a ese momento de máximo esplendor de nuestras letras que hemos venido en llamar Siglo de Oro, que abarca fundamentalmente la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Cervantes probó fortuna en el teatro y en la poesía y la halló, rebotado de esos géneros en los que no pudo triunfar, en la novela. Su extraordinario Quijote, con el que logró la gloria literaria, es, sin embargo, un libro tardío: su primera parte vio la luz cuando el escritor tenía ya 58 años, y diez años más tarde apareció su continuación. Los Argensola destacaron sobre todo como poetas en un siglo en que la poesía alcanzó muy elevadas cimas.
Nacieron Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola en la ciudad de Barbastro. Su primer apellido, Leonardo, es de origen italiano; el segundo, Argensola, por el que son conocidos, es el materno. Lupercio estudio en Huesca y Zaragoza. Trabajó en la corte y fue secretario del duque de Villahermosa y de la emperatriz María de Austria. También, más tarde, del conde de Lemos, virrey de Nápoles. En esta ciudad vivió varios años y en ella fundó la llamada Academia de los ociosos. Fue allí donde murió y donde, según Bartolomé, hizo quemar antes sus poemas. Tradujo del latín la poesía de Horacio, cuya lectura siempre recomendaba. Bartolomé estudió en las universidades de Zaragoza y Salamanca, hizo carrera eclesiástica, fue rector de la capilla de los duques de Villahermosa y confesor de la emperatriz María de Austria. Vivió en Madrid, en Nápoles, donde fue capellán del conde de Lemos, y pasó los últimos años de su vida en Zaragoza, ciudad en la que murió. Fue Gabriel Leonardo, hijo de Lupercio, quien en 1634 publicó en Zaragoza en un libro titulado Rimas los poemas de su padre que se salvaron de la quema y los de Bartolomé, que nunca quiso imprimir en vida, muy retocados. Sus versos fueron muy elogiados por Lope de Vega. Ambos practican una poesía de similar estilo, marcado corte clásico y gran perfección formal, aunque alejados del culteranismo gongorino; tal vez algo fría -más la de Lupercio- pero con momentos brillantes y vigorosos. Destacan los dos en el cultivo de la sátira y de la epístola poéticas, y dominan el soneto con maestría. Ambos fueron también historiadores: Lupercio escribió Información de los sucesos del reino de Aragón en los años de 1590 y 1591 y Bartolomé fue autor de La conquista de las islas Malucas, Alteraciones populares de Zaragoza en 1591 y continuador, como cronista de Aragón durante los años 1516 a 1520, de los Anales de Alonso de Zurita. Lupercio, como veremos luego, escribió también tres piezas teatrales alabadas por Cervantes en la primera parte de El Quijote.
En 1585, aparece publicada en Alcalá de Henares La Galatea, primera novela cervantina, del género pastoril entonces tan en boga. Casi al final del libro, en un largo poema escrito en octavas reales y titulado Canto de Calíope, se alaba a una serie de ingenios de la época entre los que están los hermanos Argensola. Cervantes les dedica dos estrofas:
Serán testigos de esto dos hermanos,
dos luceros, dos soles de poesía,
a quien el cielo con abiertas manos
dio cuanto ingenio y arte dar podía.
Edad temprana, pensamientos canos,
maduro trato, humilde fantasía,
labran eterna y digna laureola
a Lupercio Leonardo de Argensola.
Con santa envidia y competencia santa
parece que el menor hermano aspira
a igualar al mayor, pues se adelanta
y sube do no llega humana mira.
Por eso escribe y mil sucesos canta
con tan suave y acordada lira,
que este Bartolomé menor merece,
lo que al mayor, Lupercio, se le ofrece.
Miguel de Cervantes y Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola fueron coetáneos. El autor de El Quijote había nacido en 1547, doce y quince años antes que Lupercio y que Bartolomé respectivamente. Sin embargo, Lupercio fue el primero en morir, en 1613, tres años antes que Cervantes y dieciocho antes que su hermano pequeño. Los tres pertenecen a ese momento de máximo esplendor de nuestras letras que hemos venido en llamar Siglo de Oro, que abarca fundamentalmente la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Cervantes probó fortuna en el teatro y en la poesía y la halló, rebotado de esos géneros en los que no pudo triunfar, en la novela. Su extraordinario Quijote, con el que logró la gloria literaria, es, sin embargo, un libro tardío: su primera parte vio la luz cuando el escritor tenía ya 58 años, y diez años más tarde apareció su continuación. Los Argensola destacaron sobre todo como poetas en un siglo en que la poesía alcanzó muy elevadas cimas.
Nacieron Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola en la ciudad de Barbastro. Su primer apellido, Leonardo, es de origen italiano; el segundo, Argensola, por el que son conocidos, es el materno. Lupercio estudio en Huesca y Zaragoza. Trabajó en la corte y fue secretario del duque de Villahermosa y de la emperatriz María de Austria. También, más tarde, del conde de Lemos, virrey de Nápoles. En esta ciudad vivió varios años y en ella fundó la llamada Academia de los ociosos. Fue allí donde murió y donde, según Bartolomé, hizo quemar antes sus poemas. Tradujo del latín la poesía de Horacio, cuya lectura siempre recomendaba. Bartolomé estudió en las universidades de Zaragoza y Salamanca, hizo carrera eclesiástica, fue rector de la capilla de los duques de Villahermosa y confesor de la emperatriz María de Austria. Vivió en Madrid, en Nápoles, donde fue capellán del conde de Lemos, y pasó los últimos años de su vida en Zaragoza, ciudad en la que murió. Fue Gabriel Leonardo, hijo de Lupercio, quien en 1634 publicó en Zaragoza en un libro titulado Rimas los poemas de su padre que se salvaron de la quema y los de Bartolomé, que nunca quiso imprimir en vida, muy retocados. Sus versos fueron muy elogiados por Lope de Vega. Ambos practican una poesía de similar estilo, marcado corte clásico y gran perfección formal, aunque alejados del culteranismo gongorino; tal vez algo fría -más la de Lupercio- pero con momentos brillantes y vigorosos. Destacan los dos en el cultivo de la sátira y de la epístola poéticas, y dominan el soneto con maestría. Ambos fueron también historiadores: Lupercio escribió Información de los sucesos del reino de Aragón en los años de 1590 y 1591 y Bartolomé fue autor de La conquista de las islas Malucas, Alteraciones populares de Zaragoza en 1591 y continuador, como cronista de Aragón durante los años 1516 a 1520, de los Anales de Alonso de Zurita. Lupercio, como veremos luego, escribió también tres piezas teatrales alabadas por Cervantes en la primera parte de El Quijote.
En 1585, aparece publicada en Alcalá de Henares La Galatea, primera novela cervantina, del género pastoril entonces tan en boga. Casi al final del libro, en un largo poema escrito en octavas reales y titulado Canto de Calíope, se alaba a una serie de ingenios de la época entre los que están los hermanos Argensola. Cervantes les dedica dos estrofas:
Serán testigos de esto dos hermanos,
dos luceros, dos soles de poesía,
a quien el cielo con abiertas manos
dio cuanto ingenio y arte dar podía.
Edad temprana, pensamientos canos,
maduro trato, humilde fantasía,
labran eterna y digna laureola
a Lupercio Leonardo de Argensola.
Con santa envidia y competencia santa
parece que el menor hermano aspira
a igualar al mayor, pues se adelanta
y sube do no llega humana mira.
Por eso escribe y mil sucesos canta
con tan suave y acordada lira,
que este Bartolomé menor merece,
lo que al mayor, Lupercio, se le ofrece.
Veinte años más tarde, en 1605, se publica en Madrid la segunda novela cervantina, la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. En ella, en el Capítulo XLVIII, el titulado Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías, con otras cosas dignas de ingenio, Cervantes pone en boca del cura una nueva alabanza del mayor de los Argensola. No cita su nombre, pero sí los títulos de tres de sus tragedias. En la continuación de su magnífica y juiciosa crítica literaria, el canónigo dice que él ha tenido la tentación de escribir un libro de caballerías e incluso tiene más de cien hojas escritas, pero que, no obstante, decidió dejarlo por el motivo que a continuación explica y que reproduzco en una larga cita, en mi opinión muy ilustrativa de los gustos literarios del momento, que termina en una loa a la obra teatral de Lupercio Leonardo de Argensola:
"Pero, con todo esto, no he proseguido adelante, así por parecerme que hago cosa ajena a mi profesión como por ver que es más el número de simples que el de los prudentes, y que, puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros. Pero lo que más me lo quitó de las manos y aún del pensamiento de acabarle fue un argumento que hice conmigo mesmo, sacado de las comedias que ahora se representan, diciendo 'Si todas estas que ahora se usan, así las imaginadas como las de historia, todas o las más son conocidos disparates y cosas que no llevan ni pies ni cabeza, y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen y los actores que los representan dicen que así han de ser, porque así las quiere el vulgo, y no de otra manera, y que las llevan traza y siguen la fábula como el arte pide no sirven sino para cuatro discretos que las entienden, y todos los demás se quedan ayunos de entender su artificio, y que a ellos les esta mejor ganar de comer con los muchos que no opinión con los pocos, deste modo vendrá a ser mi libro, al cabo de haberme quemado las cejas por guardar los preceptos referidos y vendré a ser el sastre del cantillo [Se refiera Cervantes al refrán "como el sastre del cantillo, que cosía de balde y ponía el hilo]. Y aunque algunas veces he procurado persuadir a los actores que se engañan en tener la opinión que tienen, y que más gente atraerán y más fama cobrarán representando comedias que sigan el arte que no con las disparatadas, ya están tan asidos y encorpados en su parecer, que no hay razón ni evidencia que dél los saque. Acuérdome que un día dije a uno de esos pertinaces: 'Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dinero a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después se han hecho?. 'Sin duda - respondió el autor que digo - que debe de decir vuestra merced por "la Isabela", "la Filis" y "La Alejandra" 'Por esa digo - le repliqué yo -, y mirad si guardan bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo. Así que no está la falta en el vulgo que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa".
Las citadas Filis, Alejandra e Isabella son tres obras teatrales del mayor de los Argensola. Se trata de tragedias de corte humanista y senequista, escritas en la primera mitad de la década de los ochenta del siglo XVI. El texto de Filis se ha perdido, las otras dos tienen tres actos. Alejandra se desarrolla en el antiguo Egipto y trata sobre intrigas cortesanas. Tiene un momento de máxima tensión cuando la reina Alejandra, envenenada por orden de su esposo, antes de morir, se muerde la lengua hasta cortársela y la arroja sobre el marido asesino. Isabella transcurre en la Zaragoza musulmana, en la corte del rey moro Alboacén. El personaje protagonista es una doncella cristiana, que debe decidir si acepta entregarse y sacrificar su virginidad a la lujuria del rey moro para salvar de la persecución y la muerte a los cristianos de la ciudad. Al mostrarle Alboacén los cadáveres ensangrentados de sus padres y su hermana, Isabela decide morir como mártir. Según se desprende de las palabras del canónigo en El Quijote, estas obras obtuvieron gran éxito entre el público de la época cuando fueron representadas. Pese a ello y a las loas cervantinas no presentan gran calidad ni interés para los lectores actuales y están muy por debajo de la poesía de los dos hermanos.
Hemos visto el aprecio que Cervantes sentía por los Argensola, a los que posiblemente trató directamente. De la frase "maduro trato" de su alabanza a Lupercio tal vez pueda deducirse relación personal con él. Es muy posible que conociera a Bartolomé en el tiempo en que éste vivió en Madrid, donde trató, entre otros, a Lope de Vega. En el capítulo III de Viaje al Parnaso, libro de poesía escrito años antes pero publicado en 1614 tras el éxito de El Quijote, Cervantes hace otra referencia a los hermanos Argensola. Aunque de forma no del todo clara, parece dolido con Bartolomé porque éste no habría intervenido suficientemente en su favor ante el conde de Lemos para que lo llevara con él a Nápoles como era su deseo.
Sea como fuere, el escritor alcalaíno apreciaba la obra de los barbastrenses, y por ello los elogia en La Galatea y en la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, el más universal e importante de todos los libros que a lo largo de la historia nuestra literatura ha dado.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en el número especial de El Cruzado Aragonés con motivo de las Fiestas de Barbastro, septiembre 2009)
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ResponderEliminarUn saludo cordial