domingo, 2 de enero de 2011

JOAQUÍN COSTA EN LA BIOGRAFÍA DE UNAMUNO


Joaquín Costa y Miguel de Unamuno, de cuyas muertes en 1911 y 1936 se cumplen ahora cien y setenta y cinco años respectivamente, son dos verdaderos gigantes de la cultura española de los últimos siglos. Dieciocho años mayor que el escritor bilbaíno, nuestro gran polígrafo altoaragonés era ya una figura relevante y respetada en la escena intelectual española cuando Unamuno se dio a conocer a finales del siglo XIX. Es indudable que en esos años, y como ocurrió con otros escritores de la denominada generación del 98, Costa ejerció una influencia más o menos apreciable en algunos aspectos del pensamiento -ya desde sus inicios siempre rebelde, original y diferenciado- del joven Unamuno. La compleja personalidad de éste, la evolución de su ideario y la fluctuación de sus opiniones a lo largo de su vida hicieron que sus apreciaciones sobre Costa fueran unas veces de admiración y acuerdo y otras de rechazo y crítica manifiesta.

La relación entre estos dos colosos de las letras hispanas ha sido objeto de algunos interesantes estudios en el pasado reciente. El más destacado es el libro “Costa y Unamuno en la crisis de fin de siglo”, de Manuel Tuñón de Lara, publicado por Cuadernos para el Diálogo en el ya lejano 1974 y nunca reeditado desde entonces. Mucho más breve es el artículo “Joaquín Costa y Miguel de Unamuno, afinidades y discrepancias”, del profesor Rafael Rubio Latorre, aparecido en la revista “Argensola” en 1990 (nº 104, pags. 235-246). Más general es la obre ya clásica de Rafael Pérez de la Dehesa “El pensamiento de Costa y su influencia en el 98”, editado en 1966. Dentro de las “Obras completas” del propio Unamuno figuran los dos ensayos monográficos que don Miguel dedicó a Costa poco después de la muerte del pensador altoaragonés: “Sobre la tumba de Costa” y “La soledad de Costa”, publicados por vez primera en 1911 y 1913 respectivamente.


A finales de 2009 la editorial Taurus publicó la extensa y largamente esperada biografía de Miguel de Unamuno escrita por los profesores franceses Colette y Jean-Claude Rabaté. Tal vez el libro, siendo una obra encomiable en muchos aspectos, no ha respondido del todo a las expectativas creadas antes de su aparición. Por lo que se refiere a Costa, no son muchas las referencias que se le dedican en sus páginas. Me detendré en este artículo, con obligadas limitaciones de espacio, en algunas de esas referencias, añadiendo en algún caso otras observaciones que sobre determinados episodios han aportado otros estudiosos de estas dos grandes figuras de las letras españolas.


La primera referencia a Costa en el libro de los Rabaté se enmarca dentro del episodio de la movilización de muchos de los intelectuales más prestigiosos del momento para evitar que se hiciera efectiva la condena a muerte del anarquista y pensador catalán Pere Corominas. Tras el brutal atentado del Corpus de 1896 en la calle Cambios Nuevos de Barcelona, se desencadenó una intensa represión sobre los elementos anarquistas de la ciudad que culminó en el llamado proceso de Montjuich. Entre las diversas sentencias a muerte de un proceso lleno de irregularidades y deseos de escarmiento a cualquier precio, figuraba la de Pere Corominas, un joven escritor de ideas anarquistas, pero totalmente alejado de las corrientes violentas de ese movimiento tan presente en la España de aquel tiempo. Tanto Costa como Unamuno, que denominó a Corominas como un anarquista platónico, intervinieron a fondo para evitar que la sentencia se hiciera efectiva. Las intervenciones de ambos han sido muy bien estudiadas por George J. G. Cheyne y Carles Bastons respectivamente en dos espléndidos ensayos breves publicados en los pasados años noventa (1). En su vehemente defensa de la inocencia de Corominas, Costa llegó a escribir una dramática carta al entonces gobernador civil de Barcelona Eduardo Hinojosa y Unamuno hizo lo propio con el mismísimo presidente del gobierno Antonio Canovas. Finalmente unos y otros lograron conmutar por el exilio la pena de muerte a Corominas, quien mantuvo posteriormente una fructífera relación intelectual y epistolar con algunos de sus salvadores.


La segunda referencia a Costa en la reciente biografía de Unamuno es también muy breve y se refiere a la colaboración del vizcaíno en un amplio estudio sobre el derecho consuetudinario español realizado a finales del siglo XIX. Se trata de un ambicioso proyecto dirigido y coordinado por el aragonés en el que participaron algunos de los mejores historiadores y estudiosos de la época. Costa encargó a Unamuno, a pesar de ciertas discrepancias entre ambos, el apartado del estudio referido a las provincias vascongadas, particularmente a Vizcaya. Esta colaboración ha sido bien estudiada por Eloy Gómez Peyón en su ensayo “Unamuno y la antropología social”, publicado en 1998 (2). Costa y Unamuno utilizaron en sus trabajos metodologías de investigación algo distintas. Ambos llevaron a cabo una rigurosa labor de campo, aunque tal vez el bilbaíno aportó un mayor soporte teórico a su estudio. El trabajo, ampliación de otro anterior, fue editado en 1902 con el título de “Derecho consuetudinario y economía popular de España”. Esta colaboración fue recordada con entusiasmo por Unamuno en un discurso de homenaje a Costa pronunciado en el Ateneo de Madrid en 1932.


La mayor parte de las referencias a Costa en la biografía escrita por Colette y Jean-Claude Rabaté están relacionadas con la cuestión agraria y el caciquismo. Al referirse a la situación del campo en España, Unamuno suele estar de acuerdo con muchas de las tesis del aragonés, aunque el vascongado realizó también agudas críticas a algunos aspectos del libro “Oligarquía y caciquismo”. Tanto Costa como Unamuno se muestran influenciados en este tema por las teorías del economista estadounidense Henry George, bastante en boga en aquellos años. Ambos coinciden también en que la desamortización agraria del siglo XIX fue en general una medida completamente desastrosa para el campo español.


Aunque el diagnóstico sobre la sociedad española finisecular es en ambos casos negativo, Unamuno rechaza las metáforas médicas costistas del “cuerpo enfermo” para referirse a la sociedad española y del “cirujano de hierro” como salvador del país. Coincide, eso sí, con Costa en que la solución del problema de España estriba en la educación: “No se trata, a mi parecer, de curar a un enfermo, sino de educar a un bárbaro”. Pero, tal vez paradójicamente, Unamuno tiene más confianza en el pueblo llano que el propio Costa, quien en muchos momentos lo considera como un menor de edad necesitado de tutela. Sin embargo, hay algo de influencia costista en el libro “En torno al casticismo” y también en el famoso concepto unamuniano de “intrahistoria”. Y, aunque Unamuno llegó a afirmar que Costa no era verdaderamente europeísta, podría pensarse que ambos defendían un europeísmo que no olvidara la idiosincrasia propia y el estudio profundo del pueblo español y sus costumbres. Si la revolución de 1868 quedó prácticamente en nada fue porque sin acabar con el caciquismo el grito de libertad servía de bien poco. Todo quedaba en la mera superficie, sin penetrar apenas en la profundidad de la intrahistoria que permaneció inalterada en sus aspectos principales.


Tanto Costa como Unamuno criticaron siempre la pantomima democrática de la Restauración, lo que el vizcaíno denominó con acierto elecciones de “encasillado y amaño”. Sin embargo, los dos entraron en política y se presentaron como candidatos a las elecciones en alguna ocasión. La experiencia fue frustrante para ambos. En el caso de Costa, nunca pudo con el caciquismo imperante, el mal endémico del país que él tanto denunció y combatió y cuya existencia, junto a la de la oligarquía gobernante, hacía inviable cualquier tipo de libertad. En cuanto a Unamuno, tras su paso fugaz por el socialismo español retornó a su espíritu indomable y rebelde de siempre. Esta magnífica cita que tomo íntegra del libro de los Rabaté muestra bien a las claras su carácter: “”Habría de formarse uno, un partido, en torno a mi nombre, y disentería de él. Por espíritu de herejía. Todo menos el dogma. ¿Y partido? ¡Partido, no, nunca! Siempre entero. ¿Y hay mejor modo de estar entero que quedarse solo? Diez hombres, cien hombres, mil hombres, cien mil hombres, pueden formar partido, pero un hombre solo no es partido”.


Costa y Unamuno son dos personalidades arrolladoras, dos hombres a veces contradictorios por su irreducible espíritu libre, dos pozos insondables de sabiduría y reflexión. Su obra y su pensamiento han sido reivindicados por las tendencias políticas más diversas y las filosofías más dispares. Su grandeza estriba, sin embargo, en que ambos son inclasificables y si pueden ser de todos es precisamente porque no pertenecen del todo ni en exclusiva a nadie. En una conferencia en homenaje a Costa celebrada en el Ateneo de Madrid, el propio Unamuno se sorprende, refiriéndose al altoaragonés pero también a sí mismo, de que se puedan exhumar textos de gente para “defenderlo todo, lo uno, lo otro y lo de más allá”.


En este año 2011 de tantas celebraciones, sería muy conveniente que Joaquín Costa y Miguel de Unamuno fueran también recordados como ejemplos de amor al estudio, honradez e independencia. Unos valores poco apreciados y verdaderamente escasos en nuestros tiempos presentes.


NOTAS:


(1) - “La intervención de Costa en el proceso de Monjuich: correspondencia inédita con Pere Corominas y otros”, en "Ensayos sobre Joaquín Costa y su época". George J. G. Cheyne. Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 1991, pags. 35-50.

- “Miguel de Unamuno y los anarquistas catalanes”. Carles Bastons i Vivanco. Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, nº 30, 1995, pags. 51-60.

(2) "Unamuno y la antropología social". Eloy Gómez Pellón. Revista de Antropología Social, Nº 7. (Ejemplar dedicado a la Generación del 98), 1998, pags. 23-65.


Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón, el 26 de diciembre de 2010)

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