domingo, 26 de mayo de 2013

LOS MUTILADOS

            
 Los mutilados. Hermann Ungar. BackList. 2012. 208 páginas.

La reciente lectura de la novela Los mutilados me atrapó de tal modo que devoré el libro prácticamente de una tirada, entre una tarde y una noche lluviosas. Los mutilados fue publicada en 1923 por Hermann Ungar (Boscovice, Moravia, 1893 – Praga, 1929), un escritor judío, checo de habla alemana, que no fue demasiado valorado en su tiempo si lo comparamos con otros autores centroeuropeos de su generación como Hermann Broch, Robert Musil o el propio Franz Kafka. Sólo Thomas Mann declaró entonces mostrarse impresionado por sus textos. Su muerte prematura a los 36 años hizo que su producción no fuera muy extensa y que incluya solamente tres novelas y varias obras de teatro. En los años sesenta, dentro de una interpretación casi más freudiana que literaria de su obra, Ungar fue en parte redescubierto en Europa.

Los mutilados había sido publicada en España en 1989 por la editorial Seix Barral. Aquella misma traducción de Ana María de la Fuente es la que el pasado año 2012 sirvió de base para dos nuevas ediciones del libro, una de la Editorial Siruela y otra de la colección BackList del grupo Planeta. Esta última, con un prólogo impecable del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón.

El principal protagonista de Los mutilados es Franz Polzer, un empleado de banca preso de su rutina diaria y sus complejos, marcado por la violencia sufrida en su infancia, con un carácter débil y desconfiado, obsesionado con el orden y siempre temeroso del contacto carnal con el cuerpo femenino. Su soledad le lleva a vivir en casa de Frau Porgues, una viuda voraz y ambiciosa que lo domina y lo encadena a sus deseos. A esa misma casa va a parar más tarde el lisiado Karl Fanta, amigo de la infancia de Polzer, procedente de una buena familia y convertido en un paranoico que no se fía de nadie. Le acompaña un enfermero fornido que fue antes matarife y carnicero y ahora es un fanático religioso obsesionado con el pecado y su expiación. Ni siquiera Franz, el hijo adolescente de Kart Fanta, queda al margen de esa espiral de decadencia patológica. Un conjunto de personajes cínicos y grotescos que son movidos en general por la ambición del dinero y unos deseos sexuales obsesivos y morbosos.

Como se dice en la sinopsis de la obra, “codicia, desamparo y sadismo se combinan en un estilo que mezcla la fuerza del expresionismo y la impasible lucidez del objetivismo. Delirio grotesco donde el vicio, la vergüenza y la miseria están por todas partes. Danza macabra o gabinete de espejos de inspiración neurótica: una verdadera obra maestra”.

Carlos Bravo Suárez
           
        

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