domingo, 16 de febrero de 2014

LA MALA LUZ

      
      La mala luz. Carlos Castán. Destino. 2013. 228 páginas.

Carlos Castán (Barcelona, 1960) ha estado siempre muy vinculado a Huesca, ciudad en la que vivió bastantes años, y actualmente reside en Zaragoza, donde trabaja como profesor de instituto. Podemos decir, por tanto, que, aunque nació en Barcelona, Castán es uno de los más destacados escritores aragoneses actuales. Por su trayectoria literaria, es también uno de los valores más sólidos y con mejores cimientos de la narrativa española reciente. Después de sus magníficos libros de relatos Frío de vivir (1997), Museo de la soledad (2000) y Sólo de lo perdido (2008), y de sus textos sobre la Ruta 66 con ilustraciones de Dominique Leyva en el libro Polvo en el neón (2013), ha publicado recientemente La mala luz, su primera y esperada novela.

La mala luz va de soledades inmensas y de pasiones intensas que intentan rellenarlas. Dos hombres maduros, el narrador del relato y el desmesurado Jacobo, coinciden en Zaragoza tras fracasar en sus respectivos matrimonios y dejar atrás una ciudad anterior más pequeña y provinciana. Ambos se hacen mutua compañía y comparten aficiones cinematográficas y literarias. La presencia del narrador en la casa y en la vida de Jacobo se hace aún mayor cuando éste comienza a sentir unos miedos aterradores que parecen infundados, pero que acaban en su sangriento asesinato. A partir de ahí aparece Nadia en la novela, una mujer fatal, una amantis de vuelo trágico y pasión devoradora.

La mala luz es pura literatura. Los personajes de la novela, y esto no es demérito de la misma, son más literarios que reales, desmesuradamente románticos y destructivamente vitales y apasionados. De un romanticismo wertheriano, son y se confunden con sus lecturas, sus películas de culto, su pasado perdido y su deseo de volver a perderse y de perderlo todo, hasta la propia vida, en una pasión que entraña, a la postre, una soledad renovada que deambula tambaleante entre el suicidio y la más negra bohemia.

Carlos Castán, con un estilo propio, personal e intransferible, ha construido una novela de ritmo introspectivo y lento, con mucho lirismo y una poesía que roza a veces el malditismo, con digresiones –como los casi surrealistas episodios del narrador con su madre– que se acuerdan siempre de volver al cauce narrativo para engrosar su caudal, y con una escritura profunda, de sintaxis redonda y envolvente y muchas y variadas referencias culturales. Donde algunos hechos históricos recientes, como la Guerra Civil, Auschwitz o el desembarco de Normandía, pueden funcionar como paralelismos metafóricos de otros tantos trances vitales de los protagonistas.

No es La mala luz una novela para cualquier tipo de lector ni dirigida al gran público. Mira más hacia dentro que hacia fuera y hay más sentimiento y melancolía que acción, entretenimiento y superficie. Carlos Castán ya había demostrado sobradamente su maestría literaria en el relato corto, y ahora no desentona en absoluto en la novela. Su universo está poblado de fríos vitales, soledades de museo y tiempos perdidos, que encontramos de nuevo, y aun multiplicados, en La mala luz, esa mirada triste de nuestra condición humana siempre anhelante y a la vez insatisfecha.

Carlos Bravo Suárez

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