La
chica de Nueva Inglaterra. Sherwood
Anderson. Nórdica Libros. 2014. 232 páginas.
Sherwood
Anderson (Ohio, EE. UU., 1876 – Panamá, 1941) es un escritor norteamericano poco
conocido en nuestro país. No así en Estados Unidos, donde se considera una
figura muy influyente en la literatura posterior y en autores como Hemingway o Faulkner. Su obra más conocida es
Winesburg, Ohio, una novela publicada en 1919 y estructurada como una colección
de veintidós relatos que tienen como nexo común a un joven reportero local de
una pequeña localidad estadounidense. A través de su mirada, conocemos
la vida cotidiana y casi siempre gris de un buen número de habitantes del
pueblo, en un relato lleno de realismo poético y de una fina y aguda
observación, que logra traspasar lo superficial para adentrarse en los
problemas interiores de los personajes.
En
esta misma línea está La chica de Nueva Inglaterra, publicada recientemente
en España por Nórdica Libros. Se trata de una colección de trece relatos
extraídos del libro El triunfo del huevo, editado en Estados Unidos en 1921 y
considerada como la segunda gran obra de la carrera literaria de Anderson. Son
narraciones breves, a excepción de la última, “De la nada hacia la nada”, que
es casi una pequeña novela.
Sherwood
Anderson rompe con la tendencia a los relatos fantásticos más habitual en la
narrativa breve estadounidense de su época y desarrolla un estilo nuevo,
personal e inconfundible, que pasó a denominarse “slice of life”, o “narración
de lo cotidiano”, y que tiene ciertas similitudes con el estilo de algunos
escritores modernos como la reciente premio Nobel Alice Munro.
Los
cuentos de La chica de Nueva Inglaterra se ambientan en los primeros años del
siglo XX, en plena industrialización de los Estados Unidos, y tienen con
frecuencia como fondo el contraste entre el mundo rural y el urbano y la emigración
del campo a la ciudad. En este aspecto, destaca el magnífico relato que cierra
el libro, “De la nada hacia la nada”, en el que una joven que ha emigrado a
Chicago vuelve por unos días a su pueblo natal y constata que en ninguno de
ambos mundos halla respuesta a sus preguntas e inquietudes personales.
Son
frecuentes los personajes femeninos desconcertados, con un impulso sexual sin
cauce definido, a veces jóvenes todavía vírgenes o mujeres indecisas ante
situaciones nuevas, que buscan en la naturaleza el refugio a sus inquietudes y
a los interrogantes y fuegos interiores que las agobian y atenazan. El devenir
de los cuentos puede parecer en ocasiones improvisado, pero eso les proporciona
mayor verosimilitud y realismo. Un realismo que se basa en lo cotidiano y que
alcanza también bellos momentos de lirismo y poesía. Sobre todo, en
descripciones de la naturaleza o en metáforas o comparaciones entre esta y el
mundo interior de algunos personajes. Sherwood Anderson pretende atravesar la
fachada superficial de unos tipos cotidianos para adentrarse en su realidad más
profunda, sus mundos interiores y las causas reales de sus miedos y
desasosiegos.
Importante
es la presencia de la naturaleza y una cierta consciencia de la brutalidad que
supone la industrialización del país y del desarraigo que provoca la vida
urbana, aunque no faltan algunas muestras del puritanismo nocivo del mundo
rural y su efecto pernicioso sobre los jóvenes.
A
pesar de haber pasado casi cien años desde que fueron escritos, los relatos de Sherwood
Anderson siguen teniendo hoy bastante vigencia y se leen con fruición y deleite.
Carlos Bravo Suárez
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