“La
chica del tren”. Paula Hawkins. Planeta. 2015. 496 páginas.
“La chica del tren” se ha
convertido en un fenómeno literario sin precedentes. Publicada en Inglaterra a
principios de este año, la novela ha vendido ya más de cinco millones de
ejemplares en el mundo anglosajón y ha sido traducida a casi 50 idiomas. Según
fuentes editoriales, desde que existen datos estadísticos nunca antes una novela
se había vendido tanto en tan poco tiempo. Su autora, la británica Paula
Hawkins (Zimbabwe, 1973), dejó el periodismo económico para escribir varias
novelas románticas de encargo que no acabaron de triunfar. Con “La chica del
tren” parece haber dado plenamente con la clave del éxito. En España, ha sido
editada recientemente por Planeta, con traducción de Aleix Montoto, y parece
seguir el mismo camino triunfal de otros lugares.
“La chica del tren” es lo
que solemos definir como un best seller,
con las virtudes y defectos de este tipo de narraciones. La novela ha sido
etiquetada también como un thriller psicológico, en el que se han querido ver
ecos de Alfred Hitchcock (“La ventana indiscreta”), Agatha
Christie, Ruth Rendell o Patricia Highsmith
(“Extraños en un tren”). Se trata de una
historia llena de intriga, suspense y tensión, en la que tienen preponderancia
temas como la infidelidad y la mentira, el sexo y la dominación o la soledad,
las obsesiones y el alcoholismo agudo que lleva incluso a la pérdida momentánea
de la memoria.
Estructurada
en muchos capítulos que agilizan su lectura, tres son las narradoras de la
novela (Rachel, Megan y Anna) que van alternando sucesivamente sus
intervenciones, siempre fechadas en su inicio a modo de un puzzle cronológico que,
aunque exige la necesaria atención, no resulta difícil de recomponer. La
historia transcurre en la periferia de Londres, principalmente en el verano de
2013. La protagonista y principal voz narradora es Rachel, una mujer frágil,
obsesiva y alcoholizada que no ha podido superar la separación de su anterior marido, Tom.
Rachel
sobrevive, gracias a los préstamos de su madre, en una habitación alquilada a
las afueras de Londres y cada día a primera hora de la mañana coge el tren para
ir a la capital donde supuestamente trabaja. En el trayecto, pasa por delante
de su antigua casa, ahora ocupada por Tom y Anna con su pequeño bebé. Unas
puertas más allá, en la misma calle, reside una pareja a la que Rachel idealiza
como modelo de felicidad y para la que inventa dos nombres falsos. Desde la
ventanilla del tren, un día observa algo diferente en la terraza de esa casa y
al poco tiempo la mujer (Megan) desaparece misteriosamente. Eso inicia una
intriga en la que todos estos personajes se ven involucrados en una red a
varias bandas de infidelidades adúlteras, pérdidas no superadas, violencias,
mentiras y pasiones ocultas. Unos personajes que no son lo que parecen y
muestran de puertas afuera, sino que esconden debilidades y pasiones
inconfesables que van a comenzar a salir a la luz a medida que avanza la trama
del relato.
Probablemente
pueden encontrarse si se buscan muchas trampas y trucos literarios en la
narración, pero no hay duda de que en ella se teje una historia bien hilvanada,
contada con fluidez y buen ritmo, y que, a pesar de lo reducido de los
escenarios en que transcurre, se lee con facilidad y creciente interés. Como no
podía ser de otra manera, de la novela se han vendido ya los derechos para que
pronto sea llevada al cine, con la actriz Emily Blunt en el papel protagonista
de Rachel. Antes, “La chica del tren” será casi con total seguridad el libro de
moda de este verano también en nuestro país.
Pues leí este libro hace muy poquito y, si bien esperaba algo más potente, disfruté mucho de su lectura.
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