Entre los años 1793 y 1795 tuvo
lugar la llamada Guerra contra la Convención que enfrentó a Francia
y España. El conflicto tuvo su origen en el triunfo de la Revolución
Francesa que se había producido en el país vecino en 1789. Las
ideas anticlericales y antimonárquicas de la Revolución y la muerte
en la guillotina del rey Luis XVI, primo del monarca español Carlos
IV, pusieron en alerta a la Corona española. La nobleza y el
influyente y beligerante clero español intentaron, y en un principio
consiguieron, la movilización popular apelando sobre todo a la
defensa de los valores religiosos y monárquicos que veían
amenazados por el expansionismo ideológico de los revolucionarios
franceses.
La guerra fue corta y su escenario
geográfico se limitó a las regiones fronterizas entre los dos
países. Tuvo especial incidencia en Cataluña y el País Vasco, pero
también hubo algunas escaramuzas de poca intensidad en el Pirineo
aragonés. Estos episodios en la parte central de la cordillera han
sido ampliamente estudiados por José Antonio Ferrer Benimelli y,
siguiendo sobre todo sus informaciones, yo mismo escribí en el
Llibré del año pasado un artículo sobre la repercusión de esta
guerra en nuestra comarca ribagorzana. No hice, sin embargo,
referencia en esa colaboración a “Viaje por el Alto Aragón.
Noviembre del año 1794”, que en 1997 publicó en la editorial La
Val de Onsera el recientemente fallecido León J. Buil Giral. En
estas líneas voy a centrarme en dicho libro y en las páginas que en
él se dedican a nuestra villa de Graus.
En “Viaje por el Alto Aragón”, y
tras una muy interesante y necesaria introducción, León Buil
transcribe, con algunas notas a pie de página, un informe manuscrito
que se halla en la Biblioteca de Palacio y del que el historiador
Ricardo del Arco dio la primera noticia. Aunque Buil no lo precisa,
suponemos que se trata de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid,
lugar de residencia de los reyes de España en aquel tiempo. El
informe relata, a modo de diario, un viaje realizado por el Alto
Aragón en el mes de noviembre de 1794. Aunque el francés Max Dumas,
en su “La vie rurale dans le haut Aragón oriental” de 1976,
atribuye el informe al Teniente visitador Bernardo López, León Buil
argumenta que su autor fue probablemente Francisco de Zamora, que
actuaría como enviado real para informar del estado de las defensas
en las poblaciones altoaragonesas, sobre todo en las pirenaicas y más
próximas a la frontera, con motivo de la Guerra contra la Convención
que se había declarado en el mes de marzo del año anterior. El
informante, que parece ajeno a la geografía aragonesa y posiblemente
fuera de origen castellano, muestra una cierta formación ilustrada y
estaría dotado de una fortaleza física notable, pues realiza en un
mes un intenso y rápido viaje por los difíciles e incómodos
caminos de herradura de aquel tiempo. Sus principales preocupaciones
son informar de la situación del ejército en los lugares donde hay
guarnición y constatar sobre el terreno los medios económicos y
defensivos aprovechables en caso de que la guerra llegara a
extenderse. No menos importante es comprobar “la receptividad que
encontrarían entre la tropa, y entre los paisanos, las doctrinas de
la Convención y la adhesión a la religión católica y a su
Católica Majestad”.
El
viaje se inicia el día 1 de noviembre en Monzón y termina en Jaca
el día 30 de ese mismo mes. El comisionado real llega a Graus el 10
de noviembre, procedente de Barbastro, desde donde dice que se tarda
seis horas en llegar a nuestra villa, tras hacer una parada en
Artasona y pasar por La Puebla de Castro. Las notas que escribe sobre
Graus muestran cierto desorden y hay alguna información no del todo
comprensible. Hay que tener en cuenta que, según explica León Buil
en su prólogo, el texto parece tener al menos dos amanuenses y uno
de ellos escribe con ortografía y caligrafía bastante deficientes.
Con la intención de que su lectura resulte más fácil y
comprensible, he ordenado aquí las notas de manera algo diferente a
como aparecen en el informe, y he entrecomillado sus transcripciones
literales.
Se dice de Graus que “tiene 400
vecinos”, que hay que entender como casas o familias, y que estos
son “bastante aplicados e industriosos”. Sobre su ubicación, el
informante escribe que “esta villa está situada al pie de un
elevado y escarpado monte, entre el cual y el río Ésera está el
pueblo”, que “por eso es muy corto para edificios” y carece de
ellos. Pero, “aunque está encerrado entre montes”, tiene delante
“una veguita bien arbolada de moreras que la hacen agradable”.
Estas moreras, que “se plantan en las lindes de los campos a seis
pasos”, no se podan, sino que sólo “se limpia lo seco” y, “si
no se hielan, se hacen eternas y dan mucho”. De ellas se extraía
bastante seda a través de la cría de gusanos. Esta pequeña
industria perduró hasta años más tarde en algunos pueblos de la
comarca. Así ocurrió en Torres del Obispo, como indica el
historiador local Ramón Burrel en su historia del lugar publicada en
1899.
De otros productos agrícolas
fundamentales, se dice que en Graus “el vino abunda mucho, se coge
algún aceite” y “le falta trigo”. También habla de las
patatas y explica que “fueron los alemanes que cultivaron la mina
de cobalto” quienes “introdujeron en Benasque y en Plan el uso de
las trufas o criadillas que han sacado el hambre en esta montaña”.
Como bien matiza León Buil en una nota a pie de página, el término
para referirse a las patatas no debería ser trufas sino “trunfas”,
que es como las gentes de la zona llamaban hasta hace bien poco a las
patatas. El cultivo de la patata, que sustituyó en buena medida al
de los nabos, se extendió por las zonas de montaña altoaragonesas
en el último tercio del siglo XVIII, y fue probablemente decisivo
para erradicar el hambre todavía bastante frecuente en estas
regiones. Sobre la ganadería solo se dice en el informe que
“trashuman los ganados de los montes de Aragón a la tierra baja y
la lana es de última”. Lo cual parece significar que se trataba de
una lana de fibra corta que se utilizaba en tejidos bastos.
El enviado real escribe que “en una
hora de circunferencia de Graus hay 19 o 20 lugares de 15 o 20
casas”. Deduce de ello que “así la agricultura está en buen
pie”, a pesar del “mal terreno y no tan buen temple como la
tierra baja”. Y concluye, según el criterio general de los
ilustrados españoles, que “esto indica que la montaña de Aragón
es lo más poblado de este Reino”. Es posible que, como hace notar
el editor en su nota, eso no se ajustara ya a la realidad, pues según
los censos de la época los lugares más poblados se encontraban en
la vegas de los ríos. Tal vez la abundancia de pequeños pueblos muy
próximos entre sí pudiera hacer pensar en una mayor población en
las zonas de montaña, aunque estas, obviamente, estaban entonces
mucho más pobladas que en la actualidad.
En
lo industrial, el informe destaca que en Graus “hay muchas fábricas
de aguardiente que llevan a Reus”, hasta donde hay “cuatro días
de camino”. También había dos acequias: “una del Ésera para
los molinos y huertos, y otra de otro arroyo para los papeleros”.
De estos, dice que “hay uno y se va a hacer otro”. De hecho, unos
cincuenta años más tarde, en el famoso Diccionario de Madoz de
mediados del siglo XIX, se recoge la existencia en Graus de varios
molinos harineros, dos fábricas de papel y una máquina para aserrar
madera. Francisco de Zamora (aceptemos como tal la identidad del
viajero) también indica que en la villa “hay algunos curtidores
que trabajan bien con corteza de quejigo” y que “las piezas las
traen de Barcelona”. Como señala Buil en una nota, se traían
pieles en bruto que, una vez secas, eran curtidas en Graus con sales
de alumbre y extractos de quejigo, fabricándose badanas, cordobanes
y suelas. Las cortezas de roble o quejigo se usaban para la
preparación de taninos, sustancias orgánicas que servían para
convertir en cuero las pieles crudas de animales. El viajero anota
también que en Graus “hay un proyecto para elevar la acequia del
Ésera, con lo que se aumentará el riego y la proporción [de agua]
para las fábricas”.
La descripción física de Graus es
algo breve y apresurada: “Las calles son bastante buenas para
pueblo, y la plaza graciosa”. “Hay un convento de dominicos, con
una iglesia y portada de buen tiempo”. “El puente de arriba lo
arruinaron los franceses en la Guerra de Sucesión, pero sin embargo
es fácil y útil recomponerlo, el otro es bueno”. En la Guerra de
Sucesión, que tuvo lugar en España a principios de ese siglo XVIII,
Graus tomó partido por el Archiduque austriaco y fue ocupado por las
tropas borbónicas que lo saquearon y causaron, entre otros
destrozos, el del citado puente de Arriba. Sin embargo, este ya
estaba arreglado en época de Madoz, pues en su Diccionario se citan
los dos puentes de sillería existentes sobre el río Ésera en los
dos extremos de la villa.
El informador real indica que “hay
una iglesia, la Virgen de la Peña, y sobre la peña está un peñón
amenazando de ruina que llaman el Morral”. Y sentencia: “Destruirá
Graus y quizá no tardará mucho”. Añade que “la ermita de la
Virgen no vale nada”. Y queda aquí la duda de si se refiere, como
parece, a lo que una línea antes ha llamado iglesia o alude a la
actual ermita de San Pedro o a alguna otra tal vez hoy desconocida.
Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el interés del
informante no sigue en ningún caso criterios estéticos o
artísticos, como ya hemos visto con el uso del único adjetivo
“graciosa” con que se refiere a la plaza grausina, sino casi
exclusivamente militares y defensivos en caso de guerra. Así se pone
de manifiesto cuando, después de hacer una escueta referencia a que
en la villa “predicó San Vicente Ferrer”, señala que “hubo
castillo sobre Graus y estuvo cercado: todo lo hemos abandonado y
todo no servirá para detener al enemigo”.
El comisionado real destaca que “son
singulares los edificios en Graus que se reducen a unas paredes de
adobes”, que tienen “una duración de cinco siglos”. También
señala que “hay aulas de estudio de gramática” y que “esto se
puede mejorar aprovechando el edificio de los jesuitas que no tiene
destino y se hundirá”. Y añade: “Graus por su situación y
lugar del contorno podía tener un buen colegio de educación”.
En cuanto a la historia del pueblo,
en las breves notas se recoge que “se han hallado en Graus algunas
monedas romanas en tanta abundancia que se llegaron a fundir por los
caldereros”. Se añade que “la voz Graus, gradus, indica que les
sirvió a ellos”. Parece querer decir que a los romanos les sirvió
el lugar, que les fue grato, de su agrado. En otra nota se dice que
“en lo antiguo Graus fue comerciante; le llamaban edoseta; y
decían, de los de Graus, guardaus”. No he oído nunca el término
“edoseta”, ignoro si Graus fue llamado así en otros tiempos o si
se trata de una transcripción errónea de otra palabra, pero tampoco
se me ocurre cuál pudiera ser.
Sobre las personas que el comisionado
conoció y visitó en Graus, destaca sobremanera Don Vicente Heredia
Bardají (que él escribe Bardagí). Transcribo íntegras las notas
que se dedican en el informe a este ilustrado grausino, naturalista,
autor de varios libros y catedrático de la Universidad de Huesca:
“Vi algunas casas y vecinos en Graus y son de buena educación y
estado”. “Vi en casa de Vicente Heredia: Essai sur Mineralogie
des Monts-Pirenees, suivé de un catalogue des Plantes observées
dans cette chain de montagnes. Paris chez Di (…) 1681”. “Graus
era muy pobre hasta que se introdujo la aplicación e industria. Todo
se debe a Don Vicente Heredia. Este tiene una huerta regada con la
cuerda infinita”. Según León Buil, la cuerda infinita sería una
noria circular de cangilones. Es obvio, por otro lado, que sorprende
gratamente al viajero ilustrado encontrar un libro de ciencia escrito
en francés en casa de don Vicente.
Además de a Vicente Heredia, el
enviado real trató en Graus a “Don Antonio Altamir y Cistué,
Hermano de la Orden, a Doña Josefa Bardagí y al Barón de San
Román”. Parece claro que el apellido del primero sería Altemir y
no Altamir, como se transcribe en las notas. Un poco más abajo se
añade que “el ingeniero bizco que conoce mejor los Pirineos se
llama Don Josef Talk” y que “el brigadier bueno es Don Landelino
Colens”.
Francisco de Zamora añade una
escueta pero elocuente nota sobre la tibia religiosidad de los
grausinos y la receptividad de estos ante posibles movilizaciones en
caso de hacerlas la guerra necesarias: “Sobre mi objeto nótese:
Que no oyen misa, etc. Que el paisanaje está propicio y que serviría
bien manejado con tino”.
El siguiente día, 11 de noviembre,
todavía estuvo en Graus el comisionado durante toda la mañana. Se
dedicó a informarse sobre el asunto militar que tanto le importaba
y, más, habida cuenta de que la villa contaba en ese periodo de
guerra con una pequeña guarnición militar. Primero visitó el
Hospital Militar: “Por la mañana vi en Graus el Hospital Militar
que está en casa que fue de los jesuitas: es capaz el edificio y
medianamente cuidado”. Luego añade la parte más crítica de su
informe: “Otro de los desórdenes del ejército es el cobrar
raciones y no tener caballos, o al menos por lo que cobran. Pero lo
que tiene estropeado y agraviado al país es el que estos oficiales
que cobran raciones, sacan bagajes; y los sacan otros para mujeres,
algunas putas, y los sargentos y otras clases deben ir a pie en sus
cuerpos”. O sea, que los oficiales cobraban para que el ejército
tuviera caballos pero ellos se lo gastaban en mujeres y, por esa
causa, los sargentos, cabos y soldados tenían que ir a pie.
A mediodía, el viajero salió de
Graus en dirección al norte: “Después de haber comido, salí de
Graus para Campo que dista seis horas. Vi a la derecha el lugar de
Torre de Ésera y a su izquierda Torre de Bato [sic], ambos pueblos
de 18 casas”. Luego pasó por Perrarruga [sic], Santa Liestra y
Murillo de Campo (así denominado y no Murillo de Liena) y continuó
subiendo hasta el valle de Benasque donde, por su condición
fronteriza, demoró algo más su estancia y elaboró un informe más
extenso. Después, el recorrido continuó por el norte en dirección
al oeste hasta terminar, un mes más tarde de haberse iniciado, el
día 30 de noviembre de 1794 en la ciudad de Jaca.
Carlos
Bravo Suárez
(Artículo publicado en El Llibré de las Fiestas de Graus 2016)