miércoles, 10 de agosto de 2016

SENDER Y LAS GALLINAS DE CERVANTES




Al celebrarse este año el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, parece oportuno recordar aquí el pequeño homenaje que Ramón J. Sender rindió al autor de El Quijote en su relato “Las gallinas de Cervantes”. Publicado por primera vez en México en 1967 en el libro “Las gallinas de Cervantes y otras narraciones parabólicas”, en España el cuento fue editado en solitario en 2002 por Plaza & Janés en su colección de bolsillo. También aparece, como es lógico, recogido en la Obra Completa de Ramón J. Sender (Tomo II, pp. 315- 356), publicada en 1977 por Destino, edición que yo he seguido a la hora de redactar estas lineas. De “Las gallinas de Cervantes” se hizo en 1988 una adaptación cinematográfica con el mismo título, dirigida por Alfredo Castellón e interpretada en sus principales papeles por Miguel Rellán, Marta Fernández Muro, Josep María Pou y Francisco Merino. La película mantiene en esencia la idea original del texto de Sender, aunque introduce algunas novedades, como la incorporación del personaje de El Greco, a quien Cervantes sirve de modelo en su cuadro “El entierro del Conde de Orgaz”.

El punto de partida en que se inspiró el novelista oscense para escribir el relato fue que entre los distintos bienes que su mujer, doña Catalina de Salazar Palacios, aportaba como dote en su boda con Cervantes figuraban veintinueve gallinas y un gallo. Así aparece recogido en el acta matrimonial de los esponsales que se celebraron el 15 de diciembre de 1584 en la localidad toledana de Esquivias, de donde era natural la contrayente. La ceremonia fue oficiada por el párroco Juan de Palacios, tío de la novia. Se dice que el matrimonio fue algo extraño, aunque tampoco tanto para aquellos tiempos, pues Cervantes, de 37 años, era un hombre de mundo que casi doblaba en edad a la novia, de 19, que hasta entonces apenas había salido de su pueblo manchego. Lo que parece fuera de toda duda es que don Miguel y doña Catalina se casaron por amor, que, como ya sabemos, suele ser ciego y no atender a las razones de la lógica.

A partir de este documento matrimonial verídico, Sender compone una obra disparatada y de tintes surrealistas en la que doña Catalina de Salazar sufre una progresiva y sorprendente metamorfosis en gallina. Así empieza la narración: “Lo que pasaba con la mujer de Cervantes, doña Catalina, era un poco raro al principio, más tarde llegó a ser alarmante y luego fabuloso e increíble”. Y enseguida el narrador concreta: “Lo que le pasaba a doña Catalina Salazar era que se estaba volviendo gallina”. Y esa transformación en ave de corral de la moza manchega recién desposada será el meollo argumental del texto que nos ocupa.

Sender explica su tratamiento literario en la breve nota preliminar a la narración: “Alguien tenía que escribir sobre las gallinas de la esposa de Cervantes y una de las modas de vanguardia (el surrealismo) me ha ofrecido a mí, tan enemigo de modas, la manera”. Y más adelante aclara: “Me refería al surrealismo como una escuela de vanguardia, pero la verdad es que ha existido siempre, desde 'El asno de oro' de Apuleyo hasta 'El cocodrilo' de Dostoyevski. La única añadidura de la escuela moderna es una ligera dimensión lírica que se produce con el desenfoque de los objetos reales o su deliberada distorsión”.

En referencia al tema elegido, Sender apunta que “el caso es que las gallinas llevan ya más de tres siglos cacareando y pidiendo un cronista, como le decía yo a Américo Castro cuando él me hablaba de lo poco que se había escrito sobre la vida privada de Cervantes”. El novelista altoaragonés admiró siempre a Cervantes, pero también denuncia la poca consideración que nuestro país tiene hacia sus personajes más valiosos: “En España más que en ningún otro país la gloria es solo de los muertos. Durante la vida de los héroes, los poetas o los santos ese sol brilla para ellos muy pocas veces, ya se trate de Hernán Cortés, de Pizarro, de Miguel Servet, de Gracián o de Cervantes. La envidia de sus coetáneos suele enturbiarles la atmósfera. A veces hasta hacerla asfixiante”. Pero la posterior fama universal de Cervantes y El Quijote es incuestionable: “El cielo de Cervantes es vasto e inmenso y rodea el planeta entero. Y está poblado de ángeles que repiten las palabras de Don Quijote en todos los idiomas del mundo”.

Sender, con ironía bien modulada, quiere dar en su relato una apariencia real a la transformación en gallina de la mujer de Cervantes: “Algún lector se extrañará de que yo escriba estas páginas sobre la mujer de Cervantes, pero creo que ha llegado el momento de decir la verdad, esa verdad que en vano ocultan Rodríguez Marín, Cejador y otros queriendo preservar y salvar el decoro de la familia cervantina. Siempre hubo un misterio en las relaciones conyugales de Cervantes y eso nadie lo niega. ¿Por qué no aparece su mujer viviendo con él en Madrid, en Valladolid? Es como si el escritor quisiera recatarla en la media sombra rústica de la aldea. ¿Por qué no la lleva consigo?”.

Además de la descripción del proceso de gallinización de Catalina, Sender introduce varios temas de interés en un relato que tiene más intenciones críticas y enjundia literaria de las que pudiera aparentar. Hay una clara contraposición entre la mentalidad abierta y cosmopolita de Cervantes y el mundo cerrado y mezquino de la familia de Catalina, que aparenta no ver la transformación de la joven e insinúa, sin hacer nunca mención directa a unos cambios cada vez más difíciles de ocultar, que esta pueda ser causa de la influencia negativa, y tal vez demoníaca, del propio Cervantes, por su condición de judío converso y por su prolongado contacto con herejes en su cautiverio en Argel, asuntos ambos a los que los tíos de Catalina no dejan de hacer continuas alusiones más o menos veladas. Hasta el punto de que don Miguel llega a temer ser denunciado ante la Inquisición. Por otro lado, los dos tíos y la propia esposa recriminan constantemente a Cervantes su incapacidad para ganar dinero como escritor. Cuando este trae a casa un halcón herido que ha encontrado en el campo, el animal será rechazado con hostilidad por Catalina y su familia. Sender recurre aquí a una clara contraposición metafórica entre los dos tipos de aves presentes ahora en la casa: las gallinas con su vuelo corto representan la mezquindad y la incapacidad para volar, mientras que el halcón encarna la gallardía, la elegancia y las ansias de ser libre.

Esta contraposición, que se manifiesta a lo largo de la novela, aparece ya en la antítesis con la que Sender presenta a Cervantes y a Catalina al final de su nota preliminar: “Por ese afán de simetría que existe en la vida moral lo mismo que en el mundo físicole correspondió a Cervantes (que buscaba en vano a su Dulcinea) la esposa más tonta ella nos perdone de la Mancha”. Esta caracterización literaria no parece ajustarse del todo a la verdad, pues, según su reciente biógrafo Segismundo Luengo, Doña Catalina no era tan tonta como Sender la pinta y, aunque no había salido nunca de su pueblo toledano, había recibido una esmerada educación y sabía leer y escribir, algo poco frecuente en las mujeres de la época. Además, pese a ausencias y desavenencias, el matrimonio duró más de treinta años, hasta la muerte de Cervantes. Doña Catalina sobrevivió diez años a su marido y a su muerte fue enterrada con Don Miguel en el mismo convento de las Trinitarias de Madrid, donde ella profesó como monja tras quedar viuda.

Otro aspecto destacado de la narración de Sender es la anticipación que se hace en ella de la creación del Quijote. Los personajes del relato van prefigurando en la mente de Cervantes la gestación de la que unos años después será su gran obra. Al personaje real del clérigo oficiante en la boda, añade Sender otro tío de la joven, llamado don Alonso de Quesada y Quesada, quien obliga a incluir en el ajuar de la desposada las mencionadas veintinueve gallinas con su correspondiente gallo. Desde el nombre y su figura hasta su extravagante carácter, todo en el personaje constituye el embrión literario que cristalizará más tarde en el Quijote: “Los nombres de aquel viejo hidalgo Alonso y Quesadale parecieron a Cervantes especialmente sugestivos. Pero Quesada podía haber sido Quijano y Quijada y se le ocurrió que añadiéndole el sufijo “ote” despectivo la sugestión era más completa”. La propia Catalina comienza a prefigurar a Dulcinea en la mente de su marido: “Antes de casarse había querido informarse sobre la familia de la novia y supo que sus abuelos venían del Toboso. […] Era Cervantes gran admirador de La Celestina y a la hora de dar a su novia un nombre idílico se le ocurrió hacerlo a imitación del de Melibea y Melisendra, esposa del infante Gaiferos. Si ellas eran dulces como la miel, dulce debía ser también doña Catalina. Así, pues, la llamó Dulcinea y por alusión a su linaje, del Toboso. En su conjunto el nombre quería decir Dulzura de la bondad secreta”.

A la casa de Esquivias acuden el barbero y el cura párroco del pueblo a jugar a las cartas con los dos tíos de Catalina. Dos clérigos, un hidalgo y un barbero. Aunque no se menciona el nombre del juego, se deduce que se trata del guiñote. Sender, al relatar una partida, introduce algunas expresiones usadas en este juego. Por el interés que puede tener el episodio para muchos lectores oscenses, reproduzco buena parte del pasaje:

“Cuando entraron en la casa seguían los dos curas, don Alonso y el barbero jugando a las cartas. […] Don Alonso echó a la mesa el tres de copas y dijo:
-Arrastro.
Quería decir que les obligaba a los otros a echar los triunfos que tuviera. Al barbero le contrarió aquello y replicó contrariado con palabras de bellaco tahúr:
-El culo por un barcero.
[...]Un barcero era un seto espinoso, una zarza en tierras de Aragón. También lo llamaban 'arto'. El barbero debía de ser de origen aragonés”.

No he rastreado todos los aragonesismos que, como en buena parte de la obra de Sender, hay en esta novela breve. Pero, además de las expresiones referidas al juego de cartas, encontramos por ejemplo en alguna ocasión la palabra esparver para referirse al halcón, al que Catalina y sus tíos suelen llamar despectivamente buitre o alimaña. En la zona más oriental aragonesa se utiliza bastante el término esparver, común al catalán, que en otros lugares de Aragón se convierte en esparvero o incluso esparavero, y que, aunque específicamente corresponde a la palabra castellana gavilán, se suele utilizar para referirse a cualquier ave rapaz de pequeño o mediano tamaño. En “Crónica del alba”, Sender escribe: “Yo he visto a los esparveres en mi pueblo volar y estar quietos en el aire, sin subir ni bajar. Y eran esparveres con su pico y sus garras”.

También al escribir sobre el gallineros de la casa de Esquivas parece Sender echar mano de sus recuerdos de infancia y juventud en tierras altoaragonesas: “Entretanto las gallinas iban retirándose a dormir. La última luz iluminaba sobre las bardas los vidrios rotos que, insertos en el adobe seco, las defendía contra posibles asaltantes. Porque había un campamento de gitanos en las afueras”. No creo que hubiera en el siglo XVII demasiado vidrio para poner en las paredes de los gallineros, y esas bardas de adobe con vidrios rotos pertenecen posiblemente a la memoria de juventud del escritor de Chalamera.

Los nombres de las veintinueve gallinas con los que Catalina sorprende a un Cervantes entre asombrado y dolido tal vez remitan también a los recuerdos juveniles de Sender, a unos tiempos en que en casi todas las casas de los pueblos aragoneses había gallineros y gallinas, a las que se solía dar nombres que aludían a sus características físicas más destacada. Estos son los nombres que da doña Catalina a las suyas: la Clueca, la Pita, la Gallipava, la Pintada, la Papuda, la Coquita, la Buchona, la Repolluda, la Escarbona, la Polianuda, la Barbeta, la Obispa, la Porcelana, la Overa, la Pechugona, la Pechugueta, la Caparazona, la Crestonera, la Cobadora, la Pepita, la Pollera, la Mantuda, la Rabiscona, la Reculona, la Moñuda, la Calcetera, la Roqueta, la Gallineta viuda y el Gallino. El nombre del gallo, Caracalla, tiene otras connotaciones y Cervantes lo relaciona enseguida con el emperador romano asesinado en el siglo III.

Tratándose de Sender y de Cervantes, el final no podía ser otro que una alegoría de la libertad. Don Miguel abandonó Esquivias y su atmósfera asfixiante y “se fue a Andalucía a reunir víveres para la expedición de la Invencible que fue vencida poco después”. De la transformación de Doña Catalina y de su vida posterior, dice Sender que nada más se ha podido averiguar.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en el suplemento "Alto Aragón" del número especial de las Fiestas de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón.

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