domingo, 26 de septiembre de 2021

JACK


         Con solamente cinco novelas –cuatro de las cuales han sido reseñadas en esta sección– y varios ensayos, Marilynne Robinson (Sandpoint, Idaho, 1943) se ha convertido en una de las más importantes e influyentes escritoras estadounidenses actuales. Doctora en Literatura inglesa por la Universidad de Washington, ha compaginado una extensa trayectoria profesional en el mundo de la docencia con su faceta investigadora y ensayística y ha publicado numerosos artículos en Harpers, The Paris Review y The New York Times Book Review.

Con su primera novela, “Vida hogareña”, publicada en 1980, fue finalista del Premio Pulitzer. Veinticuatro años después, vio la luz su segunda novela, que encumbró definitivamente a Robinson: “Gilead”, el testimonio de un pastor metodista en una pequeña localidad de Iowa, narrada en clave epistolar a su hijo de siete años, que fue galardonada, entre otros, con el premio Pulitzer 2005. En 2008 publicó “En casa”, cuya acción es contemporánea a “Gilead” y la complementa. En 2015, apareció “Lila”, la historia de la segunda mujer del pastor protagonista de “Gilead”. Ahora, dentro de la misma saga iniciada con “Gilead”, se acaba de publicar “Jack” que, como todas las anteriores, ha sido editada en España por Galaxia Gutenberg, con traducción del inglés a cargo de Vicente Campos.

Aunque forma parte de la saga iniciada con “Gilead”, y se entiende mejor en el contexto de las demás novelas de la serie, “Jack” puede leerse de manera independiente. El protagonista del relato es John Ames Boughton, conocido como Jack, el hijo pródigo del reverendo Boughton, que abandonó el hogar familiar de la ficticia Gilead en Iowa y ahora malvive en la ciudad de Saint Louis, en el estado de Missouri, como un vagabundo alcoholizado y de carácter autodestructivo, aunque sin abandonar las formas educadas y su afición a la poesía y los libros. Hospedado en una mísera pensión, sobrevive a base de pequeños hurtos y trabajillos eventuales y con la periódica ayuda económica de su hermano Teddy. De manera casual, conoce a Della Miles, una joven negra, profesora de un instituto y también hija de un pastor protestante. Obligados a pasar accidentalmente una noche entera encerrados en un cementerio, Jack y Della inician una difícil relación sentimental llena de obstáculos. La novela transcurre en la década de los años 50 del pasado siglo XX, en una zona aún muy segregacionista y racista, donde las relaciones interraciales entre un blanco y una negra no estaban nada bien vistas. 

Marilynne Robinson muestra de nuevo su maestría en la creación de personajes y en su tendencia a profundizar en sus perfiles psicológicos. Esto ocurre sobre todo con Jack, un hombre atormentado y pesimista al que la mala suerte en la vida le ha arrebatado la confianza en sí mismo. La narradora ahonda, a veces casi en exceso, en sus propios y siempre oscuros pensamientos. No ocurre así con Della, una mujer resuelta, decidida y valiente, cuyo carácter se describe simplemente a través de sus palabras y sus acciones. Los demás personajes de la novela son muy secundarios respecto a esta pareja protagonista, muy potente desde el punto de vista literario.

El estilo de Robinson ha sido calificado por algunos críticos como “realismo cósmico”, pues a la autora le interesan tanto la psicología de los personajes como la teología, la literatura o la historia. Sorprende el manejo que Jack y Della tienen de obras como “Hamlet”, de algunos poetas estadounidenses y de los textos bíblicos, aunque, no en balde, ambos son hijos de predicadores. Como ha dicho la propia autora en alguna entrevista, el tema de fondo es “¿Puede cambiar la gente? ¿Es posible aprovechar la oportunidad de manifestar otra parte de tu carácter? ¿Puedes aceptar la gracia de haber sido aceptado por alguien, con tus fallos?”. Sin duda, la novela destaca el efecto redentor que para Jack tiene haber conocido a Della.

Escribe Alejandro Palomas que “Marilynne Robinson es la gran autora contemporánea sobre cosas que no tienen nada que ver contigo. La gracia, la salvación, aquellos versículos de San Mateo, la contención, ser buenos, ser humildes, lo apofáctico (sic), batistas, presbiterianos, metodistas… Con estas desconcertantes coordenadas traza sus historias la escritora norteamericana, tan ajena a Twitter, Amazon, el cambio climático y el género electivo, tan distante del titular del día y la política caudal, que ya es raro que tenga un solo lector en el mundo, o un solo editor”. 

Tal vez precisamente por eso a algunos nos gusta tanto esta autora. Y su prestigio literario y su influencia no paren de crecer en los círculos literarios más exigentes. La lástima es que se prodigue tan poco, pero Robinson trabaja a fondo sus textos y no parece tener prisa en publicarlos. Por eso, sus relatos tienen el sabor de aquello que se ha cocinado a fuego lento, dedicándole el tiempo necesario para que el resultado final sean unos libros bien elaborados, que satisfagan a los paladares literarios más exquisitos.

   “Jack”. Marilynne Robinson. Galaxia Gutenberg. 2021. 336 páginas.


sábado, 25 de septiembre de 2021

ASCENSIÓN AL PICO ESTÓS O TUCA DALLÍU POR EL VALLE DE LITEROLA


En una excursión organizada por el Centro Excursionista Ribagorza fuera de su programa oficial, trece miembros del club grausino ascendimos el pasado domingo al Pico Estós o Tuca Dallíu, en el valle de Benasque. Por su privilegiada situación entre los valles de Literola y Estós, la Tuca Dallíu, de 2532 m. de altitud, es un excepcional mirador que permite contemplar extraordinarias vistas de los tres principales macizos montañosos del valle: Posets o Llardana, Perdiguero y Maladetas y Aneto.

            La mayor parte de los participantes en la actividad salimos de Graus a las 6.30 horas, para dirigirnos con nuestros vehículos hasta Benasque y continuar por la A-139 en dirección a Llanos del Hospital. Antes de llegar a este lugar, aparcamos nuestros coches en una pequeña explanada a la derecha de la carretera, justo a la entrada al valle de Literola, señalizada a la izquierda de la calzada y situada a 1620 m. de altitud. El valle de Literola está formado por el barranco del mismo nombre, un afluente del río Ésera por su margen derecha.

            Algo antes de las ocho, y con una temperatura bastante baja, comenzamos la excursión andando, siguiendo los indicadores y adentrándonos en el valle de Literola por una zona boscosa de pinos y abetos. En pocos minutos, salimos a zona abierta, donde recibimos con alivio los primeros rayos de sol. El astro rey ya nos acompañaría durante toda la excursión y la temperatura fue subiendo con rapidez, obligándonos a desprendernos de la ropa de abrigo que habíamos necesitado al inicio del recorrido.

            El sendero asciende por el centro del valle, con el barranco de Literola a nuestra izquierda. Es el mismo itinerario que lleva al ibón blanco de Literola y al pico Perdiguero que, con su hermano pequeño Perdigueret en primer plano, iba asomando ante nosotros en lo alto del valle. Sin embargo, en un cruce de caminos señalizado, nosotros dejamos el sendero principal para girar a la izquierda y dirigirnos a la pequeña cabaña pastoril de Literola o del Forcallo. Descendimos hacia el barranco, que cruzamos por un puente de madera, y llegamos a la cabaña, rodeada de un espacio de plantas, ahora bajas, de intenso color verde. Pasado este oasis de verdor, iniciamos la ascensión hacia el collado de Dallíu. Tras una zona más pedregosa pero con tramos también herbosos, alcanzamos el collado, ya a 2365 m. de altitud, y situado en la divisoria de los valles de Literola y Estós.

            En este punto hicimos una pequeña parada para contemplar las extraordinarias vistas que se abrían ante nosotros en una mañana soleada, de  cielos limpios y azules. Destacaba el macizo de Posets, con algunas nieves nuevas caídas el día anterior. A la derecha del collado, se eleva el Turó del Frontonet, de 2420 m. de altitud. A la izquierda, nuestro objetivo: el Pico Estós o Tuca Dallíu, de 2532 m., cuya ascensión final emprendimos con decisión. La subida es corta, y aunque empinada al principio y con algo de piedra suelta, no ofrece grandes dificultades para quien esté acostumbrado a la montaña. En poco rato, llegamos todos a la amplia cima del pico, donde repusimos fuerzas, hicimos algunas fotos y contemplamos las amplísimas panorámicas que se divisan desde esta extraordinaria atalaya.

            En el descenso, y a la vuelta, repetimos el mismo itinerario que a la ida. El recorrido total fue de algo más de 10 km, con 922 m. de desnivel acumulado. Nos costó alrededor de cinco horas con la larga parada en la cima. Fue una magnífica mañana de montaña.

(Excursión del 19 de septiembre de 2021)

Artículo publicado en Diario del Alto Aragón

EXCURSIÓN DESDE CAMPO A LAS POZAS DE BARDAJÍ





El grupo excursionista grausino Tardes al Sol realizó la semana pasada una bonita excursión circular desde la localidad ribagorzana de Campo hasta el pequeño pueblo de Biescas de Bardají, con paradas en las ruinas del castillo de Sin, las escondidas pozas del barranco de Biescas y un enebro o chinebro milenario próximo al camino.

Los trece participantes en la actividad salimos de Graus en nuestros vehículos para dirigirnos a Campo. Desde la carretera, donde aparcamos, atravesamos el casco antiguo de esta población en dirección al este. Tras pasar por la plaza mayor y su iglesia de la Asunción, a la salida del pueblo, junto a la ermita de San Sebastián y en un pequeño parque, tomamos un camino a la izquierda que se dirige a las ruinas del castillo de Sin. Es el PR-HU122, señalizado con marcas blancas y amarillas. Desde Campo al castillo hay poco más de dos kilómetros que recorrimos en una media hora. Primero por terreno abierto y luego por un pinar que nos proporcionó una agradable y deseada sombra, seguimos un desvío a la derecha y llegamos a las ruinas de esta antigua fortaleza que parece datar de finales del siglo IX. Desde este punto hay unas magníficas vistas del Turbón, Cotiella, Cervín y la sierra Ferrera.

Tras una parada, retornamos al cruce y seguimos hacia la localidad de Biescas de Bardají, que enseguida divisamos con el Turbón al fondo. A lo largo del camino se levantan varios majestuosos robles centenarios. Al llegar a una fuente, encontramos un cruce de caminos. El de la derecha, como se lee en un indicador de madera, lleva a las pozas. Nosotros decidimos seguir el sendero de la izquierda y hacer primero una visita a Biescas. En pocos minutos, llegamos a esta pequeña localidad perteneciente al municipio de Valle de Bardají, que alberga escasamente una decena de casas. A las afueras se encuentra la iglesia de San Saturnino, restaurada hace unos años y de estilo románico lombardo.

Desde la iglesia, y sin desandar nuestro camino, volvimos hasta el cruce de la fuente y las pozas, hacia las que ahora ya nos dirigimos. Las pozas del barranco de Biescas, que en algunos mapas se denomina barranco de Cervín, son un lugar sorprendente, de considerable belleza y gran frescura. En un paraje de frondosa vegetación, por un capricho geológico, se han ido formando en el cauce del río unas pequeñas presas naturales que componen una sucesión de pozas, de no excesiva profundidad, pero propicias para un baño refrescante. El camino desciende por la margen derecha del río hasta un punto en que se corta porque la madera de una pequeña pasarela se ha podrido e impide el paso. Nosotros cruzamos el barranco y subimos a la carretera para descender un poco más delante de nuevo al barranco y continuar por el camino señalizado en dirección a Campo.

Al alcanzar un pequeño collado, un sendero a la derecha nos acerca hasta un enebro o chinebro milenario que merece la pena ver. Es un impresionante ejemplar, cuyo tronco tiene unos tres metros de diámetro y que, según los entendidos, ronda los dos mil años de antigüedad. Desde aquí, retornamos al sendero y por un camino de margas volvimos a Campo. Habíamos recorrido una distancia de 9 km, con 256 m. de desnivel acumulado. En casi cuatro horas, pero con numerosas y largas paradas en los muchos lugares de interés del camino.

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

https://www.diariodelaltoaragon.es/noticias/deportes/2021/09/16/desde-campo-a-las-pozas-de-biescas-de-bardaji-1519689-daa.html?utm_source=facebook.com&utm_medium=socialshare&utm_campaign=desktop&fbclid=IwAR2MPQHoLeukwgF5eQJro35FgL6kQjHD2e5H8GT8nACdo_UdU7xIt_dOt5w

domingo, 12 de septiembre de 2021

LOS DÍAS PERFECTOS


 

“Los días perfectos” ha sido una de las sorpresas literarias de los últimos meses. Su autor es Jacobo Bergareche (Londres, 1976), español aunque nacido en Londres y muy poco conocido hasta ahora en el mundo de la literatura, que compagina la escritura con su trabajo como productor y guionista de series de ficción. Ha publicado el poemario “Playas” (2004), la obra de teatro “Coma” (2015), la colección de libros infantiles “Aventuras en Bodytown” (2017) y el ensayo autobiográfico “Estaciones de regreso” (2019). Bergareche residió en Austin durante cuatro años y en el Harry Ransom Center de la capital de Texas pudo investigar la correspondencia privada de varios escritores. Como consecuencia de esa investigación, surgió la idea de escribir “Los días perfectos”, la primera novela del autor, que publicó Libros del Asteroide el pasado mes de mayo y está teniendo un éxito en buena medida inesperado.

“Los días perfectos” tiene como protagonista a Luis, un periodista cansado de su trabajo que asiste a un congreso en Austin, Texas, para poder encontrarse de nuevo con Camila, con quien el año anterior mantuvo un idilio extramatrimonial en este mismo lugar. La aventura supuso un momento excepcional en su vida y aquellos días perfectos de desbordante pasión con su amante, también casada, suponen un contrapunto radical con el tedio y la rutina de su vida matrimonial. Y esta contraposición constituye el tema central y nuclear de la novela. “Con altas dosis de verdad y humor y una enorme fuerza narrativa, Jacobo Bergareche arrastra al lector en esta singular y cautivadora novela que explora de forma universal la fiebre del enamoramiento y la inevitable rutina de las relaciones de largo recorrido”. El autor, que se confiesa en alguna entrevista como felizmente casado, ha señalado también que la novela constituye en buena medida una impugnación del matrimonio. En algún momento del libro el propio Luis indica que en las ceremonias matrimoniales el “hasta que la muerte os separe” debería sustituirse por “hasta que el tedio os separe”.

El libro está dividido en dos largas cartas (mucho más la primera que la segunda) escritas por Luis a su amante Camila, que en el último congreso ya no repite la aventura anterior, y a su mujer Paula, antes de regresar a casa desde Estados Unidos. Aunque hoy parezca algo casi inconcebible la escritura de cartas de puño y letra, y así lo reconoce el propio protagonista, el recurso literario funciona bien y no hace perder fluidez a la narración sino todo lo contrario. Dentro de la novela adquiere una considerable importancia como historia paralela la correspondencia entre el escritor William Faulkner y su amante Meta Carpenter, que se prolongó desde 1936 a lo largo de varios años y que Luis estudia a fondo en el impresionante archivo del Harry Ransom Center de Austin. Hay una frase de Faulkner en una de las cartas que Luis repite a modo de axioma: “entre el dolor y la nada, elijo el dolor”. “La lectura de esta larga correspondencia lo ayuda a reconstruir el recuerdo de su aventura amorosa y a reflexionar sobre su tedioso matrimonio, pero también a preguntarse cómo hay que vivir para lograr que cada día valga la pena”. En el libro se reproducen incluso algunos de los dibujos con los que Faulkner ilustraba las cartas a su amante.

Ya para terminar, reproduzco uno de sus párrafos que he subrayado especialmente en la lectura del libro, porque puede servir a la vez como síntesis y explicación de su título: “Hay que identificar esos días perfectos en arquetipos que funcionen como los standards de jazz, días amados a los que hemos extraído su melodía para poderla usar de base, de plantilla, para tocar de nuevo en pareja e improvisar juntos en otro momento. Días que no necesitamos explicarnos ni recordarnos el uno al otro, que sean parte de un repertorio a prueba de óxido, que no admita desgaste, como los standards de jazz que jamás se desgastan, que pueden tocarse mil veces sin dejar de ser nunca ellos mismos”. Pero no nos engañemos, esos “perfect days”, como la canción de Lou Reed que Luis cita, no son demasiado frecuentes. Son lo excepcional. Y es que si lo fueran se convertirían ya en la denostada rutina  y se acabaría produciendo el “The Thrill is Gone” del clásico del blues de B. B. King, también citado en el libro.

Como ha escrito recientemente Vargas Llosa, “Los días perfectos” es una novela “amena, divertida, insolente y muy bien escrita”. Realmente Berganeche  ha irrumpido con una fuerza y una brillantez muy poco frecuentes en el panorama narrativo actual. Esperemos que a esta primera y deslumbrante novela vaya añadiendo otra más en el futuro.

“Los días perfectos”. Jacobo Bergareche. Libros del Asteroide. 2021. 184 páginas.

viernes, 10 de septiembre de 2021

CASTARLENAS





Castarlenas es un despoblado perteneciente al municipio de Graus, del que dista unos catorce kilómetros. El acceso más rápido a Castarlenas se realiza desde Torres del Obispo, por una pista de tierra de unos cuatro kilómetros. Hay, al menos, otros dos caminos para ir de Torres a Castarlenas. Uno, situado más al oeste, y otro, que se conoce como el camino del Medio. Desde Torres, la pista principal a Castarlenas se toma en la entrada al pueblo, pero en vez de ir hacia el interior de la localidad por el Paseo, hay que desviarse hacia La Cruz, en dirección al cementerio. Antes de llegar al cementerio, encontramos un pilaret dedicado a San José. Si, en este punto, no continuamos por la pista principal y tomamos un desvío a la izquierda, subiremos al despoblado por el camino del Medio. Por uno u otro camino, ir de Torres del Obispo a Castarlenas andando viene a costar alrededor de una hora.

El topónimo Castarlenas (Castarllenas en el habla local) procede del término latino “castro”, que significa “castillo”, y del posiblemente prerromano “liena”, que significaría “laja” o “losa”. El significado del nombre del lugar sería, por tanto, “castillo de losas”. Hay una primera referencia histórica a Castarlenas en un documento del año 1078 en el que el rey Sancho Ramírez dona este lugar a un tal Gombao Ramón para que lo repueble y construya en él un castillo. Tal vez esta fortaleza tuviera alguna importancia en la toma de Graus del año 1085 por parte del monarca aragonés que, para evitar los errores cometidos por su padre, asfixió la resistencia de los musulmanes usando o tomando previamente todos los castillos circundantes a la villa. En cualquier caso, la situación en alto de Castarlenas, y su dominio del valle del Sarrón, otorgaría un papel estratégico fundamental a este emplazamiento en tiempos medievales.

En el año 1970, y después de tres años viviendo solos en el pueblo, el matrimonio compuesto por José y María, de Casa Rosa, y ya de una edad bastante avanzada, se fue a vivir a Graus, dejando Castarlenas completamente despoblado. Culminaba así el abandono del pueblo que se había ido produciendo a lo largo de la década anterior. Muchos de los vecinos del lugar se trasladaron al vecino Torres del Obispo y algunos lo hicieron a Graus. Otros, los menos, se fueron a la comarca de La Litera o a Lérida o Barcelona. El pueblo empezó un rápido proceso de deterioro y ruina, acelerado por la venta o el robo de las tejas de las casas. Sólo la majestuosa iglesia parroquial, dedicada a San Pedro Apóstol, se mantuvo en pie. Y así sigue haciéndolo hasta la fecha, vigilando desde lo alto todo y dibujando una bella y característica silueta que se divisa, imponente, desde buena parte de la redolada.

Antes de pertenecer al municipio de Graus, Castarlenas constituyó municipio con Barasona, hasta que este quedó anegado por las aguas tras la construcción del embalse Joaquín Costa, a finales de la década de los años veinte del pasado siglo. Castarlenas llegó a tener más de veinte casas abiertas y en 1910 tuvo censados 131 habitantes. Nunca llegó a disponer de luz eléctrica ni de agua corriente y, pese a su proximidad con Torres del Obispo, tampoco tuvo nunca carretera asfaltada. Uno de los mayores problemas del lugar fue la escasez de agua. Había varias balsas y lagares para recoger agua de lluvia y una fuente-pozo a cierta distancia del pueblo. Esta fuente, que todavía puede visitarse, tenía unos escalones de piedra y la extracción de agua podía entrañar cierto peligro. De hecho, siempre se decía, y al parecer era una noticia cierta, aunque no he logrado averiguar cuándo se produjo, que una niña se había ahogado en ella tras caer al pozo cuando intentaba sacar agua.

Pese a todo, Castarlenas no era un pueblo pobre. Tenía, sobre todo, muchos olivos y una importante producción de aceite. De Castarlenas, procede la gran prensa aceitera que se halla en el Placeta de la Compañía de Graus. También tenía algo de viña y bastantes almendros. Además, mientras en otros lugares las almendras se helaban a menudo, el clima más benigno y soleado del que disfrutaba el pueblo hacía que estas heladas fueran allí mucho menos frecuentes. Tengo el recuerdo de mi padre cuando, en mi infancia, subía mucho a Castarlenas con su camión –decía que tenía que hacer maniobras en algunas curvas– y hacía muchos “viajes” cargado de olivas y de almendras que llevaba a Graus, al molino de aceite de la familia Subías, propietaria de “La Farinera”, o a Casa Pallarol, respectivamente. Consecuencia de ese microclima, casi mediterráneo, que se da en el lugar, es la abundancia de las puntiagudas “pitas” y de muchos granados en las laderas que se orientan hacia el mediodía.

Me son familiares, por haberlos oído mucho desde mi infancia y por la vinculación de algunas de ellas con mi familia, muchos de los nombres de las casas de Castarlenas. Aunque puedo dejarme alguna, citaré aquí todas las que recuerdo o he documentado. Son Casa Amat, Casa Andrés, Casa Barrós, Casa Cortés, Casa Chacinto, Casa Chaime, Casa Chusepet, Casa Figuera, Casa Guardia, Casa Guarné, Casa Maruja, Casa Miquel, Casa Paniello, Casa Pascual, Casa Penero, Casa Sarrau, Casa Rosa, Casa Rivera, Casa Vidal y Casa Viola. Además de La Abadía, que posiblemente fue en su momento vivienda del cura –cuando lo hubiera, pues durante bastante tiempo creo que subía allí el de Torres del Obispo– y donde estuvo también la escuela y la vivienda del maestro, el último de los cuales creo que se llamaba don Tirso. Las casas Chacinto, Chusepet, Cortés, Figuera, Guarné, Miquel, Pascual, Penero, Sarrau y Vidal bajaron a vivir a Torres del Obispo. Amat, Barrós y Rosa se fueron a vivir a Graus.

La Casa Vidal era la más pudiente de las casas de Castarlenas. En su casa del pueblo tenían una capilla privada dedicada a San Mamés. También poseían un mas o casa de campo que se conocía como La Torre Vidal. Cuando dejaron Castarlenas, los integrantes de la Casa Vidal bajaron a vivir a Torres del Obispo. Se apellidaban Azlor y eran cinco miembros: los padres (José y Elvira) y tres hijos (María José, José Vicente y Aurora), que fueron a las escuelas de Torres del Obispo, donde había un maestro para los chicos y una maestra para las chicas. Recuerdo la casa de Torres donde vivían y que en el patio tenían una vaca y vendían leche. Después se fueron a vivir a Secastilla, de donde era la madre, la señora Elvira, y pasaron a ser conocidos como Marro de Secastilla.

El lugar de encuentro de la gente de Castarlenas era El Portal, que unía la parte baja del pueblo con la plaza de arriba y la iglesia. En El Portal, se sentaban los habitantes del pueblo para charlar y estar frescos; sobre todo, en verano. Las fiestas mayores del pueblo se celebraban el 17 de agosto en honor a San Pedro. Duraban tres días, los gastos de los dos primeros días corrían a cargo de los solteros y los del tercer día los pagaban los casados. Se hacía baile en las eras y pasacalles por el pueblo. En algunos años, iban orquestas de Estadilla como La Casino o La Columbia. Para el 13 de mayo se celebraba una segunda fiesta dedicada a las Santas Reliquias.

Como todos los pueblos de la zona, los de Castarlenas tenía un mote. Se los llamaba “mantequeros”. A los de Torres les decían “cebollons”; a los de Pueyo de Marguillén, “la ballena”; a los de Juseu o Chuseu, “los moros”; a los de Graus, “guardaus”; y a los de Benabarre, “la guineu”. En general, eran motes cariñosos que se usaban para hacer bromas entres las gentes de los distintos pueblos. Todos los habitantes de estos lugares solían reunirse en Graus los lunes, que era el día de mercado. Los de Castarlenas solían ir en burro o caballería y les costaba más de dos horas de trayecto la ida y otro tanto la vuelta. Para comprar o vender animales y para aprovisionarse eran muy importantes las tres ferias que se realizaban en Graus; sobre todo, la de San Miguel en septiembre. También recuerdo de niño que, al menos el padre y el hijo de Casa Amat, solían ir en una burreta a la romería a la ermita de la Virgen de las Ventosas, que se celebraba el 8 de septiembre.

Tras su despoblación, el pueblo, o parte de él, fue comprado por sucesivos propietarios. En los años 80, se rumoreó que se iba a instalar allí un camping. El supuesto proyecto se quedó en la instalación, a la entrada del lugar, de un bungalow de madera que aún puede verse a la derecha del camino, medio engullido por la vegetación. Actualmente, parte del pueblo y muchas de sus tierras son propiedad de la familia Samaranch, que las utiliza como un extenso coto privado de caza.

En el extremo suroriental del pueblo, pueden verse todavía algunos antiguos silos que parecer datar de época medieval. Se trata de unos depósitos circulares excavados en la roca. Algunos están cubiertos con un pequeño tejado y casi todos están tapados por las ruinas caídas y llenos de tierra. Aunque muchos autores creen que eran para guardar aceite, parece mucho más probable que estuvieran destinados a almacenar el grano del cereal.  

Pero la joya arquitectónica del pueblo, y único edificio que permanece en pie, aunque en progresivo y parece que inexorable deterioro, es su iglesia parroquial dedicada a San Pedro Apóstol, una majestuosa construcción de estilo gótico-renacentista cuyas dimensiones dan idea del poder económico que tuvo lugar en otros tiempos. Sobre la imponente nave de ábside poligonal orientado al este, reforzada con contrafuertes en las esquinas y rematada con una galería de ladrillo de arcos de medio punto, se levanta una vigorosa y vigilante torre de cuatro alturas y cinco pisos culminada con un tejadillo octogonal de losa.

Elemento muy destacado de la iglesia de Castarlenas es su bella portada renacentista, que todavía se conserva íntegra. En ella, entre otros ornamentos, destacan unos angelotes gordos y reclinados que portan cornucopias. Esta portada, a la que cada vez resulta más complicado acceder, tiene muchas similitudes con la de la iglesia de Torres del Obispo, aunque ésta tiene frontón y un arquitrabe decorado con guirnaldas. Si bien, tal como se ha  reclamado desde diversas entidades y asociaciones, lo deseable sería poder salvar la iglesia en su integridad, tal vez fuera más fácil y factible trasladar la portada, que está construida por piezas que se podrían desmontar y volver a montar después, a un lugar donde estuviera protegida y pudiera así evitarse la destrucción que acarrearía el derrumbe de la iglesia sobre ella.

Para concluir con la iglesia de Castarlenas, hay que decir, en esta publicación grausina, que parece muy probable que en su construcción participara el maestro Antonio Orsín, nacido o residente en Graus, cuya intervención en la construcción de la iglesia parroquial de Laguarres es prácticamente segura al figurar su firma y la fecha de 1596 en su portada. Este mismo maestro habría participado en la construcción de la basílica de la Virgen de la Peña de Graus y en otras iglesias de la zona.

He querido recordar en este artículo, con cierta nostalgia y no poca tristeza, al hoy despoblado Castarlenas, que aún llegué a ver habitado y del que conocí, y aún conozco, a muchos de sus antiguos pobladores. Sirva como homenaje y memoria de tantos otros lugares de nuestra comarca que perecieron víctimas de la emigración y el abandono. De Castarlenas, ya solo nos queda en lo alto la bella y vigilante silueta de su iglesia. El día que ella se desmorone, la ruina y el abandono se apoderarán por completo del lugar y se extinguirá del todo la huella de un pueblo que tuvo en otro tiempo un brillante pasado lleno de esplendor y vida.

(Artículo publicado en El Llibre de las Fiestas de Graus 2021)

EL CER ASCIENDE TRES TRESMILES EN EL PIRINEO FRANCÉS




 

El Centro Excursionista Ribagorza, con sede en Graus, realizó el pasado domingo una completa excursión por la Reserva Natural del Neouvielle, en el Parque Nacional de los Pirineos franceses. En un itinerario circular, el grupo montañero ascendió a tres picos de más de tres mil metros de altitud: el Campbieil (3173 m.), el Lentilla (3157 m.) y el Estaragne (3006 m.). Fue un día soleado, con buena visibilidad y una temperatura muy adecuada para la práctica del montañismo, en una jornada que resultó muy satisfactoria para los excursionistas.

Los quince participantes salimos en su mayor parte desde Graus a las 6 horas y recogimos, de camino, a otros excursionistas de otras procedencias cercanas. Con nuestros vehículos, cruzamos la frontera por el túnel de Bielsa y descendimos, ya en tierras galas, por las localidades de Aragnouet y Fabian. Desde Fabian, a la izquierda, tomamos una estrecha carretera, de unos 11 km, que nos llevó hasta el aparcamiento de Cap de Long, junto a la presa del lago de ese nombre. Desde allí, a 2175 m., empezamos nuestra excursión andando. Frente a nosotros se mostraban ya algunos de los gigantes del Pirineo francés, que íbamos a ver a lo largo del primer tramo de nuestro recorrido; el  turón  y el pico del Neouvielle, Los Tres Consejeros o el pico Ramoun. Todos por encima de los tres mil metros.

Desde el aparcamiento, y por zona de sombra, comenzamos a bordear el embalse de Cap de Long, por la margen izquierda en el sentido de la marcha. Sin apenas ganar altura, sorteamos pequeñas subidas y bajadas entre grandes rocas de granito. Tras casi una hora, llegamos a la cola del pantano y comenzamos a subir por terreno pedregoso y con fuertes torrentes de agua descendiendo entre las rocas. Llegamos a un espacio más verde y amable, un remanso del barranco con muchas flores algodonosas y rodeado de hierba, donde hicimos una parada para reponer fuerzas.

Tras el breve receso, continuamos la ascensión, cruzando entre piedras las aguas de algún torrente y ampliando nuestras vistas a medida que nos elevábamos. Poco después, acometimos la subida final hacia el Campbiel por un sendero muy marcado entre piedra fina, con fuerte ascenso y sin apenas  zigzags que lo suavizaran. Al mirar atrás, teníamos extraordinarias vistas del Pic Long, que con sus 3192 m. es  la montaña más alta del Pirineo francés, el Badet o el Maou. Llegamos con esfuerzo a un collado, a cuya izquierda teníamos el Campbieil y a la derecha el Lentilla. Decidimos ir primero a este segundo pico, incluido desde hace poco entre los tresmiles oficiales. En poco más de diez minutos llegamos al Lentilla, a 3157 m., que toma su nombre de una planta que se halla en sus laderas. Desde aquí, las vistas son extraordinarias. Solo Monte Perdido y su glaciar estaban tapados por las nubes, pero vimos la brecha de Rolando o el Vignemale o Camachibosa, entre otros muchos lugares pirenaicos.

Tras algunas fotos, fuimos por la fácil y rápida cordada hasta el Campbieil, principal objetivo de nuestra excursión. Con sus 3173 m., este es el segundo pico más alto de la cordillera gala. Su nombre parece significar Campo Viejo en occitano. Desde el Campbieil, decidimos continuar hasta el Estaragne. Al poco del inicio del descenso, hay un paso por losas de roca inclinadas bastante expuesto, que logramos pasar unos con más apuros que otros. Tras un tramo de bajada, volvimos a subir de nuevo para alcanzar la cima del Estaragne que, a 3006 m., fue nuestro tercer tresmil del día. Luego, ya todo fue descenso hasta llegar a la carretera, un par de km más abajo del aparcamiento de Cap de Long donde habíamos iniciado nuestro itinerario. Habíamos recorrido unos 13 km, con 1178 m. de desnivel de subida y 1256 de bajada, en algo más de 8 horas con las paradas. Con la alegría de haber vivido un gran día de montaña.

https://www.diariodelaltoaragon.es/noticias/deportes/2021/09/09/ascenso-a-tres-tresmiles-en-francia-1518181-daa.html?fbclid=IwAR38YN-wvSV0mFR19AT4pbJ2WPf2ssU1PlpyAB0OLhg2geRS2O2WxlYsiHo

jueves, 2 de septiembre de 2021

COMPLETA EXCURSIÓN CIRCULAR DESDE LASPAÚLES




 

El pasado lunes, el grupo grausino de amigos excursionistas llamado Tardes al Sol que, normalmente y como su nombre indica, programa excursiones por las tardes, organizó una excursión matinal con inicio y fin en la localidad ribagorzana de Laspaúles en la que participamos 25 personas.

Los caminantes salimos de Graus en nuestros vehículos a las 7.30 horas y nos dirigimos por carretera hasta Laspaúles desde donde, a las 8.45 horas, iniciamos nuestra excursión a pie. Desde el centro del pueblo, subimos hacia el Rodero de San Roc, donde hay ahora una pequeña ermita dedicada a este santo y un barrio residencial. Aquí, según parece, fueron ejecutadas en 1593 las 22 mujeres de la zona acusadas de brujería por el Consell de Laspauls, constituido por gentes del lugar.

Desde este punto, ascendimos por una estrecha carretera local hasta la pequeña y próxima localidad de Villarrué que, según las últimas mediciones oficiales, es, con sus 1534 m. de altitud, el pueblo más alto del Pirineo aragonés. En Villarrué, paramos un momento para contemplar su preciosa iglesia de San Esteban, de estilo románico lombardo. Continuamos por una pista que gira hacia el oeste y, en poco rato de subida, nos lleva a Casa Arcas, restaurada vivienda habitada que tiene una pequeña capilla dedicada a Santa Ana. A la salida de la casa, encontramos dos pistas. Tomamos la de la izquierda y buscamos un sendero bastante desdibujado que desemboca en un camino más ancho que nos condujo a la impresionante Casa Rins. Se trata de un restaurado caserón con orígenes medievales, que integra una capilla dedicada a San Andrés y un esbelto torreón cilíndrico en uno de sus extremos. Gracias a la amabilidad de sus propietarios, pudimos visitar su interior y disfrutar de una larga y provechosa parada.

Desde Casa Rins, subimos por una pista en dirección al oeste y, en un collado, giramos hacia la izquierda para descender por un sendero muy limpio hasta San Valero, o Sant Valeri, una aldea deshabitada perteneciente al municipio de Bisaurri. Entre su arruinada iglesia y el caserío de la aldea, tomamos un camino a la izquierda que parece terminar en una perrera. Allí hay que coger un sendero poco evidente que, por una ladera, desciende hasta un barranco. No hay señales y es fácil equivocarse al atravesarlo. En cualquier caso, es preciso buscar hacia la derecha una trocha que serpentea por una ladera de tierra rojiza y desemboca en un camino más ancho y ascendente, hasta llegar a un cartel indicador que nos dirige hacía la ermita de Santa Paula de Turbiné.

Siguiendo una pista a la derecha, llegamos en pocos minutos hasta esta preciosa y solitaria ermita de estilo románico lombardo cuyo interior puede visitarse. A pocos metros, y en lo alto del cerro, hay un bonito mirador donde el club excursionista de Laspaúles instaló hace unos años un moderno belén navideño.

Tras una parada para disfrutar a gusto de tan agradable lugar, volvimos por la misma pista de tierra hasta el cruce y nos dirigimos hacia el este para llegar a la ermita de San Roque, o San Roc, y al pueblo de Laspaúles y cerrar el círculo y terminar nuestro itinerario. Habían sido 13,5 km de distancia y 428 m. de desnivel acumulado. Que recorrimos en unas cinco horas, incluyendo las largas paradas realizadas para ver los diversos e interesantes lugares que incluía el recorrido.

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