viernes, 10 de septiembre de 2021

CASTARLENAS





Castarlenas es un despoblado perteneciente al municipio de Graus, del que dista unos catorce kilómetros. El acceso más rápido a Castarlenas se realiza desde Torres del Obispo, por una pista de tierra de unos cuatro kilómetros. Hay, al menos, otros dos caminos para ir de Torres a Castarlenas. Uno, situado más al oeste, y otro, que se conoce como el camino del Medio. Desde Torres, la pista principal a Castarlenas se toma en la entrada al pueblo, pero en vez de ir hacia el interior de la localidad por el Paseo, hay que desviarse hacia La Cruz, en dirección al cementerio. Antes de llegar al cementerio, encontramos un pilaret dedicado a San José. Si, en este punto, no continuamos por la pista principal y tomamos un desvío a la izquierda, subiremos al despoblado por el camino del Medio. Por uno u otro camino, ir de Torres del Obispo a Castarlenas andando viene a costar alrededor de una hora.

El topónimo Castarlenas (Castarllenas en el habla local) procede del término latino “castro”, que significa “castillo”, y del posiblemente prerromano “liena”, que significaría “laja” o “losa”. El significado del nombre del lugar sería, por tanto, “castillo de losas”. Hay una primera referencia histórica a Castarlenas en un documento del año 1078 en el que el rey Sancho Ramírez dona este lugar a un tal Gombao Ramón para que lo repueble y construya en él un castillo. Tal vez esta fortaleza tuviera alguna importancia en la toma de Graus del año 1085 por parte del monarca aragonés que, para evitar los errores cometidos por su padre, asfixió la resistencia de los musulmanes usando o tomando previamente todos los castillos circundantes a la villa. En cualquier caso, la situación en alto de Castarlenas, y su dominio del valle del Sarrón, otorgaría un papel estratégico fundamental a este emplazamiento en tiempos medievales.

En el año 1970, y después de tres años viviendo solos en el pueblo, el matrimonio compuesto por José y María, de Casa Rosa, y ya de una edad bastante avanzada, se fue a vivir a Graus, dejando Castarlenas completamente despoblado. Culminaba así el abandono del pueblo que se había ido produciendo a lo largo de la década anterior. Muchos de los vecinos del lugar se trasladaron al vecino Torres del Obispo y algunos lo hicieron a Graus. Otros, los menos, se fueron a la comarca de La Litera o a Lérida o Barcelona. El pueblo empezó un rápido proceso de deterioro y ruina, acelerado por la venta o el robo de las tejas de las casas. Sólo la majestuosa iglesia parroquial, dedicada a San Pedro Apóstol, se mantuvo en pie. Y así sigue haciéndolo hasta la fecha, vigilando desde lo alto todo y dibujando una bella y característica silueta que se divisa, imponente, desde buena parte de la redolada.

Antes de pertenecer al municipio de Graus, Castarlenas constituyó municipio con Barasona, hasta que este quedó anegado por las aguas tras la construcción del embalse Joaquín Costa, a finales de la década de los años veinte del pasado siglo. Castarlenas llegó a tener más de veinte casas abiertas y en 1910 tuvo censados 131 habitantes. Nunca llegó a disponer de luz eléctrica ni de agua corriente y, pese a su proximidad con Torres del Obispo, tampoco tuvo nunca carretera asfaltada. Uno de los mayores problemas del lugar fue la escasez de agua. Había varias balsas y lagares para recoger agua de lluvia y una fuente-pozo a cierta distancia del pueblo. Esta fuente, que todavía puede visitarse, tenía unos escalones de piedra y la extracción de agua podía entrañar cierto peligro. De hecho, siempre se decía, y al parecer era una noticia cierta, aunque no he logrado averiguar cuándo se produjo, que una niña se había ahogado en ella tras caer al pozo cuando intentaba sacar agua.

Pese a todo, Castarlenas no era un pueblo pobre. Tenía, sobre todo, muchos olivos y una importante producción de aceite. De Castarlenas, procede la gran prensa aceitera que se halla en el Placeta de la Compañía de Graus. También tenía algo de viña y bastantes almendros. Además, mientras en otros lugares las almendras se helaban a menudo, el clima más benigno y soleado del que disfrutaba el pueblo hacía que estas heladas fueran allí mucho menos frecuentes. Tengo el recuerdo de mi padre cuando, en mi infancia, subía mucho a Castarlenas con su camión –decía que tenía que hacer maniobras en algunas curvas– y hacía muchos “viajes” cargado de olivas y de almendras que llevaba a Graus, al molino de aceite de la familia Subías, propietaria de “La Farinera”, o a Casa Pallarol, respectivamente. Consecuencia de ese microclima, casi mediterráneo, que se da en el lugar, es la abundancia de las puntiagudas “pitas” y de muchos granados en las laderas que se orientan hacia el mediodía.

Me son familiares, por haberlos oído mucho desde mi infancia y por la vinculación de algunas de ellas con mi familia, muchos de los nombres de las casas de Castarlenas. Aunque puedo dejarme alguna, citaré aquí todas las que recuerdo o he documentado. Son Casa Amat, Casa Andrés, Casa Barrós, Casa Cortés, Casa Chacinto, Casa Chaime, Casa Chusepet, Casa Figuera, Casa Guardia, Casa Guarné, Casa Maruja, Casa Miquel, Casa Paniello, Casa Pascual, Casa Penero, Casa Sarrau, Casa Rosa, Casa Rivera, Casa Vidal y Casa Viola. Además de La Abadía, que posiblemente fue en su momento vivienda del cura –cuando lo hubiera, pues durante bastante tiempo creo que subía allí el de Torres del Obispo– y donde estuvo también la escuela y la vivienda del maestro, el último de los cuales creo que se llamaba don Tirso. Las casas Chacinto, Chusepet, Cortés, Figuera, Guarné, Miquel, Pascual, Penero, Sarrau y Vidal bajaron a vivir a Torres del Obispo. Amat, Barrós y Rosa se fueron a vivir a Graus.

La Casa Vidal era la más pudiente de las casas de Castarlenas. En su casa del pueblo tenían una capilla privada dedicada a San Mamés. También poseían un mas o casa de campo que se conocía como La Torre Vidal. Cuando dejaron Castarlenas, los integrantes de la Casa Vidal bajaron a vivir a Torres del Obispo. Se apellidaban Azlor y eran cinco miembros: los padres (José y Elvira) y tres hijos (María José, José Vicente y Aurora), que fueron a las escuelas de Torres del Obispo, donde había un maestro para los chicos y una maestra para las chicas. Recuerdo la casa de Torres donde vivían y que en el patio tenían una vaca y vendían leche. Después se fueron a vivir a Secastilla, de donde era la madre, la señora Elvira, y pasaron a ser conocidos como Marro de Secastilla.

El lugar de encuentro de la gente de Castarlenas era El Portal, que unía la parte baja del pueblo con la plaza de arriba y la iglesia. En El Portal, se sentaban los habitantes del pueblo para charlar y estar frescos; sobre todo, en verano. Las fiestas mayores del pueblo se celebraban el 17 de agosto en honor a San Pedro. Duraban tres días, los gastos de los dos primeros días corrían a cargo de los solteros y los del tercer día los pagaban los casados. Se hacía baile en las eras y pasacalles por el pueblo. En algunos años, iban orquestas de Estadilla como La Casino o La Columbia. Para el 13 de mayo se celebraba una segunda fiesta dedicada a las Santas Reliquias.

Como todos los pueblos de la zona, los de Castarlenas tenía un mote. Se los llamaba “mantequeros”. A los de Torres les decían “cebollons”; a los de Pueyo de Marguillén, “la ballena”; a los de Juseu o Chuseu, “los moros”; a los de Graus, “guardaus”; y a los de Benabarre, “la guineu”. En general, eran motes cariñosos que se usaban para hacer bromas entres las gentes de los distintos pueblos. Todos los habitantes de estos lugares solían reunirse en Graus los lunes, que era el día de mercado. Los de Castarlenas solían ir en burro o caballería y les costaba más de dos horas de trayecto la ida y otro tanto la vuelta. Para comprar o vender animales y para aprovisionarse eran muy importantes las tres ferias que se realizaban en Graus; sobre todo, la de San Miguel en septiembre. También recuerdo de niño que, al menos el padre y el hijo de Casa Amat, solían ir en una burreta a la romería a la ermita de la Virgen de las Ventosas, que se celebraba el 8 de septiembre.

Tras su despoblación, el pueblo, o parte de él, fue comprado por sucesivos propietarios. En los años 80, se rumoreó que se iba a instalar allí un camping. El supuesto proyecto se quedó en la instalación, a la entrada del lugar, de un bungalow de madera que aún puede verse a la derecha del camino, medio engullido por la vegetación. Actualmente, parte del pueblo y muchas de sus tierras son propiedad de la familia Samaranch, que las utiliza como un extenso coto privado de caza.

En el extremo suroriental del pueblo, pueden verse todavía algunos antiguos silos que parecer datar de época medieval. Se trata de unos depósitos circulares excavados en la roca. Algunos están cubiertos con un pequeño tejado y casi todos están tapados por las ruinas caídas y llenos de tierra. Aunque muchos autores creen que eran para guardar aceite, parece mucho más probable que estuvieran destinados a almacenar el grano del cereal.  

Pero la joya arquitectónica del pueblo, y único edificio que permanece en pie, aunque en progresivo y parece que inexorable deterioro, es su iglesia parroquial dedicada a San Pedro Apóstol, una majestuosa construcción de estilo gótico-renacentista cuyas dimensiones dan idea del poder económico que tuvo lugar en otros tiempos. Sobre la imponente nave de ábside poligonal orientado al este, reforzada con contrafuertes en las esquinas y rematada con una galería de ladrillo de arcos de medio punto, se levanta una vigorosa y vigilante torre de cuatro alturas y cinco pisos culminada con un tejadillo octogonal de losa.

Elemento muy destacado de la iglesia de Castarlenas es su bella portada renacentista, que todavía se conserva íntegra. En ella, entre otros ornamentos, destacan unos angelotes gordos y reclinados que portan cornucopias. Esta portada, a la que cada vez resulta más complicado acceder, tiene muchas similitudes con la de la iglesia de Torres del Obispo, aunque ésta tiene frontón y un arquitrabe decorado con guirnaldas. Si bien, tal como se ha  reclamado desde diversas entidades y asociaciones, lo deseable sería poder salvar la iglesia en su integridad, tal vez fuera más fácil y factible trasladar la portada, que está construida por piezas que se podrían desmontar y volver a montar después, a un lugar donde estuviera protegida y pudiera así evitarse la destrucción que acarrearía el derrumbe de la iglesia sobre ella.

Para concluir con la iglesia de Castarlenas, hay que decir, en esta publicación grausina, que parece muy probable que en su construcción participara el maestro Antonio Orsín, nacido o residente en Graus, cuya intervención en la construcción de la iglesia parroquial de Laguarres es prácticamente segura al figurar su firma y la fecha de 1596 en su portada. Este mismo maestro habría participado en la construcción de la basílica de la Virgen de la Peña de Graus y en otras iglesias de la zona.

He querido recordar en este artículo, con cierta nostalgia y no poca tristeza, al hoy despoblado Castarlenas, que aún llegué a ver habitado y del que conocí, y aún conozco, a muchos de sus antiguos pobladores. Sirva como homenaje y memoria de tantos otros lugares de nuestra comarca que perecieron víctimas de la emigración y el abandono. De Castarlenas, ya solo nos queda en lo alto la bella y vigilante silueta de su iglesia. El día que ella se desmorone, la ruina y el abandono se apoderarán por completo del lugar y se extinguirá del todo la huella de un pueblo que tuvo en otro tiempo un brillante pasado lleno de esplendor y vida.

(Artículo publicado en El Llibre de las Fiestas de Graus 2021)

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