jueves, 21 de febrero de 2008

GRAUS Y RIBAGORZA EN "LOS LIBROS DE LA GUERRA"

Entre los muchos libros publicados sobre la Guerra Civil española con motivo del setenta aniversario de su inicio, conmemorado con profusión durante el pasado año, hay uno que, en mi opinión, merece ser destacado por su singularidad. Se trata de "Los libros de la Guerra", del escritor y bibliófilo zaragozano José Luis Melero (1). Aunque la obra ya fue ampliamente reseñada en la prensa aragonesa en las fechas de su aparición, deseo comentar en este artículo algunos aspectos del libro relacionados con Graus y Ribagorza que me han interesado especialmente.

Es muy meritoria la labor bibliográfica realizada por el autor, que recoge en su obra un total de ciento veintiocho libros relacionados con la contienda civil. Algunos de ellos, de difícil localización por su escasa tirada o por estar editados fuera de nuestro país. El propio Melero explica en el prólogo los criterios seguidos para su selección: reseña sólo libros publicados entre 1936 y 1949, cuyo contenido hace referencia al territorio aragonés o a personajes aragoneses, con independencia de que los autores hayan nacido o no en esta comunidad. La mayor parte de los libros está escrita desde el bando vencedor y escasamente una treintena desde quienes perdieron la guerra. Algunas de las obras son meros panfletos con valor casi exclusivo para bibliófilos y coleccionistas; otras aportan - con mayor o menor imparcialidad - datos de interés sobre diversos aspectos del sangriento conflicto que provocó el levantamiento militar de julio de 1936.

Sólo he podido leer unos pocos de los libros reseñados y extraigo, por tanto, buena parte de la información de este artículo de las líneas que sobre cada uno de ellos redacta con trazo certero su autor. Las notas bibliográficas son precisas y sobrias; se evita el maniqueísmo, se destacan datos o anécdotas relevantes y se aplica una fina ironía a los casos que parecen merecerla. Se añaden, además, otras referencias bibliográficas que permiten profundizar en algunos de los temas que se tratan.

Las reseñas se ordenan alfabéticamente según los autores de los libros seleccionados. Tres de ellos, publicados décadas después que los demás, merecen un tratamiento más extenso y a ellos se dedican los primeros capítulos del libro: "Por qué fui secretario de Durruti", de Jesús Arnal, cura originario de Candasnos; "556 Brigada Mixta", de Avel.lí Artís Gener, "Tísner", el prestigioso articulista catalán que luchó en el frente de Huesca con el ejército republicano; y "Yo fui asesinado por los rojos", de Jesús Pascual, natural de Alcorisa, que escapó milagrosamente de su fusilamiento en El Collell (Girona) junto al conocido falangista Rafael Sánchez Mazas, protagonista de la exitosa novela de Javier Cercas "Soldados de Salamina".

Especialmente interesante es la reseña del libro de Jesús Arnal, cura de Aguinalíu en el momento de estallar la guerra. Hace unos años, escribí en el "Diario del Alto Aragón" un artículo titulado "El cura que fue secretario de Durruti", en el que explicaba la rocambolesca historia de este sacerdote durante la Guerra Civil. Extraje la información del libro "Yo fui secretario de Durruti", publicado en 1995. Desconocía entonces que hubiera una edición anterior que no se mencionaba en la que yo manejé. Gracias a la amabilidad de Valeriano Labara Bellestar, candasnino, profesor en Barcelona, heraldista y escritor, conocí la existencia de la edición original de 1972 y su posterior traducción al catalán en 1997.

En la edición del 95 se suprimió incluso el nombre de su autor de la portada del libro. Desapareció también la dedicatoria que, en señal de agradecimiento por haberle salvado la vida, Arnal hacía a su protector Buenaventura Durruti. Tampoco se decía que, acabada la guerra, mosén Jesús testificó a favor de Timoteo Callén, jefe del comité de Candasnos durante el conflicto, permitiendo así su puesta en libertad y devolviendo a su paisano la decisiva ayuda que éste le había prestado en aquellos momentos difíciles. El cura de Candasnos fue convertido en personaje cinematográfico, tal vez con no demasiada fortuna, en la película "Libertarias", de Vicente Aranda, en un papel que interpretó Miguel Bosé.

Del libro de Melero me han interesado también otras notas bibliográficas que hacen referencia a Graus y su comarca. Sobre todo, la del libro "La vida y la muerte en Aragón" (1938), publicado en Buenos Aires por el corresponsal de guerra argentino José Gabriel López, cuya madre era originaria de Torres del Obispo, de donde emigró a Madrid al negarle sus hermanos la herencia que le correspondía. Gabriel estuvo durante la guerra en el pueblo de su madre y de sus habitantes dice que eran "pobres pero también muy santurrones y aburguesados". En su visita a Graus, un hombre de esta villa le confesó que solamente él había fusilado a ciento diez facciosos. También explica en el libro que, al pasar con su chófer junto al cadáver de un fusilado en una cuneta, el conductor miró las manos del muerto y, como en ellas no vio callos, dedujo que aquel hombre no había trabajado nunca y que su muerte estaba por tanto justificada. De regreso a Barcelona, el mismo conductor pidió en un restaurante una cabeza de cordero con sesos incluidos, y aseguró que los comía con gusto porque creía estar comiendo los de aquel faccioso asesinado. El salvajismo fanático de la guerra se manifiesta con crudeza en ese episodio macabro.

Hay también referencias a Graus en el libro -recientemente reeditado- "Vanguardia y retaguardia de Aragón. La guerra y la revolución en las comarcas aragonesas", de Alardo Prats, en el que se explica el colectivismo que los anarquistas pusieron en práctica en muchos pueblos aragoneses. Prats, que visitó esas colectividades, destaca como ejemplar la de Graus -que compartieron la CNT y la UGT- y muestra un panorama idílico de su funcionamiento, del que ofrece numerosos detalles. Según él, en Graus "los pobres viven como en un sueño" y "se han eliminado del pueblo las competencias profesionales y las envidias". Como se sabe, las colectividades tuvieron corta vida, y en la segunda edición del libro, en octubre de 1937, se alude ya a su desmantelamiento por la 11 División del comunista Enrique Líster, tras disolver antes las autoridades republicanas el Consejo de Aragón presidido por Joaquín Ascaso.

En otro libro reseñado, de signo contrario al anterior y titulado "La Justicia en la España roja" (1940), Cirilo Martín Retortillo cifra sólo en Graus en trescientas las víctimas de la represión revolucionaria. En Barbastro, según él, alcanzaron el millar. Esas cifras, al menos las de Graus, parecen exageradas, aunque en esta localidad la represión ejercida por grupos del bando republicano fue muy sangrienta, sobre todo en los primeros meses de guerra. En la capital ribagorzana veinticinco personas de la localidad fueron llevadas a El Grado y fusiladas el 28 de octubre de 1936. Veintidós lápidas con los nombres de los asesinados pueden verse en un panteón del cementerio grausino; los restos de las otras tres víctimas - tres hermanos - fueron trasladados hace un tiempo a Zaragoza. A estos muertos hay que sumar, al menos, otras cinco personas del pueblo -cuyos nombres he podido documentar-, fusiladas en otras fechas de la guerra, alguna ya en 1938, poco antes de que los llamados nacionales tomaran la población.

Además, según se recoge en el libro "Martirio de la Iglesia de Barbastro (1936-1938)", treinta y seis sacerdotes de diferentes pueblos de la comarca pertenecientes a esa diócesis fueron fusilados en Graus. Los nombres de treinta y tres de ellos - y el de un seminarista de Secastilla - aparecen en la relación de los asesinados recopilada por Santos Lalueza. A éstos habría que añadir varios curas más -al menos seis- de otros pueblos próximos que pertenecían a la diócesis de Lérida. En total, unos cuarenta sacerdotes habrían sido asesinados en Graus en esos días de sangrienta persecución anticlerical. Los religiosos eran concentrados en la capital ribagorzana, encerrados en la pequeña cárcel sita en el antiguo colegio de los jesuitas y fusilados junto a las tapias del hoy cementerio viejo de la localidad. Allí están enterrados en una fosa común; la lápida que contenía sus nombres se desprendió hace unos años y no he logrado localizarla. Prácticamente todos ellos fueron ejecutados en agosto de 1936, siendo especialmente sangrienta la madrugada del día 2 en que fueron fusilados al menos veintidós sacerdotes (2). Otras personas no religiosas de algunos pueblos de la comarca fueron también ejecutadas en las tapias del cementerio de Graus y enterradas en él. Aunque las muertes no sean tantas como escribió Retortillo, no son pocas para las dimensiones del pueblo, y no parecen el mejor cimiento para construir ninguna nueva sociedad.

Por lo que respecta a las víctimas de la represión franquista, en el libro "El pasado oculto", de J. Casanova, A. Cenaro. J. Cifuentes, P. Maluenda y P. Salomón (1999, 2ª ed.), aparecen los nombres de veintisiete personas con domicilio en Graus ejecutadas entre 1938 y 1945 en las cárceles de Benabarre o Graus (cinco fusilados en 1938), Barbastro (ocho), Huesca (doce) y Zaragoza (dos). A la vista de las cifras y los hechos, creo que puede objetivamente afirmarse que ambos bandos se emplearon con crueldad y saña en la eliminación de quienes consideraban sus enemigos.

La guerra es siempre, y a todas luces, un gran horror y una barbarie cuyos rescoldos tardan mucho tiempo en apagarse por completo. Podría decirse con Unamuno que nunca "puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión". La mejor enseñanza que podemos aprender del conflicto que ensangrentó a nuestro país hace setenta años es conocer la magnitud de la locura colectiva que produjo y procurar que nunca más pueda llegar a repetirse.

NOTAS:
(1) - "Los libros de la Guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949)", José Luis Melero, Rolde, Zaragoza, 2006.
(2) La represión anticlerical, ejercida sobre todo por milicianos anarquistas, en especial por los llamados "aguiluchos", alcanzó su grado máximo en la diócesis de Barbastro, donde, según estadísticas fiables, fueron asesinados ciento veintitrés sacerdotes de los ciento cuarenta con que contaba la diócesis al inicio de la guerra. Espeluznante fue la muerte del obispo Florentino Asensio Barroso, quien, según diversas fuentes, fue salvajemente castrado antes de su fusilamiento. Entre los 18 monjes benedictinos asesinados en el monasterio del Pueyo de Barbastro en 1936 había cuatro ribagorzanos: los padres Honorato Suárez Riu y Anselmo Palau Sin, nacidos en Torres del Obispo, el padre Aurelio Boix Cosials, de Pueyo de Marguillén, y el hermano Vicente Burrel Enjuanes, de Juseu. Algunas notas sobre sus vidas pueden leerse en el libro "Murieron cual vivieron", del padre José Pascual Benabarre, autoeditado por el propio autor. En los primeros meses de la guerra se desató una verdadera caza de religiosos. El propio Retortillo transcribe actas de Tribunales Populares en las que a algún cura se le absuelve "en cuanto a hombre" y se le condena "como sacerdote". Muy activo se mostró un Tribunal Popular de Barcelona al mando de Eduardo Barriovero, que sólo actuó durante ochenta días y cuyo titular hubo de ser encarcelado por las propias autoridades republicanas. El escritor Ángel Samblancat, grausino de nacimiento, colaboró al parecer con dicho tribunal. El propio Melero dedicó hace ya unos meses una columna periodística a este asunto ("Condenas de Barriovero", Heraldo de Aragón, "Artes y Letras", 9 -11- 2006).


Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón, el 4 de marzo de 2007)

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