lunes, 25 de febrero de 2008

UNA HISTORIA DE TORRES DEL OBISPO DE 1899

Torres de Obispo es un pequeño pueblo ribagorzano situado a mitad de camino entre Graus y Benabarre. Se encuentra en el centro geográfico del pequeño valle formado por el barranco Sarrón, afluente del río Ésera, al que vierte sus aguas en una de las colas del embalse de Barasona. En ese mismo valle, que se extiende entre las sierras de Laguarres y La Carrodilla, se encuentran también las pequeñas poblaciones de Aler, Juseu, Aguinaliu, Pueyo de Marguillén y La Puebla del Mon, además de los mases de Abad y de Serveto, La Tosquilla y el mas de Puibert, donde se puede visitar un pequeño museo etnológico reunido por la familia propietaria y en cuyo término se halla, en un hermoso paraje, la pequeña ermita rupestre de La Virgen de las Ventosas, a la que todavía se acude en romería a principios de septiembre desde Torres del Obispo y algunas otras poblaciones. Lugares como Castarlenas y Cancer, además de otros mases de la zona, quedaron hace más o menos tiempo despoblados. Al final del valle, sobre la carretera que une Barbastro con Benabarre, en una ladera muy próxima a la presa del embalse de Barasona, que toma su nombre del pueblo sumergido bajo las aguas, se encuentran las olvidadas ruinas de la ermita románica de Lumbierre o San Lumbierre, ya a la entrada del Congosto de Olvena. (1)

Sin embargo, no es mi intención aquí describir con más detalle esta pequeña comarca ribagorzana -el doctor Salamero Reymundo lo ha hecho de forma precisa y completa en un pequeño pero delicioso libro (2)-, sino referirme a la “Relación histórica y monografía del lugar de Torres del Obispo”, publicada por Ramón Burrel en 1899 y editada en ese año en Madrid en la imprenta de José Perales (3). Se trata de un libro de 240 páginas del que se conservan varios ejemplares - no podría precisar cuántos en la actualidad- por algunas de las familias de la localidad. El libro fue escrito por el sacerdote Ramón Burrel, del que tenemos escasos datos biográficos. Por lo que él mismo dice en la introducción de su obra, habría nacido en Torres del Obispo en 1840 y ejercería su profesión fuera de su pueblo natal al que realizaría frecuentes visitas. Pertenecía a una familia local que ha dado algunos destacados miembros, como Andrés Burrel Sopena (1874-1956), que desde un pequeño pueblo ribagorzano se convirtió en uno de los pioneros de la fotografía aragonesa (4). Sabemos que el tío de nuestro escritor - y abuelo del fotógrafo -, Mariano Burrel Gascón, quien había vivido antes en París, fundó sobre mediados del siglo XIX un comercio familiar en Torres del Obispo, continuado por su hijo, Andres Burrel y Párraga, que regentaba dicho establecimiento cuando se publicó el libro del que nos ocupamos, ya que en la contraportada del mismo se nos informa de que la obra se vende en el comercio del citado al precio de 1 peseta y 50 céntimos. En la actualidad todavía continúa abierto dicho establecimiento, que mantiene todo el encanto de épocas pasadas, gracias al cariño a la tradición familiar con que lo conserva su actual propietaria, Mari Carmen Burrel Visa.

La obra que comentamos se inscribe plenamente en la historiografía de la época, bastante alejada de los parámetros de la Historia moderna. Se mezclan en ocasiones elementos legendarios y religiosos con otros más documentados. Las principales fuentes de las que se nutre, según sus citas, son el Padre Huesca, el Padre Faci, J. Manuel Moner, Pedro Marca, Jaime Pascual y algunos otros historiadores en menor medida. El autor, por su condición eclesiástica y debido a la escasez de referencias locales, añade a éstas otras que contribuyen a dar cuerpo al libro, como la relación completa de los obispos de Roda o de los abades de Santa María de Alaón y San Victorián de Asán, el monasterio sobrarense que tanta influencia tuvo sobre gran parte de las tierras ribagorzanas. El libro, sin embargo, gana en interés y en referencias precisas sobre la historia local, al ocuparse del siglo XIX, sobre todo en su segunda mitad, cuando los hechos historiados se han producido en vida del autor.

Según Ramón Burrel, el topónimo Torres derivaría de la voz latina "turris" y haría referencia a una supuesta torre romana que vigilaría la calzada que unía Astorga con Tarragona y que, sin ningún fundamento documental que permita certificarlo, el autor hace pasar por la localidad. Tras una larga presencia árabe de unos 350 años, la población sería conquistada por el rey Ramiro I en 1063, el mismo año en que, tras apoderarse de Benabarre, el monarca perdió la vida en su fallido intento de tomar Graus. Siempre siguiendo al autor, Torres dependió primero del obispado de Urgel, después del de Roda y más tarde del de Lérida. Desde 1307 hasta 1571,el lugar perteneció al monasterio de San Victorián, pasando a denominarse por ello Torres del Abad de San Victorián (5). Cuando en 1571 se extinguió dicho abadiado, el pueblo pasó a pertenecer al nuevo obispado de Barbastro y a partir de 1575 adquirió su denominación actual de Torres del Obispo.

Una de las afirmaciones más controvertidas del libro es la de la presencia histórica de los templarios en el pueblo. Aduce el autor varias razones - de escaso peso tal vez - para argumentar este hecho. Una es la referencia a una serie de lugares, en los que en 1308 Jaime I ordena prender a los templarios para que sean conducidos al convento de Predicadores de Valencia, entre los que figura un Torres junto a las poblaciones de Villel, Cantavieja, Horta, Noveles, Grañén, Pucrey, Aguaviva, Juncosa, Celma, Azcón, Miravete y Peñíscola; el autor deduce, sin más pruebas, que se trata de Torres del Obispo. Las otras razones son la existencia de grandes ventanas con una cruz de piedra en el centro de las mismas -se conservan aún las de casa El Farrero, en su fachada de la plaza Mayor - que serían del tiempo de los templarios, y, sobre todo, "porque la tradición constante y jamás interrumpida confirma que los Templarios estuvieron en Torres, pues muchas veces he oído a mis padres y abuelos que a su vez lo habían oído a los suyos, que Torres del Obispo fue convento de Templarios; que todas las casas que circundan la plaza mayor, o sea de la iglesia parroquial, eran de su habitación, o sea, el convento, y la dicha plaza era el cementerio"(6). En realidad, siempre según el autor, en 1308, tras la estancia de los templarios en el mismo, el pueblo es restituido al monasterio de San Victorián de Asán al que pertenecía desde mucho antes, tal vez desde poco después de su conquista.

Parece cierto que la actual plaza mayor fue cementerio, como lo fue la propia iglesia y el espacio entre ésta y casa del Portal, hasta que en 1846 se construyó, a las afueras del pueblo, el cementerio actual. No hay duda de que, como dice el autor, el núcleo original del pueblo fue la citada Plaza Mayor, el llamado Patimontal -prolongación de la plaza hacia el Portalet de Burrel -y las calles Estrecha o de Santa María- y Mayor. La existencia de una muralla o muro queda confirmada por el topónimo de la calle llamada Faramuro - deformación de Foramuro, es decir, situada extramuros-. La iglesia, de origen románico, sufrió añadidos y alteraciones, y, aunque el autor del libro no haga referencia a este hecho, diremos que contiene unas yeserías mudéjares, que junto a las de las de Aler y , sobre todo, las extraordinarias de la iglesia de San Julián de Juseu, constituyen el ejemplo más septentrional de este estilo artístico tan presente en Aragón.(7)

Sí sabemos por el libro que hubo una primitiva torre sobre la pared del coro de la iglesia y que el actual y llamativo campanario fue reconstruido en 1883 y tiene 24 metros de altura sin contar el capitel. Que la ermita de Santa Ana, elegida patrona por el pueblo en 1735, data de 1625. Que en 1887 hubo que arreglar la ermita de las Ventosas y se recogieron por colecta entre Puybert, Benabarre, Torres y Castarlenas 400 pesetas y, tras las reparaciones, el 8 de septiembre de ese año se organizó una gran romería a la que se calculó que habían asistido unas dos mil personas. Que la llamada casa del Bayle, como ya sabíamos, no era para bailar sino residencia de la autoridad, más o menos equivalente al alcalde actual, de ese nombre. Que el edificio de las escuelas fue construido en 1864 en una parte de lo que fue la balsa de las Eras y que antes la escuela estaba dentro de los soportales de la casa de Naval. Que el 1 de abril de 1854 se hizo la partición de las aguas para el riego, importantísima para un pueblo con abundancia de agua y, hasta no hace tanto, de huertas. Que el lugar tiene, sin embargo, un término municipal muy reducido, en poca consonancia con su número de habitantes y en relación a las poblaciones vecinas, y que el autor del libro desconoce las causas de esa realidad. Que había dos hornos de pan, y un molino de harina en el sitio de la Fuente del molino y otro de aceite en la casa de Almuzara, y ,después, uno de ambas cosas en la ribera derecha del río Sarrón y del camino de Juseu. Que en el pueblo hubo dos importantes industrias: varias fábricas - en 1830 había siete - de destilación de aguardiente - la primera de la casa Llavanera y la segunda de la casa del Bayle - y una industria de elaboración de seda a partir de la cría de gusanos - el autor dice que estaban todas las huertas pobladas de moreras y que entre 1840 y 1860 vio montar cuatro calderas o hilanderías de seda, pero que por diversas causas, que afectaron al precio y al deterioro de la producción, desapareció tan lucrativa industria. Y, en fin, que el pueblo también dio sus hijos ilustres y que como casi siempre la mayoría de ellos fueron eclesiásticos y militares, destacando entre estos últimos el general Francisco Castillón, al que el autor tuvo el gusto de conocer y tratar.(8)

Después, el siglo XX, además de los avatares históricos del momento, trajo al pueblo lo que a otros tantos de estas tierras: emigración y abandono. A partir sobre todo de los años 60, buena parte de su población marchó a Cataluña y el pueblo fue perdiendo habitantes y servicios. Ahora, muchos de quienes emigraron han arreglado las viejas casas de sus antepasados o han construido algunas nuevas y, al menos muchos fines de semana y en los periodos vacacionales, el lugar recupera algo de la vida y la actividad que vemos bullir a través de las páginas del libro que sobre su historia escribiera Ramón Burrel en las postrimerías del siglo XIX.

NOTAS:
(1) Utilizo la toponimia castellana para los nombres de los lugares; en el habla ribagorzana de la zona, todavía bastante viva entre los escasos habitantes del valle, cambian a Alé, Chuseu, Guinaliu, La Poblla del Mon, Castarllenas, Cancé y San Llumbierri.
(2) “El valle del Sarrón. Un bello territorio ribagorzano”. Francisco Salamero Reymundo. La val de Onsera. Huesca, 1997.
(3) “Relación histórica y monografía del lugar de Torres del Obispo”. Ramón Burrel. Imprenta de José Perales. Madrid, 1899.
(4) “Lux Ripacurtiae. Galería de personajes ribagorzanos. Andrés Burrel Sopena”. Pilar Giménez Aísa. Graus, 2002, páginas 128 a 131.
(5) Torres del Obispo era la propiedad más al sur del monasterio de San Victorián. Ver “Los monasterios medievales de Aragón. Función histórica”. Agustín Ubieto Arteta. Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón. Zaragoza, 1999, págs. 84 a 90. Según los datos que aparecen en el libro, en 1566 Torres del Obispo era la segunda población, después de Graus, en número de habitantes de las que dependían del monasterio; contaba con 50 vecinos, que equivaldrían a unos 225 habitantes.
(6) Op. Cit., pág. 130.
(7) Ver “Yeserías mudéjares en Huesca”. Mª Pilar Navarro Echeverría. Revista Argensola, nº 110, Huesca, 1996, págs 149 y siguientes.
(8) Ver “Ribagorzanos ilustres: General Francisco Castillón”. Francisco Salamero Reymundo. El Ribagorzano, nº 20. Graus, noviembre de 2002.



Carlos Bravo Suárez

2 comentarios:

  1. Querido Carlos:
    Gracias por tus comentarios y esta magnífica reseña.
    Paco Salamero

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