Siete casas en Francia, Bernardo Atxaga, Alfaguara, 2009, 255 páginas
Bernardo Atxaga cambia de registro narrativo en su última novela y lleva la acción de Siete casas en Francia al Congo belga, en los inicios del siglo XX, en pleno colonialismo europeo sobre el continente negro. Sin embargo, el magnífico escritor vasco no utiliza ni el tono dramático ni la denuncia vehemente con que el tema colonial ha sido abordado con frecuencia. Lo cual no significa que la historia que cuenta carezca de dramatismo ni que el libro no muestre claramente la explotación a la que los europeos, y en especial los súbditos del rey Leopoldo II de Bélgica, sometieron a extensas zonas de África durante aquel periodo.
La historia transcurre en Yangambi, una estación de la Force Publique belga junto al río Congo, en plena selva centroafricana. Los militares se dedican principalmente a reclutar nativos que son obligados a extraer caucho para enviar a la metrópoli. El lugar está al mando del capitán Lalande Biran, un curioso personaje con aspiraciones poéticas al que su mujer apremia desde Europa para que amase una fortuna que les permita comprar siete casas en Francia. Al margen de su sueldo, Birtan, ayudado por el teniente Van Thiegel, exlegionario borrachín, mujeriego y violento, envía sucesivas partidas de caoba y de marfil que satisfagan las ambiciones de su esposa y del socio que desde Bélgica coordina las operaciones. Este expolio añadido nunca es cuestionado por sus conciencias colonialistas y en ningún momento es explícitamente criticado por el autor de la novela, que se limita a contar los hechos con la misma naturalidad con que los militares explotan las riquezas del Congo.
A ello se suma el abuso sexual de las jóvenes negras. El capitán Lalande, para evitar los frecuentes contagios venéreos, exige una nativa virgen a la semana que calme sus apetitos sexuales. El gigantón, servil y mezquino Donatien se encarga de traerle muchachas de los poblados indígenas. A estos personajes se añade Crhysostome, un nuevo soldado procedente de la Bélgica rural que es un excepcional tirador pero que, a ojos de sus compañeros, tiene una extraña actitud hacia las mujeres cuyas causas el lector irá paulatinamente descubriendo.
Asistimos también a la llegada desde la metrópoli de un obispo y un periodista de cámara, portadores de una imagen de la Virgen que proteja los territorios colonizados. Entretanto el deseo de venganza irá tomando forma en Livo, un nativo negro que trabaja como sirviente de los blancos.
Si no es un viaje al corazón de las tinieblas, el libro puede leerse como una gran metáfora de la explotación a la que, en esos años sin escrúpulos morales, los europeos sometieron al continente africano.
Carlos Bravo Suárez
Bernardo Atxaga cambia de registro narrativo en su última novela y lleva la acción de Siete casas en Francia al Congo belga, en los inicios del siglo XX, en pleno colonialismo europeo sobre el continente negro. Sin embargo, el magnífico escritor vasco no utiliza ni el tono dramático ni la denuncia vehemente con que el tema colonial ha sido abordado con frecuencia. Lo cual no significa que la historia que cuenta carezca de dramatismo ni que el libro no muestre claramente la explotación a la que los europeos, y en especial los súbditos del rey Leopoldo II de Bélgica, sometieron a extensas zonas de África durante aquel periodo.
La historia transcurre en Yangambi, una estación de la Force Publique belga junto al río Congo, en plena selva centroafricana. Los militares se dedican principalmente a reclutar nativos que son obligados a extraer caucho para enviar a la metrópoli. El lugar está al mando del capitán Lalande Biran, un curioso personaje con aspiraciones poéticas al que su mujer apremia desde Europa para que amase una fortuna que les permita comprar siete casas en Francia. Al margen de su sueldo, Birtan, ayudado por el teniente Van Thiegel, exlegionario borrachín, mujeriego y violento, envía sucesivas partidas de caoba y de marfil que satisfagan las ambiciones de su esposa y del socio que desde Bélgica coordina las operaciones. Este expolio añadido nunca es cuestionado por sus conciencias colonialistas y en ningún momento es explícitamente criticado por el autor de la novela, que se limita a contar los hechos con la misma naturalidad con que los militares explotan las riquezas del Congo.
A ello se suma el abuso sexual de las jóvenes negras. El capitán Lalande, para evitar los frecuentes contagios venéreos, exige una nativa virgen a la semana que calme sus apetitos sexuales. El gigantón, servil y mezquino Donatien se encarga de traerle muchachas de los poblados indígenas. A estos personajes se añade Crhysostome, un nuevo soldado procedente de la Bélgica rural que es un excepcional tirador pero que, a ojos de sus compañeros, tiene una extraña actitud hacia las mujeres cuyas causas el lector irá paulatinamente descubriendo.
Asistimos también a la llegada desde la metrópoli de un obispo y un periodista de cámara, portadores de una imagen de la Virgen que proteja los territorios colonizados. Entretanto el deseo de venganza irá tomando forma en Livo, un nativo negro que trabaja como sirviente de los blancos.
Si no es un viaje al corazón de las tinieblas, el libro puede leerse como una gran metáfora de la explotación a la que, en esos años sin escrúpulos morales, los europeos sometieron al continente africano.
Carlos Bravo Suárez