domingo, 18 de noviembre de 2012

JOAQUÍN COSTA, BREVE BIOGRAFÍA DE JUVENTUD (6)




Ante la adversidad amorosa, Joaquín Costa buscó el consejo de su maestro Francisco Giner de los Ríos. La carta que envió al pedagogo malagueño en diciembre de 1877, publicada como el resto de las aquí citadas por Cheyne en el libro “El don de consejo” (Guara Ediciones, 1883), es el mejor documento para entender cuál era el problema desde su perspectiva de enamorado. Es necesario reproducirla en buena parte porque en ella Costa explica con claridad las causas de su pena:

 "Usted que posee el don de consejo, y que es acaso mi único amigo, habrá de tomarse el trabajo de asistirme con sus luces en un asunto delicado que sólo con usted y con otra persona distante puedo consultar. (...) Usted no recordará ya que días antes de partir para Cabuérniga, en Cuenca, le dije (...) que vivía en Huesca una niña que me merecía tan vivas simpatías, que a ella uniría mi suerte, caso de acceder ella y su familia. Lo que no le dije fue que por verla y tratarla me había hecho trasladar a Huesca, alegando otros pretextos: se había despertado ya en mí verdadera pasión hacia ella y luego ha ido creciendo y desarrollándose en términos que acaban de ahogarme. Intimé su trato y frecuenté su casa, dando tiempo para conocerla  y que me conociese: comprendí su mérito, y se hizo una necesidad imperiosísima para mi alma, a punto de vincular en ella todo mi porvenir: le inspiré simpatías: las gentes nos tenían ya por prometidos. En este estado, hablé a su madre, por razones que no son del caso, y después de varios incidentes y alternativas que me han robado el sueño y el estímulo del trabajo (hace un mes que lo tengo todo interrumpido y en suspenso) me ha declarado ella, la niña, que también sufre por causa mía, que también ha luchado y lucha, pero que ha surgido entre los dos un abismo que parece imposible de llenar. El abismo es éste:

El padre, aunque médico y catedrático, es ultramontano intransigente, si bien supo transigir con D. Alfonso porque no le embargasen los bienes por carlista: la niña no es hermosa; no es rica: sus atractivos y su mérito están en sus condiciones de carácter, discreción, talento, cultura, sentido práctico e idealidad, al par que atesora, y es una de sus cualidades suyas, el ser religiosa, sin ser mojigata. La familia es modelo, entre los modelos de las familias españolas; de ella forma parte un canónigo, hermano del padre; viven todos de un mismo pensamiento; son amigos de mi tío Salamero. Con estos elementos, comprenderá usted el género de nube que se ha interpuesto entre los dos y el abismo que ella me ha señalado: le han dicho que no concuerdan con las suyas mis opiniones religiosas, que hago propaganda de la Institución Libre de Enseñanza, en la cual se explican doctrinas anticatólicas o se admite la posibilidad de explicarlas, etc., y que por tanto, ni ella podría hacerme feliz, ni yo a ella. Es la historia de siempre, la historia de la decadencia del gentilismo, la historia de los tiempos en que estamos entrando..."

En enero del siguiente año llegó la respuesta de Giner. En ella amonesta a Costa por "enamorarse hasta la pasión sin cerciorarse previamente del modo cómo esa señorita había de juzgar y recibir la divergencia de sentido religioso". Y porque "usted no debió entregarse y dar aliento a sus primeras simpatías, hasta asegurarse de que esa señorita reunía todas las condiciones esenciales para hacer su vida con la de usted una sola". Además, Giner añade que "a la oposición de los padres, doy ciertamente valor (...), pero, si la mujer responde a nuestros sentimientos esa oposición se desvanece siempre". Por eso, continúa, "la grave, es la actitud de esa señorita". Y finalmente da a su amigo el consejo que le había solicitado: "El principio de conducta es éste: dada la situación actual, si usted cree poder persuadir a esa señorita de que puede irse a la gloria casada hasta con un ateo, persuádala y cásese". Pero, "si no hay fundados motivos para suponer que volverá sobre su primer modo de comprender las cosas, abandone usted el campo resueltamente y sin insistencias, que serían ya una ofensa a la conciencia de esa señorita, y envolverían una persecución impropia de un hombre de honor". Giner se despide con la esperanza de que Costa no decaiga ni ante los demás ni ante sí mismo, porque "los hombres deben guardar para la intimidad sus penas y dolores" y "en público, morir, si es preciso, con la sonrisa en los labios, con gracia y sin caer en la sensiblería".

Giner pone de relieve en su carta que pese a la oposición de sus padres, que Costa estima decisiva, es probablemente la propia Concepción quien rechaza a su pretendiente por la discrepancia religiosa que se abre entre ambos. La respuesta del altoaragonés al pedagogo rondeño lleva implícito un cierto tono de reproche: "Usted no es un hombre, es una categoría", empieza escribiendo Costa. Pese a todo, acepta sus consejos con una mezcla de resignación e ironía: "Es verdad: nada de comunión de penas; nada de válvulas, sonrisa de primavera sobre el cráter; ya que nacemos llorando, muramos riendo; seamos héroes, no mujeres: tengamos corazón para sufrir y para esconder el sufrimiento". En la siguiente carta, última en la que aparece este asunto sobre el que ya no vuelve a tratarse en su larga correspondencia, Giner rechaza haber censurado la actitud de Costa y hace a éste una confidencia personal, casi insólita en persona tan discreta y reservada con su intimidad y, según Cheyne, poco destacada por sus biógrafos: "Conozco por experiencia ese género de contrariedades y con ellas lucho ahora mismo: con la diferencia de que yo voy a tener pronto 40 años y usted tiene 30. Esto es: yo comienzo a dudar de poder resolver mi asunto; y usted se casará con esa señorita o con otra. Dígame pues de todo; ánimos, cuídese y déjese de tonterías."

La otra persona a la que Costa pide consejo es el canónigo don Modesto de Lara. Al ser éste amigo de la familia Casas, Costa busca que interceda ante ella en su favor. El canónigo llama a Joaquín a Zaragoza, donde ahora reside, y le propone un plan un tanto maquiavélico: Costa debe escribirle dos cartas desde Huesca con fecha falsa, dirigiéndose a él como si fuera su confesor y explicándole su problema. Don Modesto las hará llegar a Don Serafín y a su hermano don Bruno Casas, canónigo de la catedral de Huesca, para que vean que el pretendiente de Concepción no es tan poco religioso como de él se dice. Por su parte, Don Modesto contestará a Joaquín en los términos adecuados para que éste pueda enseñar las cartas a Concepción y poder influir sobre ella. Costa, enamorado hasta la médula, acepta el plan, aunque no sin mostrar escrúpulos: "El plan era magnífico, pero también miserable y contrario a la sinceridad y al honor y a la conciencia, puesto que él y yo mentíamos y armábamos acechanzas a una conciencia, si bien preocupada y fanática. Amo tanto a Concha Casas que todo me parecía perdonable". Y no deja de resultarle paradójico que mientras un racionalista le aconsejara "con la voz de Dios y fuera su conciencia objetiva", un clérigo se pusiera de su parte pero "con la voz del diablo" y fuera "la lisonja de su pasión y su provecho".

Sin embargo, la estrategia de Don Modesto no funciona, y Costa conoce directamente la opinión del padre de Concha por la carta que éste envía al canónigo puesto a celestino. La respuesta no puede ser más contundente. Tras alabar la inteligencia, la erudición y las "costumbres severas y fino trato social" del pretendiente de su hija, Don Serafín pasa a mostrar sus aspectos negativos y los motivos de su rechazo:

"Oscurece sin embargo este hermoso cuadro la educación científica y literaria recibida en la Universidad Central, de profesores krausistas ... así como el pertenecer en cuerpo y alma a la Institución Libre, cuerpo docente completamente librepensador, y por tanto refractario a toda autoridad superior a la ciencia y a la razón, únicas deidades a las que rinden culto (...) Y como yo soy ...católico, apostólico, romano rabioso, ultramontano, como se dice, ... y por tanto hijo sumiso de la Iglesia, (...), partidario de la infalibilidad del Papa, etc., de ahí que me haga mal y deplore, que tan simpático joven, a quien mi corazón busca, mi cabeza rechace... Pero ha tenido la desgracia de que sus antecedentes conocidos en cuanto al sesgo dado a sus estudios y a algunos de sus escritos hayan puesto en guardia aquí a los católicos eclesiásticos y laicos, y pasa fatalmente por adalid y aun propagador de la filosofía alemana en esta localidad..."

Acaba Don Serafín aludiendo a la existencia de otro proyecto matrimonial para su hija y rogando a Don Modesto que haga desistir a Joaquín de sus intenciones. El asunto parece, por tanto, concluido y sin esperanzas para el joven Costa. Sin embargo, éste sigue viendo a Concha y ella le confiesa que también sufre por la situación creada, aunque cada vez muestra más frialdad hacia su pretendiente. A la mente de Joaquín acuden los complejos que, tal vez no siempre con motivo, suelen acompañarle, y achaca el distanciamiento a sus problemas físicos y a la pobreza económica de su familia. Incluso, olvidando los consejos de Giner, pierde los papeles y ofende a Concepción enviándole unas "Meditaciones y Confidencias" que precipitan la ruptura definitiva. Él mismo reconoce su error: "He perdido la calma, me he vengado, fingiendo un odio que no abrigo, escribo cobarde una carta insultante, pero ¡ay! esta carta no era sino otra vez el amor." Ella le contesta enfadada que "como mujer no olvidaré nunca jamás...que es usted el único hombre que se ha permitido prodigarme sin ningún derecho tamañas ofensas".

Aunque la ruptura se produce y Costa abandona Huesca en 1879, aún se mantiene entre ellos una esporádica correspondencia epistolar. Joaquín escribe a Concepción algunas cartas, varias en francés, y en una de ellas,  esta vez en español y desgraciadamente no fechada, hace un resumen de las causas que en su opinión impidieron que la relación continuara: "...hay entre usted y yo un tío que me odia por liberal, un padre a quien inspiro yo repugnancia invencible por igual motivo y una mamá que me aprecia como hombre, pero que me desdeña por pobre, y si bien a usted la conceptúo mejor que a todos tres, y con ánimo para saltar por encima de estos dos obstáculos, no así para pasar por encima de aquellas tres personas".

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón

Imágenes: Francisco Giner de los Ríos y una estamPa de la ciudad de Huesca a finales del siglo XIX



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