domingo, 7 de septiembre de 2014

EL JILGUERO




“El jilguero”. Donna Tartt. Editorial Lumen. 2014. 1.152 páginas.

 “El jilguero” está siendo, sin duda, uno de los libros del año también en España. Las buenas críticas recibidas, la transmisión boca oreja entre sus lectores y el éxito de las dos obras anteriores de su autora lo han convertido, a pesar de sus más de mil páginas, en un considerable éxito de ventas. Ganadora del último Premio Pulitzer, “El jilguero” es la tercera novela de Donna Tartt (Greenwood, Mississippi, 1963). Antes, la escritora estadounidense había publicado “El secreto” (1992) y “Juego de niños” (2002). Entre la aparición de cada una de sus tres novelas, todas muy largas, media un intervalo temporal de una década. Al contrario que la mayoría de escritores de éxito actuales, Donna Tartt se toma su tiempo para elaborar y construir sus narraciones. Y eso parece redundar favorablemente en la calidad literaria de las mismas.

Más de mil páginas dan para mucho y el “El jilguero” es un relato denso, pero no espeso ni aburrido, aunque es verdad que podría haber sido escrito, sin perder su esencia, con unas cuantas páginas y algunos detalles menos. Sin embargo, la novela es entretenida y su ritmo atrapa al lector que, al menos en mi caso, no llega en absoluto extenuado al final de tan largo recorrido. “El jilguero” está narrado en primera persona por Theo Decker, quien a los doce años pierde a su madre en un atentado terrorista, del que él logra salir vivo, en el Museo Metropolitano de Nueva York. Sin nadie que lo reclame, pasa a vivir con una familia burguesa neoyorquina de uno de cuyos hijos es amigo de colegio. Hasta que reaparece su padre, alcohólico y jugador, que se lo lleva a Las Vegas con su nueva mujer Xandra, hortera y drogadicta, polo opuesto a la clase, el estilo y la cultura de la madre muerta. En Las Vegas, Theo conoce a Boris, hijo de otro alcohólico que ha vivido en medio mundo, un muchacho sin ningún temor que se convierte en un personaje clave en la novela. La amistad entre ambos jóvenes, que comparten drogas, lecturas y algunas fechorías, es uno de los aspectos más destacados y positivos de un relato que abarca al menos una década y transcurre principalmente en Nueva York, Las Vegas y Ámsterdam.

Hay otros personajes interesantes y bien trazados en la obra: la joven Pippa, amor platónico de Theo y superviviente como él del atentado del museo, la señora Barbour, exquisita representante de la clase alta neoyorkina, o el bondadoso anticuario y restaurador Hobie, personaje muy dickensiano en una novela en la que Dickens es la mayor y más reconocida influencia literaria.

Y, como hilo conductor del relato, está “El jilguero”, pequeño y delicado cuadro que el holandés Carel Fabritius pintó en el siglo XVII y que Theo recoge en el Museo Metropolitano tras la explosión que mata a su madre. Hay, como corresponde a una buena novela, muchos temas y géneros narrativos en esta tercera obra de Donna Tartt. Es obviamente un relato de iniciación narrado por momentos con la emoción y el ritmo trepidante de un thriller, aparecen extensamente tratados temas como el consumo de drogas o el turbio mundo de las antigüedades y el tráfico ilegal de obras de arte, asoma también una clara crítica a un mundo basado sobre todo en las falsas apariencias, se muestra la dolorosa y cínica contraposición entre el amor que nace de los sentimientos y las relaciones por interés económico o social, y se entona a lo largo de sus páginas un bello canto a la amistad que se cierra con una reflexión sobre el azar y los extraños e inescrutables designios que mueven nuestras vidas. Un mundo desordenado y caprichoso que no tiene respuesta para muchas de las preguntas que le formulamos.

No hay espacio en estas breves líneas para abordar más a fondo otros aspectos de “El jilguero”, que tal vez no sea la primera obra maestra del siglo XXI como su promoción proclama, pero que, en cualquier caso y sin ninguna duda, es una extraordinaria y excepcional novela.

Carlos Bravo Suárez

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