“Distintas formas de mirar el agua”.
Julio Llamazares. Alfaguara. 2015. 192 páginas.
Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) es uno de los más
conocidos escritores españoles actuales. Autor polifacético, ha publicado
ensayos y artículos periodísticos, varios libros de viajes, guiones
cinematográficos, un par de libros de poesía, tres colecciones de relatos y
media docena de novelas. Dos años después de su anterior “Las lágrimas de San
Lorenzo”, que coincidió con el 25 aniversario de su famosa “La lluvia amarilla”,
y que también reseñamos en esta sección, el escritor leonés acaba de publicar
“Distintas formas de mirar el agua”, la sexta novela de su carrera literaria.
“Distintas formas de mirar el agua” parece
hasta ahora la más autobiográfica de las narraciones de Llamazares, pues hace
referencia, entre otros, a Vegamián, el pueblo leonés donde nació en 1955,
cuando su padre ejercía allí como maestro, y que en los años sesenta del pasado
siglo quedó sumergido bajo las aguas del embalse del río Porma, más tarde
denominado oficialmente Embalse Juan Benet, por ser este importante novelista
el ingeniero que dirigió las obras de su construcción.
“Distintas formas de mirar el agua” es una
novela coral y polifónica, una mirada calidoscópica sobre la experiencia
traumática y dolorosa que sufrieron
muchos de quienes se vieron obligados a abandonar su tierra por la construcción
de un pantano. La acción del relato es mínima: un grupo de familiares se reúne
en el embalse del río Porma para lanzar a sus aguas las cenizas de un antiguo
habitante de Ferreras, uno de los pueblos que quedaron sumergidos bajo sus
aguas. Cada uno de los dieciséis familiares del muerto allí presentes –mujer, hijos, nietos, yernos, nueras– narra
en primera persona los pensamientos que la celebración del acto y la
contemplación del hermoso lago artificial rodeado de altas montañas le produce.
A esos familiares se añade al final la breve reflexión que la presencia de ese
grupo humano próximo a la presa provoca en un automovilista que, ajeno a la
causa del encuentro, transita con su vehículo por el lugar. Esa diversidad y
suma de reflexiones y pensamientos sirve al autor para mostrar diferentes y
variadas perspectivas y dar un enfoque relativista y misceláneo al asunto
tratado. Una cita de Juan Benet, que muestra la mirada fría y distante del
ingeniero alejado del drama humano ocasionado por su obra, completa el amplio abanico
de los diversos puntos de vista.
En cualquier caso, no hay que olvidar que
detrás de la construcción de un pantano se encuentra el forzoso y casi siempre
traumático destierro de los habitantes de los pueblos inundados por sus aguas.
En esta ocasión, su desplazamiento a las tierras llanas palentinas de una
antigua laguna desecada, en las que, acostumbrados a sus precisas referencias
montañosas anteriores, los nuevos colonos apenas saben en un principio orientarse.
Y el difícil inicio de una nueva vida lejos de sus orígenes, algo siempre
complicado y doliente en un país tan aferrado a sus raíces como el nuestro.
Porque, a pesar de los efectos positivos que en muchos aspectos sin duda han
tenido, los pantanos han supuesto casi siempre la deportación obligatoria de un
buen número de personas que han sido desgajadas a la fuerza de su lugar de
origen. En alguna entrevista reciente, Llamazares ha considerado a estos
emigrantes forzosos como los judíos españoles del siglo XX.
“Diferentes formas de mirar el agua” es la
novela que Julio Llamazares, por razones biográficas, parecía en buena medida estar
obligado a escribir. Y lo ha hecho con gran acierto y dominio literario,
mostrando no solo su punto de vista unívoco, sino los diversos enfoques y
miradas complementarias que sobre las aguas de un pantano y sus distintos
efectos pueden proyectarse.
Carlos Bravo Suárez