“Cocaína”.
Daniel Sánchez. Galaxia Gutenberg. 2016. 190 páginas.
“Cocaína”,
de Daniel Jiménez (Madrid, 1981), ganó el último Premio Dos Passos
a la mejor primera novela de un escritor español. Según él mismo
cuenta en su libro, Jiménez había escrito antes dos novelas que no
había podido publicar, una veintena de cuentos, más de cien
artículos sobre literatura y muchas reseñas de libros. La mayor
recompensa por ganar el citado premio ha sido la publicación de
“Cocaína” por Galaxia Gutenberg.
“Cocaína” se inscribe dentro de
la denominada autoficción. Un género narrativo cada vez más
frecuente, siempre próximo a la autobiografía pero dejando una
puerta abierta, del todo o en parte, a la invención novelesca. El
protagonista de la novela es un escritor de treinta años, llamado
Daniel como el autor y, como él, escritor que no ha alcanzado
todavía el éxito. Que narra en primera persona o en segunda del
singular, dialogando o dirigiéndose a sí mismo en un desdoblamiento
literario más o menos eficaz. Daniel centra su relato en las que él
considera sus dos grandes adicciones: la muy peligrosa, evidente y
falsamente estimulante, a la cocaína y la hasta ahora frustrante y
aparentemente inútil a la escritura y la literatura: “De lo único
que no has podido librarte es de la adicción a la cocaína como
método de supervivencia ni de la adicción a la escritura como
única vía de escape. Pero lo intentas, intentas librarte de ambas
adicciones a diario, intentas con todas tus fuerzas dejar de esnifar
esa sustancia que tu camello asegura que es cocaína aunque tú nunca
has podido comprobarlo, e intentas dejar de escribir porque está
claro que la literatura no sirve para nada y está claro que a nadie
le importa, ni siquiera a ti. De lo único que no podrás librarte
jamás, para tu desgracia, es de ti mismo”.
La novela está escrita también a
modo de diario personal del narrador. Un diario fechado que abarca un
año completo, el 2013, de Nochevieja a Nochevieja. Daniel se muestra
como un personaje solitario, pesimista, nihilista, depresivo, sin
esperanzas ni ilusión por nada ni por nadie. Él es un fracaso
porque el país en que vive, “país de mierda”, también lo es. Su
situación económica se hace, además, cada vez más precaria porque
todo se lo gasta en cocaína. Su hermana se suicidó y él coquetea
con esa solución, pero no se atreve a adoptarla para acabar con su
vacío existencial. La persona con la que Daniel tiene una
comunicación más constante y prolongada es su camello, con quien
cruza siempre la misma frase como una agónica letanía. También, de
vez en cuando, sale con alguna mujer. Una de ellas es la psicóloga
que trata su adicción con frases cursis a lo Paulo Coelho.
Antes de su adicción depresiva y
solitaria, Daniel ha pasado por todas las modas sucesivas: “Fuiste
pijo cuando no había otro remedio, te hiciste rastas cuando la
globalización era el enemigo, quisiste ser bohemio cuando leíste
unos cuantos libros malos que prometían ser buenos. Te dejaste
flequillo y no te perdiste ningún festival veraniego, te pusiste
boina y no te perdiste ningún encuentro poético de postín, te
afeitaste la cabeza y dijiste unas cuantas barbaridades sobre el
holocausto y el conflicto palestino-israelí”. Después, llegaron
el vacío, la abulia, el cansancio de todo y la cocaína.
Hay muchas referencias a escritores
en esta novela. A los que el autor admira (Bryce Echenique,
Dostoyevski, Hamsum, Castellano Moya y, por encima de todos, Roberto
Bolaño), a otros jóvenes que fueron en su momento una revelación
(José Ángel Mañas, Alberto Olmos, Ray Loriga, Agustín Fernández
Mallo) o al que siempre denomina como el tirano SotoIvars, a quien
envía sus textos por e-mail para ver si consigue publicarlos. De
todas maneras, sobre los escritores y su manera de ser tal vez sea
ilustrativa esta cita de David Foster Wallace que encabeza un
capítulo del libro: “Todos los escritores quieren que todo el
mundo les quiera. Pero la verdad es que todos estamos terriblemente
solos”.
“Cocaína” es una novela bien
escrita, con muchas frases redondas e ingeniosas, en cierto modo
valiente por desnudar sin complejos una adicción devastadora, pero
como relato, al menos en mi opinión, no seduce lo suficiente, tal
vez porque el autor narrador se mira demasiado el ombligo y se recrea
En exceso en su nihilismo. De todas maneras, la alternativa a todo
ello (adicción, nihilismo y completa abulia) no parece ser otra que
la de convertirse en una persona normal y corriente, del montón, un
don nadie, y eso, para Daniel, tal vez no sea una cosa demasiado
fácil de soportar.
Carlos
Bravo Suárez