domingo, 26 de junio de 2016

COCAÍNA

Cocaína”. Daniel Sánchez. Galaxia Gutenberg. 2016. 190 páginas.

“Cocaína”, de Daniel Jiménez (Madrid, 1981), ganó el último Premio Dos Passos a la mejor primera novela de un escritor español. Según él mismo cuenta en su libro, Jiménez había escrito antes dos novelas que no había podido publicar, una veintena de cuentos, más de cien artículos sobre literatura y muchas reseñas de libros. La mayor recompensa por ganar el citado premio ha sido la publicación de “Cocaína” por Galaxia Gutenberg.

“Cocaína” se inscribe dentro de la denominada autoficción. Un género narrativo cada vez más frecuente, siempre próximo a la autobiografía pero dejando una puerta abierta, del todo o en parte, a la invención novelesca. El protagonista de la novela es un escritor de treinta años, llamado Daniel como el autor y, como él, escritor que no ha alcanzado todavía el éxito. Que narra en primera persona o en segunda del singular, dialogando o dirigiéndose a sí mismo en un desdoblamiento literario más o menos eficaz. Daniel centra su relato en las que él considera sus dos grandes adicciones: la muy peligrosa, evidente y falsamente estimulante, a la cocaína y la hasta ahora frustrante y aparentemente inútil a la escritura y la literatura: “De lo único que no has podido librarte es de la adicción a la cocaína como método de supervivencia ni de la adicción a la escritura como única vía de escape. Pero lo intentas, intentas librarte de ambas adicciones a diario, intentas con todas tus fuerzas dejar de esnifar esa sustancia que tu camello asegura que es cocaína aunque tú nunca has podido comprobarlo, e intentas dejar de escribir porque está claro que la literatura no sirve para nada y está claro que a nadie le importa, ni siquiera a ti. De lo único que no podrás librarte jamás, para tu desgracia, es de ti mismo”.

La novela está escrita también a modo de diario personal del narrador. Un diario fechado que abarca un año completo, el 2013, de Nochevieja a Nochevieja. Daniel se muestra como un personaje solitario, pesimista, nihilista, depresivo, sin esperanzas ni ilusión por nada ni por nadie. Él es un fracaso porque el país en que vive, “país de mierda”, también lo es. Su situación económica se hace, además, cada vez más precaria porque todo se lo gasta en cocaína. Su hermana se suicidó y él coquetea con esa solución, pero no se atreve a adoptarla para acabar con su vacío existencial. La persona con la que Daniel tiene una comunicación más constante y prolongada es su camello, con quien cruza siempre la misma frase como una agónica letanía. También, de vez en cuando, sale con alguna mujer. Una de ellas es la psicóloga que trata su adicción con frases cursis a lo Paulo Coelho.

Antes de su adicción depresiva y solitaria, Daniel ha pasado por todas las modas sucesivas: “Fuiste pijo cuando no había otro remedio, te hiciste rastas cuando la globalización era el enemigo, quisiste ser bohemio cuando leíste unos cuantos libros malos que prometían ser buenos. Te dejaste flequillo y no te perdiste ningún festival veraniego, te pusiste boina y no te perdiste ningún encuentro poético de postín, te afeitaste la cabeza y dijiste unas cuantas barbaridades sobre el holocausto y el conflicto palestino-israelí”. Después, llegaron el vacío, la abulia, el cansancio de todo y la cocaína.

Hay muchas referencias a escritores en esta novela. A los que el autor admira (Bryce Echenique, Dostoyevski, Hamsum, Castellano Moya y, por encima de todos, Roberto Bolaño), a otros jóvenes que fueron en su momento una revelación (José Ángel Mañas, Alberto Olmos, Ray Loriga, Agustín Fernández Mallo) o al que siempre denomina como el tirano SotoIvars, a quien envía sus textos por e-mail para ver si consigue publicarlos. De todas maneras, sobre los escritores y su manera de ser tal vez sea ilustrativa esta cita de David Foster Wallace que encabeza un capítulo del libro: “Todos los escritores quieren que todo el mundo les quiera. Pero la verdad es que todos estamos terriblemente solos”.

“Cocaína” es una novela bien escrita, con muchas frases redondas e ingeniosas, en cierto modo valiente por desnudar sin complejos una adicción devastadora, pero como relato, al menos en mi opinión, no seduce lo suficiente, tal vez porque el autor narrador se mira demasiado el ombligo y se recrea En exceso en su nihilismo. De todas maneras, la alternativa a todo ello (adicción, nihilismo y completa abulia) no parece ser otra que la de convertirse en una persona normal y corriente, del montón, un don nadie, y eso, para Daniel, tal vez no sea una cosa demasiado fácil de soportar.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 19 de junio de 2016

EL DESORDEN QUE DEJAS


El desorden que dejas”. Carlos Montero. Espasa. 2016. 408 páginas.

El desorden que dejas” es un intenso y absorbente trhiller psicológico, narrado con ritmo frenético, que mantiene la intriga de principio a fin, con giros y quiebros argumentales inesperados y sorpresas continuas hasta el encaje final de todas las piezas que componen el complejo y perverso puzzle que constituye la novela. Tal vez demasiado forzado en algunos momentos, el relato es ágil, de prosa sencilla, rápida y directa, con mucho protagonismo del diálogo, como un guion cinematográfico bien ambientado y convenientemente arropado en lo literario. Aunque sobre este aspecto primen siempre el misterio, la acción, la sorpresa y el suspense, a los que todo queda supeditado.

El desorden que dejas” ha sido la narración ganadora del XX Premio Primavera de Novela cuyo jurado, presidido por Carme Riera, ha destacado “la creación de unos personajes verosímiles y cercanos envueltos en una trama dramática y vertiginosa, ambientada en un instituto gallego y en la que se mezclan intereses y turbios secretos”. Su autor es Carlos Montero (Celanova, Orense, 1972), escritor y guionista de cine y televisión, creador de las populares series “Al salir de clase” y “Física y Química” y autor de guiones de “El Comisario”, “El tiempo entre costuras” o “Apaches”. También del largometraje “Combustión” y de varios cortos, entre los que destaca “Dinero fácil”. Como narrador, publicó en 2012 su primera novela “Los tatuajes no se borran con láser”, que también editó Espasa.

El desorden que dejas” está contada en primera persona por Raquel, una profesora de lengua y literatura que va a la pequeña población gallega de Novariz a suplir a Viruca (Elvira), la anterior profesora de la materia que ha aparecido muerta en un pantano próximo a la localidad y que según todos los indicios se ha suicidado. Raquel se desplaza a Novariz con su marido Germán, que pretende ser escritor y está en el paro. Germán es originario de Novariz, donde su familia regenta un restaurante. Desde el primer momento Raquel es amenazada por algunos alumnos del instituto y empieza a pensar que la muerte de su predecesora tal vez no fuera realmente un suicidio. Pronto la vida de los recién llegados se irá complicando en una enrevesada historia en la que nadie es lo que parece y todos desconfían entre sí.

En algunos momentos tal vez con cierta exageración, y siempre al servicio de la intriga, la novela aborda el tema del acoso y el chantaje al que algunos alumnos despiadados y crueles someten a algunos profesores. Ligado a esta cuestión, aparecen los peligros del uso de ciertas imágenes en las redes sociales y la facilidad con que estas pueden ser utilizadas con fines chantajistas. A ello se añade el culto al cuerpo y las atrevidas prácticas sexuales de los adolescentes, las orgías y perversiones de algunos mayores, el consumo y tráfico de drogas y la pervivencia con nuevas formas del viejo caciquismo de la Galicia rural. Hay en la novela en cierto modo un verdadero catálogo de las pasiones y las debilidades humanas, que encadenan a los personajes en una trama turbia, complicada y perversa, en la que nadie es lo que parece y todo el mundo tiene algo que ocultar. Las dudas se apoderan del lector y de los propios personajes, nadie es de fiar y todos parecen sospechosos por momentos. Pero a la vez todos se necesitan y tienen miedo a perder sus dependencias y relaciones establecidas.

Salvo en algunos pasajes que transcurren en La Coruña, la novela se desarrolla en Novariz, nombre inventado por el autor, pero que, según confiesa él mismo en varias entrevistas, está inspirado en Celanova, pueblo orensano del que es natural. Son reales, sin embargo, muchas de las referencias geográficas que aparecen en la historia, que podría catalogarse como trhiller rural aunque con ingredientes tan modernos que lo alejan por completo de los viejos dramas rurales al uso. Los vicios de Novariz no difieren en nada de los habitualmente presentes en los relatos más urbanos.

Lo dicho, tal vez algo exagerada en algunos aspectos argumentales, pero sin duda una novela absorbente y frenética como pocas.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 12 de junio de 2016

EL DESLUMBRANTE DESCUBRIMIENTO DE LUCIA BERLIN


Manual para mujeres de la limpieza”. Lucia Berlin. Alfaguara. 2016. 432 páginas.

Lucia Berlin (Juneau, Alaska, 1936 - Marina del Rey, California, 2004) tuvo una vida de película. Hija de un ingeniero de minas y de una madre alcohólica y racista, nació en Alaska, vivió parte de su infancia en El Paso (Texas) con un estrafalario abuelo dentista, pasó la adolescencia y primera juventud en Chile como una señorita de clase alta, sufrió una escoliosis que le obligó durante años a utilizar un corsé ortopédico, retornó a Estados Unidos y estudió en la Universidad de Nuevo México donde tuvo como profesor a Ramón J. Sender, se casó a los 19 años y tuvo dos niños, se divorció y volvió a casarse con un músico de jazz al que abandonó por un amigo de su marido también músico de jazz y que resultó ser adicto a la heroína, tuvo otros dos hijos, pasó apuros económicos y realizó diversos trabajos como mujer de la limpieza o recepcionista en un centro médico, cayó en el alcoholismo y estuvo en varios centros de desintoxicación, pasó un tiempo en México con una hermana enferma terminal de cáncer de pulmón, vivió en una autocaravana, trabajó como profesora en la Universidad de Colorado y acabó viviendo en el garaje acondicionado como vivienda anexa de la casa de uno de sus hijos en Los Ángeles, donde murió con un libro en la mano a los 68 años.

Durante todo ese tiempo, y siempre inspirada en sus propias vivencias, Lucia Berlin escribió un total de 77 relatos breves. Aunque en vida publicó varios libros en editoriales pequeñas y en algunas revistas, su gran descubrimiento como escritora excepcional se produjo el pasado año cuando la importante editorial Farrar Staus and Giroux publicó en Estados Unidos “Manual para mujeres de la limpieza”, una colección de sus mejores relatos que alcanzó enseguida un enorme éxito de crítica y ventas. En España el libro ha sido editado recientemente por Alfaguara con una espléndida traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.

“Manual para mujeres de la limpieza” contiene 43 relatos, más de la mitad de los que escribió su autora en vida, y toma el título de uno de ellos, en el que Berlin cuenta sus experiencias en uno de sus empleos eventuales como trabajadora de la limpieza a domicilio. Se trata de unos relatos siempre conectados entre sí, que permiten seguir la vida itinerante e intensa de Lucia Berlin desde la infancia hasta prácticamente los días previos a su muerte. Son unas narraciones deslumbrantes, magníficas, excepcionales, escritas con una mezcla de intensidad, naturalidad y fluidez muy poco comunes. Combinando gran variedad de recursos y con una prosa ágil y directa, Lucia Berlin nos sumerge en unas experiencias vitales de gran dureza, donde encontramos alcoholismo, adicción a drogas duras, sordidez o marginación, pero también ternura, poesía, humor, melancolía y lucha por la vida. Podríamos usar, y no sería equivocado, el viejo término de realismo sucio para intentar etiquetar estos cuentos excepcionales; aunque la literatura de esta escritora única y extraordinaria no encaja del todo en ninguna etiqueta demasiado reduccionista o encasilladora.

La completa edición de Alfaguara contiene dos prólogos: uno de la escritora Lydia Davis y otro del editor Stephen Emerson. Davis empieza el suyo con este certero y descriptivo párrafo: “Las historias de Lucia Berlin son eléctricas, vibran y chisporrotean como unos cables pelados al tocarse. Y la mente del lector, seducida, fascinada, recibe la descarga, las sinapsis se disparan. Así nos gusta estar cuando leemos. Con el cerebro en funcionamiento, sintiendo latir el corazón”.

Aunque hay influencias y conexiones literarias evidentes en la narrativa de Berlin, tal vez sean dos las que más destaquen entre todas ellas: el clásico Chejov y el contemporáneo y paisano Raymond Carver. En cualquier caso, hay que insistir en la condición única de las historias de Lucia Berlin. Y concluir afirmando, sin temor a exagerar, que constituye sin duda uno de los grandes descubrimientos literarios de los últimos tiempos.

Carlos Bravo Suárez

lunes, 6 de junio de 2016

PARIS-AUSTERLITZ

    “Paris-Austerlitz”. Rafael Chirbes. Anagrama. 2016. 160 páginas.

“Paris-Austerlitz” es la novela póstuma de Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949 – 2015). Durante casi veinte años, desde octubre de 1996 hasta mayo de 2015, Chirbes estuvo trabajando en la redacción de este libro, que dio por acabado tan solo tres meses antes de su muerte. Durante este largo periodo de gestación, el escritor valenciano fue publicando otras novelas que lo consagraron como uno de los grandes autores de la literatura española contemporánea. Sobre todo, sus dos últimas obras editadas en vida: “Crematorio” (2007) y “En la orilla” (2013), dos novelas en las que se mostraba, con enorme maestría literaria, la corrupción política y económica y el vergonzoso desierto moral que han imperado en las últimas décadas en nuestro país. Sin embargo, “Paris-Austerlitz” poco tiene que ver con esos libros y sus contenidos. Para encontrar parecidos temáticos y conexiones literarias es necesario remontarse más bien a sus primeras obras, principalmente a “Mimoun”, una nouvelle, o novela corta, ambientada en Marruecos con la que inició su carrera como escritor en 1988. De esta manera, la dilatada obra narrativa del escritor valenciano puede enmarcarse en una sugerente trayectoria literaria de estructura circular.

“Paris-Austerlitz” cuenta una intensa y profunda historia de amor, una pasión abrasiva y voraz, portadora de emociones contradictorias y extremas, que tanto iluminan como extenúan a los dos personajes que la viven por un tiempo sin concesión ni tregua. El narrador es un joven pintor español que escapa de su adinerada familia en Madrid para instalarse en la bohemia parisina y abrirse allí camino como artista. Tras ser echado del piso que compartía por no poder pagar su parte, es acogido por Michel, un trabajador francés que le lleva más de treinta años y vive en un pequeño y oscuro piso en un barrio obrero de la periferia de París. Ambos viven un rápido y apasionado enamoramiento, con euforias de alcohol y sexo y dependencias afectivas crecientes. Tras la inicial pasión devoradora, pronto se manifestarán las divergencias: las diferencias de edad y de procedencia social y cultural, la posesividad casi asfixiante frente a los deseos más individuales y egoístas, la intemperie y el desamparo frente a las espaldas cubiertas en la retaguardia, la bohemia negra y proletaria frente a la dorada y pasajera, el camino sin retorno frente a la garantizada vuelta al lugar de origen. Paris y la estación de Austerlitz. La espera de la muerte y casi toda la vida por delante.

La novela comienza con una visita del narrador a Michel que está ingresado en un hospital parisino, aquejado de una enfermedad que siempre es nombrada como “la plaga”, aunque todos sabemos que se refiere al SIDA. El joven español irá alternando en su narración sucesivas visitas al hospital con momentos revividos de su intensa relación con el obrero francés. Los demás personajes de la obra son muy secundarios: las ex parejas de Michel (Jeanine, Ahmed y Antonio), su nuevo amigo (Jaime), la madre del narrador cuando visita París, la anterior pareja del joven (Bernardo) o el dueño del cutre bar parisino donde Michel se emborracha muchas noches. No hace falta más para construir una novela corta redonda, llena de autenticidad y fuerza, en la que nada sobra ni nada falta, ni siquiera en ese final que algunos han considerado abrupto y no lo es. Una novela escrita con una prosa que se ajusta a cada necesidad del relato, que combina la sintaxis larga e impecable con los diálogos pertinentes y las necesarias intervenciones de Michel en lengua francesa, que alterna la crudeza y turbiedad de las descripciones de las escenas de sexo con las alusiones a la pasión amorosa en su vertiente más profunda y literaria: “Sin el fuego del amor, cielos vacíos, mares muertos, naturaleza sin flores. Esa idea que yo creo que nos contagiaron románticos y surrealistas”.

Un amor, de reminiscencias cernudianas, que contrapone la realidad y el deseo, la literatura y la vida: “El loco amor de los poetas surrealistas y la realidad miserable de cualquier pareja con su egoísta estrechez de miras”. O tal vez, como dice el personaje Bernardo, “el amor es un feliz engaño al que uno se somete de buena gana. Incluso alientas el engaño, echas leña a la hoguera si ves que decrece, puro trampantojo, reino de la arbitrariedad, y, desde luego, reñido con la lucidez de cualquier análisis, te entregas o no te entregas: fuego que se enciende porque sí y se extingue no se sabe por qué”.

Después de dos grandes novelas de aliento social y colectivo, Chirbes ha cerrado su brillante carrera literaria con una novela intima, individual, en gran medida confesional e introspectiva, pero de una intensidad y una fuerza literarias que no la hacen desmerecer en absoluto frente a las que le dieron la fama y el merecido reconocimiento antes de que todo lo truncara su precipitada muerte.

Carlos Bravo Suárez