domingo, 31 de julio de 2016

UNA PRIMAVERA DE PERROS

Una primavera de perros”. Antonio Manzini. Salamandra. 2016. 286 páginas.

No es fácil encontrar autores nuevos de novela negra que aporten una visión diferente y personal a los habituales convencionalismos del género. Se publica tanto y está tan de moda en los últimos años esta corriente narrativa que cada vez resulta más difícil separar el grano de la abundante paja que lo envuelve. El pasado año leí “Pista negra”, cuya reseña se publicó en abril en esta misma sección, y me pareció un magnífico relato policiaco, diferente aunque dentro de los cánones del género, bien escrito, ambientado en el valle de Aosta y protagonizado por un policía poco ortodoxo, atormentado y nostálgico, con una pasado oscuro y desplazado, como castigo por alguna actuación anómala anterior, de su hábitat natural romano a las para él inhóspitas y extrañas tierras alpinas del norte de Italia.

El singular policía protagonista se llamaba Rocco Schiavonne, subjefe aunque muchos insistan en llamarlo siempre comisario, y el escritor a seguir era el italiano Antonio Manzini (Roma, 1964), actor de cine y televisión, con dos novelas anteriores y varios relatos escritos conjuntamente con Niccolò Ammaniti y ahora también autor de tres novelas protagonizadas por el citado Schiavonne, que se han convertido en un enorme éxito de crítica y público en Italia y se están traduciendo y editando en numerosos países europeos. En España, y las tres en la colección “black” de Salamandra, a la citada “Pista negra” le han sucedido “La costilla de Adán” y “Una primavera de perros”. Esta última, publicada muy recientemente con traducción de Regina López Muñoz y Julia Osuna Aguilar,

Si “Pista negra” era una buena novela, “Una primavera de perros” es, en mi opinión, todavía mejor. El relato profundiza más en el personaje Schiavonne, que sigue inadaptado al medio, destrozando zapatos “clarcks” porque se niega a calzar botas de montaña, en todo momento nostálgico de Roma y sus amigos y de su esposa muerta con la que sigue dialogando en soledad, malhumorado y sarcástico con compañeros y enemigos, escaqueándose siempre que puede de los periodistas; pero entregándose a fondo y dejándose la piel en cuanto toma las riendas de un caso y decide investigarlo. Esta vez la historia arranca con un accidente de tráfico de madrugada en el que mueren el conductor de una furgoneta y su acompañante. Schiavonne quiere esquivar el caso, pero debe investigarlo porque el vehículo llevaba extrañamente una matrícula falsa. El suceso coincide con el secuestro de una joven estudiante del instituto de Aosta, tras una noche de discoteca en la que uno de los chicos de la pandilla estuvo hablando con los fallecidos en el accidente. La chica es hija de una rica y conocida familia del valle, propietaria de una importante empresa que estaba hasta hace poco en graves apuros económicos, de los que parece haber salido gracias a un extraño préstamo salvador que sin embargo no proviene del principal banco de la comarca. Schiavonne inicia la investigación de lo que intuye como una oscura trama mafiosa, más propia de la Roma de donde él procede que del tranquilo valle al que ha sido trasladado como castigo. Su prioridad, usando la vehemencia y los métodos poco ortodoxos habituales, será siempre salvar la vida de la joven secuestrada.

Al relato de la investigación policial del caso se suman los diálogos introspectivos de Rocco con su esposa muerta, que ya aparecían en “Pista negra”, y la inesperada presencia de la novia de uno de sus amigos romanos, que propiciará la aparición final de una triste y trágica fatalidad y contribuirá sin duda a acentuar el carácter nostálgico y atormentado del policía en futuras entregas de la serie. Además, la novela adopta diferentes puntos de vista, con varias voces y diversas líneas narrativas que mantienen siempre viva la intriga hasta su confluencia final. Ello hace de “Una primavera de perros” una novela no sólo entretenida y amena para cualquier lector, sino dotada además de una rica, y en cierto modo compleja, estructura literaria. Sin olvidar su contenido social y de denuncia, tan ligado desde siempre al género negro: escandalosas diferencias económicas en la sociedad italiana, presencia de grupos mafiosos que actúan por todo el país y llegan a confabularse con los propios bancos o, incluso, las evidentes y crecientes penurias de la policía a la hora de llevar a cabo sus investigaciones.

Al parecer, Manzini y su personaje Schiavonne se han convertido en todo un fenómeno literario en Italia, por lo que la continuidad de la serie narrativa parece asegurada. Estaremos atentos a próximas entregas.

Carlos Bravo Suárez


domingo, 24 de julio de 2016

EL LIBRERO Y LOS CIEN AÑOS DE ROALD DAHL


El librero”. Roald Dahl. Nórdica. Ilustraciones de Federico Delicado. Traducción de Xesús Fraga. 2016. 88 páginas.

Este año se celebra el centenario de Roald Dahl (Cardiff, 1916 – Oxford, 1990). El gran escritor galés de origen noruego (sus padres le llamaron Roald en honor a Roald Amundsen, el famoso aventurero noruego que alcanzó por primera vez el Polo Sur) tuvo una vida azarosa y una juventud aventurera. De niño y adolescente, fue educado en severos colegios británicos y pasaba sus vacaciones en Noruega. Tras terminar sus años de colegio, comenzó a trabajar en la empresa petrolera Shell, que lo trasladó por un tiempo a Tanganica, actual Tanzania. Durante la Segunda Guerra Mundial, se enroló en la Royal Air Force británica y realizó numerosas misiones en África, en una de las cuales se estrelló, se fracturó el cráneo y perdió momentáneamente la visión. Cuando la recuperó, se enamoró de la enfermera que lo atendía. Volvió a efectuar algunos vuelos sobre Siria y, en 1943, fue trasladado a Estados Unidos, donde comenzó a escribir. Allí se casó con la famosa actriz Patricia Neal (protagonista con Gary Cooper de la inolvidable “El manantial”), en un matrimonio que duró treinta años. Uno de sus hijos sufrió hidrocefalia y Dahl apoyó siempre las causas solidarias en el terreno de las enfermedades y la alfabetización de los niños. Tras su muerte, una fundación que lleva su nombre continuó esa labor. Durante la guerra del Líbano de 1982, se vio involucrado en una agria polémica al criticar duramente la actuación del ejercito israelí en el conflicto. Murió de leucemia en 1990.

Como escritor, Roald Dahl es autor de un buen número de cuentos y novelas. Alcanzó gran fama con algunas de sus obras infantiles y juveniles, como “Charlie y la fábrica de chocolate”, “Matilda”, “James y el melocotón gigante”, “Los gremlins”, “El gran gigante bonachón”, “Las brujas” o “Relatos de lo inesperado”. Algunas de ellas se han convertido en verdaderos clásicos y varias han sido llevadas al cine, para el que el escritor galés escribió también numerosos guiones. Sin embargo, Roald Dahl es también autor de destacados relatos literarios para adultos. Uno de ellos es la novela corta “El librero” que, coincidiendo con el centenario del escritor, acaba de ser publicado en nuestro país por la editorial Nórdica. Se trata de una bonita edición ilustrada, con traducción de Xesús Fraga y sugerentes dibujos a todo color de Federico Delicado. Nórdica ha repetido con el mismo acierto, aunque con otro ilustrador, el modelo de edición de hace unos años de “La cata”, otro relato breve del escritor británico.

“El librero” cuenta la historia de William Buggage y su secretaria y amante, la señorita Tottle. Ambos regentan en el centro de Londres una librería de libros raros y de lance que es en realidad una tapadera de otro negocio más lucrativo, que surge de la lectura de los obituarios de los periódicos y de la consulta de la revista “Who is Who” sobre personajes relevantes de la sociedad británica. La pareja descuida la venta directa de sus libros y lleva su verdadero y rentable negocio desde la trastienda de la librería. Con el dinero que ganan se van de vacaciones a los mejores hoteles del mundo. Dahl describe a estos personajes como dos seres grotescos y físicamente poco atractivos, que encarnan algunos de los vicios capitales de los humanos: la ambición, la gula, la pereza, la lujuria. Dos avispados pícaros que se aprovechan de algunas viudas ricas sobre las que ejercen un astuto procedimiento de chantaje. Al final, como ocurre en muchas obras del autor, el desenlace se produce de la manera más inesperada y sorprendente. El relato es ameno, tiene ritmo, estupendas descripciones de unos personajes de baja catadura moral, ironía y unas buenas dosis de humor negro, inteligente y a la vez irreverente y provocador.

Magníficas son asimismo las ilustraciones de Federico Delicado (Badajoz, 1956) que, en unos dibujos minuciosos de colores intensos y rasgos caricaturescos (que recuerdan en cierto modo la viveza cromática del ilustrador expresionista alemán George Grosz), logra captar y trasmitir perfectamente el carácter de los personajes y el humor y el espíritu general del relato. Hay que recordar aquí que Roald Dahl acompañó la edición de muchos de sus libros originales de las magníficas ilustraciones de Quentin Blake.

El centenario del escritor galés está siendo muy celebrado, con exposiciones y ediciones especiales, en el mundo anglosajón, donde Dahl es un autor muy popular y querido. La lectura de esta bonita edición de “El librero”, o de cualquiera de los muchos libros suyos editados en español, es una manera de rendir homenaje a uno de los escritores más prolíficos y destacados del pasado siglo XX.

Carlos Bravo Suárez

jueves, 21 de julio de 2016

DE LLAUSET AL PUENTE DE SALENQUES POR EL GR-11











El Centro Excursionista Ribagorza ha organizado para el próximo domingo 31 de julio una excursión desde la presa de Llauset hasta el puente de Salenques que transcurre íntegramente por el GR-11 o Senda Transpirenaica. La actividad se incluye dentro del programa “Conocer Aragón por GR”, promovido por la FAM. El recorrido transita por hermosos parajes del Pirineo aragonés más oriental y termina a orillas del río Noguera Ribagorzana, en el pantano de Baserca o de Senet, ya en la frontera con la comunidad vecina de Cataluña.

El itinerario andando comienza en el aparcamiento situado junto a la presa de Llauset, a prácticamente 2.200 m. de altitud. Hasta allí llega una empinada carretera, normalmente transitable para todo tipo de vehículos, que vence más de mil metros de desnivel en los aproximadamente doce km que la separan del pueblo de Aneto, situado junto a la carretera N-230, algo antes de llegar al túnel de Viella. Para acceder al aparcamiento de la presa de Llauset, los vehículos han de atravesar un túnel de algo más de un kilómetro que desde hace unos años está siempre abierto e iluminado, salvo en invierno, en que está cerrado para vehículos. Desde el aparcamiento de la presa, podríamos realizar una excursión circular a los lagos de Anglios que veremos señalizada y que nosotros haremos en parte pero sin cerrar el círculo. 

Desde la presa, iniciaremos la excursión cruzando andando un pequeño túnel y bordeando el embalse de Llauset por el lado derecho en el sentido de nuestra marcha. Al final del embalse, giraremos a nuestra derecha para iniciar una corta subida hasta el collado de Botornás, junto al que se encuentra una pequeña cabaña de piedras color vino y tejado de pizarra con una chimenea. Desde allí, descenderemos hasta el ibón de Botornás, que dejaremos a nuestra izquierda. Tomando una corta subida por la derecha, llegaremos al nuevo refugio de Cap de Llauset, situado a 2.425 m. de altitud, que ha sido recientemente inaugurado y se encuentra ya en funcionamiento. Desde nuestro inicio de la excursión, hemos recorrido unos tres kilómetros en poco más de una hora.

Tras una parada en el refugio, retornaremos al GR-11 para llegar enseguida al ibón de Cap de Llauset, desde donde giraremos a la derecha para ascender, en una corta subida, al Collado de los Ibones, o Collada dels Estanyets, que a 2.521 m. de altitud es el punto más elevado de nuestro recorrido. Desde aquí, tendremos una espléndida vista del valle de Anglios, con una sucesión de ibones que componen un preciosos paisaje. El inicio de la bajada es por terreno pedregoso de grandes bloques graníticos. Se bordean por la derecha los primeros ibones o estanyets, llamados del Cap de Anglios, y luego se llega a los tres ibones conocidos propiamente como de Anglios, situados en un rellano más verde y herboso. Junto al ibón grande, y a 2.238 m., veremos un característico refugio de madera, a modo de cabaña, que se encuentra siempre abierto. El paraje es de una gran belleza y suele imperar en él un silencio sobrecogedor.

Ya siempre en pronunciado descenso, seguiremos el barranco de Anglios hasta su confluencia con el de Salenques, o Ixalenques, que viene por nuestra izquierda. El paisaje va cambiando, convirtiéndose en un bosque cada vez más tupido que en su parte final, en la llamada Ubaga de Ixalenques, es un espacio frondoso que toma el nombre del saucedal que allí crece, junto a grandes abetos y un precioso hayedo. 

Así llegaremos al final de nuestro recorrido, en el llamado puente de Salenques, junto a la carretera N-230, en el pantano de Baserca, a 1.391 m. de altitud, y muy poco más arriba del desvío al pueblo de Aneto, desde donde a primera hora de la mañana habremos subido en autobús por la empinada carretera para empezar desde la presa de Llauset nuestra excursión a pie. En total habrán sido unos doce km, que se recorren en unas cinco horas de caminata, que se van a por lo menos seis con las paradas, más que apetecibles, a las que invita el atractivo camino.

Datos útiles:
Desnivel+: 321 m.
Desnivel-: 1130 m.
Distancia: 12 km aprox.
Duración de la excursión: Unas 6 horas con paradas.
Fecha y lugar de salida: Domingo, 31 de julio, 7 h. Glorieta Joaquín Costa de Graus. Desplazamiento en autobús.
Inicio de la excursión: 9 h. aprox.
Precio: Socios CER 15€; no socios 18€. Seguro de excursión obligatorio para los no federados: 2,5€. El pago puede efectuarse en el autobús al inicio de la excursión.
Inscripción: E-mail centro.excursionista.ribagorza@hotmail.com o teléfonos 696 86 73 42 (Carlos) o 667 20 97 74 (Ana). Plazo máximo: jueves 28 de julio a las 21 h.

Carlos Bravo Suárez
(Centro Excursionista Ribagorza)

Fotos: embalse de Llauset desde el aparcamiento, pasando un torrente al bordear el embalse, el embalse desde la cola, cabaña de Botornás, ibón de Botornás, el refugio de Cap de Llauset desde Botornás, el refugio de cerca, el ibón de Cap de Llauset y los ibones y el valle de Anglios desde la collada dels estanyets y entrando en el bosque de Salenques.

Artículo publicado hoy en el suplemento "Aragón, un país de montañas", de Heraldo de Aragón. 




domingo, 17 de julio de 2016

NUNCA FALTA NADIE O LA METÁFORA DEL ÑU


 “Nunca falta nadie”. Catherine Lacey. Alfaguara. 2016. 256 páginas.

“Nunca falta nadie” es la primera novela de Catherine Lacey (Tupelo, Mississipi, 1985), una de las nuevas narradoras estadounidenses más aclamadas por la crítica. El libro, que fue publicado en Estados Unidos en 2014, fue considerado como la mejor novela del año por “The New Yorker” y otras importantes publicaciones norteamericanas y ha sido traducido a varios idiomas y editado en numerosos países. En España, ha sido publicado recientemente por Alfaguara, con traducción de Damià Alou. La autora, que antes sólo había publicado entrevistas, relatos y piezas de no ficción para distintos periódicos y revistas, está escribiendo su segunda novela, que se titulará “The Answers” y que Alfaguara ya ha anunciado que publicará próximamente en nuestro país.

“Nunca falta nadie” está narrada en primera persona por Elyria, una joven recién casada que, sin avisar a su marido ni a su familia, abandona repentinamente Nueva York para irse en avión nada menos que a Nueva Zelanda. Deja atrás una vida aparentemente estable, pero que se le revela como interiormente insatisfactoria, e inicia un viaje en autoestop por el país austral, donde solamente tiene la dirección de un escritor al que conoció en una fiesta y que vive en una alejada y solitaria granja. En una geografía totalmente nueva para ella, Elyria vive a salto de mata viajando de un lugar a otro, conoce a diferentes personas con algunas de las cuales hace algo de amistad, sube a coches de desconocidos pese a las advertencias que le hacen del peligro que eso puede suponer, experimenta situaciones diversas y a veces rocambolescas, duerme en casas de campo, bosques, prados o parques y desempeña diferentes y esporádicos trabajos en las dos islas neozelandesas. También habla por teléfono varias veces con su marido, que no consigue entender la causa de tan repentino e inesperado abandono. Tampoco ella racionaliza demasiado los motivos y se atormenta con el recuerdo de su hermana adoptiva, que se suicidó unos años antes y de quien su marido era profesor de matemáticas en la universidad. Elyria lo conoció a raíz del trágico suceso y se enamoró de él, hasta que el idilio culminó en un matrimonio aparentemente estable y feliz.

La novela presenta así a un personaje femenino que rompe con las ataduras y dependencias anteriores y se adentra en solitario en un territorio nuevo e inexplorado, donde caerá en nuevas contradicciones y en preguntas para las que no siempre consigue hallar respuesta. La explicación metafórica recurrente a su comportamiento es el ñu o animal indomable que lleva dentro, al que nunca consigue domesticar ni someter del todo. (“Todos tenemos nuestra parte de oscuridad, dirás; pero yo sé que la mía es más oscura, y oculta todo un rebaño de ñus furioso”). No hay una clara explicación racional a su huida; algo interior, incontrolable y salvaje parece haberla empujado a ello y, aunque haya un retorno al punto de salida, ya nada será igual que antes, porque es imposible recomponer aquello que se ha roto con tanto estrépito.

Puede observarse un cierto feminismo en el fondo del relato, especialmente por la valentía de Elyria de ser capaz de romper con todo y enfrentarse sola a lo desconocido, pero no es ese el principal mensaje de la novela. Si bien la joven viajera logra conquistar su independencia personal, lo hace a costa de una gran confusión interior, que a veces ella misma cree identificar con un posible desequilibrio psicológico, y de atormentarse con frecuencia en una inestable alternancia de placer y sufrimiento. A medida que viaja con ella por Nueva Zelanda, el lector conoce el pasado que la narradora le va desvelando de una manera retrospectiva. La novela se convierte así en un doble viaje, exterior e interior al tiempo, que tiene en cierto modo como tema principal la dolorosa búsqueda de sí misma vivida por Elyria, siempre envuelta en un mundo de claroscuros encontrados.

Según ha contado la autora en entrevistas recientes, tomó como fuente de inspiración un viaje que hizo a Nueva Zelanda para realizar algunos estudios naturales, aunque la novela no tiene nada más de autobiográfica y las notas tomadas en su recorrido por el lejano país austral sólo fueron el punto de partida para una obra puramente de ficción. Catherine Lacey se revela como una magnífica escritora, sincera, fresca, natural y a la vez intensa y profunda. Ella misma reconoce en Lorrie Moore, John Berryman o Jean Rhys a sus principales referentes literarios, pero posee una voz propia e innovadora que convierten a su primera novela en una verdadera y cautivadora sorpresa.

“Nunca falta nadie” supone un magnífico debut narrativo, que parece augurar a esta joven escritora una prometedora carrera literaria. Veremos si su ya esperada segunda novela confirma las elevadas expectativas depositadas en ella.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 10 de julio de 2016

LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO

Las cosas que perdimos en el fuego”. Mariana Enríquez. Anagrama. 2016. 200 páginas.

“Las cosas que perdimos en el fuego” es el primer libro de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) que se publica en España. Sin embargo, la precoz periodista y escritora argentina tiene una interesante trayectoria literaria en su país donde ha publicado las novelas ”Bajar es lo peor” (1995) y “Cómo desaparecer completamente” (2004), la novela corta o nouvelle “Chicos que vuelven” (2010), los libros de relatos “Los peligros de fumar en la cama” (2009) y “Cuando hablamos de los muertos” (2013), la crónica “Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios” (2013) y la biografía “La hermana menor: Un retrato de Silvina Ocampo” (2014). Valorada y respetada por la crítica argentina, ha transcendido las fronteras literarias de su país con su último libro de relatos “Las cosas que perdimos en el fuego”, que se ha traducido a varios idiomas y editado en numerosos países. En el nuestro, el libro ha sido publicado por Anagrama.

“Las cosas que perdimos en el fuego” consta de doce relatos de terror. Aunque pueden rastrearse en estos cuentos numerosas influencias literarias, que van desde Poe a Henry James pasando por Mary Shelley o H. P. Lovecraft, son historias que tienen sin duda un toque personal diferente y una ambientación geográfica e histórica específicamente argentina, que las hacen singulares, distintas y sumamente sugerentes. Se trata en general de relatos urbanos, que suceden en arrabales y barrios pobres, marginales y peligrosos, con drogadicción, delincuencia y seres indefensos que viven en la calle a la intemperie. En esta línea está “El chico sucio”, relato que abre el libro y es, en mi opinión, uno de los mejores del mismo. También en “Bajo el agua negra”, en el que de la feroz represión policial sobre los pequeños delincuentes juveniles urbanos pasamos a una terrorífica procesión de claros tintes lovecraftianos. Porque esa es otra característica de los relatos de Enríquez: se inician de una manera realista y cotidiana y derivan casi sin que nos demos cuenta hacia lo terrorífico, lo fantástico y lo demencial. De esa manera, en esas historias vamos encontrado, insertados con habilidad y tino, muchos de los elementos clásicos de la literatura de terror: sacrificios rituales amparados en la superstición (“El niño sucio”), casas encantadas y malditas (“La casa de Adela”), fenómenos del pasado que vuelven al presente (”La hostería”), fantasmas y seres deformes (“Bajo el agua negra”, “Fin de curso”, el magnífico “El patio del vecino” o las mujeres quemadas de “Las cosas que perdimos en el fuego” que da título al libro), precoces asesinos en serie (“Pablito clavó un clavito: una evocación de Petiso Orejudo”), calaveras (“Nada de carne sobre nosotras”), efectos psicotrópicos (“Los años intoxicados”) y hasta, ya en un terror moderno, seres absorbidos en su identidad por la computadora con la que viven y se encierran (“Verde rojo anaranjado”).

Excepto “Pablito clavó un clavito: una evocación de Petiso Orejudo”, que trata sobre uno de los más famosos asesinos en serie de la historia argentina, todos los relatos del libro están narrados por mujeres. Aunque, como la propia Enríquez ha señalado en alguna entrevista, sean narradoras en las que no se puede confiar demasiado, porque no están cuerdas y en su desequilibrio mental pueden estar mintiendo o no viendo las cosas como son. Todas, eso sí, tienen su nombre y sus circunstancias, su contexto histórico y sociológico y hasta incluso sus motivos psicológicos. Esa visión femenina se convierte en algunos momentos, aunque no demasiado y sin excesos militantes, en una cierta perspectiva feminista al abordar las relaciones de pareja. Eso sucede sobre todo en el último relato, que da título al libro. También en el magnífico “Tela de araña”, que tiene ciertos aires de “road movie” literaria.

Un aspecto que se ha destacado de este libro es la presencia, y persistencia, en algunos cuentos de la fatídica historia reciente argentina. El recuerdo de la dictadura y sus siniestras escuelas militares aparecen en el relato “La Hostería”, el alfonsinismo de los noventa surge de fondo en “Los años intoxicados” y los abusos policiales y la contaminación de los ríos en “Bajo el agua negra”.

Escritos con gran oficio literario y dominio del lenguaje y de los ritmos, los cuentos de “Las cosas que perdimos en el fuego” hacen que el horror y el terror penetren en todos los espacios, sobre todo en aquellos aparentemente más protegidos como la casa, la pareja, la familia, el barrio o la escuela. Nada queda a salvo de lo irracional y lo terrible en este libro de lectura más que recomendable.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 3 de julio de 2016

PECADO


“Pecado”. Laura Restrepo. Alfaguara. 2016. 350 páginas.

Laura Restrepo (Bogota, 1950) es una de las voces más destacadas de la narrativa latinoamericana actual. Además de algunos ensayos sobre la realidad política de su país, la periodista y escritora colombiana, que actualmente reside en España, es autora de una decena de novelas, entre las que destaca “Delirio”, con la que en 2004 ganó el prestigioso Premio Alfaguara. Tras su anterior “Hot sur”, publicado en 2012, Restrepo ha editado este año su nuevo libro “Pecado” que, aunque puede leerse como un conjunto de relatos casi independientes, su autora insiste en que debemos considerar como una novela.

“Pecado” está compuesta por ocho narraciones cuyo punto de conexión es la aparición en todas ellas, de una manera más o menos explícita, de alguna referencia al cuadro “El jardín de las delicias”, de cuyo autor, Hieronymus Bosch, más conocido como el Bosco, se celebra este año el quinto centenario de su muerte. La escritora colombiana se confiesa gran admiradora de esta destacada pintura, que ha contemplado detenidamente en sus numerosas visitas al Museo del Prado en Madrid y que le ha servido como inspiración e hilo conductor de su nuevo libro. Incluso, estableciendo un cierto paralelismo con la estructura del famoso cuadro, el relato “Peccata mundi” se divide en dos partes, abriendo y cerrando la novela, al modo de las dos tablas laterales que pueden cerrarse sobre la central del enigmático tríptico del gran pintor holandés.

Los relatos que componen la novela están protagonizados por diferentes personajes que cometen algún tipo de transgresión, que podemos identificar con lo que (con una vara de medir históricamente religiosa, ética o moral) hemos venido en considerar como pecados. En “Peccata mundi”, primer y último relato del libro, encontramos al propio rey Felipe II que tiene al cuadro del Bosco como brújula, hoja de ruta o mapa que le sirva de guía para gobernar su inabarcable y casi infinito reino. “Las Susanas en su paraíso” es un relato de soberbia ligada a la superioridad de clase social de unas mujeres blancas que veranean en un pueblo de pescadores negros, con uno de los cuales una de ellas vive un breve escarceo amoroso. “La promesa” cuenta una escabrosa historia de incesto entre una niña y su padre, aunque la joven logra sorprendentemente salir indemne de la aventura y dominar la situación y sus emociones, al principio desbordadas sin control. “Lindo y malo, ese muñeco” está protagonizado por un joven sicario de Medellín, al que todos conocen como el Arcángel, que se convierte en un frío y despiadado delincuente que mantiene a su madre y hermanos con el dinero de sus robos y fechorías. En “Olor a rosas invisibles”, un hombre maduro, y socialmente bien situado, recibe la llamada de un antiguo amor de juventud a la que conoció en un viaje a Egipto y que ahora, siendo ella ya viuda, le propone un encuentro clandestino en Nueva York. “Pelo de elefante” esta protagonizado por La Viuda, un verdugo metódico, pulcro y gran profesional de la ejecución, que al enamorarse de una hermosa joven va a hacer una primera y única excepción en su implacable trabajo.”El siriaco” es una extraña y sugerente narración cuyo protagonista es un santo anacoreta y estilita que, como el Simón del desierto de Buñuel, vive en lo alto de una columna y de cuyo mantenimiento en la virtud depende el futuro del rey y la estabilidad de su reíno. En “Amor sin pies ni cabeza”, la narradora va a una cárcel de mujeres a entrevistar a una mujer que, cansada de los malos tratos que recibía, mató a su marido al que después descuartizó repartiendo los restos por diversos lugares de la ciudad.

Laura Restrepo es una magnifica escritora, con una prosa rica y elegante, que usa hermosos giros del castellano iberoamericano que regalan los oídos del lector español y domina los tiempos y registros del relato de extensión media. A pesar de lo escabroso de varias de las historias (algunas, como las del incesto y la asesina descuartizadora, inspiradas en hechos reales), nunca cae en el tremendismo gratuito ni en la exageración desmedida. En ellas, parece querer mostrar la permeable y desdibujada frontera que a veces separa lo bueno de lo malo, el pecado de lo que no lo es o no se puede ya considerar como tal. Sobre todo, en estos tiempos presentes tan escasos en referencias rígidas e incuestionables.

Laura Restrepo nos presenta en este hermoso libro a un puñado de personajes supuestamente pecadores a los que, sin embargo, la voz narradora nunca juzga ni califica moralmente. Deja sencillamente que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones.

Carlos Bravo Suárez