“Una
primavera de perros”. Antonio Manzini. Salamandra. 2016. 286
páginas.
No
es fácil encontrar autores nuevos de novela negra que aporten una
visión diferente y personal a los habituales convencionalismos del
género. Se publica tanto y está tan de moda en los últimos años
esta corriente narrativa que cada vez resulta más difícil separar
el grano de la abundante paja que lo envuelve. El pasado año leí
“Pista negra”, cuya reseña se publicó en abril en esta misma
sección, y me pareció un magnífico relato policiaco, diferente
aunque dentro de los cánones del género, bien escrito, ambientado
en el valle de Aosta y protagonizado por un policía poco ortodoxo,
atormentado y nostálgico, con una pasado oscuro y desplazado, como
castigo por alguna actuación anómala anterior, de su hábitat
natural romano a las para él inhóspitas y extrañas tierras alpinas
del norte de Italia.
El
singular policía protagonista se llamaba Rocco Schiavonne, subjefe
aunque muchos insistan en llamarlo siempre comisario, y el escritor a
seguir era el italiano Antonio Manzini (Roma, 1964), actor de cine y
televisión, con dos novelas anteriores y varios relatos escritos
conjuntamente con Niccolò Ammaniti y ahora también autor de tres
novelas protagonizadas por el citado Schiavonne, que se han
convertido en un enorme éxito de crítica y público en Italia y se
están traduciendo y editando en numerosos países europeos. En
España, y las tres en la colección “black” de Salamandra, a la
citada “Pista negra” le han sucedido “La costilla de Adán” y
“Una primavera de perros”. Esta última, publicada muy
recientemente con traducción de Regina López Muñoz y Julia Osuna
Aguilar,
Si
“Pista negra” era una buena novela, “Una primavera de perros”
es, en mi opinión, todavía mejor. El relato profundiza más en el
personaje Schiavonne, que sigue inadaptado al medio, destrozando
zapatos “clarcks” porque se niega a calzar botas de montaña, en
todo momento nostálgico de Roma y sus amigos y de su esposa muerta
con la que sigue dialogando en soledad, malhumorado y sarcástico con
compañeros y enemigos, escaqueándose siempre que puede de los
periodistas; pero entregándose a fondo y dejándose la piel en
cuanto toma las riendas de un caso y decide investigarlo. Esta vez la
historia arranca con un accidente de tráfico de madrugada en el que
mueren el conductor de una furgoneta y su acompañante. Schiavonne
quiere esquivar el caso, pero debe investigarlo porque el vehículo
llevaba extrañamente una matrícula falsa. El suceso coincide con el
secuestro de una joven estudiante del instituto de Aosta, tras una
noche de discoteca en la que uno de los chicos de la pandilla estuvo
hablando con los fallecidos en el accidente. La chica es hija de una
rica y conocida familia del valle, propietaria de una importante
empresa que estaba hasta hace poco en graves apuros económicos, de
los que parece haber salido gracias a un extraño préstamo salvador
que sin embargo no proviene del principal banco de la comarca.
Schiavonne inicia la investigación de lo que intuye como una oscura
trama mafiosa, más propia de la Roma de donde él procede que del
tranquilo valle al que ha sido trasladado como castigo. Su prioridad,
usando la vehemencia y los métodos poco ortodoxos habituales, será
siempre salvar la vida de la joven secuestrada.
Al
relato de la investigación policial del caso se suman los diálogos
introspectivos de Rocco con su esposa muerta, que ya aparecían en
“Pista negra”, y la inesperada presencia de la novia de uno de
sus amigos romanos, que propiciará la aparición final de una triste
y trágica fatalidad y contribuirá sin duda a acentuar el carácter
nostálgico y atormentado del policía en futuras entregas de la
serie. Además, la novela adopta diferentes puntos de vista, con
varias voces y diversas líneas narrativas que mantienen siempre viva
la intriga hasta su confluencia final. Ello hace de “Una primavera
de perros” una novela no sólo entretenida y amena para cualquier
lector, sino dotada además de una rica, y en cierto modo compleja,
estructura literaria. Sin olvidar su contenido social y de denuncia,
tan ligado desde siempre al género negro: escandalosas diferencias
económicas en la sociedad italiana, presencia de grupos mafiosos que
actúan por todo el país y llegan a confabularse con los propios
bancos o, incluso, las evidentes y crecientes penurias de la policía
a la hora de llevar a cabo sus investigaciones.
Al
parecer, Manzini y su personaje Schiavonne se han convertido en todo
un fenómeno literario en Italia, por lo que la continuidad de la
serie narrativa parece asegurada. Estaremos atentos a próximas
entregas.
Carlos
Bravo Suárez