sábado, 30 de enero de 2010

VÍCTIMA DE LA HIPOCRESÍA

La extraña desaparición de Esme Lennox. Maggie O’Farrell. Salamandra. 2009. 220 páginas.

Hubo un tiempo en que las mujeres con comportamientos extraños o considerados poco normales eran acusadas de brujas y, con frecuencia, condenadas a morir en la hoguera. Hubo otro tiempo, más cercano al nuestro, en el que algunas mujeres que se atrevían a rebelarse contra las rígidas convenciones de las sociedades puritanas en las que vivían podían ser acusadas de locas y ser encerradas de por vida en un manicomio.

Esto último le ocurre al personaje principal de La extraña desaparición de Esme Lennox, una de las buenas novelas publicadas en el pasado 2009. Maggie O’Farrell, nacida en Irlanda del Norte en 1972 y afincada desde hace años en tierras escocesas, es la autora del libro. Esta es su cuarta novela y la primera que se traduce al español.

La extraña desaparición de Esme Lennox es un drama ambientado en la época victoriana pero contado con las técnicas narrativas más modernas y actuales. Una familia británica que en la época colonial regresa de la India y se instala en Escocia. Dos hermanas con una rivalidad latente que responden de forma muy distinta ante las estrictas normas sociales imperantes en la época. Una que se somete dócilmente a ellas y no logra ser feliz y otra que las rechaza y es severamente castigada por ello. Matrimonios de conveniencia, frustración sexual, autoritarismo paterno, obligada renuncia femenina a la felicidad, sometimiento al puritanismo dominante y represión feroz y excluyente sobre quien pretende decidir por sí misma y disponer libremente de su propia vida.

Pero no todo el relato se ambienta en el pasado. La narración se mueve en dos planos cronológicos distintos, entre el ayer y el hoy. Es la joven Iris, enredada en sus propios conflictos amorosos en el tiempo actual, quien deberá hacerse cargo de su tía-abuela cuando el psiquiátrico de Edimburgo en el que fue recluida sesenta años atrás cierre sus puertas. A la hora de recomponer el pasado que llevó a Esme Lennox a su terrible y largo encierro, se mezclan sus propios recuerdos con los monólogos inconexos de su hermana Kitty, que padece el mal de Alzheimer. Con todo eso y el propio presente de Iris se compone una conmovedora historia que permite descubrir finalmente las verdaderas causas de la dramática injusticia sufrida por el personaje que da título al libro.

Una novela que cuenta con maestría una historia desgarradora y triste, que atrapa al lector desde el principio y mantiene siempre viva su atención hasta el sorprendente y en cierto modo inesperado final. Un libro muy recomendable.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 23 de enero de 2010

DÍAS DE AMOR Y GUERRA

La noche de los tiempos. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral. 2009.957 páginas

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) es uno de los autores más importantes de la narrativa española de las últimas décadas. Desde la aparición en 1986 de su primera novela Beatus ille, ha publicado más de una docena de libros y se ha convertido en uno de los articulistas más prestigiosos de nuestro país. En mi opinión, en sus cuatro primeras novelas, culminadas con El jinete polaco, logró un nivel narrativo tan elevado que las que vinieron después parecían estar por debajo de aquellos inicios tan brillantes. Al menos en lo que a invención literaria se refiere, pues su elaborada prosa y su cuidado estilo se han mantenido siempre a gran altura. Sin embargo, su última novela La noche de los tiempos puede situarse a la cabeza de sus narraciones, quizás sólo superada por aquella premiada y también muy extensa El jinete polaco de 1991.

La noche de los tiempos es una novela de amor y de guerra. Cuenta un apasionado romance entre un arquitecto madrileño, socialista moderado por herencia de un honrado y austero padre albañil, casado con una mujer de familia conservadora y padre a su vez de dos hijos, y una estadounidense divorciada y vitalista que visita España como final de un viaje por Europa. Como fondo de ese idilio romántico y ardiente, Muñoz Molina describe con crudo realismo el Madrid de las vísperas de la guerra civil y de los primeros días del conflicto. Son extraordinarias las páginas en que el protagonista recorre las calles de la capital buscando primero a su amada y después a su amigo el profesor Rossman. Con afán desmitificador, se presenta una ciudad sumida en el desorden, las delaciones y los asesinatos políticos. Unas turbas enfervorizadas, sin apenas control gubernamental y políticamente fanáticas, siembran el caos y el miedo sin tener verdadera consciencia del terrible enemigo, aún más cruel y sistemático en el uso de la violencia y militarmente mucho más preparado, al que debían enfrentarse. Muñoz Molina carga contra el maniqueísmo porque, si bien fueron los golpistas los culpables del conflicto que ellos mismos desencadenaron, una parte de los partidos del Frente Popular no estuvo a la altura de las circunstancias y entre sus principales objetivos no figuraba tanto la defensa de la democracia como imponer su dictadura del proletariado o su revolución social.

El escritor jienense cuenta la historia con el habitual estilo de elaborada sintaxis, frases largas, gusto por el detalle y búsqueda permanente de la palabra exacta. Un estilo que quizás resulte algo premioso y lento a los lectores poco habituados o con otros gustos literarios, pero que disfrutarán mucho quienes lean el libro reposadamente, recreándose en una prosa cuya calidad está hoy al alcance de muy pocos escritores.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 16 de enero de 2010

UNA RELACIÓN DESIGUAL

El Agrio. Valérie Mréjen. Editorial Periférica. 2009. 89 páginas

Valérie Mréjen (París, 1969) ha publicado dos novelas breves en nuestro país: Mi abuelo y El Agrio. Las dos han sido editadas por la pequeña editorial extremeña Periférica y ambas han tenido una buena acogida por parte de la crítica.

Valérie Mréjen es una creadora polifacética. Además de escritora, es muy conocida como artista plástica y fotógrafa. El pasado verano pudo verse una exposición suya en el Palau de la Virreina de Barcelona. Como escritora, cultiva una narrativa innovadora y moderna con grandes influencias del cine, el vídeo, la fotografía y las artes plásticas.

El Agrio es Bruno, un joven algo extravagante, aficionado a las artes, bastante caradura, que preserva su libertad y se compromete poco en el amor a una sola chica. De él se enamora, con su “corazón de quinceañera” y una pasión obsesiva y desbordante, la narradora de la novela. El sobrenombre de Bruno es El Agrio porque el joven siente una extraña atracción contemplativa hacia los cítricos, a los que deja madurar hasta enmohecer en su frutero. Además, dibuja su retrato con forma de limón y ha creado ese icono en el ordenador.

La autora francesa cultiva una escritura muy personal que muchos califican como moderna o postmoderna. Prescinde de capítulos y estructura el relato en bloques cortos, breves escenas contadas con un lenguaje lacónico de aparente frialdad y escasa implicación. Como si una cámara exterior nos fuera dejando breves secuencias de los encuentros entre Bruno y la narradora. Sin duda hay una intención claramente innovadora en la manera de narrar de la escritora parisina.
Lo que la novela cuenta no es otra cosa que una historia de amor, o de desamor, en un marco urbano, la ciudad de París, y en unos ambientes que, ya no sé si el término sigue vigente, hasta hace poco eran denominados como postmodernos. Una relación amorosa asimétrica y muy descompensada. Porque mientras la chica la vive con intensidad, obsesión y absoluta dependencia del otro, éste nunca acaba de comprometerse con ella y mantiene otras relaciones en paralelo. Eso sí, aunque la chica sufre y recibe frecuentes plantones, no hay en su relato ni estridencias ni atisbo alguno de melodrama. Todo está contado con distanciamiento, frialdad y una cierta ironía.

El Agrio se lee de un tirón en un par de horas. Atrae de la novela la forma diferente de narrar una historia que no es más que una de las variantes más frecuentes de las relaciones amorosas de pareja.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 10 de enero de 2010

SANTA MARÍA DE FORNONS

Del antiguo pueblo de Fornons sólo queda en pie una parte de la vieja ermita de Santa María. El resto son algunos montones de piedras diseminados por las proximidades de las ruinas de la que en su momento sería la iglesia parroquial del lugar. No lejos de ellas, pueden verse las paredes de una casa que parece haber sido utilizada como corral de ganado. Junto a su puerta de entrada se puede intuir lo que tal vez fuera un antiguo camino empedrado. Los robustos muros de la ermita de Santa María, construidos para durar, es lo único que ha sobrevivido a los efectos siempre devastadores del paso inexorable del tiempo.

Fornons se alza sobre un escarpe rocoso de las estribaciones de la sierra de Sis. Muy cerca del pequeño pueblo ribagorzano de Biascas de Obarra, en la margen izquierda del valle del río Isábena. Para llegar a Fornons debemos subir hasta la parte alta de Biascas, a un kilómetro de la carretera A-1605 que lleva de Graus al valle de Arán. Allí, muy cerca de un interesante panel informativo, debemos tomar una pista de tierra en dirección a la sierra de Sis. A los pocos metros, y sin ninguna indicación que nos oriente, es necesario abandonar la pista para atravesar un pequeño campo de labor. Enseguida llegamos a un camino que, trazando una curva, discurre por una ladera muy erosionada, en la zona conocida como el Caixigaret. Por un sendero bien marcado llegamos a la fuente de Caials, manantial de aguas muy apreciadas y de comprobados efectos refrescantes en verano. Siguiendo unos metros por el cauce del barranco de ese nombre, giramos enseguida a la derecha para, en una corta subida por una pista desgastada, alcanzar las ruinas de Fornons. Llegar hasta aquí andando desde Biascas de Obarra viene a costar alrededor de media hora. Algo más largo es el acceso al lugar desde el también vecino pueblo de Serraduy.

De Fornons hay una primera noticia documentada el año 905. El matrimonio formado por Sancho y Visimoda donó al monasterio de Obarra una heredad o alodio en dicho lugar. En otro documento del año 1010 ya se cita la existencia de la iglesia de Santa María, y en tres documentos sucesivos de los primeros años de ese mismo siglo XI comprobamos que el monasterio de Obarra acabó haciéndose con la propiedad completa de Santa María y de todo el lugar de Fornons, incluyendo sus hombres y sus tierras. Al convertirse Obarra en priorato dependiente del monasterio de San Victorián de Asán, Fornons pasó a ser parte de los dominios del cenobio sobrarbense en el año 1076. En un documento fechado en 1238 se dice que Joan, capellán de Fornons, y su cuñado Joan de Pardinella compraron al abad de San Victorián un molino abandonado, con el fin de restaurarlo, en el término de Fornons, en el lugar llamado de Entrambasaguas.

Sin embargo, las relaciones entre Fornons y Obarra no siempre fueron buenas. Así, en 1295, el prior de Obarra y el abad de San Victorián ordenaron la detención de Guillermo de Fornons por desacato a la autoridad religiosa. Guillermo consiguió quedar en libertad gracias a la intervención a su favor de Bernardo de Pardinella, lugarteniente del sobrejuntero de Ribagorza. Unos años más tarde, en 1322, el propio Guillermo de Fornons logró liberarse de la sangrante servidumbre de Obarra mediante el pago al nuevo prior de siete sueldos jaqueses.

De la antigua iglesia de Santa María sólo queda en pie una parte del perímetro de sus muros. La techumbre se derrumbó hace tiempo sobre el interior del templo, cubriéndolo casi por completo de unas ruinas sobre las que crecen inevitablemente algunos arbustos. No hace mucho que fue cortado un gran roble o caixigo que ocupaba el espacio interior de la ermita. Queda constancia de la existencia del gran árbol en el tomo I de la edición más reciente de “Arquitectura románica”, de Manuel Iglesias Costa, en una gran fotografía en color que ocupa una página completa del libro. Hoy la maleza continúa creciendo sin tregua por el lugar, dificultando los movimientos de quienes visitan las ruinas del viejo poblado.

La ermita es de una sola nave de planta rectangular. Estaría cubierta con bóveda de cañón con un amplio tramo presbiterial anterior al ábside. De su perímetro se aprecian las paredes de los muros septentrional y meridional y, sobre todo, del ábside semicircular orientado canónicamente al este. Estas paredes son robustas y gruesas, hechas de sillares desiguales, pero bien tallados y dispuestos de manera uniforme y bien alineada. La puerta, casi inapreciable, se abría sobre el muro sur y daba al parecer al antiguo cementerio. En esa misma pared, en los gruesos contrafuertes anteriores al ábside, se puede observar aún una ventana de forma rectangular y derrame interior. En el suelo, junto a las ruinas de la ermita, quedan dos piezas de piedra en forma de arco que constituían al parecer la antigua ventana que se abría en el centro del ábside semicircular.

Don Manuel Iglesias Costa indica en su libro citado que en su opinión las ruinas hoy existentes corresponden a la iglesia de Santa María que aparece en el documento del año 1010. Su construcción dataría por tanto de los primeros años del siglo XI, y es posible que el templo escapara a la devastadora razzia o expedición de castigo que el caudillo musulmán al-Malik realizó sobre la zona en el año 1006. Otros estudiosos del románico, atendiendo a sus características arquitectónicas, fechan la construcción de la ermita en los finales del siglo XI o los inicios del XII.

Asomándonos al extremo del roquedo escarpado sobre el que se levanta la ermita de Fornons, podemos contemplar hermosas vistas del valle del Isábena, la siempre presente y majestuosa silueta del Turbón y algunos de los pueblos que se cobijan al abrigo de esta mítica montaña. Si volvemos la cabeza, tendremos frente a nosotros las imponentes paredes rocosas de la sierra de Sis.

Junto a las viejas piedras de Santa María de Fornons no es necesario imaginar demasiado para retrotraerse a los lejanos tiempos medievales. Aquellos en los que en estos hermosos parajes del valle del Isábena se fraguó el embrión del antiguo Condado de Ribagorza.

Carlos Bravo Suárez

(Fotos: Ábside de la ermita de Santa María de Fornons, piedras posiblemente pertenecientes a la ventana del ábside y vista de Biascas de Obarra)

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón, 10-1-2010)

domingo, 3 de enero de 2010

BERIA Y LA LITERATURA

Beria y alrededores. Alfredo Mozas García. Tropo Editores. 2009, 219 páginas

Beria es un lugar imaginario. En ese pueblo y su comarca transcurre la mayor parte de los sucesos que se narran en Beria y alrededores, una sorprendente novela que acaba de ganar el XXIV premio “Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal” en la modalidad de narrativa.
Su autor es Alfredo Mozas García (Cadrete, Zaragoza, 1969), ingeniero industrial de profesión y autor hasta ahora de varios libros de relatos y de dos obritas de teatro. Beria y alrededores es, por tanto, su primera novela, en la que demuestra un amplio dominio de los recursos narrativos y de los diversos registros del lenguaje. También de la tradición literaria. Carlos Castán, excelente escritor aragonés ya consagrado, apadrina al escritor novel con un prólogo breve y exacto.

Cada capítulo de Beria y alrededores tiene un enfoque y un registro diferentes. Se inicia con una descripción casi pictórica (Acuarela) que puede hacer pensar que estamos ante una narración de estilo retórico y algo barroco, con un registro lingüístico culto y tal vez algo plomiza. Es una falsa impresión de inmediato desmentida por las páginas siguientes. Los cambios se suceden en el relato y desde el segundo capítulo nos adentramos en una historia rural de nueces, odios, envidias y asesinatos. De España profunda, con reminiscencias de las novelas tremendistas de la década de los cuarenta. Leemos en estas páginas rurales un espléndido capítulo en que el personaje Eva es analizado desde cuarenta y dos perspectivas distintas, con dominio del lenguaje coloquial en breves pinceladas subjetivas de personajes diversos que han conocido a la desgraciada mujer. Sin embargo, la narración da un nuevo giro y, tras un salto cronológico hacia el futuro, entramos en un mundo urbano de quincalleros modernos y ligues dialécticos en el banco de un parque de ciudad. Encontramos después a locos que escriben y, como en las novelas experimentales de los años sesenta y setenta, no usan signos de puntuación en sus escritos. Se mezclan más tarde la realidad y la ficción, el periodismo de investigación y el que se inventa en una redacción de provincias, la pasión literaria y la pérdida del seso. Y acabamos con un espléndido capítulo sobre Beria y su mundo pasado y presente, escrito en un lenguaje poético y hermoso.

Una novela cuya lectura ha constituido un verdadero hallazgo y un inesperado disfrute. Un escritor con recursos, vocabulario amplio, imaginación e ingenio. Por encima o al margen de modas literarias y con un manejo hábil de tradiciones y estilos literarios diversos. Un escritor que apunta alto y del que se puede esperar mucho tras este brillante comienzo.

Carlos Bravo Suárez