Que
la presencia histórica de los jesuitas en Graus ha sido determinante y
fundamental para la educación de sus habitantes y los de su comarca parece algo
fuera de toda duda desde que, gracias al mecenazgo de Esteban de Esmir, en 1651
se construyó en la villa un colegio de la Compañía de Jesús. Pese a ello, la
relación de los miembros de esta orden religiosa con la capital ribagorzana ha
estado sometida a los mismos vaivenes y avatares vividos por la Compañía en
nuestro país a lo largo de su existencia. Haciendo algunas breves referencias
al antes y al después, trataré en este artículo sobre la corta estancia de los
jesuitas en la población durante el año 1868, cuando en Graus, como en todo el
territorio español, estalló la revolución liberal conocida como “La Gloriosa”.
La
llegada de los padres jesuitas a nuestra localidad en 1868 se produjo pocos
días antes del estallido de la citada revolución. Esta era la tercera vez que
la Compañía de Jesús abría su colegio en la villa. Desde aquella lejana
fundación en unos terrenos donados por el obispo Esmir a mediados del siglo
XVII, la orden había ejercido la enseñanza en Graus sin interrupción hasta su
expulsión del territorio español en 1767, bajo el reinado de Carlos III. La Compañía
fue restablecida brevemente en nuestro país entre los años 1815 y 1820, y el
colegio grausino fue reabierto en 1816. En el libro “Política religiosa de los
liberales en el siglo XIX”, de Manuel Revuelta González, publicado por el CSIC
en 1973, se hace referencia a una carta enviada por el obispo de Barbastro al
rey Fernando VII, fechada el 20 de noviembre de 1817, en la que el prelado
manifiesta que le parece increíble que los cuatro jesuitas de Graus (“dos
profesos de los venidos de su destierro en Italia, y dos novicios de los que
han tomado la ropa nuevamente, uno escolar y otro lego”) fueran capaces de
tener abiertas dos aulas de Latinidad con más de sesenta discípulos, y una escuela
de primeras letras “de más de ciento y tantos niños”. Cuando la Compañía fue de
nuevo expulsada en 1820, la de Graus era una de las diecisiete casas de
jesuitas que había en territorio español y que fueron entonces cerradas.
Es
también Manuel Revuelta González en su obra “La Compañía de Jesús en la España
contemporánea. Tomo I: Supresión y reinstauración (1868-1883)”, publicada por
Ediciones Mensajero de Bilbao en 1984, quien aporta algunos datos sobre la
llegada de los jesuitas a Graus en 1868. El Ayuntamiento grausino les había
ofrecido el templo y el edificio de la antigua Compañía en la localidad y,
según se desprende de algunas cartas enviadas por su hermano Joaquín, a
mediados de agosto de ese año, el Padre Tomás Suárez, de la residencia de
Zaragoza, estuvo en Graus para preparar la apertura del colegio. Volvió el 1 de
septiembre con el Padre Provincial para “dirigir las obras del antiguo colegio,
abrirlo y dejarlo todo arreglado para cuando llegue el Padre que esté nombrado
Rector del mismo y que no podrá ir allá hasta fines de mes”. La apertura del
colegio se realizó el domingo día 20 de septiembre, entre volteos de campana y
músicas de júbilo, “con solemnidad eclesiástica y literaria y con grande
entusiasmo del pueblo”.
En
esos mismos días de septiembre de 1868, la Revolución había estallado en toda
España. El día 17, las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se
amotinaron en Cádiz. Dos días más tarde, todos los generales sublevados
hicieron público un comunicado que terminaba con la famosa frase “¡Viva España
con honra!”. El día 28, el ejército realista era derrotado en la población
cordobesa de Alcolea y, en la jornada siguiente, la reina Isabel II, que estaba
veraneando en San Sebastián, huyó a Francia.
En
Aragón, “La Gloriosa” comenzó a extenderse a partir de día 21 y, como en el
resto del país, en todas las poblaciones se crearon las llamadas Juntas
Revolucionarias. En el libro “La Revolución de 1868 en el Alto Aragón”, de
Alberto Gil Novales, publicado por Guara Editorial en 1980, se dice que la de
Graus, refrendada definitivamente el 8 de octubre por más de quinientos votos,
estaba presidida por Antonio Monclús Balaguer y eran sus vocales Faustino Lacambra
Gambón, Justo Lacambra Naval, Teodosio Dumas Lobera y Domingo Lacambra Naval.
Los
jesuitas prácticamente no habían acabado de instalarse en Graus cuando se
proclamó el triunfo revolucionario. Escribe Manuel Revuelta que “la clase de
gramática comenzó con veinticuatro niños, y no se interrumpió cuando el pueblo
celebró el triunfo de la revolución”. Según explica, la gente del lugar se
mostró unánime en la protección de los jesuitas y solo una persona, un antiguo
senador, gritó “mueran los frailes” desde un balcón, “pero el silencio y
disgusto con que la turba acogió sus gritos le hicieron meterse de nuevo dentro
de su casa”.
La
junta democrática grausina no solo no decretó, como la mayoría, medidas
hostiles contra los jesuitas, sino que se constituyó en su defensora. Cuando la
junta de Barbastro pidió a la de Graus que le entregasen al Padre Tomás Suárez,
si es que allí estaba refugiado, esta fue, según transcribe Revuelta, la
respuesta de los grausinos: “No podemos buscar al Padre porque se marchó el día
28 de septiembre; no sabemos dónde ni en qué dirección; tampoco sabemos dónde
se encuentra; ni nos interesa. Los demás jesuitas permanecen muy tranquilos
entre nosotros, pero la junta de Graus, que desde el principio se ha instalado
sobre la base del derecho y de la justicia, se ve obligada a comunicaros que no
quiere ni puede entregar a los jesuitas a la junta de Barbastro, ni tampoco
hacer salir del pueblo a unos varones eminentes en ciencia y en virtud que se
han ganado la simpatía de toda la ciudad. Sepan, por tanto, los ciudadanos de
Barbastro que tanto esta junta como todo este pueblo están dispuestos a
defender a los jesuitas con las armas”. Además de mostrar su independencia
respecto a la junta de Barbastro, esta respuesta recogía la simpatía popular hacia
los jesuitas. Hay que tener en cuenta que estos habían sido llamados por el
pueblo para cumplir, en un modesto colegio para niños externos, una importante
labor educativa, y suprimir aquel colegio cuando se acababa de abrir era matar
una esperanza y abortar una función educadora largamente deseada.
Alberto
Gil Novales hace también referencia a este asunto y alude a la declaración de
principios de la junta de Graus en la que defiende su radicalismo liberal, es
decir, la defensa absoluta de todas las libertades: “Nuestro lema es radicalismo
absoluto. Esto es: desde la más completa libertad individual hasta la abolición
del más ínfimo impuesto indirecto”. En defensa de esa libertad, se critica la
decisión de la junta de Huesca, que según Gil Novales en realidad fue de la de
Zaragoza, de expulsar a los jesuitas. En opinión de la junta grausina, esa
decisión iba contra la libertad de culto, la seguridad personal, la
inviolabilidad de domicilio y la libertad de enseñanza. Y a los autores de la
orden de expulsión los acusa de ser “antimoderados pero no liberales.”
No
se cita en la canónica, consultada por Revuelta, en qué día se marcharon los
jesuitas de Graus; solo sugiere que, a pesar de la protección que se les
ofrecía, lo hicieron por propia iniciativa “para impedir disensiones”. La junta
de Huesca expidió el 3 de octubre un decreto que ordenaba “la disolución de
todas las comunidades religiosas de varones y las sociedades religiosas de
varones y hembras” (art. 3º) y “expulsar de la Provincia a la Compañía de Jesús”
(art. 9º). Parece seguro que los
jesuitas abandonaron Graus en esas primeras jornadas de octubre, por lo que
apenas llegaron a estar en la villa unos quince días desde su llegada a la
misma.
Sin
embargo, la Compañía de Jesús retornó de nuevo a Graus dos años después, en
1870. En el tan citado libro de Revuelta se dice que a principios de 1871
solamente había diez jesuitas (seis sacerdotes y cuatro hermanos) en toda la
región aragonesa, y que siete de ellos estaban repartidos en dos pequeñas
residencias de Zaragoza y los otros tres se hallaban en Graus. Y añade que,
según un testigo, esta villa valoraba la presencia de los jesuitas “como el
premio gordo de la lotería”. Sin embargo, con la proclamación de la I
República, los miembros de la Compañía tuvieron que salir de la capital
ribagorzana y su residencia en la localidad se cerró en 1873 “por efecto de su
persecución promovida por algunos sectarios”. A pesar de su brevedad, estas dos
últimas estancias de la Compañía de Jesús en la villa despertaron la vocación
de tres jóvenes grausinos que acabaron ingresando en la orden. Según Revuelta, pudiera
tratarse de los padres Vicente Gambón (en cuya casa se hospedaban los jesuitas
que enseñaban en el colegio), Anselmo Aguilar y Antonio Coscolla.
Los
jesuitas ya no volvieron a Graus, aunque “los de este pueblo lo procuraron años
más tarde” y “al no conseguirlo encomendaron el colegio a sacerdotes que
establecieron allí unas escuelas del Ave María”. Aunque otros religiosos
continuaron de una u otra manera su labor educativa, la presencia de la
Compañía de Jesús en nuestra villa había terminado definitivamente.
Carlos Bravo Suárez
Artículo publicado, con ligeras variaciones, en El Llibré de las Fiestas de Graus 2014 y en el número especial de las Fiestas de San Lorenzo de Huesca del Diario del Alto Aragón.
Fotos antiguas de Graus: Colegio de los jesuitas antes de su demolición, placeta de San Miguel, plaza Mayor y calle del Barranco.