Buenas noches a todos, a los
vecinos y amigos residentes en Capella y a los que por uno u otro motivo estáis
aquí presentes esta noche, para iniciar un año más las fiestas mayores de este
querido pueblo, al que unos y otros nos sentimos vinculados por diversos lazos
de pertenencia, familia o amistad.
Ser pregonero de las fiestas
de Capella no es para mí cosa pequeña ni baladí. Todo lo contrario, esa
condición me produce una doble sensación de enorme orgullo y obligado
agradecimiento. Por lo que para mí, desde la infancia, siempre han representado
este pueblo y sus gentes, y por lo que supone de amistad y aprecio por vuestra
parte hacia mi persona, a los que espero saber corresponder siempre y en todo
momento con la gratitud y reciprocidad que se merecen.
Todos conocéis, supongo, mi estrecha
vinculación familiar con Capella. Mi padre nació en casa Bravo, a pocos metros
de esta plaza. Mis abuelos, a los que ya no llegué a conocer, tuvieron que
lidiar con seis hijos varones que se llevaban sólo dos años de diferencia entre
ellos.Recuerdo oír contar a mi padre y a mis tíos que en casa Bravo había que
ir “espabilaos” porque el último de los hermanos que se levantaba por la mañana
no se calzaba aquel día. De aquellos seis hermanos sólo uno sigue con vida, y
ya bastante mayor: mi tío José, que vive en Barcelona. Los demás (Carlos,
Ramiro, Víctor, Jaime y mi padre Adolfo) nos han ido dejando antes o después en
estos últimos tiempos. Mi padre se casó en Torres del Obispo y allí fue, como
todos sabéis, donde yo nací.
De niño y adolescente, yo
pasaba todos los años unos estupendos e inolvidables días de verano aquí en
Capella. Siempre digo que de muy joven no veraneaba en la playa ni en la
montaña; yo, y a mucha honra, veraneaba en Capella. Tal vez fuera por esa edad
maravillosa en torno a los quince años que entonces yo tenía, pero no recuerdo
haber disfrutado probablemente nunca de unos veranos mejores que los que por
aquel tiempo pasé en este pueblo. Solía venir en torno a los días de la fiesta
y acostumbraba a quedarme aquí hasta que en septiembre empezaba en Graus el
instituto.
Esos días en Capella eran
para mí especiales y distintos al resto del año, los únicos que pasaba fuera
del control de mis padres, y los recuerdo como plenos de felicidad y alegría.
Estaba en casa Bravo con mis tíos Carlos y Adelina y mi primo, también llamado Carlos,
al que mi tía para diferenciar llamaba José Carlos. Algunos días iba a comer o
a cenar a casa Garreta, la casa de mi tío Víctor, también hermano de mi padre, con
mi tía Nati y mis primas Nati y María Rosa. En ambas casas me sentía
completamente a gusto.
Mis dos tíos me contaban
muchas historias y anécdotas y estaban siempre de buen humor. Con mi tío Carlos
me iba a la granja de los tocinos y nos llevábamos con nosotros a Tarzán, un
perro grande muy tranquilo y más bueno que el pan, al que mi tío tenía muy bien
enseñado y al que siempre he recordado como el perro ideal. Mi tío Víctor siempre
nos hacía reír con anécdotas de caza, historias del jabalí que se le escapaba
por poco, la rabosa o los conejos, y se conocía con minucioso detalle todos los
alrededores, campos y sierras de Capella. Seguro que con su falta se ha perdido
una sabiduría popular inigualable de este pueblo, de sus montes, de sus tierras,
de sus lindes y sus buegas.
Me acuerdo que mi tío Carlos
era un cazador de andar poco, recuerdo cómo Tarzán le marcaba las codornices
antes de que iniciaran el vuelo desde los rastrojos y él pudiera dispararles
con la escopeta a placer, y casi siempre con muy buena puntería. Sin embargo,
mi tío Víctor era de mucho andar y pegaba tan largas zancadas que, como decía
mi tío Carlos, no “el podeban seguí ni los cochos”. Aún recuerdo cómo alguna
vez nos despertaba en Torres a primera hora de la mañana, después de haber
venido andando desde Capella atravesando la sierra por Castarlenas. De mi tía Adelina, aquí
presente, y de mi tía Nati, ya fallecida, guardo un recuerdo inmejorable y
lleno de cariño.
De aquellos años recuerdo también
las visitas a la tasca de Ferrer, un personaje entrañable con su biscúter
blanco, al que a veces hacíamos enfadar pidiendo cada uno una cosa diferente en
su pequeño bar. Y el bar de Viu, donde mis tíos solían echar la partida de
cartas o la charrada con la chen del pueblo. También han quedado en mi memoria
las sentadas en las escaleras que hay entre el actual local social y el citado bar
de Viu.
Me acuerdo que a muchos les
hacía mucha gracia escuchar cómo yo hablaba, en ribagorzano modalidad de Torres
del Obispo, algo distinta a la variante de Capella. Les hacía reír que dijera “dona”
en vez de “muller”, o “feito” en vez de “fecho”; y sobre todo se reían cuando
me preguntaban dónde nos íbamos a bañar en el río de Torres y yo contestaba que
allí “mos bañaban a las cadollas”, en vez de “en las folgas o las refolgas que
eba ane se bañaban en Capella”.
Yo me chuntaba con los
zagals y las zagalas que tenían más o menos mi edad. Algunos eran veraneantes y
otros del pueblo. A mí, aunque venía de Torres, me consideraban un veraneante,
con los pequeños privilegios de no tener que ayudar en casa que esa condición
significaba entonces. De mis amigos de aquellos años, recuerdo a Mario Bauret, con
el que –al principio, por el orden alfabético de los apellidos– compartí
pupitre o “mesas ajuntadas” durante tres años en el instituto de Graus y luego
hasta habitación con dos compañeros más en el internado o colegio menor de
Barbastro donde estudiamos el entonces recién implantado COU; Enrique Mir, de
casa Barbero; Alberto de Monclús; Horacio; o Julio, este último tristemente
fallecido hace unos años en una de esas injusticias que de vez en cuando nos
depara la vida.
De las zagalas, me acuerdo
especialmente de María José, Ángela, Sara y Silvia Calvera, la hija del Sastre,
con el que mi tío Carlos “chugaba” a las cartas en el café de Viu y, siempre
chungón, “se men burllaba decinme que había chugau al subastau con mi suegro y
que ya podeba prepárame pa gritá y pa repetí las cosas perque hi sentiba poco,
pues cuan él diba noventa el otro siempre entendeba setenta u ochenta”.
Fui dejando atrás aquellos
años de adolescencia y primera juventud y, después de una época un poco hippy
de “pelos llargos” y aficiones musicales a la moda, me centré definitivamente en
los estudios en la Universidad de Barcelona. Enseguida de terminar la carrera empecé
a trabajar en varios institutos de Cataluña y allí viví más de veinte años. En
cualquier caso, si venía en verano de vacaciones a Torres, a finales de agosto
siempre subía a las fiestas de Capella. Iba a cenar a casa de mis tíos, a veces
con algunos amigos que iban de fiesta conmigo, y en las dos casas, Bravo y
Garreta, era magníficamente recibido con
la generosa hospitalidad de siempre.
Pasaron aquellos años de
juventud y decayeron poco a poco las ganas de fiesta, de diversión bullanguera
y de jarana, pero yo nunca me olvidé de Capella; aunque ya no pudiera venir
siempre a estas fiestas de verano. Hace ya unos años volví a
Ribagorza con mi mujer y mis dos hijos para instalarnos en Graus y trabajar en
su instituto. Murieron mis tíos Carlos y Víctor y también mi tía Nati, y quedan
mi primo y mis primas, y mi tía Adelina, persona excepcional y enormemente
generosa, que a pesar de los años aún va campando fuerte y espero que así siga por
mucho tiempo. Y al volver a estas tierras, empecé a aficionarme a caminar y a
hacer excursiones. A veces he pensado que esta
afición mía “a caminá per ixos montes y ixas serras” me venga tal vez de mi tío
Víctor, caminante infatigable y aficionado al monte y conocedor como pocos de
sus secretos y escondrijos más recónditos.
Y a través del Centro Excursionista de la Ribagorza fui trabando amistad con nuevas gentes de Capella y, en especial, con la Peña La Meliguera, un grupo de excelentes personas de enorme calidad humana, algunos aficionados a caminar y participantes en nuestras excursiones, y todos estupendos cocineros, expertos en preparar magníficas comidas para el número de gente que haga falta y sea menester. Gente sencilla y noble, con la que siempre se puede contar y que nunca ni en nada te fallan.
Con ellos hemos disfrutado
de estupendos momentos e inolvidables comidas populares, que no mejorarían
muchos de los renombrados cocineros y chefs de moda y relumbrón. Unas veces en
el merendero de San Medardo en Benabarre y, otras muchas, en el magnífico y
acogedor merendero de aquí de Capella, junto al impresionante puente medieval
que se levanta sobre las aguas del río Isábena. Seguro que seguiremos
disfrutando en el futuro de esas comidas campestres excepcionales y sin
parangón, donde, además de los buenos alimentos y los mejores sabores, reinan
una sana camaradería y una convivencia entrañable.
También en este periodo más
reciente he descubierto muchos otros aspectos de Capella, en los que me fijaba
menos, o me pasaron bastante desapercibidos, en mis estancias juveniles, en que
mi atención estaba como es natural en otras cosas. Sobre todo, los referidos a
la historia y el patrimonio cultural, arquitectónico y artístico del lugar. De
algunas de estas cuestiones he escrito en estos años diversos artículos en
distintas publicaciones, y también en el Llibré de las fiestas de Capella. En
sus páginas coincidí en varias ocasiones con Fernando Calvera, para quien
quiero tener hoy aquí un especial recuerdo en estas fechas festivas.
Desde luego, el elemento
arquitectónico y artístico más destacado de Capella es su impresionante puente
medieval, posiblemente de los siglos XIII o XIV, y sin duda el más grande y
también el más bonito, no sólo de la comarca sino de toda la provincia. Muy
destacable es también la iglesia parroquial de San Martín de Tours, de claro
origen románico y recientemente reformada, con el espléndido retablo del siglo
XVI que atesora en su interior, obra de dos de los pintores de mayor
prestigio existentes en aquel tiempo en Barcelona: el alemán Johan de Borgunya
y el portugués Pedro Nuñes.
Y qué decir de los lugares
de interés que se esconden al otro lado del río Isábena y que nuestro buen
amigo y mejor persona Joaquín Sesé, al que unos llamamos Quinón y otros llaman Quinito,
ha contribuido con esfuerzo ingente y enorme mérito a limpiar y desbrozar, para
que hoy todos podamos ver, conocer y valorar más y mejor estas valiosas
muestras de nuestro rico patrimonio.
Lugar verdaderamente mágico
y singular, que tal vez aún pueda deparar nuevas sorpresas en posibles y
deseables excavaciones futuras, es la ermita románica de San Martín, escondida
al resguardo de las altas paredes de la sierra, en un enclave de una belleza
única, junto a los abrigos que aprovechan las oquedades naturales abiertas en
la roca. O los ahora ya seguros
restos de la antigua ermita románica de Santa Eulalia, no lejos del propio San
Martín. O, un poco más abajo, los de la ermita de San Chulián, que tal vez se
corresponda, esta u otra anterior, a la citada en la primera mención histórica documentada
de Capella, cuando Ramiro I reconoce al monasterio de San Victorián de Asán una
iglesia dedicada a San Julián "in villa Capella", edificada en el año
842 y consagrada por el obispo Jacobo de Lérida. Tal cosa sólo pudo ocurrir
si se trataba de cristianos mozárabes, tolerados en su territorio por los
entonces dominadores musulmanes. La posible existencia de algunas comunidades
mozárabes en la Ribagorza, a tenor de algunos documentos de la época muy
probables en lugares como Capella o Torres del Obispo, es una interesante línea
de investigación histórica apenas explorada hasta la fecha.
Fue el propio rey Ramiro I
quien conquistaría Capella a los musulmanes, seguramente entre los años 1060 y
1063, en su camino hacia Graus donde iba a encontrar la muerte frente a sus
murallas, en el llamado campo de Zapata. En esos tiempos medievales tuvo
Capella castillo, de posible origen árabe, en lo más alto del pueblo, donde hoy
se halla su iglesia parroquial. En 1065 sabemos que ya era cristiano y que
Guillermo Servus Dei era su tenente. A mediados del siglo XVI, el castillo de
Capella ya aparece registrado como una de las muchas fortalezas derruidas de
Aragón.
También en tiempos
medievales, los caballeros de Capella eran considerados hombres de confianza
por el rey Pedro I y junto a él iban –cuando era infante todavía y ya su padre,
Sancho Ramírez, delegaba en él funciones importantes– al frente de las tropas
que en 1087 y 1089 conquistaron Estada y Monzón. El más importante de estos
caballeros fue Berenguer Gombaldo, cuya participación en estas conquistas sería
destacada, pues en premio recibió –junto a Garci Jiménez de Grustán– algunas
almunias y casas en la ciudad montisonense. Gombaldo participó también con
otros caballeros ribagorzanos en la toma de Zaragoza y del valle del Ebro por
Alfonso el Batallador, y en la expedición que éste organizó a tierras andaluzas,
de la que formó parte también al parecer el posteriormente canonizado San Ramón,
que fue obispo de Roda y Barbastro.
Según la leyenda, el prelado paró posteriormente en Capella en su huida a Roda desde Barbastro, donde era hostigado a sangre y fuego por el obispo Esteban de Huesca que le disputaba la titularidad de aquella plaza. Se dice que, sentado sobre una piedra al lado del camino, el obispo huido recibió los honores y la ayuda de las gentes de Capella, que pusieron de manifiesto una vez más su hospitalidad y nobleza. Junto al río, y en recuerdo de aquel hecho, queda la ermita dedicada al obispo y la supuesta piedra donde el santo descansó en su camino. Las gentes de Capella tuvieron durante largo tiempo el mayor protagonismo en la romería que todos los años llevaba desde diversos pueblos de la comarca hasta la catedral rotense, en memoria de aquel obligado viaje del obispo Ramón en los inicios del siglo XII.
Según la leyenda, el prelado paró posteriormente en Capella en su huida a Roda desde Barbastro, donde era hostigado a sangre y fuego por el obispo Esteban de Huesca que le disputaba la titularidad de aquella plaza. Se dice que, sentado sobre una piedra al lado del camino, el obispo huido recibió los honores y la ayuda de las gentes de Capella, que pusieron de manifiesto una vez más su hospitalidad y nobleza. Junto al río, y en recuerdo de aquel hecho, queda la ermita dedicada al obispo y la supuesta piedra donde el santo descansó en su camino. Las gentes de Capella tuvieron durante largo tiempo el mayor protagonismo en la romería que todos los años llevaba desde diversos pueblos de la comarca hasta la catedral rotense, en memoria de aquel obligado viaje del obispo Ramón en los inicios del siglo XII.
No menos interesantes son
las diferentes aldeas de Capella, cuya historia particular sería también deseable
conocer algo mejor y más a fondo. En
antiguos documentos, se citan como pertenecientes a esta villa las aldeas o
masías de Casa Chorchi, L’Hereu, Estorianz, La Bruballa, La Buixeda, La
Serranía, La Sierra, Miralpeix y San Chenís. Algunas de ellas siguen hoy
habitadas y otras nos resultan difíciles de ubicar en la actualidad.
Un personaje ilustre nacido en la Capella del siglo XVIII fue José Francisco Clavera Oncins, jesuita, naturalista y cirujano, destinado en varios colegios de Aragón. Estudió Artes y Medicina en la Universidad de Huesca. Fue enfermero y boticario en varios de los colegios regentados por los jesuitas. Con el duque de Villahermosa estuvo también en Madrid, y más tarde se le destinó a Italia, donde escribió gran parte de su obra y donde murió en la ciudad de Bolonia. No es de extrañar, que habiendo nacido a orillas del río Isábena, y siendo seguramente buen conocedor de las fuentes y manantiales de la comarca, uno de sus libros más valorados trate sobre la hidroterapia o curación por medio del agua.
Capella ha sabido conjugar siempre
tradición y modernidad, apego al pasado y visión de futuro. Ha conservado, como
pocos lugares, su variedad ribagorzana aragonesa como vehículo lingüístico
habitual entre sus habitantes. Y, en esa expresión autóctona, ha conservado y
recuperado una rica y divertida manifestación de la tradición popular como es
la pastorada, que inmediatamente, y dentro del programa festivo de este año,
vamos a ver de nuevo representada por la “chen chove del llugá” en esta misma plaza.
Capella tiene historia y
patrimonio, pero siempre ha sabido mirar al futuro, y así debe seguir haciéndolo,
para avanzar, seguir progresando y no quedarse atrás. Sus gentes, además de
nobles y hospitalarias, son, como han sabido demostrar a lo largo de los tiempos,
laboriosas y emprendedoras. Y también saben, cuando es el momento y la ocasión
lo requiere, celebrar y disfrutar con jolgorio y sana diversión las diferentes
fiestas del año, sean estas las de invierno o las mayores de verano. Y ese
momento festivo ha llegado un año más para el disfrute y la alegría de todos.
VIVA LAS FIESTAS DE CAPELLA 2015. FELICES FIESTAS A TODOS.
(Texto publicado en El Llibré de las Fiestas de Capella 2016)
(Texto publicado en El Llibré de las Fiestas de Capella 2016)
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