domingo, 4 de noviembre de 2012

JOAQUÍN COSTA, BREVE BIOGRAFÍA DE JUVENTUD (5)



          
Los padres de Costa, agricultores cada vez más pobres, apenas han podido ayudarle en esos años de estudiante universitario en Madrid, aunque al parecer llegaron incluso a vender una finca para contribuir materialmente a los estudios de su hijo. El biógrafo del León de Graus, Luis Ciges, con la ayuda de las notas escritas por el propio Joaquín, describe un dramático cuadro familiar tras una visita hecha a Graus por el joven universitario en un periodo vacacional.

“El hogar es todo decrepitud y miseria. El padre, enfermo; el hermano Juan que ayudaba al Cid, recién muerto de viruelas, envejecida y acabada la madre. Padre, madre y demás familiares, hacinados en mitad del cuarto que tuvieron antes, del cual quiere expulsarlos ahora el propietario, que también busca pleitos negándoles deuda alguna por su trabajo”

Delante de esta situación, Costa, que ha venido a Graus desde Madrid, se siente culpable y escribe:

“Acordéme del gasto loco hecho por nosotros en el viaje de Madrid hasta aquí. No podía consolarme en la cama; me arrancaba el cabello de la cabeza, me escondía la cara en las manos como avergonzándome de mí mismo, aun en la oscuridad”. “¡Ay! ¡Quisiera no haber venido! ¡Quisiera no haber estudiado, y que mis manos ganasen el sustento de mis padres!”

Ante este panorama familiar, Costa tuvo que pedir de nuevo dinero prestado a quienes podían ayudarle, entre otros a su tío Salamero, con quien cada vez mantenía mayores diferencias políticas y religiosas. Al joven Joaquín le molestaba mucho que su tío se vanagloriara ante los demás de las ayudas que prestaba a su sobrino. Tener que pedir dinero a él y a otros le producía un enorme sufrimiento. Su obsesión con no deber nada a nadie le llevaba a apuntar todos los préstamos recibidos en esos días con la intención de devolverlos en cuanto pudiera hacerlo.

Por fin, las cosas mejoraron algo y el ya licenciado en Derecho y  Filosofía y Letras empieza a trabajar en la universidad como profesor supernumerario. Sin embargo, en 1875, Francisco Giner de los Ríos, pedagogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, es apartado de la Universidad de Madrid por sus ideas krausistas y liberales. Costa, que  siente gran respeto y admiración por su antiguo maestro, se solidariza con Giner y renuncia a su puesto de profesor. Él mismo explica su frustración en su diario:

"¡Pero qué desventurada criatura que soy! Cuando al cabo he llegado a auxiliar, cuando se acerca junio, y con él el derecho de ser jurado en tribunales de examen y sacar 50 o 60 duros, voy a tener que renunciar al título de profesor supernumerario".

Decide presentarse entonces a las oposiciones para Oficiales Letrados de la Administración Económica y obtiene el segundo puesto. Por real orden del 12 de septiembre de 1875, fue nombrado oficial letrado para la provincia de Cuenca. En ese mismo mes, perdió el premio extraordinario del Doctorado de Filosofía y Letras frente a Menéndez Pelayo, en una decisión que Costa siempre consideró injusta. Por estos años, su gran aspiración era convertirse en catedrático de la Universidad y hacia ese empeño orienta su futuro laboral. Sin embargo, la institución universitaria estaba en aquel tiempo dominada por los sectores más conservadores que postergaban a quienes tenían fama de liberales o krausistas. Aunque, pasado el asunto Giner, nuestro paisano fuera propuesto por dos veces para convertirse en catedrático y tuviera para ello más méritos que nadie, el decreto que dejaba en manos del ministro la designación de este cargo entre una terna de candidatos le cerraba cualquier posibilidad real de lograr su deseo. Esto supuso sin duda una gran injusticia y privó a la Universidad española de contar con los servicios de una de las mejores mentes de la época. Desengañado y sin esperanzas, el altoaragonés abandonó definitivamente sus aspiraciones universitarias para trabajar primeramente como oficial letrado, después como abogado y más tarde como notario.

En este relato biográfico del Costa joven voy a referirme ahora a un episodio de su vida que tuvo para él una gran importancia en el plano humano y sentimental. Fue su frustrado amor por la joven oscense Concepción Casas.

Hasta la aparición de Concha Casas en sus notas y en su epistolario hay pocas y casi irrelevantes referencias a mujeres en la vida de Joaquín Costa. Cuando está en París, habla de comprarle unos pendientes a una tal Pilar, que algunos creen podría ser la hija de Don Hilarión. El propio Costa estima como imposible esa relación por ser él pobre y rica su pretendida.

Sin embargo, se percibe ya en el joven estudiante una imperiosa necesidad de amar y una dificultad en encontrar correspondencia a ese sentimiento. En 1868, escribe con la típica grandilocuencia romántica:                 

"¡Amor, amor! ¡Dicha! ¡No huyáis de mí! ¿Qué mal os he causado? ¡Ah! No me escuchéis, no: es preciso que sufra, es preciso que mi alma se vea torturada. ¡Amor, amor! ¡Habías de ser tú verdugo! ¡tú! ¡Ay! ¿De qué te sirve el amar? Amas, sí, amas intensamente, pero sólo el vacío, el horrible vacío responde a tu amor... (...)".

En 1870, Costa anota en su Diario la admiración que siente por Isabel Palacín, a quien siempre llamó Elisa: "¡Bellísima mujer! ¡corazón sensible!". Isabel es la mujer de su amigo y protector Teodoro Vergnes (o Bergnes, como a veces se le cita) y por ello no se permite nunca llevar más allá esa atracción platónica. Como se sabe, más tarde, cuando ella quedó viuda, de las relaciones entre Joaquín y Elisa nacería Pilar Antígone, única hija del escritor y jurista, a la que sin embargo nunca reconoció públicamente.

Por esos años, primera mitad de los setenta, cobra cierta relevancia en la vida del polígrafo la presencia de otra mujer: Fermina, que, como Pilar, aparece siempre en sus diarios sólo con su nombre de pila. Se trata de Fermina Moreno, a la que Costa conoció en casa del canónigo don Modesto de Lara, de quien era prima y doméstica en ese momento. En su Diario, Costa añade significativamente la frase "and his wife". Fermina era mayor que Joaquín y entre ambos surge una relación de ternura que el escritor parece considerar más como materno-filial que como ninguna otra cosa. Costa la tiene como "mujer de gran talento y exquisita sensibilidad", y ambos se confiesan sus penas y sus preocupaciones. Ella siempre cree en él y le ayuda a no caer en el desánimo por su pobreza; él la consuela cuando su primo el canónigo la abandona y deja sola. Cheyne no cree que la relación fuera más allá y reprocha a Ciges y a Olmet que en sus respectivas biografías del altoaragonés dejen entrever que hubo algo más entre ellos que una amistad que se fue paulatinamente enfriando.

Pese a estas breves y poco consistentes referencias anteriores a otras mujeres, puede decirse casi con total seguridad que Concepción Casas fue el primer y probablemente el único gran amor en la vida de Joaquín Costa. Veamos qué ocurrió entre ambos y por qué ese amor no pudo llegar a materializarse nunca.

A finales de agosto de 1876, Joaquín asistió en Graus a la boda de su hermana Martina y a su regreso a Cuenca, donde trabajaba como oficial letrado, hizo una parada en Huesca, donde conoció a Concepción Casas, a la que él llamará casi siempre Concha. Ella, hija del médico Serafín Casas, de una conocida familia oscense, tenía dieciocho años; él iba a cumplir los treinta en el mes de septiembre. Costa tenía el propósito de acercarse a Madrid, donde Francisco Giner de los Ríos le había ofrecido ser profesor en la Institución Libre de Enseñanza y sumar así un complemento a su sueldo de letrado. Logró el traslado a San Sebastián y más tarde a Guadalajara, acercándose de este modo a su objetivo en la capital de España. Sin embargo, inesperadamente, Costa aceptó una vacante como letrado en Huesca. El motivo no era otro que no haber podido olvidar a Concepción y querer acercarse a ella.

En junio de 1877, "El Diario de Huesca" se hace eco de la llegada a la ciudad de "uno de los hijos de la provincia que más la honran". Costa publicó varios artículos en dicho diario y desarrolló una activa vida social en la capital oscense. Contra sus austeras costumbres, gastó en ropa, bailes, teatros y conciertos más de lo que podía, y frecuentó los domicilios de algunas familias acomodadas, como los Casas y los Tolosana. Todo por estar más cerca de Concha y lograr la aceptación de su familia. Pero a la fama de su inteligencia y su talento, pronto se unió la desconfianza y el rechazo de algunos sectores de la ciudad hacia su racionalismo y sus ideas krausistas. También se criticó que no asistiera con regularidad a las misas de las fiestas de guardar. Ello no pasó desapercibido a la familia Casas, de condición muy religiosa y conservadora. Pronto Joaquín pasó de la euforia a la amargura, y vio cómo el amor con que Concepción parecía corresponderle empezaba a tener que superar obstáculos cada vez más difíciles de franquear.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón

Imágenes: Graus y Huesca a finales del siglo XIX

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