“Nunca
falta nadie”.
Catherine Lacey. Alfaguara. 2016. 256 páginas.
“Nunca
falta nadie” es la primera novela de Catherine Lacey
(Tupelo, Mississipi, 1985), una de las nuevas narradoras
estadounidenses más aclamadas por la crítica. El libro, que fue
publicado en Estados Unidos en 2014, fue considerado como la mejor
novela del año por “The New Yorker” y otras importantes
publicaciones norteamericanas y ha sido traducido a varios idiomas y
editado en numerosos países. En España, ha sido publicado
recientemente por Alfaguara, con traducción de Damià Alou. La
autora, que antes sólo había publicado entrevistas, relatos y
piezas de no ficción para distintos periódicos y revistas, está
escribiendo su segunda novela, que se titulará “The Answers” y
que Alfaguara ya ha anunciado que publicará próximamente en nuestro
país.
“Nunca
falta nadie” está narrada en primera persona por Elyria, una joven
recién casada que, sin avisar a su marido ni a su familia, abandona
repentinamente Nueva York para irse en avión nada menos que a Nueva
Zelanda. Deja atrás una vida aparentemente estable, pero que se le
revela como interiormente insatisfactoria, e inicia un viaje en
autoestop por el país austral, donde solamente tiene la dirección
de un escritor al que conoció en una fiesta y que vive en una
alejada y solitaria granja. En una geografía totalmente nueva para
ella, Elyria vive a salto de mata viajando de un lugar a otro, conoce
a diferentes personas con algunas de las cuales hace algo de amistad,
sube a coches de desconocidos pese a las advertencias que le hacen
del peligro que eso puede suponer, experimenta situaciones diversas y
a veces rocambolescas, duerme en casas de campo, bosques, prados o
parques y desempeña diferentes y esporádicos trabajos en las dos
islas neozelandesas. También habla por teléfono varias veces con su
marido, que no consigue entender la causa de tan repentino e
inesperado abandono. Tampoco ella racionaliza demasiado los motivos y
se atormenta con el recuerdo de su hermana adoptiva, que se suicidó
unos años antes y de quien su marido era profesor de matemáticas en
la universidad. Elyria lo conoció a raíz del trágico suceso y se
enamoró de él, hasta que el idilio culminó en un matrimonio
aparentemente estable y feliz.
La
novela presenta así a un personaje femenino que rompe con las
ataduras y dependencias anteriores y se adentra en solitario en un
territorio nuevo e inexplorado, donde caerá en nuevas
contradicciones y en preguntas para las que no siempre consigue
hallar respuesta. La explicación metafórica recurrente a su
comportamiento es el ñu o animal indomable que lleva dentro, al que
nunca consigue domesticar ni someter del todo. (“Todos tenemos
nuestra parte de oscuridad, dirás; pero yo sé que la mía es más
oscura, y oculta todo un rebaño de ñus furioso”). No hay una
clara explicación racional a su huida; algo interior, incontrolable
y salvaje parece haberla empujado a ello y, aunque haya un retorno al
punto de salida, ya nada será igual que antes, porque es imposible
recomponer aquello que se ha roto con tanto estrépito.
Puede
observarse un cierto feminismo en el fondo del relato, especialmente
por la valentía de Elyria de ser capaz de romper con todo y
enfrentarse sola a lo desconocido, pero no es ese el principal
mensaje de la novela. Si bien la joven viajera logra conquistar su
independencia personal, lo hace a costa de una gran confusión
interior, que a veces ella misma cree identificar con un posible
desequilibrio psicológico, y de atormentarse con frecuencia en una
inestable alternancia de placer y sufrimiento. A medida que viaja con
ella por Nueva Zelanda, el lector conoce el pasado que la narradora
le va desvelando de una manera retrospectiva. La novela se convierte
así en un doble viaje, exterior e interior al tiempo, que tiene en
cierto modo como tema principal la dolorosa búsqueda de sí misma
vivida por Elyria, siempre envuelta en un mundo de claroscuros
encontrados.
Según
ha contado la autora en entrevistas recientes, tomó como fuente de
inspiración un viaje que hizo a Nueva Zelanda para realizar algunos
estudios naturales, aunque la novela no tiene nada más de
autobiográfica y las notas tomadas en su recorrido por el lejano
país austral sólo fueron el punto de partida para una obra
puramente de ficción. Catherine
Lacey se revela como una magnífica escritora, sincera, fresca,
natural y a la vez intensa y profunda. Ella misma reconoce en Lorrie
Moore, John Berryman o Jean Rhys a sus principales referentes
literarios, pero posee una voz propia e innovadora que convierten a
su primera novela en una verdadera y cautivadora
sorpresa.
“Nunca
falta nadie” supone
un magnífico debut narrativo, que parece augurar a esta joven
escritora una prometedora carrera literaria. Veremos si su ya
esperada segunda novela confirma las elevadas expectativas
depositadas en ella.
Carlos
Bravo Suárez
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