lunes, 24 de septiembre de 2018

LAS RUINAS DE LA ERMITA DE SAN MIGUEL, CERCA DE LA CASA BADÍA DE GÜEL


RUINAS DE LA ERMITA DE SAN MIGUEL: ÁBSIDE
 GROSOR DE MUROS
 MURO OESTE
 ÁBSIDE
CON CRISTIAN LAGLERA EN LAS RUINAS DE SAN MIGUEL
HORNO DE CAL EN LA CARRETERA
CASA BADÍA DE GÜEL
 CERRO DE TRULLÁS

Conocíamos la existencia de la ruinas de la ermita de San Miguel, o San Miquel, en Güel por la referencia que a ellas hace el famoso archivero y fotógrafo catalán Josep María Gavín. En el tomo 2 de su “Inventari d’esglésias”, dedicado a Baixa Ribagorça, Alta Ribagorça y Vall d’Arán y publicado en 1978, incluye una pequeña fotografía en blanco y negro de esas ruinas que considera románicas y sitúa cerca de la casa Badía de Güel. En ninguna otra publicación sobre el románico aparece, que nosotros sepamos, referencia alguna a esta ermita situada en la comarca altoaragonesa de Ribagorza. Con algunos datos sobre su posible ubicación, extraídos del Archivo Gavín, nos pusimos a buscar los restos de la ermita y logramos encontrarlos. Se hallan en la ladera de un cerro muy próximo a la casa Badía, una de las muchas construcciones que constituyen el disperso caserío de Güel, una localidad hoy integrada en el municipio de Graus y de la que, para remarcar su extensión, siempre se ha dicho en la zona que “e mes gran que Barcelona”.

La casa Badía se encuentra muy cerca de la pequeña carretera que une los valles del Ésera y el Isábena desde Las Ventas de Santa Lucía hasta La Colomina, pasando por Fantova y la Portiella, una vez cruzada ésta y ya, por lo tanto, en la vertiente del río Isábena. Pasadas las casas Buira y Betrán, y tras dejar a la izquierda un bien conservado horno de cal, sale a la derecha una pista de tierra que llega a la casa Badía y, dejándola a la derecha, continúa unos metros más en dirección al sur. Enfrente se levanta un pequeño cerro al que no se puede acceder por camino sino únicamente campo a través. Algo antes de llegar a lo alto del montículo, se localizan, escondidos entre la espesa vegetación, y sin ser vistos antes de llegar a ellos, los escasos restos de la ermita de San Miguel.

Se trata de un edificio de nave única y planta rectangular, con cabecera semicircular canónicamente orientada al este. Tiene 9,40 metros de largo (nave y cabecera) y 2.85 de ancho. A esto habría que sumar el grosor de sus paramentos que oscila entre los 0,50 y 0,60 metros. La puerta de acceso abría al sur, descentrada hacia los pies. El aparejo utilizado es de calibre desigual, algo rudo en cuanto a ejecución, aunque parece que intenta formar hiladas.

A corta distancia de la ermita se localizan varios amontonamientos de piedras. No es descartable que la ermita de San Miguel pudiera haber sido la antigua capilla de alguna desaparecida población medieval. El montículo en el que se ubica aparece en algunos mapas con el nombre de Trullás, lugar que aparece también citado en algunos documentos. En la relación de “Focs y morabatíns de Ribagorça (1381-1385)”, encontramos varios nombres de personas a los que se añade Trullás como lugar de procedencia. En el libro de Guillermo Tomás Faci, “Montañas, comunidades y cambio social en el Pirineo medieval. Ribagorza en los siglos X-XIV” (Zaragoza-Toulouse, Prensas Universitarias de Zaragoza-Presses Universitaires du Midi, 2016), hay también, refiriéndose a la organización parroquial de Fantova y Güel durante el periodo medieval, una alusión a Trullás en este párrafo que transcribimos: “En ambos casos las iglesias estaban disociadas del hábitat, diseminado por los extensos términos en forma de masías o minúsculos caseríos. El alejamiento del centro religioso respecto a los feligreses (hasta una decena de kilómetros) y la costumbre de algunas familias de meter al clero a algún vástago, explican que existieran numerosas capillas particulares, cuyos presbíteros al mismo tiempo, formaban parte de la congregación de clérigos de la parroquia. El oratorio de San Miguel de Fantova en 1113 es el caso más temprano, pero las listas de racioneros de finales del XIII o comienzos del XIV muestran que el sistema permanecía intacto. Sobre el terreno esta realidad se ha mantenido en una densa red de ermitas románicas o góticas: las vírgenes de Lauri o Casigüerto, San Pere del Sarrau, Santa Ana de Mazana, San Gregorio (identificable con San Miguel de Fantova), Sant Clliment de Toveña, las capillas de Sierra, Armella, Trullás, Matosa, Guardiguala o Las Solanas”. Atendiendo a la toponimia del cerro en el que se ubican y a estas referencias documentales, no sería del todo imposible que las ruinas de San Miguel se correspondieran con las de la antigua ermita o capilla del que podría ser el pequeño caserío o poblado medieval de Trullás.

Pensamos que en principio no parece haber duda de su origen medieval y románico. De todas formas, hay que tener en cuenta que en estas obras rurales durante mucho tiempo se siguió construyendo imitando modelos anteriores, de ahí la dificultad para su correcta datación. Lo que es un hecho es que esta construcción ha pasado inadvertida a la gran mayoría de estudiosos del románico pues, como hemos dicho, solo es citada por Josep María Gavín a finales de los años setenta del pasado siglo. Por ello, con estas líneas, queremos dar a conocer la existencia de las ruinas de una construcción prácticamente inédita hasta la fecha y cuyo hallazgo viene a confirmar que el inventario de las construcciones románicas altoaragonesas no puede darse todavía por cerrado.

Carlos Bravo Suárez y Cristian Laglera Bailo

                  





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