La
paz de los sepulcros. Jorge Volpi. Alrevés. 2013. 256 páginas.
Jorge Volpi (Ciudad de
México, 1968) es uno de los más importantes escritores mejicanos actuales.
Autor de novelas, ensayos y relatos, articulista en importantes diarios de
habla hispana, gran conocedor de la cultura europea, ha recibido importantes
premios y muchas de sus obras han sido traducidas a numerosos idiomas. La paz de los sepulcros es una de sus
primeras novelas, publicada en México en 1997, que recientemente ha sido
reeditada en nuestro país por la editorial Alrevés.
La
paz de los sepulcros es mucho más que una novela negra en la que,
sin embargo, no hay policías ni detectives. Es, sobre todo, una novela ética y
política. Casi una alegoría sobre el México actual y una reflexión crítica
sobre la corrupción y la manipulación informativa que ejerce el poder en las
sociedades modernas. El relato comienza con el macabro descubrimiento, en un
hotel de las afueras de Ciudad de México, de los cadáveres de Alberto Navarro,
ministro del Interior del gobierno del país, y un joven desconocido que aparece
cruelmente decapitado. Los primeros en llegar al lugar del crimen son Agustín
Oropeza, periodista de Tribuna del escándalo, y un fotógrafo
de esta misma publicación sensacionalista y amarilla que utiliza cualquier
recurso para vender el mayor número posible de ejemplares. Por un detalle que
solo él conoce, Oropeza identifica al joven asesinado junto al ministro y comienza
una investigación en solitario sobre el suceso, que le llevará al sórdido
submundo de las redes de la prostitución infantil y las prácticas sexuales más
insospechadas y morbosas.
Con una prosa rica y
cultivada, Jorge Volpi reflexiona sobre la hipocresía de la política mejicana –extensible
sin duda a muchas otras geografías– en la que detrás de una fachada amable y de
apariencia impecablemente democrática se esconden vicios ocultos, sórdidos apetitos
y ambiciones maquiavélicas. Dos planos antitéticos –como unos nuevos doctor
Jekyll y míster Hyde– que se contraponen literariamente en un juego de
metáforas clásicas basadas en la oposición entre el día y la noche, la luz y la
oscuridad, la verdad y la mentira. Nada es lo que parece y la verdadera
realidad se esconde al público recurriendo a las estrategias de la confusión y la
manipulación informativas más refinadas y cínicas. La conclusión no puede ser
además más pesimista; pues, como dice el padre del narrador Oropeza, en la
política siempre ganan los malos.
La acción de La paz de los sepulcros se sitúa en un
México de ficción pero perfectamente reconocible. Un país en el que los herederos
de la revolución y quienes instauraron los principios democráticos se han
convertido en consumados maestros de la hipocresía, cuya única preocupación es
mantenerse en el poder y satisfacer sus vicios clandestinos a cualquier precio.
Para lograr ese objetivo se recurre, entre otras cosas, a la existencia de un viejo
grupo terrorista o guerrillero a quien poder culpar de todos los males del país.
Pese a su inicio con un
doble asesinato cuya autoría se investiga a lo largo de sus páginas, La paz de los sepulcros transciende en
buena medida el género negro –aunque este sea hoy muy a menudo el mejor
vehículo literario para denunciar al poder establecido– y se convierte en un
grito ético y moral contra el grado de refinamiento que pueden alcanzar la
hipocresía y la manipulación en manos de quienes tienen como objetivo
prioritario mantener sus privilegios a toda costa y esconder sus verdaderas y
corruptas intenciones.
Carlos Bravo Suárez
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