He tenido que esperar treinta años. En
1984, yo vivía en Barcelona cuando estalló el caso Banca Catalana. Recuerdo
cómo el entonces presidente Jordi Pujol se envolvió en la senyera y dijo que aquello
era una jugada indigna de Madrid y un ataque a Cataluña. Recuerdo cómo, sin
levantar la voz y con argumentos, me atreví a criticar esa actitud con un grupo
de amigos y conocidos que me tacharon de anticatalán, centralista y algunas
cosas peores, en medio de una exaltación que nunca había visto antes en ellos.
Yo, hasta entonces y aun después y ahora, había defendido siempre el Estatut y
la lengua y la cultura catalanas; pero aquello supuso un punto de inflexión en
mi percepción de la realidad catalana y la constatación del peligro que
significaba para la razón y la tolerancia el creciente fervor nacionalista.
Ahora sé que aquel líder que clamó contra Madrid y llamó a los suyos a
manifestarse a su favor ya tenía entonces dinero sin declarar en una cuenta
suiza y, treinta años más tarde, sospecho que todo aquello fue un ejercicio
cínico de hipocresía y el inicio de una estrategia que nos ha llevado hasta la complicada situación actual que vive la sociedad catalana.
Carta publicada en los diarios La Vanguardia, El Mundo (con ligeras variaciones y con el título de "Jordi Pujol y la cuestión catalana") y El País.
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