“Sin
destino”. Imre Kertész. Acantilado. 2009. 14ª Edición. 264
páginas.
El
reciente fallecimiento de Imre Kertész (Budapest, 1929 – 2016) es
una buena ocasión para leer, o releer, la obra literaria de este gran
escritor judío y húngaro, que recibió el Premio Nobel de
Literatura en el año 2002. Sus libros han sido publicados en España por la
editorial Acantilado. La primera y más importante de sus obras
literarias fue “Sin destino”, una novela en la que su autor
trabajó durante quince años y que pasó sin pena ni gloria cuando
se publicó en Hungría en 1975. Después de la caída de la
dictadura comunista, que siempre ninguneó ignominiosamente a
Kertész, su obra comenzó a difundirse en Alemania y en el resto de
Europa, y “Sin destino” fue adquiriendo la valoración de
indiscutible obra maestra. En España, fue publicada en 2001 por
Acantilado y ha tenido sucesivas reediciones.
La traducción es de Judith Xantus, con la revisión de Adan
Kovacsics, principal especialista mundial en la obra de Kertész.
Aunque
basada en la peripecia personal del autor en los campos de
concentración nazis, “Sin destino” no es del todo una novela
autobiográfica. Su protagonista es György
Köves, un adolescente judío de 15 años que en 1944 es deportado
desde el Budapest ocupado por los nazis al campo de exterminio de
Auschwitz, donde solo permanece tres días, y a los campos de trabajo
de Zeitz y Buchenwald, de donde consigue salir vivo tras la
liberación por las tropas estadounidenses en abril de 1945. En los
primeros capítulos, György vive la despedida del padre, que es
también enviado a un campo nazi (luego nos enteramos de que se trata
de Mauthausen), junto a su madrastra y el resto de la familia, judía
pero escasamente practicante en lo religioso. Cuando empieza a
descubrir el placer de los besos con una niña vecina y a trabajar
forzosamente en una fábrica de las afueras, es obligado a ir a los
campos regentados por los alemanes, en los que transcurre casi toda
la novela. En Auschwitz, salva la vida porque cuando forma en la fila
de selección, y siguiendo los consejos de unos prisioneros más
veteranos, dice a los guardianes que tiene 16 años y no los 15 que
tiene en realidad. Eso hace que los alemanes lo manden al campo de
trabajo de Buchenwald y no directamente a la cámara de gas del
propio Auschwitz.
Lo
que más sorprende de “Sin
destino”,
y lo que ha suscitado más de una reacción de rechazo,
es el tono apático y resignado, aparentemente falto de cualquier
crítica, con el que György
encara su condición de prisionero. Una visión fría, objetiva y
distante, que contrasta con la brutalidad y la sordidez de las
situaciones extremas que narra. Es este aspecto, esa falta de
acusaciones o lamentos del protagonista, el que hace de “Sin
destino” una narración diferente a cualquier otra de las inscritas
dentro de la llamada literatura del Holocausto. Difícil de entender
para el lector, como para sus interlocutores en la novela, son
algunas de las afirmaciones de György al final de su relato:
“Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las
torturas, en los intervalos de las torturas, algo que se parecía a
la felicidad”. Así ha matizado estas frases el propio escritor en
algunos textos posteriores: “Experimenté mis momentos más
radicales de felicidad en el campo de concentración […] Estar muy
cerca de la muerte es también una especie de felicidad. Sólo
sobrevivir se convierte en la mayor libertad de todas”. En
cualquier caso, puede verse una simbiosis entre la aparente, y
ciertamente para el lector no demasiado comprensible, aceptación
resignada de su situación y la necesidad de adaptación a un medio
tan hostil para lograr la supervivencia a toda costa. El propio
narrador se sorprende: “Nunca lo hubiese creído y, sin embargo, es
una verdad como un templo: en ninguna otra circunstancia importa
tanto llevar una vida ordenada, ejemplar y hasta virtuosa como
estando preso”. Porque además, y en referencia al título de la
novela, György afirma que “si existe la libertad entonces no puede
existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro
propio destino”.
Pero, añadida a este
aspecto literario diferenciador, en la novela hay una magnífica
crónica de la vida en los campos de concentración nazis, contada
-no hay que olvidarlo- a través de los ojos de un narrador de
solamente 15 años. Allí, el joven descubrirá los humos de las
chimeneas de los hornos crematorios y su olor dulzón y pegajoso; la
diferencia entre los campos de exterminio y los campos de trabajo; la
permanente escasez de comida, la agónica espera de la sopa y el
hambre que avasalla los cuerpos y embota las mentes; la existencia de
los llamados “musulmanes”, presos esqueléticos que han
abandonado ya cualquier deseo de supervivencia; las pulgas, los
piojos y las numerosas enfermedades; la torre de Babel de
nacionalidades, culturas y lenguas entre los prisioneros (György
solo sabe el húngaro, que casi nadie habla y, por suerte, algo de
alemán, pero desconoce el yiddish y eso lo aleja en parte de los
demás judíos). Solo hay tres formas de evadirse de esa realidad
terrible: la huida, el abandono o la imaginación. Y, por descontado, György
elegirá la tercera.
“Sin destino” es una
lectura casi obligatoria, una de las grandes novelas de la literatura
europea del pasado siglo XX.
Carlos
Bravo Suárez
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