Luis Landero (Alburquerque, 1958) ha vuelto a la novela.
Si es que alguna vez la había dejado. Aunque su libro anterior –el magnífico
relato autobiográfico “Un balcón en invierno”– se iniciaba con un capítulo
titulado “No más novelas”, el escritor extremeño ha vuelto al relato de ficción,
en la más genuina línea de su brillante narrativa de estirpe cervantina y
picaresca, con su reciente “La vida negociable”, publicada como todas sus obras
por la editorial Tusquets. Y con ella, la novena de sus narraciones desde
aquella lejana y deslumbrante “Juegos del amor tardío” de 1989, se consolida,
por si no lo estaba ya bastante, como uno de los mejores escritores actuales en
lengua española.
“La vida negociable” está contada en primera persona por
Hugo Bayo, que, como si fuera una narración oral, comienza su relato con una
apelación a los lectores/escuchantes: “Señores, amigos, cierren los periódicos
y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos”. Bayo cuenta
su historia desde la infancia (casi adolescencia) hasta, más o menos, los
cuarenta años. Comienza cuando tanto su padre como su madre lo hacen
respectivamente partícipe de sendos secretos de los que va a abusar luego para
chantajear a ambos progenitores. Conoce a Leo, una chica algo masculina y
peleona, que será luego su pareja, con la que siempre mantendrá una extraña y
aguerrida relación nunca demasiado estable ni convencional. Antes, Hugo había
sido rechazado por la bella Olivia, por la que comete un robo con cuya culpa no
tendrá ningún inconveniente en hacer cargar a su padre. Ya en el servicio militar,
un avispado brigada descubre las habilidades de Hugo como peluquero y el joven
vive algunas excitantes y morbosas experiencias eróticas con la mujer del
coronel. Al salir de la mili comienza a trabajar de peluquero, pero nada parece
satisfacer a Hugo, quien se cree llamado a realizar grandes empresas y acaba
fracasando indefectiblemente en todas. Nunca parece encontrar un lugar en el
mundo que le permita reconciliarse con los demás y consigo mismo.
La novela tiene un cierto tono amargo y pesimista, aunque
no está exenta de ironía, parodia y un humor muy cervantino. El tono picaresco,
casi específicamente quevedesco, la aproxima más –obviamente sin las digresiones
morales de la obra de Alemán- al Guzmán de Alfarache que al Lazarillo de Tormes.
El antihéroe Hugo, que se cree sus propias fantasías y es víctima de ellas, se
parece mucho a los protagonistas de las novelas anteriores de Landero.
Personajes movidos por el afán, que buscan infructuosamente el éxito en la
vida, cambiando de oficio, planeando supuestos grandes negocios, pero siempre
derrotados por una realidad implacable a la que no acaban de adaptarse, porque
cuando tienen una cosa desean otra y nunca logran asentarse ni afianzarse en
nada: “A lo mejor la vida, o al menos la mía, consiste sólo en eso, ir de
camino a lo que salga”. Porque, además, la vida es una mezcla de todo: “tan
irrisoria, tan fea, tan trivial, y a la vez tan dramática, tan misteriosa y
llena de belleza”. “¿En qué proporción se mezclan el ridículo y lo
sublime, lo trascendente y lo banal, la comedia, la épica, el drama y el
folletín?”.
Como el propio narrador indica, el relato va pasando de
drama a comedia e incluso al final, cuando Hugo investiga el paradero de sus
padres, a novela detectivesca o policiaca. La composición de los personajes
secundarios es magnífica. Empezando por el padre de Hugo, un hombre grueso y
pesado perdidamente enamorado de su mujer que –según cree Hugo- lo engaña con
otro y le pone los cuernos. Moralista y religioso, recurre con frecuencia a
citas bíblicas, pero sisea con disimulo lo que puede en sus tareas de
administrador de fincas. Menos definida está la madre, de cuyo verdadero
comportamiento no llegamos a saber del todo la verdad. Destacable también el
personaje de Leo, una chica hosca y reñidora, con quien Hugo no puede tener
relaciones sexuales si no es a fuerza de pelear antes con ella a puñetazos. Y
verdaderamente sobresaliente el brigada Ferrer, un hombre que encarna la
sabiduría no adquirida en los libros sino en la calle, el trato mundano y la
escuela de la vida.
Lo dicho, Landero es uno de nuestros mejores novelista
actuales. Y esperemos que, para continuado placer de sus lectores, lo siga
siendo muchos años.
“La vida negociable”. Luis Landero. Tusquets, 2017. 336
páginas.
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