Colinas
que arden, lagos de fuego. Javier Reverte. Plaza Janés. 2012. 400 páginas.
Tras
sus últimos viajes por el norte del planeta, narrados en sus libros El río de la luz y En mares salvajes –ambos
reseñados en esta sección–, Javier
Reverte nos cuenta en Colinas que arden,
lagos de fuego sus nuevas experiencias viajeras por tierras africanas. Como
es sabido, el escritor madrileño ha estado en África en numerosas ocasiones y
ha contado sus viajes en una famosa y espléndida trilogía, compuesta por los
libros El sueño de África, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África. Este
último publicado justo ahora hace diez años.
En
Colinas que arden, lagos de fuego, Reverte
cuenta en realidad dos viajes, realizados a principios del año 2008. El primero
transcurre íntegramente por Kenia, en un momento en que en varias zonas del
país se habían producido algunos desórdenes tras la celebración de las últimas
elecciones presidenciales, y lleva a los viajeros –el escritor y varios amigos
y familiares– desde Nairobi hasta el
lago Turkana, pasando por la Reserva
Nacional de Samburu. El segundo, ya con menos integrantes,
transcurre casi todo por Tanzania, desde la capital Daar-es-Salaam hasta el
lago Tanganika, atravesando parte del enorme Parque Natural Selous, para
terminar entrando en Zambia y visitar el lugar donde fue enterrado el corazón
del famoso explorador y misionero David Livingstone, muerto en 1813 en una pequeña
aldea junto al lago Bangweulu.
Javier
Reverte narra estos viajes con su estilo ameno y didáctico de siempre,
intercalando las aventuras vividas por él y sus compañeros con ricas y precisas
referencias geográficas e históricas que ayudan al lector a conocer y contextualizar
de una manera más completa los diversos lugares que recorre. El escritor y
viajero madrileño se emociona intensamente ante la belleza de los inmensos paisajes
y de algunos atardeceres encendidos en los enormes lagos africanos, se conmueve
ante algunas situaciones de pobreza y hacinamiento que le toca vivir de cerca
en el viejo barco Liemba que recorre el lago Tanganica, y se indigna anta la
picaresca y falta de formalidad de algunos de los guías autóctonos que intentan
engañar continuamente a él y a sus compañeros de viaje.
Reverte
se aleja de cualquier paternalismo eurocéntrico, pero también de las tópicas
visiones neoecologistas de algunos etnógrafos y antropólogos modernos que
defienden la utopía arcaica del buen salvaje, como si cualquier progreso fuera
a romper un supuesto equilibrio natural que confunden muchas veces con el
atraso y la pobreza endémicos.
Colinas que arden, lagos de fuego es un libro impregnado de gritos y de olores
penetrantes, de los rugidos de las fieras de la selva, de las ventosidades de
los camellos en los campamentos, de los disparos de famosos cazadores europeos
del pasado, de las sirenas de los viejos barcos y el traqueteo de los trenes y de
los autobuses atestados de personas y de mercancías. Un libro con el que Javier
Reverte nos transporta de nuevo al genuino corazón de África.
Carlos Bravo Suárez
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