Tal
vez pueda parecer redundante escribir de nuevo sobre Joaquín Costa tras haberse
celebrado el pasado año con tanta profusión el primer centenario de su muerte.
Sin embargo, al ser sin duda Costa uno de los más importantes personajes que
nuestra provincia altoaragonesa ha dado a la historia de España, merece estar
siempre en nuestra memoria y ser objeto de nuestra atención y análisis,
independientemente de si este recuerdo coincide o no con alguna efemérides que
contribuya a realzar y difundir aún más su ilustre figura.
Por
otra parte, algunos aspectos del pensamiento y de los principios que
presidieron la vida y el comportamiento de Joaquín Costa siguen estando hoy en
mi opinión muy de actualidad. Porque aunque sean afortunadamente muchas las
diferencias entre la España
que él vivió y la España
actual, continúan presentes en nuestra sociedad, y en estos últimos años
parecen incluso haberse acentuado, algunos defectos atávicos que han hecho que
los principales valores que definen a Costa, como son el esfuerzo, la
constancia, el estudio, la honradez, la independencia y el mérito como factores
necesarios de promoción personal, sigan siendo hoy relegados con demasiada
frecuencia a un segundo plano en favor de otros mucho menos dignos y
decentes -en el sentido primero y más
general que esta palabra tiene-,
basados, hoy igual que ayer, en criterios económicos, amiguismos u
oportunismos políticos de diversa índole, pelaje y condición.
Joaquín
Costa fue un hombre íntegro que escribió sobre temas muy diversos, que amó a su
país con sinceridad inusual y luchó por regenerarlo y modernizarlo en una época
de atraso y de pobreza, de incultura y escasa educación, de caciquismo y
corrupción política generalizada, instalada de manera permanente en el sistema.
A lo largo de su vida vio frustradas muchas de sus aspiraciones y proyectos,
pero nos dejó su ejemplo, su obra y su rico, variado y a veces contradictorio
pensamiento, del que muchos han querido apropiarse sin poder conseguirlo,
porque Costa es de todos pero no es en exclusiva de ninguna ideología, de
ninguno de los diferentes “ismos”, que suelen contaminar de interés y
sectarismo casi todo aquello a lo que se acercan con la intención de hacerlo
suyo y usarlo en su provecho.
Tal
vez porque soy profesor y enseñante, y porque sé que en cierta manera esos
valores a los que acabo de referirme se forjan en la persona desde los primeros
años, siempre me ha atraído especialmente el Costa joven y sus denodados esfuerzos
por estudiar y aprender, superando los obstáculos casi invencibles que suponían
la pobreza de su familia y la enfermedad que le aquejaba desde que era casi un
niño. Costa es un ejemplo de tesón y lucha, de esfuerzo titánico para
sobresalir intelectualmente en un mundo y una sociedad donde el origen social y
la cuna determinaban casi siempre el futuro y la vida entera de las personas.
Hoy, que los estudiantes tienen tantos medios a su alcance y disponen de todo
el tiempo para dedicarse a su formación, creo que aún destaca más la fuerza de
voluntad de un hombre que tuvo que realizar sus estudios con muy escasos medios
y con casi todos los elementos en su contra.En este aspecto, Joaquín Costa es
un ejemplo a imitar, un modelo imperecedero de pundonor, tesón, esfuerzo y afán
de superación en el estudio y la cultura.
Me
centraré, por tanto, en esta breve biografía, en el Costa joven, en sus
primeros años en Monzón y seguidamente en Graus, en su juventud en Huesca y en
su época universitaria en Madrid. Para terminar, me referiré a su frustrada
experiencia amorosa con una muchacha oscense, en un episodio que pudo haber
cambiado el curso de la vida de un hombre que estuvo buena parte de su
existencia condenado a la soledad, la enfermedad y los apuros económicos y, en
consecuencia, a arrastrar consigo un poso casi permanente de amargura y de
tristeza. Condenado a sufrir demasiadas frustraciones humillantes para una
persona de su valía, de su inteligencia, integridad y honradez. Pero la vida es
a menudo injusta, y con el Costa vivo lo fue mucho más que con el Costa muerto,
este que, ahora que ya no puede resultar a nadie incómodo, todos nos afanamos
en alabar y recordar, incluso aquellos que están en las antípodas de su
ejemplar comportamiento.
Joaquín
Costa nació en Monzón el 14 de septiembre de 1846. Su padre, natural de
Benavente de Aragón, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Graus, se llamaba
Joaquín Costa Larrégola y era conocido con el sobrenombre de El Cid. Fue un
pequeño agricultor, trabajador y honrado, gran conocedor del derecho de
costumbres y de las tradiciones rurales de la comarca ribagorzana. La madre,
María Martínez Gil, había nacido en el mismo Graus y era la segunda mujer del
Cid, que había enviudado recientemente. Joaquín y María se casaron en Graus y
se fueron a vivir a Monzón, donde el padre de Costa había heredado algunas
pequeñas propiedades. Cuando el pequeño Joaquín tenía seis años, sus padres
volvieron a Graus para quedarse. Al parecer, porque las cosas tampoco les iban
demasiado bien en Monzón y porque doña María no se adaptaba al lugar y añoraba
su pueblo natal y a su familia. El matrimonio tuvo once hijos, de los cuales
seis murieron al poco de nacer y otro, Juan, lo hizo de viruela cuando sólo
tenía diez años. Sobrevivieron finalmente cuatro de estos hijos: dos varones
(Joaquín y Tomás) y dos mujeres (Martina y Vicenta).
Tras
sus primeros años en Monzón, Joaquín Costa vivió en Graus desde los seis hasta
los diecisiete años, entre 1852 y 1863. Al regresar de la capital montisonense,
la familia Costa se instaló en una casa alquilada de la placeta de Coreche, en
el actual nº 6 que hace esquina con la calle del Prior, que actualmente creo
que se conoce como casa Fernandito. Según sus propias confesiones, este fue un
periodo bastante desdichado de su existencia. La vida en Graus y su comarca era
muy dura para la mayor parte de sus habitantes en aquellos años de la segunda
mitad del siglo XIX. El inglés George Cheyne, el hispanista que mejor ha
estudiado a Costa, hace una espléndida descripción de las características
sociales y económicas del Graus decimonónico, en un capítulo de su interesante
biografía “Joaquín Costa, el gran desconocido”, recientemente reeditada. Aunque
como importante centro comarcal habría en la villa algunos comerciantes
prósperos, buena parte de los grausinos vivía del campo, con pequeñas y poco
rentables propiedades agrícolas. El principal cultivo del lugar era entonces la
vid. Lo fue hasta que a principios del siglo XX y procedente de Francia llegó
la devastadora plaga de la filoxera. Seguían, como cultivos secundarios, el
olivo y el trigo y otros cereales.
Carlos Bravo Suárez
Artículo publicado hoy en Diario del
Alto Aragón
Imágenes: Joaquín Costa Larrégola “El
Cid”, padre de Joaquín Costa; Joaquín Costa en 1870 a los 24 años; casa
natal de Costa en Monzón y casa de Graus en la que Costa vivió con sus padres
desde los 6 hasta los 17 años
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