El pasado año se celebró el 140 aniversario de la Revolución de 1868, conocida como “la revolución de septiembre” o, más pomposamente, como “la Gloriosa”. El estallido revolucionario de septiembre de 1868 supuso el inicio de uno de los periodos más convulsos de la historia de nuestro país: el sexenio democrático o revolucionario. Durante seis años se sucedieron en España una revolución que obligó a huir al extranjero a la reina Isabel II (1868), la promulgación de una constitución muy liberal y progresista (1869), el breve reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873), el corto y agitado periodo de la I República (1873-1874) y la vuelta al trono de la dinastía borbónica con Alfonso XII que supuso el inicio de la llamada Restauración (1874).
Sobre este intenso periodo histórico pueden consultarse diferentes libros de Historia, tanto de España como de Aragón. En el ámbito provincial, hay un interesante capítulo dedicado a estos vertiginosos años en “Historia del Alto Aragón”, de Domingo Buesa. Sin embargo, quien mejor ha estudiado la repercusión de “la Gloriosa” en la provincia de Huesca ha sido Alberto Gil Novales. Fue hace ya algunos años en el interesante libro “La Revolución de 1868 en el Alto Aragón”, publicado en 1980 dentro la Colección Básica Aragonesa de Guara Editorial. De este libro extraigo buena parte de la información sobre la incidencia que “la Gloriosa” tuvo en la comarca oscense de la Ribagorza.
Las causas del estallido revolucionario de 1868 fueron varias y complejas. A la crisis económica que sacudió España se añadió la crisis política y el aumento del rechazo popular hacia la reina Isabel II. Los partidos progresistas, democráticos y liberales, excluidos del poder, aunaron en un principio sus esfuerzos, pese a las notables diferencias que existían entre ellos, no sólo contra el gobierno moderado de Narváez, sino también contra la propia reina. Desde el exilio europeo, estos grupos establecieron diversos pactos para aumentar la agitación contra la monarquía borbónica. Llegaron a plantearse incluso una entrada en España a través de los Pirineos que finalmente no llegó a producirse. Eran cada vez más los jefes militares que apoyaban esos intentos y los generales Prim y Serrano se pusieron a la cabeza de la conspiración. El día 17 de septiembre de 1868, las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se amotinaron en Cádiz. Era la señal para el inicio de la revolución. El día 19 todos los generales sublevados hicieron público un comunicado que terminaba con la famosa frase “¡Viva España con honra!” El día 28, el ejército realista que intentaba sofocar la rebelión fue derrotado en la batalla del puente de Alcolea (Córdoba). Al día siguiente la reina Isabel II, que todavía estaba veraneando en San Sebastián, decidió huir a Francia.
La Revolución de 1868 llegó a todos los lugares de España. En Aragón comenzó a extenderse a partir del día 21. En todas las poblaciones se crearon las llamadas Juntas Revolucionarias, que en algunos casos ya existían en la clandestinidad y que constituyeron el nuevo poder. La de Huesca ya estaba formada el día 30 de septiembre. Dos días después se ordenó la destitución de todos los ayuntamientos de la provincia anteriores a la revolución y su sustitución por las Juntas Municipales Revolucionarias. Asimismo, se solicitó a las Juntas de Barbastro, Benabarre, Fraga y Sariñena que enviaran un representante a la de Huesca para establecer así un poder provincial. Por algunos documentos existentes sabemos que antes del decreto obligatorio del 2 de octubre ya se habían constituido las juntas de Almudévar, Ayerbe, Barbastro, Benabarre, Jaca y Sariñena. Y probablemente las de Tamarite, Grañén, Graus, Laluenga y Sangarrén. Todas las restantes de la provincia se crearon tras el citado decreto.
Por lo que respecta a Ribagorza, Alberto Gil Novales aporta en su libro noticias algo más extensas de las Juntas Revolucionarias de Graus y Benabarre, principales municipios de la comarca que según el censo de 1860 contaban con 3242 y 2397 habitantes respectivamente. También incluye algunos datos sobre Estopiñán (986 habitantes en 1860), Laguarres (574), y Roda (487). Aunque hoy ya no formen parte de la comarca ribagorzana, incluiremos aquí a Estadilla (1920) y Olvena (495).
Si el objetivo de la Revolución del 68 y de las juntas revolucionarias era cambiar el orden social del país, eso no se consiguió en muchos lugares. Tal vez más en las grandes o medianas poblaciones, pero no tanto en el mundo rural donde la existencia de estructuras sociales muy consolidadas y de un arraigado caciquismo no era fácil de modificar. La constitución de las juntas fue al parecer bastante caótica e irregular. Las hubo muy exaltadas y anticlericales, algunas propugnaban la revolución social, otras eran estricta y radicalmente liberales y varias fueron rápidamente controladas por los caciques o terratenientes, incluso por los aristócratas, que se integraron en ellas con el fin de que nada cambiara del todo. Es curioso el caso de Altorricón, en La Litera, donde el barbero del pueblo y algunos amigos salieron a la calle gritando “Abajo los Borbones” y fueron reducidos por un hombre (al parecer el propio alcalde) y su hijo armados. Aún más escandaloso fue el caso de Candasnos, donde la Junta quedó integrada por un rico propietario, dos criados suyos y el alguacil, quien iba por la noche pidiendo a los vecinos el apoyo para el presidente recordándoles que eran sus acreedores, sus arrendatarios o sus jornaleros. En Anzánigo, el cura, del que se decía que era más tirano que el zar de Rusia, se puso al frente de la Junta. Ante el vacío de poder existente en los primeros días de la revolución, cada pueblo fue más o menos por libre y en bastantes lugares parece que hubo mucha picaresca y algunos rápidos cambios de chaqueta. Además del oportunismo y del afán de medro personal que suele esconderse en estos casos detrás de la grandilocuencia y de la demagogia políticas. De todas maneras, el nuevo gobierno, temeroso de perder el control de la situación y del extremismo de algunas de ellas, desactivó en cuanto pudo a las juntas revolucionarias que habían surgido de manera más o menos espontánea en los primeros días de la revolución. El 26 de octubre se autodisolvió la Junta de Huesca, que además tuvo que dar explicaciones sobre su verdadera lealtad a la Revolución. Poco más durarían las demás de la provincia.
Veamos cómo funcionaron estas juntas revolucionarias en los pueblos ribagorzanos de los que tenemos algunas informaciones históricas gracias al libro de Gil Novales. Empezaremos por Graus, cuya junta se constituyó con prontitud y fue considerada por algunos como ejemplar, recibiendo incluso la felicitación de la de Huesca. El día 8 de octubre quedó definitivamente constituida por unanimidad y con un respaldo de más quinientos votos. En su declaración de principios declara su radicalismo liberal, es decir, la defensa absoluta de todas las libertades: “Nuestro lema es: Radicalismo absoluto. Esto es: desde la más completa libertad individual hasta la abolición del más ínfimo impuesto indirecto”. En defensa de esa libertad se critica la decisión de la Junta de Huesca, que en realidad fue de la de Zaragoza, de expulsar a los jesuitas, que en Graus tenían un colegio desde hacia tiempo y que ahora acababa de abrir por tercera vez. Según la Junta grausina esa decisión iba contra la libertad de culto, la seguridad personal, la inviolabilidad de domicilio y la libertad de enseñanza. A los autores de la orden de expulsión de los jesuitas les acusa de ser “antimoderados, pero no liberales”. Advierte a la Junta provincial que no defender todas las libertades “sería dar una prueba de que la gran causa de la libertad dependía de la influencia personal”. Se siente respaldada por la población en sus principios y asegura que sólo por la fuerza podrá ser disuelta. Expresa también sus temores de que la revolución termine en “una constitución raquítica e impropia de la patria de los Riego y Mendizábal, Orense y Sixto Cámara”. La Junta de Graus estaba presidida por Antonio Monclús Balaguer y sus vocales eran Faustino Lacambra Gambón, Justo Lacambra Naval, Teodosio Dumas Lobera y Domingo Lacambra Naval.
Más complicadas y menos unánimes fueron las cosas en Benabarre. La Junta fue nombrada el 30 de septiembre, pero el anterior alcalde, Medardo Guardia Serra, y el juez del partido judicial se opusieron a ella y huyeron a Graus donde fueron acogidos. Además, la nueva junta destituyó a todos los funcionarios del término y nombró otros nuevos. La junta de Barbastro protestó ante la provincial por los alborotos que se habían producido en Benabarre, aunque la junta de Huesca aceptó la nueva situación. Desde Graus, el anterior alcalde de Benabarre se adhirió a la Revolución y denunció que se había allanado su despacho del que se habían robado más de setenta duros. La huida del juez y del fiscal de Benabarre a Graus hizo que se reclamara el traslado de los juzgados a esta población. Como representante de la junta benabarrense en Huesca fue nombrado José Clemente Piniés, de la familia Piniés, que ya empezaba a adquirir protagonismo político. El presidente de la Junta de Benabarre fue Federico Martínez, el vicepresidente José Balaguer Ferrando y los vocales Medardo Facerías, Manuel Saura y Pedro Radigales.
También hubo problemas en Estopiñán, donde se planteó un conflicto entre la Junta y el Ayuntamiento, cuyo alcalde era Ramón Quintilla. Integraban la Junta el presidente Jaime Sisón, el vicepresidente Francisco Camón y los vocales José Vives, Antonio Guillén y Miguel Recarte. Dentro del término de Estopiñán, en las minas de Tragó, se produjeron graves enfrentamientos en varias ocasiones. Al proclamarse la Revolución, trescientas personas armadas procedentes de Estopiñán, Tragó de Noguera, Camporrells y Alcampell ocuparon el lugar y estuvieron explotando las minas durante dos meses y medio. El concesionario de la explotación consiguió que acudiera en su ayuda el ejército, que las recuperó sin resistencia. Cuando la tropa se retiró los lugareños volvieron a ocupar las minas. Regresó el ejército y construyó una casa-castillo para proteger el lugar. El 6 de febrero de 1869 ciento cincuenta hombres armados volvieron a apoderarse de las minas y destruyeron la casa-castillo.
Los miembros de la Junta de Estadilla fueron acusados de carlistas a través de una carta anónima enviada a Huesca. El argumento con el que se defienden resulta sorprendente y contradictorio: no pueden ser carlistas porque son los primeros contribuyentes del pueblo. El presidente de esa junta era Pedro Abbad y Gabriel Subías uno de sus vocales.
En Laguarres parece que se presentaron cargos contra el maestro del pueblo, que se defendió diciendo que sólo había obedecido a la Junta, pero no sabemos nada más del asunto. De la de Roda conocemos que José Llamas era su presidente y Juan Antonio Pablo uno de los vocales. En Olvena, el presidente fue Antonio Carmen Arnal y los vocales José Cambra Vidal, Pedro Ardanuy Ferrando, Jaime Cambra, Blas Puzo y Francisco Santamaría.
En las elecciones celebradas a finales de 1868 triunfaron los partidos que propugnaban una monarquía que excluyera la continuidad borbónica. Sin embargo, los republicanos ganaron en muchas provincias, entre ellas en las tres aragonesas. En la de Huesca los seis diputados fueron republicanos, elegidos por el ochenta por ciento del censo electoral. El 30 de septiembre de 1869 con gran apoyo popular se proclamó la República de Barbastro. La llegada de un regimiento militar hizo que los sublevados huyeran hacia Benasque y Benabarre.
En 1871 fue proclamado rey de España el italiano Amadeo de Saboya que, superado por la complicada situación del país, abdicó dos años más tarde. En agosto de 1871 fue detenido en Graus el francés Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx. Había cruzado la frontera por los Pirineos tras ser expulsado de Francia. Su detención en Graus sería muy breve, pues entre 11 y el 22 de agosto lo encontramos en Huesca. Parece que puso en marcha algunas federaciones obreras en Huesca, Boltaña, Graus, Ayerbe, Monzón o Tardienta.
En febrero de 1873 se proclamó la I República en España. Las tendencias federalistas más radicales derivaron hacia el cantonalismo. En julio de 1873 los republicanos aragoneses se inclinaban por una república unitaria frente al fraccionamiento excesivo. Sin embargo, al cesar Pi y Margall como presidente de la República, el barbastrense Luis Blanc proclamó el cantón del Alto Aragón que integraba a Barbastro, Monzón y Graus. Fue disuelto en agosto, aunque parece que tuvo continuidad durante ese mismo mes en un breve cantón ribagorzano.
En 1872 se inició la tercera guerra carlista que duró hasta 1876. Aunque tuvo mayor incidencia en el País Vasco, Navarra y Cataluña, en Aragón también hubo algunos enfrentamientos, sobre todo en las comarcas limítrofes con Cataluña, como es el caso de la Ribagorza. Según recogió Manuel Iglesias Costa en su “Historia del Condado de Ribagorza”, en la primavera de 1873 las fuerzas carlistas procedentes de Cataluña “entraron en Tamarite y Benabarre, hicieron exacciones, cogieron rehenes, quemaron libros del Registro Civil y algunas cosas pendientes en los juzgados”. La partida carlista fue sorprendida en Arén por las tropas liberales y se vio obligada a dispersarse. En los siguientes años de guerra, se produjeron otros incidentes y abundante tránsito de los ejércitos contendientes por las tierras ribagorzanas.
La I República, obligada a luchar contra el cantonalismo por un lado y contra el carlismo por otro, entró en una etapa de dictadura conservadora tras el golpe militar del general Pavía el 3 de enero de 1874. El pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de ese mismo año significó el final de la I República, la subida al trono del rey Alfonso XII y el inicio de la Restauración.
Hemos visto cómo los acontecimientos y las tendencias políticas en el poder se suceden de manera vertiginosa en el breve periodo del Sexenio Democrático o Revolucionario. Para terminar este repaso histórico, reproduciré una cita de Francisco Navarro Aznar, por aquellos años Jefe de la Biblioteca Universitaria de Zaragoza, que recoge Gil Robles en su libro y que es muy significativa del desencanto que este convulso periodo produjo en algunas mentes lúcidas: “El país, que no hace caso de abstracciones, y sólo atiende a la conducta, verá con dolor, que los moderados han prosperado con la palabra orden, y que los liberales gritan y vociferan libertad hasta que cogen un cargo”.
Sobre este intenso periodo histórico pueden consultarse diferentes libros de Historia, tanto de España como de Aragón. En el ámbito provincial, hay un interesante capítulo dedicado a estos vertiginosos años en “Historia del Alto Aragón”, de Domingo Buesa. Sin embargo, quien mejor ha estudiado la repercusión de “la Gloriosa” en la provincia de Huesca ha sido Alberto Gil Novales. Fue hace ya algunos años en el interesante libro “La Revolución de 1868 en el Alto Aragón”, publicado en 1980 dentro la Colección Básica Aragonesa de Guara Editorial. De este libro extraigo buena parte de la información sobre la incidencia que “la Gloriosa” tuvo en la comarca oscense de la Ribagorza.
Las causas del estallido revolucionario de 1868 fueron varias y complejas. A la crisis económica que sacudió España se añadió la crisis política y el aumento del rechazo popular hacia la reina Isabel II. Los partidos progresistas, democráticos y liberales, excluidos del poder, aunaron en un principio sus esfuerzos, pese a las notables diferencias que existían entre ellos, no sólo contra el gobierno moderado de Narváez, sino también contra la propia reina. Desde el exilio europeo, estos grupos establecieron diversos pactos para aumentar la agitación contra la monarquía borbónica. Llegaron a plantearse incluso una entrada en España a través de los Pirineos que finalmente no llegó a producirse. Eran cada vez más los jefes militares que apoyaban esos intentos y los generales Prim y Serrano se pusieron a la cabeza de la conspiración. El día 17 de septiembre de 1868, las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se amotinaron en Cádiz. Era la señal para el inicio de la revolución. El día 19 todos los generales sublevados hicieron público un comunicado que terminaba con la famosa frase “¡Viva España con honra!” El día 28, el ejército realista que intentaba sofocar la rebelión fue derrotado en la batalla del puente de Alcolea (Córdoba). Al día siguiente la reina Isabel II, que todavía estaba veraneando en San Sebastián, decidió huir a Francia.
La Revolución de 1868 llegó a todos los lugares de España. En Aragón comenzó a extenderse a partir del día 21. En todas las poblaciones se crearon las llamadas Juntas Revolucionarias, que en algunos casos ya existían en la clandestinidad y que constituyeron el nuevo poder. La de Huesca ya estaba formada el día 30 de septiembre. Dos días después se ordenó la destitución de todos los ayuntamientos de la provincia anteriores a la revolución y su sustitución por las Juntas Municipales Revolucionarias. Asimismo, se solicitó a las Juntas de Barbastro, Benabarre, Fraga y Sariñena que enviaran un representante a la de Huesca para establecer así un poder provincial. Por algunos documentos existentes sabemos que antes del decreto obligatorio del 2 de octubre ya se habían constituido las juntas de Almudévar, Ayerbe, Barbastro, Benabarre, Jaca y Sariñena. Y probablemente las de Tamarite, Grañén, Graus, Laluenga y Sangarrén. Todas las restantes de la provincia se crearon tras el citado decreto.
Por lo que respecta a Ribagorza, Alberto Gil Novales aporta en su libro noticias algo más extensas de las Juntas Revolucionarias de Graus y Benabarre, principales municipios de la comarca que según el censo de 1860 contaban con 3242 y 2397 habitantes respectivamente. También incluye algunos datos sobre Estopiñán (986 habitantes en 1860), Laguarres (574), y Roda (487). Aunque hoy ya no formen parte de la comarca ribagorzana, incluiremos aquí a Estadilla (1920) y Olvena (495).
Si el objetivo de la Revolución del 68 y de las juntas revolucionarias era cambiar el orden social del país, eso no se consiguió en muchos lugares. Tal vez más en las grandes o medianas poblaciones, pero no tanto en el mundo rural donde la existencia de estructuras sociales muy consolidadas y de un arraigado caciquismo no era fácil de modificar. La constitución de las juntas fue al parecer bastante caótica e irregular. Las hubo muy exaltadas y anticlericales, algunas propugnaban la revolución social, otras eran estricta y radicalmente liberales y varias fueron rápidamente controladas por los caciques o terratenientes, incluso por los aristócratas, que se integraron en ellas con el fin de que nada cambiara del todo. Es curioso el caso de Altorricón, en La Litera, donde el barbero del pueblo y algunos amigos salieron a la calle gritando “Abajo los Borbones” y fueron reducidos por un hombre (al parecer el propio alcalde) y su hijo armados. Aún más escandaloso fue el caso de Candasnos, donde la Junta quedó integrada por un rico propietario, dos criados suyos y el alguacil, quien iba por la noche pidiendo a los vecinos el apoyo para el presidente recordándoles que eran sus acreedores, sus arrendatarios o sus jornaleros. En Anzánigo, el cura, del que se decía que era más tirano que el zar de Rusia, se puso al frente de la Junta. Ante el vacío de poder existente en los primeros días de la revolución, cada pueblo fue más o menos por libre y en bastantes lugares parece que hubo mucha picaresca y algunos rápidos cambios de chaqueta. Además del oportunismo y del afán de medro personal que suele esconderse en estos casos detrás de la grandilocuencia y de la demagogia políticas. De todas maneras, el nuevo gobierno, temeroso de perder el control de la situación y del extremismo de algunas de ellas, desactivó en cuanto pudo a las juntas revolucionarias que habían surgido de manera más o menos espontánea en los primeros días de la revolución. El 26 de octubre se autodisolvió la Junta de Huesca, que además tuvo que dar explicaciones sobre su verdadera lealtad a la Revolución. Poco más durarían las demás de la provincia.
Veamos cómo funcionaron estas juntas revolucionarias en los pueblos ribagorzanos de los que tenemos algunas informaciones históricas gracias al libro de Gil Novales. Empezaremos por Graus, cuya junta se constituyó con prontitud y fue considerada por algunos como ejemplar, recibiendo incluso la felicitación de la de Huesca. El día 8 de octubre quedó definitivamente constituida por unanimidad y con un respaldo de más quinientos votos. En su declaración de principios declara su radicalismo liberal, es decir, la defensa absoluta de todas las libertades: “Nuestro lema es: Radicalismo absoluto. Esto es: desde la más completa libertad individual hasta la abolición del más ínfimo impuesto indirecto”. En defensa de esa libertad se critica la decisión de la Junta de Huesca, que en realidad fue de la de Zaragoza, de expulsar a los jesuitas, que en Graus tenían un colegio desde hacia tiempo y que ahora acababa de abrir por tercera vez. Según la Junta grausina esa decisión iba contra la libertad de culto, la seguridad personal, la inviolabilidad de domicilio y la libertad de enseñanza. A los autores de la orden de expulsión de los jesuitas les acusa de ser “antimoderados, pero no liberales”. Advierte a la Junta provincial que no defender todas las libertades “sería dar una prueba de que la gran causa de la libertad dependía de la influencia personal”. Se siente respaldada por la población en sus principios y asegura que sólo por la fuerza podrá ser disuelta. Expresa también sus temores de que la revolución termine en “una constitución raquítica e impropia de la patria de los Riego y Mendizábal, Orense y Sixto Cámara”. La Junta de Graus estaba presidida por Antonio Monclús Balaguer y sus vocales eran Faustino Lacambra Gambón, Justo Lacambra Naval, Teodosio Dumas Lobera y Domingo Lacambra Naval.
Más complicadas y menos unánimes fueron las cosas en Benabarre. La Junta fue nombrada el 30 de septiembre, pero el anterior alcalde, Medardo Guardia Serra, y el juez del partido judicial se opusieron a ella y huyeron a Graus donde fueron acogidos. Además, la nueva junta destituyó a todos los funcionarios del término y nombró otros nuevos. La junta de Barbastro protestó ante la provincial por los alborotos que se habían producido en Benabarre, aunque la junta de Huesca aceptó la nueva situación. Desde Graus, el anterior alcalde de Benabarre se adhirió a la Revolución y denunció que se había allanado su despacho del que se habían robado más de setenta duros. La huida del juez y del fiscal de Benabarre a Graus hizo que se reclamara el traslado de los juzgados a esta población. Como representante de la junta benabarrense en Huesca fue nombrado José Clemente Piniés, de la familia Piniés, que ya empezaba a adquirir protagonismo político. El presidente de la Junta de Benabarre fue Federico Martínez, el vicepresidente José Balaguer Ferrando y los vocales Medardo Facerías, Manuel Saura y Pedro Radigales.
También hubo problemas en Estopiñán, donde se planteó un conflicto entre la Junta y el Ayuntamiento, cuyo alcalde era Ramón Quintilla. Integraban la Junta el presidente Jaime Sisón, el vicepresidente Francisco Camón y los vocales José Vives, Antonio Guillén y Miguel Recarte. Dentro del término de Estopiñán, en las minas de Tragó, se produjeron graves enfrentamientos en varias ocasiones. Al proclamarse la Revolución, trescientas personas armadas procedentes de Estopiñán, Tragó de Noguera, Camporrells y Alcampell ocuparon el lugar y estuvieron explotando las minas durante dos meses y medio. El concesionario de la explotación consiguió que acudiera en su ayuda el ejército, que las recuperó sin resistencia. Cuando la tropa se retiró los lugareños volvieron a ocupar las minas. Regresó el ejército y construyó una casa-castillo para proteger el lugar. El 6 de febrero de 1869 ciento cincuenta hombres armados volvieron a apoderarse de las minas y destruyeron la casa-castillo.
Los miembros de la Junta de Estadilla fueron acusados de carlistas a través de una carta anónima enviada a Huesca. El argumento con el que se defienden resulta sorprendente y contradictorio: no pueden ser carlistas porque son los primeros contribuyentes del pueblo. El presidente de esa junta era Pedro Abbad y Gabriel Subías uno de sus vocales.
En Laguarres parece que se presentaron cargos contra el maestro del pueblo, que se defendió diciendo que sólo había obedecido a la Junta, pero no sabemos nada más del asunto. De la de Roda conocemos que José Llamas era su presidente y Juan Antonio Pablo uno de los vocales. En Olvena, el presidente fue Antonio Carmen Arnal y los vocales José Cambra Vidal, Pedro Ardanuy Ferrando, Jaime Cambra, Blas Puzo y Francisco Santamaría.
En las elecciones celebradas a finales de 1868 triunfaron los partidos que propugnaban una monarquía que excluyera la continuidad borbónica. Sin embargo, los republicanos ganaron en muchas provincias, entre ellas en las tres aragonesas. En la de Huesca los seis diputados fueron republicanos, elegidos por el ochenta por ciento del censo electoral. El 30 de septiembre de 1869 con gran apoyo popular se proclamó la República de Barbastro. La llegada de un regimiento militar hizo que los sublevados huyeran hacia Benasque y Benabarre.
En 1871 fue proclamado rey de España el italiano Amadeo de Saboya que, superado por la complicada situación del país, abdicó dos años más tarde. En agosto de 1871 fue detenido en Graus el francés Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx. Había cruzado la frontera por los Pirineos tras ser expulsado de Francia. Su detención en Graus sería muy breve, pues entre 11 y el 22 de agosto lo encontramos en Huesca. Parece que puso en marcha algunas federaciones obreras en Huesca, Boltaña, Graus, Ayerbe, Monzón o Tardienta.
En febrero de 1873 se proclamó la I República en España. Las tendencias federalistas más radicales derivaron hacia el cantonalismo. En julio de 1873 los republicanos aragoneses se inclinaban por una república unitaria frente al fraccionamiento excesivo. Sin embargo, al cesar Pi y Margall como presidente de la República, el barbastrense Luis Blanc proclamó el cantón del Alto Aragón que integraba a Barbastro, Monzón y Graus. Fue disuelto en agosto, aunque parece que tuvo continuidad durante ese mismo mes en un breve cantón ribagorzano.
En 1872 se inició la tercera guerra carlista que duró hasta 1876. Aunque tuvo mayor incidencia en el País Vasco, Navarra y Cataluña, en Aragón también hubo algunos enfrentamientos, sobre todo en las comarcas limítrofes con Cataluña, como es el caso de la Ribagorza. Según recogió Manuel Iglesias Costa en su “Historia del Condado de Ribagorza”, en la primavera de 1873 las fuerzas carlistas procedentes de Cataluña “entraron en Tamarite y Benabarre, hicieron exacciones, cogieron rehenes, quemaron libros del Registro Civil y algunas cosas pendientes en los juzgados”. La partida carlista fue sorprendida en Arén por las tropas liberales y se vio obligada a dispersarse. En los siguientes años de guerra, se produjeron otros incidentes y abundante tránsito de los ejércitos contendientes por las tierras ribagorzanas.
La I República, obligada a luchar contra el cantonalismo por un lado y contra el carlismo por otro, entró en una etapa de dictadura conservadora tras el golpe militar del general Pavía el 3 de enero de 1874. El pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de ese mismo año significó el final de la I República, la subida al trono del rey Alfonso XII y el inicio de la Restauración.
Hemos visto cómo los acontecimientos y las tendencias políticas en el poder se suceden de manera vertiginosa en el breve periodo del Sexenio Democrático o Revolucionario. Para terminar este repaso histórico, reproduciré una cita de Francisco Navarro Aznar, por aquellos años Jefe de la Biblioteca Universitaria de Zaragoza, que recoge Gil Robles en su libro y que es muy significativa del desencanto que este convulso periodo produjo en algunas mentes lúcidas: “El país, que no hace caso de abstracciones, y sólo atiende a la conducta, verá con dolor, que los moderados han prosperado con la palabra orden, y que los liberales gritan y vociferan libertad hasta que cogen un cargo”.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en el suplemento especial de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón, 10-8-09)
Foto: Trabajadores ribagorzanos a principios del siglo XX; extraída del libro "Ribagorza. Historia de una metamorfosis", de Paquita Ballarín, editado en 1998.
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