Como es sabido, celebramos este año el cuarto centenario del nacimiento del gran escritor y pensador aragonés Baltasar Gracián. La influencia de la obra del ilustre jesuita en la literatura y el pensamiento europeos ha sido grande. Su reconocimiento y su valoración han sido, sin duda, mayores fuera de nuestras fronteras que en nuestro país, aunque siempre haya contado aquí con un número reducido de lectores devotos. Los libros de Gracián fueron pronto traducidos a otros idiomas y su influencia es ya evidente en los escritores moralistas franceses del mismo siglo XVII como La Rochefoucauld o La Bruyère, en los ilustrados franceses del siglo XVIII como Voltaire, y, sobre todo, en los grandes filósofos alemanes del siglo XIX Schopenhauer y Nietzsche. El primero de estos últimos tradujo al alemán, a instancias de Goethe, el “Oráculo manual” y consideraba “El Criticón” uno de los mejores libros del mundo. Su influencia llega hasta nuestros días y la edición en inglés del “Oráculo manual” fue un sorprendente e inesperado éxito de ventas en Estados Unidos en el año 1992. Buena parte del pensamiento de Gracián, aunque dentro de las tendencias pesimistas del siglo XVII, transciende su propia época y se convierte en atemporal y, por tanto, plenamente vigente. No es el suyo un pesimismo paralizante, sino un deseo de ayudar, mediante avisos, consejos prácticos y modelos a imitar, a la persona virtuosa y con cualidades superiores - el héroe- que debe intentar no ser destruido por una sociedad en la que "las medianías son ordinarias en número y aprecio, y las eminencias, raras en todo". Para ello la persona que aspire a la eminencia debe adaptarse a ese mundo de fieras, actuando con disimulo y haciendo siempre gala de la mayor de las virtudes: la prudencia.
Pero el motivo de este artículo no es extendernos sobre el pensamiento y la influencia de Gracián, sino hacer referencia breve a su vinculación con nuestra tierra ribagorzana a través de sus estancias en Graus, donde el ilustre escritor da nombre a una de sus calles, la que arranca de los escasos restos conservados de la antigua iglesia-colegio jesuita en la placeta de la Compañía (de Jesús), y a su Instituto de Enseñanza Secundaria. Además, en la sacristía de la iglesia parroquial de San Miguel se encuentra, colgado en una de sus paredes, algo olvidado y bastante deteriorado, un retrato del sabio jesuita. El valor pictórico del cuadro tal vez sea escaso, pero su valor documental es grande. Hasta ahora el retrato de Gracián conservado en Calatayud pasaba por ser el único existente del escritor y es el que aparece en todos los manuales de literatura y el que ha servido para ilustrar el cartel del cuarto centenario que este año celebramos. Sin embargo, hay en Graus otro retrato del escritor. No somos especialistas en pintura, pero, si posteriores investigaciones no lo desmienten, el cuadro parece, por las trazas, de finales del siglo XVII o, tal vez, del XVIII. No nos atrevemos a decir si es o no anterior al de Calatayud, que ha sido datado en el último tercio del siglo XVII, con el que guarda muchas similitudes, que pueden deberse a estereotipos en retratos de escritores -la pose, la pluma en una mano, la posición sedente, etc.-, o a que uno sea copia del otro. Pero, sea lo que fuere, los retratos son diferentes y eso desmiente la extendidísima idea de que el retrato bilbilitano es el único existente. El de Graus corrige la posición excesivamente rígida de la mano izquierda que muestra el de Calatayud, y la mayor diferencia se observa en los rasgos faciales: en el retrato grausino, Gracián - quizás algo más viejo que en el retrato bilbilitano- muestra una expresión más serena, con una sonrisa entre irónica y tranquila, en un rostro que puede observarse desde una mayor proximidad por ser éste un retrato del busto del escritor y no de cuerpo entero como el de Calatayud. Pero dejemos las comparaciones entre los dos retratos para centrarnos en el conservado en la villa ribagorzana. Parece indudable que el cuadro se hallaría durante mucho tiempo en el colegio jesuita de Graus, donde Gracián estuvo al menos en dos ocasiones, como luego explicaremos, y que, por fortuna, se salvó del abandono que el edificio sufrió posteriormente. Por tanto, entre tantos avatares, es casi milagroso que haya llegado hasta nuestros días en su cobijo actual de la sacristía de la iglesia parroquial. Como sucede en el retrato bilbilitano, también éste tiene una inscripción latina en su parte inferior y, aunque por su deterioro su lectura completa no sea fácil, lo más importante para nosotros es que en la tercera línea puede leerse con claridad "Gradibus Criticon Escripsit", esto es, que Gracián "escribió ‘El Criticón’ en Graus". Esta frase es posiblemente la que ha mantenido -tal vez, ha originado- la tradición existente, y transmitida entre los grausinos como verdad incuestionable, de que Gracían escribió en la capital ribagorzana la segunda parte de “El Criticón”. Pero en este punto hay que hacer otra observación: esta frase aparece en la parte central de la tercera línea de la inscripción, escrita con letra comprimida y algo diferente y con casi toda la apariencia de haber sido superpuesta con posterioridad sobre un texto anterior borrado. ¿Por qué se añadió esta frase? Pueden aventurarse varias hipótesis, pero dejemos de momento solamente formulada la pregunta.
El desconocimiento de la existencia del retrato conservado en Graus es absoluto; incluso en el catálogo de la exposición “Signos” celebrada en Huesca en el verano de 1994 y en la que se expuso el retrato bilbilitano, en el artículo-ficha correspondiente al mismo se dice textualmente que "este retrato de gran formato contiene la única imagen que nos ha llegado del excelso escritor jesuita aragonés"(1). Es evidente que tal afirmación es falsa y que no muy lejos de donde se celebró esa exposición, y en la misma provincia en que se realizó, existe otra imagen del escritor. El estudioso de Gracián E. Correa Calderón, en su libro “Baltasar Gracián. Su vida y su obra”, en el capítulo titulado “Su retrato físico” (2), solamente hace referencia al retrato de Calatayud y a una estampa o dibujo del escritor que se conserva en la Biblioteca Nacional y que es una copia del citado, pero ni menciona ni conoce la existencia del retrato grausino. En ninguna de los biografías del gran escritor que hemos leído y - excepto la del padre Batllori que hasta el momento nos ha sido imposible consultar sobre este punto-, han sido prácticamente todas, hay mención alguna a nuestro retrato. En ninguno de los múltiples artículos que se han publicado con motivo del cuarto centenario (Heraldo de Aragón, Periódico de Aragón. Diario del Altoaragón, Trébede, Turia) hay la más mínima referencia al retrato conservado en Graus. En conclusión, y como hemos dicho ya, el desconocimiento de su existencia es absoluto y por ello creemos tan necesario darlo a conocer.
La existencia del citado retrato y el hecho de su permanencia durante tanto tiempo en el colegio de los jesuitas de Graus permite pensar que la vinculación del ilustre escritor con la población ribagorzana es mucho mayor que la de una breve estancia en ella cumpliendo un castigo impuesto, y avalaría la tesis de una primera estancia mucho más prolongada en la que habría escrito la segunda parte de su magna obra El Criticón. Aunque no puede documentarse, casi todos sus biógrafos - Adolphe Coster, Conrado Guardiola, Ceferino Peralta o Correa Calderón - sitúan a Gracián en Graus durante el año 1652, algunos de ellos incluso precisan que se encontraba en esta villa en los meses de noviembre o diciembre de ese año. Según Conrado Guardiola (3), Gracián podría haber acompañado al grausino Esteban de Esmir, entonces obispo de Huesca, en una o varias visitas pastorales a esta población, cuya comarca se hallaría en esos momentos asolada por la peste. Según Adolphe Coster y Correa Calderón, que sigue en todo al primero, (4), habría sido enviado a Graus por el obispo Esmir, gran amigo de Gracián, protector de los jesuitas e impulsor de la construcción del convento de la Orden en esta localidad, tal vez con el encargo de poner en marcha el nuevo colegio o quizás con la intención de alejarle de los problemas con sus superiores, pudiendo por ello haber sido su estancia en estas tierras más prolongada. Como al año siguiente se publicó la segunda parte de “El Criticón”, puede pensarse con cierta lógica, y en Graus es tradición transmitida, avalada y certificada por la inscripción latina del retrato comentado, que el libro o alguna parte del mismo, tal vez el final, fuera escrito en esta población.
Está plenamente probada, por el contrario, la presencia del escritor en Graus en los primeros meses de 1658. Tras la publicación en agosto del año anterior de la tercera parte de “El Criticón”, de nuevo con la firma de Lorenzo Gracián y otra vez sin pasar la obligada censura previa de la Compañía, Gracián, que había perdido apoyos importantes dentro y fuera de su Orden, sufre en sus carnes la política de línea dura que desde hacía unos años había implantado el nuevo general de los jesuitas Goswin Nickel. Es reprendido públicamente, se le impone un ayuno a pan y agua, se le desposee de la cátedra de Escritura de Zaragoza y se le envía desterrado al colegio de Graus. Las órdenes son tajantes y se insiste en que, sobre todo, se le impida escribir. Al parecer Gracián sufrió una fuerte crisis e incluso pidió cambiar de Orden religiosa, solicitando su ingreso en los franciscanos, tras una vida entera como jesuita. Posiblemente las gestiones del anciano Padre Franco, que fue su única ayuda en esos malos momentos, surtieron efecto y en primavera de ese mismo año Gracián es enviado, ya rehabilitado, aunque al parecer bastante enfermo, al colegio de la Compañía en Tarazona, donde murió el 6 de diciembre de ese mismo año. De ello se deduce que el destierro del escritor en Graus apenas duró tres meses.
Pensamos que todavía quedan cosas por saber sobre la estancia en nuestras tierras ribagorzanas del gran escritor jesuita y que, aprovechando la celebración del cuarto centenario de su nacimiento, podría restaurase su retrato y realizarse las investigaciones pertinentes para conocer con precisión la época en que fue pintado que aportarían nuevos datos de interés. Creemos que es un motivo de orgullo para Graus contar con un retrato y con la presencia histórica del que es, sin ningún género de dudas, el más universal de los escritores aragoneses y uno de los más influyentes pensadores europeos de los últimos siglos.
NOTAS:
(1) Signos. Retrato de Baltasar Gracián. Arte y cultura en Huesca. De Forment a Lastanosa. Siglos XVI-XVII, Gobierno de Aragón-Diputación de Huesca, Huesca 1994, pag. 319.
(2) Correa Calderón, E., Baltasar Gracián. Su vida y su obra. Su retrato físico, Gredos, Madrid, 1970, pag. 117-120.
(3) Guardiola Alcover, C., Baltasar Gracián. Recuento de una vida, Editorial Librería General, Zaragoza, 1980, Pag. 139-140.
(4) Adolphe Coster, Baltasar Gracián. Traducción y notas de Ricardo del Arco. Institución Fernando El Católico. Zaragoza, 1947, Pag. 60-61 y Coirrea Calderón, Op. cit., pag. 99-100.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en El Diario del Alto Aragón, el 8 de abril de 2001)
Pero el motivo de este artículo no es extendernos sobre el pensamiento y la influencia de Gracián, sino hacer referencia breve a su vinculación con nuestra tierra ribagorzana a través de sus estancias en Graus, donde el ilustre escritor da nombre a una de sus calles, la que arranca de los escasos restos conservados de la antigua iglesia-colegio jesuita en la placeta de la Compañía (de Jesús), y a su Instituto de Enseñanza Secundaria. Además, en la sacristía de la iglesia parroquial de San Miguel se encuentra, colgado en una de sus paredes, algo olvidado y bastante deteriorado, un retrato del sabio jesuita. El valor pictórico del cuadro tal vez sea escaso, pero su valor documental es grande. Hasta ahora el retrato de Gracián conservado en Calatayud pasaba por ser el único existente del escritor y es el que aparece en todos los manuales de literatura y el que ha servido para ilustrar el cartel del cuarto centenario que este año celebramos. Sin embargo, hay en Graus otro retrato del escritor. No somos especialistas en pintura, pero, si posteriores investigaciones no lo desmienten, el cuadro parece, por las trazas, de finales del siglo XVII o, tal vez, del XVIII. No nos atrevemos a decir si es o no anterior al de Calatayud, que ha sido datado en el último tercio del siglo XVII, con el que guarda muchas similitudes, que pueden deberse a estereotipos en retratos de escritores -la pose, la pluma en una mano, la posición sedente, etc.-, o a que uno sea copia del otro. Pero, sea lo que fuere, los retratos son diferentes y eso desmiente la extendidísima idea de que el retrato bilbilitano es el único existente. El de Graus corrige la posición excesivamente rígida de la mano izquierda que muestra el de Calatayud, y la mayor diferencia se observa en los rasgos faciales: en el retrato grausino, Gracián - quizás algo más viejo que en el retrato bilbilitano- muestra una expresión más serena, con una sonrisa entre irónica y tranquila, en un rostro que puede observarse desde una mayor proximidad por ser éste un retrato del busto del escritor y no de cuerpo entero como el de Calatayud. Pero dejemos las comparaciones entre los dos retratos para centrarnos en el conservado en la villa ribagorzana. Parece indudable que el cuadro se hallaría durante mucho tiempo en el colegio jesuita de Graus, donde Gracián estuvo al menos en dos ocasiones, como luego explicaremos, y que, por fortuna, se salvó del abandono que el edificio sufrió posteriormente. Por tanto, entre tantos avatares, es casi milagroso que haya llegado hasta nuestros días en su cobijo actual de la sacristía de la iglesia parroquial. Como sucede en el retrato bilbilitano, también éste tiene una inscripción latina en su parte inferior y, aunque por su deterioro su lectura completa no sea fácil, lo más importante para nosotros es que en la tercera línea puede leerse con claridad "Gradibus Criticon Escripsit", esto es, que Gracián "escribió ‘El Criticón’ en Graus". Esta frase es posiblemente la que ha mantenido -tal vez, ha originado- la tradición existente, y transmitida entre los grausinos como verdad incuestionable, de que Gracían escribió en la capital ribagorzana la segunda parte de “El Criticón”. Pero en este punto hay que hacer otra observación: esta frase aparece en la parte central de la tercera línea de la inscripción, escrita con letra comprimida y algo diferente y con casi toda la apariencia de haber sido superpuesta con posterioridad sobre un texto anterior borrado. ¿Por qué se añadió esta frase? Pueden aventurarse varias hipótesis, pero dejemos de momento solamente formulada la pregunta.
El desconocimiento de la existencia del retrato conservado en Graus es absoluto; incluso en el catálogo de la exposición “Signos” celebrada en Huesca en el verano de 1994 y en la que se expuso el retrato bilbilitano, en el artículo-ficha correspondiente al mismo se dice textualmente que "este retrato de gran formato contiene la única imagen que nos ha llegado del excelso escritor jesuita aragonés"(1). Es evidente que tal afirmación es falsa y que no muy lejos de donde se celebró esa exposición, y en la misma provincia en que se realizó, existe otra imagen del escritor. El estudioso de Gracián E. Correa Calderón, en su libro “Baltasar Gracián. Su vida y su obra”, en el capítulo titulado “Su retrato físico” (2), solamente hace referencia al retrato de Calatayud y a una estampa o dibujo del escritor que se conserva en la Biblioteca Nacional y que es una copia del citado, pero ni menciona ni conoce la existencia del retrato grausino. En ninguna de los biografías del gran escritor que hemos leído y - excepto la del padre Batllori que hasta el momento nos ha sido imposible consultar sobre este punto-, han sido prácticamente todas, hay mención alguna a nuestro retrato. En ninguno de los múltiples artículos que se han publicado con motivo del cuarto centenario (Heraldo de Aragón, Periódico de Aragón. Diario del Altoaragón, Trébede, Turia) hay la más mínima referencia al retrato conservado en Graus. En conclusión, y como hemos dicho ya, el desconocimiento de su existencia es absoluto y por ello creemos tan necesario darlo a conocer.
La existencia del citado retrato y el hecho de su permanencia durante tanto tiempo en el colegio de los jesuitas de Graus permite pensar que la vinculación del ilustre escritor con la población ribagorzana es mucho mayor que la de una breve estancia en ella cumpliendo un castigo impuesto, y avalaría la tesis de una primera estancia mucho más prolongada en la que habría escrito la segunda parte de su magna obra El Criticón. Aunque no puede documentarse, casi todos sus biógrafos - Adolphe Coster, Conrado Guardiola, Ceferino Peralta o Correa Calderón - sitúan a Gracián en Graus durante el año 1652, algunos de ellos incluso precisan que se encontraba en esta villa en los meses de noviembre o diciembre de ese año. Según Conrado Guardiola (3), Gracián podría haber acompañado al grausino Esteban de Esmir, entonces obispo de Huesca, en una o varias visitas pastorales a esta población, cuya comarca se hallaría en esos momentos asolada por la peste. Según Adolphe Coster y Correa Calderón, que sigue en todo al primero, (4), habría sido enviado a Graus por el obispo Esmir, gran amigo de Gracián, protector de los jesuitas e impulsor de la construcción del convento de la Orden en esta localidad, tal vez con el encargo de poner en marcha el nuevo colegio o quizás con la intención de alejarle de los problemas con sus superiores, pudiendo por ello haber sido su estancia en estas tierras más prolongada. Como al año siguiente se publicó la segunda parte de “El Criticón”, puede pensarse con cierta lógica, y en Graus es tradición transmitida, avalada y certificada por la inscripción latina del retrato comentado, que el libro o alguna parte del mismo, tal vez el final, fuera escrito en esta población.
Está plenamente probada, por el contrario, la presencia del escritor en Graus en los primeros meses de 1658. Tras la publicación en agosto del año anterior de la tercera parte de “El Criticón”, de nuevo con la firma de Lorenzo Gracián y otra vez sin pasar la obligada censura previa de la Compañía, Gracián, que había perdido apoyos importantes dentro y fuera de su Orden, sufre en sus carnes la política de línea dura que desde hacía unos años había implantado el nuevo general de los jesuitas Goswin Nickel. Es reprendido públicamente, se le impone un ayuno a pan y agua, se le desposee de la cátedra de Escritura de Zaragoza y se le envía desterrado al colegio de Graus. Las órdenes son tajantes y se insiste en que, sobre todo, se le impida escribir. Al parecer Gracián sufrió una fuerte crisis e incluso pidió cambiar de Orden religiosa, solicitando su ingreso en los franciscanos, tras una vida entera como jesuita. Posiblemente las gestiones del anciano Padre Franco, que fue su única ayuda en esos malos momentos, surtieron efecto y en primavera de ese mismo año Gracián es enviado, ya rehabilitado, aunque al parecer bastante enfermo, al colegio de la Compañía en Tarazona, donde murió el 6 de diciembre de ese mismo año. De ello se deduce que el destierro del escritor en Graus apenas duró tres meses.
Pensamos que todavía quedan cosas por saber sobre la estancia en nuestras tierras ribagorzanas del gran escritor jesuita y que, aprovechando la celebración del cuarto centenario de su nacimiento, podría restaurase su retrato y realizarse las investigaciones pertinentes para conocer con precisión la época en que fue pintado que aportarían nuevos datos de interés. Creemos que es un motivo de orgullo para Graus contar con un retrato y con la presencia histórica del que es, sin ningún género de dudas, el más universal de los escritores aragoneses y uno de los más influyentes pensadores europeos de los últimos siglos.
NOTAS:
(1) Signos. Retrato de Baltasar Gracián. Arte y cultura en Huesca. De Forment a Lastanosa. Siglos XVI-XVII, Gobierno de Aragón-Diputación de Huesca, Huesca 1994, pag. 319.
(2) Correa Calderón, E., Baltasar Gracián. Su vida y su obra. Su retrato físico, Gredos, Madrid, 1970, pag. 117-120.
(3) Guardiola Alcover, C., Baltasar Gracián. Recuento de una vida, Editorial Librería General, Zaragoza, 1980, Pag. 139-140.
(4) Adolphe Coster, Baltasar Gracián. Traducción y notas de Ricardo del Arco. Institución Fernando El Católico. Zaragoza, 1947, Pag. 60-61 y Coirrea Calderón, Op. cit., pag. 99-100.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en El Diario del Alto Aragón, el 8 de abril de 2001)
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