En ocasiones, a uno se le presentan los libros por parejas sin pretenderlo. Así, he escrito en estas páginas algunos artículos que recogen esas dobles lecturas: dos obras de Sender, dos novelas sobre maquis, dos viajes a pie. En esta ocasión voy a hacerlo sobre un par de libros de poesía recientes, escritos por autores aragoneses, y que, junto a otros, me acompañan en esos momentos en que como lector necesito acudir a la belleza que sólo el lenguaje poético puede proporcionar. Se trata de "La balada del valle verde", de José Luis Gracia Mosteo, y de "Libro de los ibones", de Ángel Gracia (1). Ambos son hermosos poemarios que tienen en común -además del primer apellidos de sus autores- que los dos encuentran su fuente de inspiración en la naturaleza y el paisaje, y que late en sus poemas una cierta pulsión panteísta, un deseo de fundirse y disolverse con las fuerzas telúricas de las que venimos y a las que inexorablemente hemos de regresar. Ambos libros, a su vez, han obtenido premios en sendos certámenes literarios: el primero, el XII Premio de Poesía Elvira Castañón 2003 en Asturias; el segundo, la I Edición del Premio de Poesía de la Delegación del Gobierno en Aragón - Cajalón en el pasado año 2005.
José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, 1957) es crítico literario del diario "Heraldo de Aragón" y tiene ya una destacada obra literaria a sus espaldas. Ha publicado las novelas "La Saga de los Pirineos" (1999), "La dama cautiva de Jaca" (2000), "El asesino de Zaragoza" (2001) y "El rock de la dulce Jane" (2005). También el libro de relatos "El pintor de fantasmas" (2004). "La balada del valle verde" es su primera -y al parecer, según confesión y voluntad propia, última- incursión en la literatura poética. El resultado es un espléndido conjunto de poemas con una sorprendente calidad literaria y un alto nivel lírico.
Ángel Gracia García (Zaragoza, 1970) publicó sus primeros poemas en la antología "Cinco jovencísimos poetas aragoneses" (1993). Es autor de los poemarios "Estigma" (1993, "Escultura de la nieve" (1994) y "Valhondo" (2003) y, junto a Jesús Chamarro, de la colección de relatos "La senda de los perdidos" (1993).
"La Balada del valle verde" consta de una introducción ("La vida en el campo"), en una prosa poética cuya primera frase es significativamente "hubo un tiempo en que el sol era el único reloj", y treinta y tres poemas repartidos en seis apartados: "Los largos días de invierno" (trece poemas), "Las noches cortas de verano" (siete poemas), "Llegan los profetas urbanos" (tres poemas), "Viaje al fin de la tierra"( tres poemas) y "Cuando el campo es recuerdo" (siete poemas). Todos los poemas del libro están encabezados por una breve cita, que en el caso de los veinte que integran "Los largos días de invierno" y "Las noches cortas de verano" es siempre de un autor clásico greco-latino: Lucrecio, Catulo, Virgilio, Marcial, Horacio y algunos más. En los tres poemas de "Llegan los profetas urbanos" las citas son de canciones de Tom Waits, Bob Dylan y Lou Reed ( en este último caso, de la canción "Sweet Jane" que inspira el título de la más reciente novela del autor "El rock de la dulce Jane"). Las tres citas de "Viaje al fin de la tierra" son de Stevenson, Hölderlin y Kavafis, y las de "Cuando el campo es recuerdo", de Ricardo Molina, Miguel de Unamuno, Jules Laforgue, Allen Ginsberg, Jorge Luis Borges y el cantante Van Morrison. El libro se cierra con esta cita del Génesis: "Os doy todas las plantas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla y que os servirán de alimento, y todas las fieras de la tierra; y todas las aves del cielo, y todos los reptiles de la tierra; y todo ser que respira y a quien la hierba verde servirá de alimento...". Los títulos y el contenido de cada apartado muestran el proceso temporal que el libro sigue; las citas, la variada y rica erudición y el eclecticismo del autor del poemario.
Hay en el libro nostalgia de un pasado agrícola y campesino, de un universo sencillo y armónico, lleno de un equilibrio primigenio, poéticamente idealizado por el filtro de los clásicos citados; una añoranza de un mundo perdido, de olores, de colores, de sonidos, abandonados para siempre, que ya son sólo un recuerdo, también éste idealizado a través de la literatura y de la creación poética. Pero a esa tierra que todo nos lo da hay que volver de una u otra manera, porque siempre se retorna al origen. No me resisto a copiar el que para mí es el más hermoso de los poemas - con anáforas que traen ecos becquerianos - de un libro todo él impregnado de una rara y sugestiva belleza:
volverás al valle verde y su vulva entreabierta de frutales;
volverás al vientre fértil y su barro regado por la sangre,
volverás al río verde, a su barro y a su hierba cualquier tarde,
despierto o dormido, cuando menos te lo esperes,
volverás como el viajante y su muestrario de pasos,
para ser piedra y arcilla, para ser verdor y valle.
Los versos son largos, con abundancia de anáforas y paralelismos, con hermosísimas metáforas: "la piel amarilla de la fruta no es siquiera oro del sol: es tan sólo la tierra en su viaje hacia el cielo", o ""sólo así, en la vendimia, podrás beber la rubia sangre del sol, el verdadero vino". La poesía detiene por un momento, en un lienzo de palabras, el tronco retorcido y hueco de los olivos, la piel amarilla de la fruta, las tierras gruesas de labranza que remontan las colinas, el mosto, la paja, la granja, los olivos y las bayas, la herrumbre del hierro, el aguacero, los bueyes, los árboles, las estrellas, el estiércol, el humo de la hierba reseca, el río de la noche, los trenes nocturnos, el reloj de la torre, la niñez.
No menos hermoso es el poemario de Ángel Gracia "Libro de los ibones". Consta de cuarenta y tres poemas repartidos casi equitativamente en tres apartados: "Senda escrita", "Dueños de mi cabaña" y "El que lee en la aguas". Los poemas son aquí más cortos; el verso más concentrado; las antítesis, convertidas a veces en paradojas, muy abundantes. Si en "La balada del valle verde" encontrábamos deseos panteístas, aquí éstos son aún más evidentes, porque la inspiración no es el campo agrícola y cultivado sino la naturaleza pura y desnuda, las altas montañas, el agua de los ríos, los ibones, el viento, las rocas. La naturaleza despierta el panteísmo y el deseo casi místico de disolverse en la nada: "Dios está donde no hay nada"; "Me detengo, / grulla en el vacío, / aprendo a no ser nada"; "El don del abandono / es más grande que la nada. / Puedes destruirme / y yo seré todas las cosas"; "El ibón y yo / nos hacemos hielo / velamos / en la última luz del día". O este poema que reproduzco entero:
Pertenezco a la tierra
donde yazgo,
no tengo que nacer
ni que morir.
Hablo como el bosque,
coronando cada sombra,
dando eternidad al instante
en que un pájaro se pierde.
Hay en muchos poemas un uso magistral de algunos recursos líricos y literarios. Sirvan como ejemplo de ritmo y musicalidad lograda con aliteraciones o repeticiones de un sonido estos hermosos versos: "El lago, / lejana gota / donde un ángel / se ahoga./ La nube, / un camino marino, / la sábana negra / que embalsama / nuestra alma". Hay hallazgos que sorprenden como la construcción "li bo", dotada, así escrita, de un sabor a misticismo oriental que impregna algunos de los versos del poemario, o la bella palabra "manantío", tan poética en sí misma.
Los poemas de la tercera parte del libro están directamente inspirados en algunos lugares pirenaicos que dan título a los versos: Monte Perdido, Marboré ("Todo lo que he visto/ está en los ojos del lago") Malpás, Armeña ( "Árboles varados / en la nieve amarilla. / El alud ha traído nubes árticas, estrellas desnortadas. / Desaparece, cuerpo. / Quiero ser sombra / de este árbol abatido." ), Maladeta o Anayet. Los Pirineos, tan cargados de belleza, han inspirado, sin embargo, una escasa producción poética, más ocupada casi siempre en los mundos urbanos de la gran ciudad. Éste libro, como el de Gracia Mosteo, es una brillante excepción a esa tendencia.
Decía Antonio Machado que entre la naturaleza y el arte él prefería siempre la naturaleza; pero, a veces - y éste es el caso -, la naturaleza inspira un arte verdadero, aquí verdadera poesía, tan bella como la fuente de la que se nutre y bebe. La poesía es un género con escaso éxito comercial en estos tiempos poco dados a interioridades; sin embargo, siempre habrá quienes se deleiten con el buen gusto e intenten saciar su sed en la belleza que brota del lirismo de su palabra. A esos buscadores de sensaciones genuinas los dos libros que aquí se han reseñado no les van a decepcionar.
NOTA : (1) "La balada del valle verde", José Luis Gracia Mosteo, Huerga y Fierro editores, Madrid, 2004.
"Libro de los ibones", Ángel Gracia, Editorial Aqua, Zaragoza, 2005.
Carlos Bravo Suárez
José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, 1957) es crítico literario del diario "Heraldo de Aragón" y tiene ya una destacada obra literaria a sus espaldas. Ha publicado las novelas "La Saga de los Pirineos" (1999), "La dama cautiva de Jaca" (2000), "El asesino de Zaragoza" (2001) y "El rock de la dulce Jane" (2005). También el libro de relatos "El pintor de fantasmas" (2004). "La balada del valle verde" es su primera -y al parecer, según confesión y voluntad propia, última- incursión en la literatura poética. El resultado es un espléndido conjunto de poemas con una sorprendente calidad literaria y un alto nivel lírico.
Ángel Gracia García (Zaragoza, 1970) publicó sus primeros poemas en la antología "Cinco jovencísimos poetas aragoneses" (1993). Es autor de los poemarios "Estigma" (1993, "Escultura de la nieve" (1994) y "Valhondo" (2003) y, junto a Jesús Chamarro, de la colección de relatos "La senda de los perdidos" (1993).
"La Balada del valle verde" consta de una introducción ("La vida en el campo"), en una prosa poética cuya primera frase es significativamente "hubo un tiempo en que el sol era el único reloj", y treinta y tres poemas repartidos en seis apartados: "Los largos días de invierno" (trece poemas), "Las noches cortas de verano" (siete poemas), "Llegan los profetas urbanos" (tres poemas), "Viaje al fin de la tierra"( tres poemas) y "Cuando el campo es recuerdo" (siete poemas). Todos los poemas del libro están encabezados por una breve cita, que en el caso de los veinte que integran "Los largos días de invierno" y "Las noches cortas de verano" es siempre de un autor clásico greco-latino: Lucrecio, Catulo, Virgilio, Marcial, Horacio y algunos más. En los tres poemas de "Llegan los profetas urbanos" las citas son de canciones de Tom Waits, Bob Dylan y Lou Reed ( en este último caso, de la canción "Sweet Jane" que inspira el título de la más reciente novela del autor "El rock de la dulce Jane"). Las tres citas de "Viaje al fin de la tierra" son de Stevenson, Hölderlin y Kavafis, y las de "Cuando el campo es recuerdo", de Ricardo Molina, Miguel de Unamuno, Jules Laforgue, Allen Ginsberg, Jorge Luis Borges y el cantante Van Morrison. El libro se cierra con esta cita del Génesis: "Os doy todas las plantas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla y que os servirán de alimento, y todas las fieras de la tierra; y todas las aves del cielo, y todos los reptiles de la tierra; y todo ser que respira y a quien la hierba verde servirá de alimento...". Los títulos y el contenido de cada apartado muestran el proceso temporal que el libro sigue; las citas, la variada y rica erudición y el eclecticismo del autor del poemario.
Hay en el libro nostalgia de un pasado agrícola y campesino, de un universo sencillo y armónico, lleno de un equilibrio primigenio, poéticamente idealizado por el filtro de los clásicos citados; una añoranza de un mundo perdido, de olores, de colores, de sonidos, abandonados para siempre, que ya son sólo un recuerdo, también éste idealizado a través de la literatura y de la creación poética. Pero a esa tierra que todo nos lo da hay que volver de una u otra manera, porque siempre se retorna al origen. No me resisto a copiar el que para mí es el más hermoso de los poemas - con anáforas que traen ecos becquerianos - de un libro todo él impregnado de una rara y sugestiva belleza:
volverás al valle verde y su vulva entreabierta de frutales;
volverás al vientre fértil y su barro regado por la sangre,
volverás al río verde, a su barro y a su hierba cualquier tarde,
despierto o dormido, cuando menos te lo esperes,
volverás como el viajante y su muestrario de pasos,
para ser piedra y arcilla, para ser verdor y valle.
Los versos son largos, con abundancia de anáforas y paralelismos, con hermosísimas metáforas: "la piel amarilla de la fruta no es siquiera oro del sol: es tan sólo la tierra en su viaje hacia el cielo", o ""sólo así, en la vendimia, podrás beber la rubia sangre del sol, el verdadero vino". La poesía detiene por un momento, en un lienzo de palabras, el tronco retorcido y hueco de los olivos, la piel amarilla de la fruta, las tierras gruesas de labranza que remontan las colinas, el mosto, la paja, la granja, los olivos y las bayas, la herrumbre del hierro, el aguacero, los bueyes, los árboles, las estrellas, el estiércol, el humo de la hierba reseca, el río de la noche, los trenes nocturnos, el reloj de la torre, la niñez.
No menos hermoso es el poemario de Ángel Gracia "Libro de los ibones". Consta de cuarenta y tres poemas repartidos casi equitativamente en tres apartados: "Senda escrita", "Dueños de mi cabaña" y "El que lee en la aguas". Los poemas son aquí más cortos; el verso más concentrado; las antítesis, convertidas a veces en paradojas, muy abundantes. Si en "La balada del valle verde" encontrábamos deseos panteístas, aquí éstos son aún más evidentes, porque la inspiración no es el campo agrícola y cultivado sino la naturaleza pura y desnuda, las altas montañas, el agua de los ríos, los ibones, el viento, las rocas. La naturaleza despierta el panteísmo y el deseo casi místico de disolverse en la nada: "Dios está donde no hay nada"; "Me detengo, / grulla en el vacío, / aprendo a no ser nada"; "El don del abandono / es más grande que la nada. / Puedes destruirme / y yo seré todas las cosas"; "El ibón y yo / nos hacemos hielo / velamos / en la última luz del día". O este poema que reproduzco entero:
Pertenezco a la tierra
donde yazgo,
no tengo que nacer
ni que morir.
Hablo como el bosque,
coronando cada sombra,
dando eternidad al instante
en que un pájaro se pierde.
Hay en muchos poemas un uso magistral de algunos recursos líricos y literarios. Sirvan como ejemplo de ritmo y musicalidad lograda con aliteraciones o repeticiones de un sonido estos hermosos versos: "El lago, / lejana gota / donde un ángel / se ahoga./ La nube, / un camino marino, / la sábana negra / que embalsama / nuestra alma". Hay hallazgos que sorprenden como la construcción "li bo", dotada, así escrita, de un sabor a misticismo oriental que impregna algunos de los versos del poemario, o la bella palabra "manantío", tan poética en sí misma.
Los poemas de la tercera parte del libro están directamente inspirados en algunos lugares pirenaicos que dan título a los versos: Monte Perdido, Marboré ("Todo lo que he visto/ está en los ojos del lago") Malpás, Armeña ( "Árboles varados / en la nieve amarilla. / El alud ha traído nubes árticas, estrellas desnortadas. / Desaparece, cuerpo. / Quiero ser sombra / de este árbol abatido." ), Maladeta o Anayet. Los Pirineos, tan cargados de belleza, han inspirado, sin embargo, una escasa producción poética, más ocupada casi siempre en los mundos urbanos de la gran ciudad. Éste libro, como el de Gracia Mosteo, es una brillante excepción a esa tendencia.
Decía Antonio Machado que entre la naturaleza y el arte él prefería siempre la naturaleza; pero, a veces - y éste es el caso -, la naturaleza inspira un arte verdadero, aquí verdadera poesía, tan bella como la fuente de la que se nutre y bebe. La poesía es un género con escaso éxito comercial en estos tiempos poco dados a interioridades; sin embargo, siempre habrá quienes se deleiten con el buen gusto e intenten saciar su sed en la belleza que brota del lirismo de su palabra. A esos buscadores de sensaciones genuinas los dos libros que aquí se han reseñado no les van a decepcionar.
NOTA : (1) "La balada del valle verde", José Luis Gracia Mosteo, Huerga y Fierro editores, Madrid, 2004.
"Libro de los ibones", Ángel Gracia, Editorial Aqua, Zaragoza, 2005.
Carlos Bravo Suárez
(Foto: Circo de Armeña)
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