Hace escasas fechas -el pasado 9 de febrero- murió a los 93 años de edad en Sant Cugat del Vallès (Barcelona) Miquel Batllori, uno de los más importantes historiadores y eruditos hispanos de los últimos tiempos. Los medios de comunicación -sobre todo los catalanes, menos de lo debido, en mi opinión, los aragoneses- se hicieron eco de esta irreparable pérdida para nuestras letras y destacaron la talla humana e intelectual del estudioso jesuita. El padre Batllori ha sido uno de los últimos sabios de nuestro país, un representante de una manera personal y humanista de entender la historia y la cultura, un hombre -una vida entera- dedicado al estudio y al saber, una extraordinaria e irrepetible personalidad. Y no sólo para la cultura catalana, como visiones nacionalistas de vía estrecha pueden pretender, sino para la cultura hispánica en su conjunto. Con el padre Batllori desaparece una clase de persona culta, elegante -en toda la extensión de la palabra- e impregnada de un humanismo -podríamos decir que renacentista- que se encuentra en nuestros días en grave peligro de extinción. Su ejemplo -como hombre, como escritor y como historiador- y la extensa obra que nos deja, recogida en 19 volúmenes, son su rico legado para la posteridad.
Pero no es mi intención en este artículo hacer una semblanza biográfica al uso del erudito jesuita, sino establecer la relación íntima y personal que mantuvo a lo largo de su dilatada vida con su admirado Baltasar Gracián. Jesuita como él, el sabio aragonés fue durante medio siglo objeto de su estudio y la relación entre ambos trasciende ampliamente la del estudioso con su estudiado. El padre Batllori abrió los actos del Congreso Internacional Baltasar Gracián: pensamiento y erudición, celebrado en Huesca en mayo de 2001 con motivo del IV centenario del nacimiento del sabio belmontino, con una magistral lección inaugural titulada Autobiografía intelectual graciana (1).
Su muerte posterior convierte esta extraordinaria conferencia en una mirada hacia atrás, con Gracián como referente, desde la última vuelta del camino. En ella, el padre Batllori empezó situando al jesuita aragonés en su Belmonte natal, donde "vio por primera vez la luz el hombre/Andrenio que después se transformará en la persona/Critilo" (2), para remarcar inmediatamente la condición universal del escritor que posteriormente "ya no pertenecerá ni a Belmonte ni a Calatayud ni a Aragón ni a la España de los Austrias sino al mundo". Explicó luego el padre Batllori que se acercó primero a Gracián como objeto de estudio dentro de su interés general como historiador por la Corona de Aragón. Pero, ya antes, había llegado como lector hasta el jesuita aragonés: "Así se me iba perfilando este Hombre/Persona, este Andrenio/Critilo de una pieza que había descubierto en mis años universitarios como un tema más de lectura y discusión que no de estudio inmediato y directo. Mi primer Gracián fue el escritor sobre el que hablábamos y discutíamos en el patio de letras de la Universidad de Barcelona y en la calle, con los libros bajo el brazo, con los compañeros de curso".
Sin embargo, las cosas cambiaron al entrar en los jesuitas; dejemos que sea el propio Batllori quien lo explique con las palabras de su conferencia: "Paradójicamente, mis lecturas de Gracián cesaron cuando entré en la Compañía de Jesús. En el enrarecido y caduco ambiente retórico de Veruela, en Aragón, y, después de la disolución de los jesuitas en España, en San Mauro de Turín, en Aviglana y en Castello di Bollengo, en el Piamonte y en la Val d'Aosta, Gracián era un hombre tan abominable por su vida como por sus obras, siempre con la mala fama del mal gusto barroco. Allí Menéndez Pelayo continuaba vivo y florido veinte años después de su muerte."
Aprovechó aquellos años el erudito catalán para dominar el latín y, algo menos, el griego, y ambas lenguas le "facilitaron una rápida entrada en la cultura clásica grecorromana y, más tarde, una mejor comprensión de la problemática histórica y estética del Humanismo, del Renacimiento, del Manierismo, del Barroco, y consiguientemente de todo Gracián, no sólo de la Agudeza y Arte de ingenio". Además, primero en Bollengo, en 1932, donde el joven Batllori tiene acceso permanente a la biblioteca, y después en Avigliana, durante un trienio en la facultad de Filosofía, pudo profundizar y actualizarse en sus estudios históricos y literarios. Y es entonces cuando, como él explica, "Gracián volvió a interesarme, pero ya más como objeto de estudio que de lectura."
Debido al estallido de la guerra civil en España, la Facultad de Teología de Sarriá, en Barcelona, se traslada a San Remo, en Italia, donde Batllori realiza sus estudios teológicos. Él mismo explica de manera elocuente la repercusión de la guerra civil entre los religiosos: "La guerra exacerbó los espíritus de manera desigual dentro del mundo eclesiástico, y aún más en el mundo clerical. Los más conservadores se convirtieron en neointegristas y los más moderados sólo pudieron, con grandes esfuerzos, moderar su propia moderación." El propio Batllori se refugia también en la moderación y lee a los clásicos catalanes y españoles de los siglos XIX y XX, pero "a todos ellos se añadió mi Gracián de siempre, el que abominó de la política del conde-duque, antes ingenuamente exaltado, y me afirmé en su humorismo trascendental". A pesar de todo, las terribles noticias que llegaban de España no dejaron indiferente al joven estudiante de Teología que fue, según parece, el único de su entorno en protestar al conocer los bombardeos franquistas sobre Barcelona, actitud que no fue bien recibida por sus superiores. Su relación con Gracián se intensifica en estos terribles años de la guerra y según nos explica "Gracián fue mi modelo y al mismo tiempo padre espiritual, muy necesario en aquel ambiente bélico, enrarecido además por los últimos años de un romano pontífice, ya casi sólo clarividente ante el idéntico peligro del comunismo y del nazismo y de un general de los jesuitas cada vez más cerrado y más obtuso." Pero dejemos al padre Batllori seguir explicándonos esta estrecha relación con su querido Gracián, convertido ya en su guía y consejero, y sus consecuencias: "Mi transcendental humorismo graciano era un pabilo encendido, muy peligroso en aquel ambiente atrasado de una guerra civil lejana y presente. Y al llegar el momento en que tenía que ordenarme presbítero, 1938, hizo que se me considerase no seguro, y que se me dejara para el año siguiente."
Ya de nuevo en España, recuerda cómo en 1941, destinado en el colegio de Monte Sión en Palma de Mallorca, se dedica, sobre todo, a la enseñanza de la historia, la filosofía y las literaturas española y latina en los últimos cursos de Bachillerato y algunos de sus alumnos supervivientes no olvidan, según nos dice, su "insistente y persistente predilección por Gracián". En 1945, y como le había ocurrido tantas veces a Gracián hasta su punto culminante en el destierro a Graus al final de sus días, Batllori sufrió un serio encontronazo con uno de sus superiores; dejemos que él mismo nos lo cuente con las palabras pronunciadas en su conferencia oscense: "Yo tenía que emitirla [la profesión en la orden] el 1945, pero el provincial de entonces, siempre dudando de mi seguridad, aunque sin decirlo, me insinuó que, ya que no servía para los estudios, sería mejor que dejara la Compañía." Y continúa poco después, rematando con su acostumbrada ironía: "Pero quien tenía que decidir en última instancia no era tan seguro como el provincial y me concedió la profesión. El otro reaccionó procurando sacarme al menos de la provincia de Aragón, la de Gracián, aunque bastante diferente, y, ya que no consiguió que me enviaran a Bombay, como él habría preferido, celebró que me destinaran a Roma, para librarse así de un peligroso discípulo de un lejano jesuita desedificante".
Dejamos aquí la "autobiografia graciana" con la que el padre Batllori nos deleitó en Huesca hace dos primaveras. Como es sabido, su pasión por el "poco edificante" jesuita belmontino no fue frenada por el cerril y obtuso provincial citado, y fruto del continuado estudio sobre su figura fueron sus sucesivos libros Gracián y el Barroco (1958), Baltasar Gracián en su vida y en sus obras (1969) y Baltasar Gracián (1983), que convierten a Batllori en el más importante de los gracianistas y vinculan para siempre a ambos insignes jesuitas, quienes, aun separados por tres siglos en el tiempo, consiguieron brillar por encima de las mezquindades y zancadillas de los dogmáticos de siempre.
NOTAS.
(1). Autobiografía intelectual graciana. Conferencia pronunciada por Miguel Batllori en Huesca el 23 de mayo de 2001.
Pero no es mi intención en este artículo hacer una semblanza biográfica al uso del erudito jesuita, sino establecer la relación íntima y personal que mantuvo a lo largo de su dilatada vida con su admirado Baltasar Gracián. Jesuita como él, el sabio aragonés fue durante medio siglo objeto de su estudio y la relación entre ambos trasciende ampliamente la del estudioso con su estudiado. El padre Batllori abrió los actos del Congreso Internacional Baltasar Gracián: pensamiento y erudición, celebrado en Huesca en mayo de 2001 con motivo del IV centenario del nacimiento del sabio belmontino, con una magistral lección inaugural titulada Autobiografía intelectual graciana (1).
Su muerte posterior convierte esta extraordinaria conferencia en una mirada hacia atrás, con Gracián como referente, desde la última vuelta del camino. En ella, el padre Batllori empezó situando al jesuita aragonés en su Belmonte natal, donde "vio por primera vez la luz el hombre/Andrenio que después se transformará en la persona/Critilo" (2), para remarcar inmediatamente la condición universal del escritor que posteriormente "ya no pertenecerá ni a Belmonte ni a Calatayud ni a Aragón ni a la España de los Austrias sino al mundo". Explicó luego el padre Batllori que se acercó primero a Gracián como objeto de estudio dentro de su interés general como historiador por la Corona de Aragón. Pero, ya antes, había llegado como lector hasta el jesuita aragonés: "Así se me iba perfilando este Hombre/Persona, este Andrenio/Critilo de una pieza que había descubierto en mis años universitarios como un tema más de lectura y discusión que no de estudio inmediato y directo. Mi primer Gracián fue el escritor sobre el que hablábamos y discutíamos en el patio de letras de la Universidad de Barcelona y en la calle, con los libros bajo el brazo, con los compañeros de curso".
Sin embargo, las cosas cambiaron al entrar en los jesuitas; dejemos que sea el propio Batllori quien lo explique con las palabras de su conferencia: "Paradójicamente, mis lecturas de Gracián cesaron cuando entré en la Compañía de Jesús. En el enrarecido y caduco ambiente retórico de Veruela, en Aragón, y, después de la disolución de los jesuitas en España, en San Mauro de Turín, en Aviglana y en Castello di Bollengo, en el Piamonte y en la Val d'Aosta, Gracián era un hombre tan abominable por su vida como por sus obras, siempre con la mala fama del mal gusto barroco. Allí Menéndez Pelayo continuaba vivo y florido veinte años después de su muerte."
Aprovechó aquellos años el erudito catalán para dominar el latín y, algo menos, el griego, y ambas lenguas le "facilitaron una rápida entrada en la cultura clásica grecorromana y, más tarde, una mejor comprensión de la problemática histórica y estética del Humanismo, del Renacimiento, del Manierismo, del Barroco, y consiguientemente de todo Gracián, no sólo de la Agudeza y Arte de ingenio". Además, primero en Bollengo, en 1932, donde el joven Batllori tiene acceso permanente a la biblioteca, y después en Avigliana, durante un trienio en la facultad de Filosofía, pudo profundizar y actualizarse en sus estudios históricos y literarios. Y es entonces cuando, como él explica, "Gracián volvió a interesarme, pero ya más como objeto de estudio que de lectura."
Debido al estallido de la guerra civil en España, la Facultad de Teología de Sarriá, en Barcelona, se traslada a San Remo, en Italia, donde Batllori realiza sus estudios teológicos. Él mismo explica de manera elocuente la repercusión de la guerra civil entre los religiosos: "La guerra exacerbó los espíritus de manera desigual dentro del mundo eclesiástico, y aún más en el mundo clerical. Los más conservadores se convirtieron en neointegristas y los más moderados sólo pudieron, con grandes esfuerzos, moderar su propia moderación." El propio Batllori se refugia también en la moderación y lee a los clásicos catalanes y españoles de los siglos XIX y XX, pero "a todos ellos se añadió mi Gracián de siempre, el que abominó de la política del conde-duque, antes ingenuamente exaltado, y me afirmé en su humorismo trascendental". A pesar de todo, las terribles noticias que llegaban de España no dejaron indiferente al joven estudiante de Teología que fue, según parece, el único de su entorno en protestar al conocer los bombardeos franquistas sobre Barcelona, actitud que no fue bien recibida por sus superiores. Su relación con Gracián se intensifica en estos terribles años de la guerra y según nos explica "Gracián fue mi modelo y al mismo tiempo padre espiritual, muy necesario en aquel ambiente bélico, enrarecido además por los últimos años de un romano pontífice, ya casi sólo clarividente ante el idéntico peligro del comunismo y del nazismo y de un general de los jesuitas cada vez más cerrado y más obtuso." Pero dejemos al padre Batllori seguir explicándonos esta estrecha relación con su querido Gracián, convertido ya en su guía y consejero, y sus consecuencias: "Mi transcendental humorismo graciano era un pabilo encendido, muy peligroso en aquel ambiente atrasado de una guerra civil lejana y presente. Y al llegar el momento en que tenía que ordenarme presbítero, 1938, hizo que se me considerase no seguro, y que se me dejara para el año siguiente."
Ya de nuevo en España, recuerda cómo en 1941, destinado en el colegio de Monte Sión en Palma de Mallorca, se dedica, sobre todo, a la enseñanza de la historia, la filosofía y las literaturas española y latina en los últimos cursos de Bachillerato y algunos de sus alumnos supervivientes no olvidan, según nos dice, su "insistente y persistente predilección por Gracián". En 1945, y como le había ocurrido tantas veces a Gracián hasta su punto culminante en el destierro a Graus al final de sus días, Batllori sufrió un serio encontronazo con uno de sus superiores; dejemos que él mismo nos lo cuente con las palabras pronunciadas en su conferencia oscense: "Yo tenía que emitirla [la profesión en la orden] el 1945, pero el provincial de entonces, siempre dudando de mi seguridad, aunque sin decirlo, me insinuó que, ya que no servía para los estudios, sería mejor que dejara la Compañía." Y continúa poco después, rematando con su acostumbrada ironía: "Pero quien tenía que decidir en última instancia no era tan seguro como el provincial y me concedió la profesión. El otro reaccionó procurando sacarme al menos de la provincia de Aragón, la de Gracián, aunque bastante diferente, y, ya que no consiguió que me enviaran a Bombay, como él habría preferido, celebró que me destinaran a Roma, para librarse así de un peligroso discípulo de un lejano jesuita desedificante".
Dejamos aquí la "autobiografia graciana" con la que el padre Batllori nos deleitó en Huesca hace dos primaveras. Como es sabido, su pasión por el "poco edificante" jesuita belmontino no fue frenada por el cerril y obtuso provincial citado, y fruto del continuado estudio sobre su figura fueron sus sucesivos libros Gracián y el Barroco (1958), Baltasar Gracián en su vida y en sus obras (1969) y Baltasar Gracián (1983), que convierten a Batllori en el más importante de los gracianistas y vinculan para siempre a ambos insignes jesuitas, quienes, aun separados por tres siglos en el tiempo, consiguieron brillar por encima de las mezquindades y zancadillas de los dogmáticos de siempre.
NOTAS.
(1). Autobiografía intelectual graciana. Conferencia pronunciada por Miguel Batllori en Huesca el 23 de mayo de 2001.
(2). A la espera de la publicación de las actas del mencionado Congreso celebrado en Huesca, todas las citas de este artículo están tomadas de los extractos que de la referida conferencia publicó el diario barcelonés La Vanguardia en su edición del 11 de febrero de 2003. Al ser publicado dicho trabajo en catalán, he traducido directamente de ese idioma, por lo que mi traducción tal vez no coincida totalmente con su posterior publicación en castellano. La conferencia formará parte del volumen XIX de las Obras Completas de M. Batllori, publicadas en catalán por la editorial valenciana Tres i Quatre.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en "Diario del Alto Aragón" el día 11de mayo de 2003)
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en "Diario del Alto Aragón" el día 11de mayo de 2003)
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La muerte de un sabio
Ha muerto Miquel Batllori. Ha llegado a su fin una larga y fructífera vida dedicada al estudio y al saber. Con él desaparece uno de los últimos sabios de nuestro país, un humanista, un gran hombre. En estos tiempos de éxito a cualquier precio, de banalidades aplaudidas y de afanes consumistas sin freno, personas como él son más necesarias que nunca, como ejemplo de un tipo de vida en peligro de extinción, como modelos a imitar. Hace apenas dos años pudimos verlo en Huesca en el congreso internacional dedicado a Baltasar Gracián, sabio jesuita como él, al que estudió con hondura y admiró. Algunos no olvidaremos su conferencia inaugural y su asistencia a todas y cada una de las ponencias, que seguía, a sus ya cumplidos 90 lúcidos años, con la misma atención y ganas de aprender que si de un joven estudiante se tratara. Como Gracián, buscó en soledad la sabiduría, lejos de las mezquindades y de las estrecheces de miras de los jerarcas pagados de sí mismos. Lejos del mundanal ruido, siguiendo la escondida senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Nos quedan sus obras y su ejemplo. Descanse en paz.
Carlos Bravo Suárez
(Carta publicada en el diario "El País" el día 17 de febrero de 2003)
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