Aunque la literatura de viajes es un género en auge, no son muchos los libros, a excepción de las cada vez más abundantes y funcionales guías, que narren largos recorridos hechos a pie por sus autores. Sin embargo, en fechas recientes han llegado a mis manos, y he leído con disfrute, dos libros en cuyas páginas se recorren andando algunos caminos de nuestras tierras oscenses. Se trata de "Viaje a pie", de Julio Villar, y "A peu per Aragó. El Somontano", de Josep Maria Espinàs. (1)
"Viaje a pie" fue publicado en Barcelona en 1986 y reeditado en 1993. Tuve noticia en su momento de la aparición del libro, pero no lo conseguí y no pude leerlo entonces. Hace pocos números vi una reseña sobre él en la revista "El mundo de los Pirineos" y de inmediato me puse a buscarlo. Logré finalmente un ejemplar de su segunda edición que no llegó a agotarse. Se trata de un libro hermoso y singular, que combina la prosa y el verso, y que se ilustra con unos sencillos dibujos realizados por el propio autor.
Julio Villar, nacido en San Sebastián en 1943, fue uno de los pioneros del alpinismo en nuestro país. Un accidente de montaña le obligó a dejar por un tiempo esa actividad en su más alto nivel. Entre 1968 y 1972 dio la vuelta al mundo en un pequeño velero de siete metros de eslora. Contó este viaje de manera poética y profunda en el libro "¡Eh, petrel!", de prolongado éxito (2). Tras formar parte de la expedición vasca al Everest, pasó algún tiempo recorriendo en solitario lugares como Nepal, India, Pakistán o Afganistán. Fue después, a finales de los setenta, cuando realizó en absoluta soledad un viaje a pie que le llevó desde la costa vasca hasta el mar Mediterráneo, recreado luego en el libro que nos ocupa. El propio autor resume su recorrido en las páginas iniciales: "Durante todo el otoño, a través de los montes vascos, de las tierras navarras, de Aragón y Cataluña, voy andando, paso a paso, camino de ningún sitio. De cabaña en cabaña, fuego en fuego, de aldea en aldea, voy haciendo mi camino". Actualmente, Villar vive en una masía en Tarragona y ejerce de guía en caminatas por diferentes lugares de España, siempre buscando el alejamiento de las rutas más concurridas y masificadas (3).
El libro "Viaje a pie" puede inscribirse en una época en la que una parte de la juventud española recibió, como en casi todos los países, las influencias del movimiento "hippie" americano. Fue importante la impronta dejada por libros como "En el camino", de Jack Kerouack, que muchos leímos no sólo como obra de viaje sino casi como una filosofía de la vida. La eterna metáfora -también manriqueña y machadiana- del camino como símbolo del vivir y su pasar se convierte aquí en viajera práctica vital. El autor de "Viaje a pie" lleva el pelo largo, deambula sin rumbo fijo, duerme en cabañas o pajares, trabaja esporádicamente en lo que le sale -vendimiando, ayudando a algún pastor o en otras labores del campo- y va trazando su camino sin programa establecido de antemano. Habla con quien encuentra, despierta sospechas en muchos por su aspecto y su condición de vagabundo y, sobre todo, disfruta de lo que la naturaleza le ofrece y de la soledad y el silencio que lo envuelven. Hace paradas en pueblos pequeños o abandonados, evita ciudades y localidades grandes, recibe a veces la compañía pasajera de algún perro que le sigue por un tiempo, en alguna ocasión se sube a un tren para hacer un breve desplazamiento, y siempre observa y describe poéticamente lo que encuentra a su alrededor. Vive con lo justo, en absoluta austeridad, y goza de las pequeñas cosas y de sus propios pensamientos.
En el libro se intercalan descripciones poéticas ("La Peña Oroel y San Juan de la Peña surgen de la llanura como dos inmensos buques que abren su ruta navegando hacia el oeste"), comentarios agudos ( "¡Qué pocas cosas hay en las tiendas de los pueblos! ¡Qué pocas y qué buenas! Sólo hay lo que hace falta"), o breves poemas que muestran su filosofía de la vida ("No tengas prisa, Julio./ No empieces a correr,/ que se te acabará el camino / y no sabrás qué hacer"). Otros, más largos, son igualmente representativos de su pensamiento: "Riqueza es:/ una carga de leña,/ un campo sembrado,/ un rebaño,/ un país con muchos niños,/ un río con buen caudal./ Riqueza es:/ el aire limpio,/ la lluvia,/ los bosques./ Ser rico es:/ poder ir, venir, o quedarse,/ sin prisas y sin angustias".
En ese recrearse poéticamente en la belleza de las pequeñas cosas ve Marià Manent, en la introducción del libro, ecos de la poesía de William Blake, y destaca como ejemplo el fragmento siguiente: "Una araña lanza su seda al viento. Yo pienso que lo que estoy viendo es algo tan grande como el paso por el firmamento de un planeta errante". En su visión poética de la naturaleza y su deseo casi panteísta de fundirse con ella pueden encontrarse semejanzas con Walt Whitman y otros poetas románticos.
Buena parte del itinerario recorrido por Villar transcurre por tierras aragonesas. Tras andar por caminos y lugares de Navarra, el viajero entra en la provincia de Zaragoza, de donde se citan Gordués, Navardún, Urriés, Isuerre, Lobera de Onsella y Longás. Después recorre de oeste a este la provincia de Huesca. Estos son los pueblos y lugares que de ella se nombran: Bailo, Verdún - divisado a lo lejos -, San Juan de la Peña, Alastruey, Javierrelatre, San Vicente, Nocito, Bentué de Nocito, Bara, Rodellar, Alberuela, San Pelegrín, Alquézar, Huerta de Vero, Barbastro -única población grande visitada y cuyo nombre se omite, aunque se describe su plaza del Mercado o su iglesia de San Francisco-, Pueyo de Santa Cruz, Alfantega, Alcolea, la sierra de Ontiñena y Candasnos (4). Vuelve a entrar en la provincia de Zaragoza ahora por Mequinenza y Fayón, y se interna en Cataluña por Riba-roja, para atravesarla hasta llegar al mar y culminar así su larga y solitaria caminata. Lo que más encuentra en ella son viejos y pastores, y las huellas aún recientes de un mundo abandonado deprisa y corriendo ante la llamada urgente de la emigración urbana.
"A peu per Aragó. El Somontano" es un libro editado recientemente donde se relata el viaje a pie que su autor realizó en el verano del 2005. Josep Maria Espinàs es ya un clásico de la literatura catalana. Autor de novelas y relatos, es un especialista en los libros que narran sus numerosas caminatas por territorios varios. Éste es el número dieciocho de los que ha escrito en un género literario que Espinàs domina como pocos. La mayoría de sus viajes recorren Cataluña, pero también los hay por Castilla, Galicia, el País Vasco o Aragón. En uno de ellos ya había caminado por las tierras oscenses de La Litera. A punto de cumplir ochenta años, en el prólogo del libro que nos ocupa anuncia que éste será probablemente el último de la colección, aunque no descarta del todo que pueda haber un decimonoveno. Para llegar a más lectores, entre otros a los de las tierras que recorre, tal vez no fuera mala idea traducir el libro al castellano.
Al contrario que Villar, Espinàs programa al detalle sus viajes. Duerme en hostales previamente reservados, planifica las etapas que va a realizar y viaja acompañado por un grupo de amigos que le proporcionan todo el apoyo necesario. Pero, como Villar, también él disfruta con los paisajes y la naturaleza, rehúye las ciudades y las grandes poblaciones y busca los núcleos pequeños donde encontrar vestigios de un mundo rural en vías de desaparición. El Somontano recorrido en este libro puede dividirse en dos zonas bien diferenciadas: los pueblos del llano, aún agrícolas y ganaderos, y la Sierra de Guara, donde de unos años a esta parte la práctica turística del descenso de barrancos ha modificado la economía y el paisaje humano de unos pueblos muy diezmados por la emigración a la ciudad.
Los pueblos visitados estructuran los capítulos del libro. Son, por este orden, Laluenga, Peraltilla, Azara, Azlor, Abiego, Alberuela de Laliena, Adahuesca, Bierge, Las Almunias de Rodellar, Pedruel, Rodellar, Radiquero, Alquézar, Buera y Huerta de Vero. Reproduzco un fragmento, traducido del catalán, donde Espinàs resume su visión descriptiva de la zona: "Todos los pueblos del Somontano tienen, para mí, el interés de la modestia. Si no fuera por el campanario, que acostumbra a ser potente y siempre da al conjunto una presencia escenográfica; si borráramos este campanario del panorama, cuando nos acercáramos a las casas, estos pueblos nos parecerían construcciones naturales y orgánicas como un bosque de encinas, una discreta elevación en la superficie del paisaje que ha estado diseñada por el hombre y para el hombre. Las casas del Somontano, además, acostumbran a tener un color muy parecido al de la tierra -al fin y al cabo la mayoría están hechas con la misma tierra de los alrededores- más o menos enriquecida, más o menos cocida, más o menos frágil. El campanario, casi siempre tan alto y tan robusto, lo desproporciona todo, se apodera del horizonte, aplasta el entorno".
Sorprenden al autor las semejanzas entre el aragonés y la lengua catalana. Por eso se incluye al final del libro un breve apéndice con algunos términos aragoneses, extraídos del "Bocabulario de l'aragonés d'Alquézar y lugars d'a redolada", publicado en 2001 por Fabián Castillo Sens, y traducidos tanto al castellano como al catalán.
Es reconfortante encontrar a quienes aún disfrutan con la contemplación de la naturaleza en su estado más genuino y aprecian el valor de la vida sencilla y de las cosas pequeñas, lejos del mundanal ruido y sus prisas, de las modernidades empalagosas y de las agobiantes masificaciones uniformadoras.
NOTAS:
(1) "Viaje a pie", Julio Villar, Editorial Juventud, Barcelona, 1993, 2ª edición. (1ª edición, 1983).
"A peu per Aragó. El Somontano", Josep M. Espinàs, La Campana, Barcelona, 2006.
(2) "¡Eh, petrel! Cuaderno de un navegante solitario", Editorial Juventud, 2003, 10ª edición.
(3) En la página web de la revista de montaña "Desnivel" se puede ver una entrevista realizada a Julio Villar recientemente.
(4) Hago alguna corrección en los nombres de varios pueblos que se citan en el libro con algún pequeño error.
Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón el 8 de octubre de 2006)
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