Entre los diferentes libros que sobre la Guerra Civil española han aparecido recientemente, quiero llamar la atención en este artículo sobre uno que, publicado en una pequeña editorial y escrito por un autor apenas conocido, puede pasar, pese a su interés, desapercibido para un buen número de lectores. Se trata de "Del amor, la guerra y la revolución", de Antoine Giménez, editado en Logroño a finales del pasado año por Pepitas de calabaza. Su subtítulo, "Recuerdos de la guerra de España: del 19 de julio de 1936 al 9 de febrero de 1939", enmarca temporalmente los sucesos narrados, que en su mayor parte transcurren en el frente de Aragón. La obra fue escrita originalmente en francés, y en ese idioma se puede leer íntegramente en internet http://www.membres.lycos.fr/hipparchia/info.html. Ha sido traducido al español por Francisco Madrid, quien escribe también la introducción, de donde extraemos algunos datos sobre el autor.
Antoine Giménez se llamaba en realidad Bruno Salvadori y era italiano. Nació en Chianni (Pisa) en 1910 y desde muy joven leyó a los teóricos libertarios, como Malatesta, Fabbri, Gori o Kropotkin, impregnándose del pensamiento ácrata. A los 21 años desertó del ejército del Duce y se refugió en Francia. Trabajó como leñador y también en el mundo de la noche en Marsella. Como él mismo expresa, procedía de un mundo marginal, pero con ideas anarquistas muy arraigadas en las que se reafirmó en su estancia en España. Desde Francia había pasado ya muchas veces los Pirineos para entrar de contrabando escritos subversivos a nuestro país. Aquí vivió los años de la Guerra Civil, relatados en su libro, y tras la victoria franquista regresó al país vecino. Al cruzar la frontera, y pese a sus ideas contrarias al matrimonio y obligado por las circunstancias, presentó ante las autoridades galas como su mujer a Antonia Mateo Clavel, nacida en la localidad oscense de Peñalba. Se habían conocido en 1936, poco después del estallido bélico. Ella era viuda, con una hija que tenía entonces cinco años. En Francia, fueron internados en los campos de refugiados de Roussillon, hasta que Antoine fue enviado a la construcción del muro del Atlántico que debía detener el avance de los nazis. Participó en acciones de sabotaje de la Resistencia, de la que actuó como agente de enlace. Acabada la Segunda Guerra Mundial, vivió en varios lugares del territorio francés hasta establecerse en Marsella, donde trabajó como albañil desde los años cincuenta hasta su muerte, ocasionada por un cáncer de pulmón, a finales de 1982.
Como hemos visto, no estamos ante un escritor de oficio, sino ante un personaje de vida nómada y poco convencional. De formación autodidacta, años después de vivir en primera línea el conflicto español, decide poner sobre el papel sus recuerdos de aquella intensa y dramática experiencia que ahora, con mucho retraso, podemos leer en nuestro país. Y lo hace con apasionamiento, mezclando la memoria de los hechos puramente bélicos con la de sus relaciones amorosas y eróticas. Los lances de guerra y de amor se ven, a su vez, salpicados de digresiones sobre la experiencia revolucionaria que se estaba produciendo en paralelo a la contienda. Antoine formó parte del llamado Grupo Internacional de la columna Durruti en el frente de Aragón. Constituía una especie de comando de acción rápida que realizaba las misiones más arriesgadas y peligrosas en contacto frecuente con el enemigo. Por ello, algunos episodios bélicos se relatan en el libro con gran viveza.
Son bastantes las páginas dedicadas a las relaciones amorosas y sexuales del narrador, que manifiesta gran atracción por las mujeres. Desprovisto de prejuicios, y llevando a la práctica las teorías sobre amor libre que como anarquista convencido defendía, mantiene múltiples relaciones, narradas con cierto detenimiento en sus detalles más eróticos. No puede decirse, sin embargo, que se extienda en exceso ni que caiga en lo pornográfico. Tampoco es demasiado original, si bien describe de manera naturalista lo que muchos autores por pudor o convencionalismo suelen obviar o convertir en elipsis.
Las digresiones políticas, muy presentes en el libro, son las que, a mi juicio, perjudican más al relato, porque lo cortan en exceso para introducir una doctrina libertaria que hoy puede resultar demasiado idílica, aunque llena de buenas intenciones y utópicos deseos por parte del narrador. Especial interés tiene éste en marcar las diferencias entre anarquistas y comunistas, a quienes rechaza por autoritarios, estalinistas y contrarios a la verdadera revolución. Critica su afán por convertir las milicias en ejército regular y por acabar con la revolución social emprendida, que los anarquistas consideraban tan importante como la propia guerra. Antoine estuvo en Barcelona en los días de mayo del 37 en que ambas corrientes se enfrentaron en las calles de la ciudad, y fue testigo de las desavenencias irreconciliables entre los grupos que debían luchar juntos en el frente.
Los hechos narrados en el libro comienzan el 19 de julio de 1936 en Lérida, donde, tras el fracaso de la intentona golpista, Giménez se une a los grupos anarquistas que pasan a controlar la ciudad. Poco después, decide sumarse a la columna Durruti que procedente de Barcelona se dirige a Zaragoza, caída en poder de los insurrectos. Tras pasar por Fraga, llega a Pina de Ebro y se suma al Grupo Internacional de la columna, que ve frenado aquí su rápido avance inicial. Lo más interesante del libro es quizás el conocimiento de primera mano que proporciona sobre estos voluntarios extranjeros que, procedentes de diversos países, constituían un grupo autónomo dentro de la milicia anarquista. Aunque en algún momento pudo llegar a 400, su número rondaba los 250 integrantes. Casi ninguno de ellos hablaba español y rechazaban el modelo militar de jerarquía y disciplina. Giménez explica que al principio llevaron a cabo algunos golpes de mano al otro lado del Ebro, infructuosos y regresando siempre a su base de Pina. Las dos principales operaciones en que participaron fueron la toma de Siétamo y el fallido intento de conquistar Perdiguera. El Grupo Internacional sufrió en esta población zaragozana una severa derrota en la que perdieron la vida 120 de sus miembros. Entre ellos, su delegado, el francés Berthomieu. Giménez logró salvar la suya, pero allí comienza a experimentar cierto desánimo, por la desaparición de sus mejores amigos y por la desconfianza hacia sus propias filas - en ellas están, según él, los causantes del desastre de Perdiguera - y, sobre todo, hacia la política de militarización y de desmantelamiento de las colectividades libertarias, llevada a cabo por los comunistas bajo la dirección de Líster y El Campesino. También le parece una traición a sus principios libertarios la entrada de ministros anarquistas en el gobierno republicano. María Ascaso consigue convencerlo para que no abandone la guerra que, sin embargo, será ya un sangriento camino hacia la derrota. Impresionan las páginas donde se describen los bombardeos aéreos que sembraban de cadáveres las filas republicanas, sin que éstas pudieran contrarrestar la superioridad de la aviación del ejército enemigo. El repliegue continuo hasta la frontera va unido en Antoine al sentimiento del fracaso definitivo de sus sueños revolucionarios.
Son bastantes los pueblos aragoneses que aparecen en el libro. Algunos, de la provincia de Zaragoza, como los citados Pina y Perdiguera, Quinto de Ebro - donde fracasó un intento de toma por el Grupo Internacional -, Farlete - que sí fue conquistado -, Bujaraloz, Velilla o Gelsa; otros, oscenses, como Fraga, del que Antoine destaca la fama de sus higos, Siétamo - su incursión más al norte -, Candasnos, o Sariñena, controlada por el POUM, partido que también le parece al autor demasiado jerarquizado. El grupo de Giménez se mueve, casi siempre, por la Sierra de Alcubierre - se nombra Monte Oscuro -, en el límite entre las dos provincias.
Entre los muchos personajes con los que coincidió el autor en las milicias anarquistas puede destacarse, aunque sólo estuviera un mes entre sus filas, a la escritora francesa Simone Weil. Cuenta Giménez que un día los milicianos trajeron como botín de una de sus incursiones por los alrededores de Quinto algunos huevos y gallinas. Simone, "una joven de largos cabellos negros", colaboraba en tareas de cocina y sufrió quemaduras de aceite al empeñarse en freír aquellos huevos. Tuvo que ser evacuada a Barcelona y desde allí regresó a Francia. Dejó honda huella en Manuel, un muchacho de Pina que se volvió taciturno tras su partida y de quien decía que era "bello como un Dios griego". Las referencias posteriores de Simone Weil a su paso por España muestran su horror por la brutalidad, la manipulación y la mentira que dominaban en ambos bandos. Curiosamente, en Francia entabló amistad con el también escritor Georges Bernanos, que había luchado en España en las filas de Franco. De Durruti no hay referencias de trato directo, pero, cuando muere en Madrid en confusas circunstancias, a Giménez no le cabe duda alguna de que su muerte es obra de los comunistas. En su estancia en Barcelona conoce a un judío apellidado Einstein, que resulta ser hermano del famoso científico y que se suicidó unos años más tarde para evitar que los colaboracionistas franceses de Vichy lo entregaran a los nazis. Muchas de las amigas de Antoine - como Georgette ("Mimosa"), que aparece en la portada del libro - murieron en Perdiguera; otras, como Madeleine, en los bombardeos de la capital catalana. Sin embargo, el personaje femenino por quien mayor cariño muestra es la tía Pascuala, una campesina de Pina, a quien llama la Madre y en cuya casa vivió durante su estancia en el pueblo.
Entre la tragedia de la guerra y los momentos placenteros del amor hay lugar para algunas anécdotas. Como la de aquel miliciano fanfarrón que exigía una botella de vino cada día y a quien, para quitarle la costumbre y rebajarle los humos, los del pueblo dieron un tinto de 17º que lo dejó sin poder levantar el culo de la silla. O cuando desorientados tras un bombardeo y en una noche oscura, él y un compañero, asustados y muertos de sueño, se refugiaron en una oquedad, tomada por cueva, que a la luz del día resultó ser parte de los nichos de un cementerio, al descubierto tras el bombardeo de sus muros. Estando el autor en Barcelona en 1937 se proyectaba en sus cines la película "La toma de Siétamo", en la que tal vez él mismo apareciera. Se observa la presencia de muchos anteriores delincuentes entre las filas de la columna. Aunque Giménez lo considera secundario a sus ideas anarquistas, sabemos que contribuyó al desprestigio de las milicias y requirió la enérgica intervención del propio Durruti, que, como cuenta el libro, mandó fusilar a un miliciano por apropiarse de unas joyas y regalarlas a una compañera que las lucía con ostentación.
El libro de Antoine Giménez, pese a algunos de los defectos señalados, proporciona una lectura intensa, absorbente por momentos, y permite conocer aspectos de la vida cotidiana en el frente de Aragón y algunos episodios de la guerra desde la perspectiva del bando libertario, que tanto protagonismo tuvo en aquellas trágicas jornadas.
Carlos Bravo Suárez
Antoine Giménez se llamaba en realidad Bruno Salvadori y era italiano. Nació en Chianni (Pisa) en 1910 y desde muy joven leyó a los teóricos libertarios, como Malatesta, Fabbri, Gori o Kropotkin, impregnándose del pensamiento ácrata. A los 21 años desertó del ejército del Duce y se refugió en Francia. Trabajó como leñador y también en el mundo de la noche en Marsella. Como él mismo expresa, procedía de un mundo marginal, pero con ideas anarquistas muy arraigadas en las que se reafirmó en su estancia en España. Desde Francia había pasado ya muchas veces los Pirineos para entrar de contrabando escritos subversivos a nuestro país. Aquí vivió los años de la Guerra Civil, relatados en su libro, y tras la victoria franquista regresó al país vecino. Al cruzar la frontera, y pese a sus ideas contrarias al matrimonio y obligado por las circunstancias, presentó ante las autoridades galas como su mujer a Antonia Mateo Clavel, nacida en la localidad oscense de Peñalba. Se habían conocido en 1936, poco después del estallido bélico. Ella era viuda, con una hija que tenía entonces cinco años. En Francia, fueron internados en los campos de refugiados de Roussillon, hasta que Antoine fue enviado a la construcción del muro del Atlántico que debía detener el avance de los nazis. Participó en acciones de sabotaje de la Resistencia, de la que actuó como agente de enlace. Acabada la Segunda Guerra Mundial, vivió en varios lugares del territorio francés hasta establecerse en Marsella, donde trabajó como albañil desde los años cincuenta hasta su muerte, ocasionada por un cáncer de pulmón, a finales de 1982.
Como hemos visto, no estamos ante un escritor de oficio, sino ante un personaje de vida nómada y poco convencional. De formación autodidacta, años después de vivir en primera línea el conflicto español, decide poner sobre el papel sus recuerdos de aquella intensa y dramática experiencia que ahora, con mucho retraso, podemos leer en nuestro país. Y lo hace con apasionamiento, mezclando la memoria de los hechos puramente bélicos con la de sus relaciones amorosas y eróticas. Los lances de guerra y de amor se ven, a su vez, salpicados de digresiones sobre la experiencia revolucionaria que se estaba produciendo en paralelo a la contienda. Antoine formó parte del llamado Grupo Internacional de la columna Durruti en el frente de Aragón. Constituía una especie de comando de acción rápida que realizaba las misiones más arriesgadas y peligrosas en contacto frecuente con el enemigo. Por ello, algunos episodios bélicos se relatan en el libro con gran viveza.
Son bastantes las páginas dedicadas a las relaciones amorosas y sexuales del narrador, que manifiesta gran atracción por las mujeres. Desprovisto de prejuicios, y llevando a la práctica las teorías sobre amor libre que como anarquista convencido defendía, mantiene múltiples relaciones, narradas con cierto detenimiento en sus detalles más eróticos. No puede decirse, sin embargo, que se extienda en exceso ni que caiga en lo pornográfico. Tampoco es demasiado original, si bien describe de manera naturalista lo que muchos autores por pudor o convencionalismo suelen obviar o convertir en elipsis.
Las digresiones políticas, muy presentes en el libro, son las que, a mi juicio, perjudican más al relato, porque lo cortan en exceso para introducir una doctrina libertaria que hoy puede resultar demasiado idílica, aunque llena de buenas intenciones y utópicos deseos por parte del narrador. Especial interés tiene éste en marcar las diferencias entre anarquistas y comunistas, a quienes rechaza por autoritarios, estalinistas y contrarios a la verdadera revolución. Critica su afán por convertir las milicias en ejército regular y por acabar con la revolución social emprendida, que los anarquistas consideraban tan importante como la propia guerra. Antoine estuvo en Barcelona en los días de mayo del 37 en que ambas corrientes se enfrentaron en las calles de la ciudad, y fue testigo de las desavenencias irreconciliables entre los grupos que debían luchar juntos en el frente.
Los hechos narrados en el libro comienzan el 19 de julio de 1936 en Lérida, donde, tras el fracaso de la intentona golpista, Giménez se une a los grupos anarquistas que pasan a controlar la ciudad. Poco después, decide sumarse a la columna Durruti que procedente de Barcelona se dirige a Zaragoza, caída en poder de los insurrectos. Tras pasar por Fraga, llega a Pina de Ebro y se suma al Grupo Internacional de la columna, que ve frenado aquí su rápido avance inicial. Lo más interesante del libro es quizás el conocimiento de primera mano que proporciona sobre estos voluntarios extranjeros que, procedentes de diversos países, constituían un grupo autónomo dentro de la milicia anarquista. Aunque en algún momento pudo llegar a 400, su número rondaba los 250 integrantes. Casi ninguno de ellos hablaba español y rechazaban el modelo militar de jerarquía y disciplina. Giménez explica que al principio llevaron a cabo algunos golpes de mano al otro lado del Ebro, infructuosos y regresando siempre a su base de Pina. Las dos principales operaciones en que participaron fueron la toma de Siétamo y el fallido intento de conquistar Perdiguera. El Grupo Internacional sufrió en esta población zaragozana una severa derrota en la que perdieron la vida 120 de sus miembros. Entre ellos, su delegado, el francés Berthomieu. Giménez logró salvar la suya, pero allí comienza a experimentar cierto desánimo, por la desaparición de sus mejores amigos y por la desconfianza hacia sus propias filas - en ellas están, según él, los causantes del desastre de Perdiguera - y, sobre todo, hacia la política de militarización y de desmantelamiento de las colectividades libertarias, llevada a cabo por los comunistas bajo la dirección de Líster y El Campesino. También le parece una traición a sus principios libertarios la entrada de ministros anarquistas en el gobierno republicano. María Ascaso consigue convencerlo para que no abandone la guerra que, sin embargo, será ya un sangriento camino hacia la derrota. Impresionan las páginas donde se describen los bombardeos aéreos que sembraban de cadáveres las filas republicanas, sin que éstas pudieran contrarrestar la superioridad de la aviación del ejército enemigo. El repliegue continuo hasta la frontera va unido en Antoine al sentimiento del fracaso definitivo de sus sueños revolucionarios.
Son bastantes los pueblos aragoneses que aparecen en el libro. Algunos, de la provincia de Zaragoza, como los citados Pina y Perdiguera, Quinto de Ebro - donde fracasó un intento de toma por el Grupo Internacional -, Farlete - que sí fue conquistado -, Bujaraloz, Velilla o Gelsa; otros, oscenses, como Fraga, del que Antoine destaca la fama de sus higos, Siétamo - su incursión más al norte -, Candasnos, o Sariñena, controlada por el POUM, partido que también le parece al autor demasiado jerarquizado. El grupo de Giménez se mueve, casi siempre, por la Sierra de Alcubierre - se nombra Monte Oscuro -, en el límite entre las dos provincias.
Entre los muchos personajes con los que coincidió el autor en las milicias anarquistas puede destacarse, aunque sólo estuviera un mes entre sus filas, a la escritora francesa Simone Weil. Cuenta Giménez que un día los milicianos trajeron como botín de una de sus incursiones por los alrededores de Quinto algunos huevos y gallinas. Simone, "una joven de largos cabellos negros", colaboraba en tareas de cocina y sufrió quemaduras de aceite al empeñarse en freír aquellos huevos. Tuvo que ser evacuada a Barcelona y desde allí regresó a Francia. Dejó honda huella en Manuel, un muchacho de Pina que se volvió taciturno tras su partida y de quien decía que era "bello como un Dios griego". Las referencias posteriores de Simone Weil a su paso por España muestran su horror por la brutalidad, la manipulación y la mentira que dominaban en ambos bandos. Curiosamente, en Francia entabló amistad con el también escritor Georges Bernanos, que había luchado en España en las filas de Franco. De Durruti no hay referencias de trato directo, pero, cuando muere en Madrid en confusas circunstancias, a Giménez no le cabe duda alguna de que su muerte es obra de los comunistas. En su estancia en Barcelona conoce a un judío apellidado Einstein, que resulta ser hermano del famoso científico y que se suicidó unos años más tarde para evitar que los colaboracionistas franceses de Vichy lo entregaran a los nazis. Muchas de las amigas de Antoine - como Georgette ("Mimosa"), que aparece en la portada del libro - murieron en Perdiguera; otras, como Madeleine, en los bombardeos de la capital catalana. Sin embargo, el personaje femenino por quien mayor cariño muestra es la tía Pascuala, una campesina de Pina, a quien llama la Madre y en cuya casa vivió durante su estancia en el pueblo.
Entre la tragedia de la guerra y los momentos placenteros del amor hay lugar para algunas anécdotas. Como la de aquel miliciano fanfarrón que exigía una botella de vino cada día y a quien, para quitarle la costumbre y rebajarle los humos, los del pueblo dieron un tinto de 17º que lo dejó sin poder levantar el culo de la silla. O cuando desorientados tras un bombardeo y en una noche oscura, él y un compañero, asustados y muertos de sueño, se refugiaron en una oquedad, tomada por cueva, que a la luz del día resultó ser parte de los nichos de un cementerio, al descubierto tras el bombardeo de sus muros. Estando el autor en Barcelona en 1937 se proyectaba en sus cines la película "La toma de Siétamo", en la que tal vez él mismo apareciera. Se observa la presencia de muchos anteriores delincuentes entre las filas de la columna. Aunque Giménez lo considera secundario a sus ideas anarquistas, sabemos que contribuyó al desprestigio de las milicias y requirió la enérgica intervención del propio Durruti, que, como cuenta el libro, mandó fusilar a un miliciano por apropiarse de unas joyas y regalarlas a una compañera que las lucía con ostentación.
El libro de Antoine Giménez, pese a algunos de los defectos señalados, proporciona una lectura intensa, absorbente por momentos, y permite conocer aspectos de la vida cotidiana en el frente de Aragón y algunos episodios de la guerra desde la perspectiva del bando libertario, que tanto protagonismo tuvo en aquellas trágicas jornadas.
Carlos Bravo Suárez
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