Aunque no sea una obra redonda, "Vida de Pedro Saputo", del turolense Braulio Foz (Fórnoles, 1791- Borja, 1865), es la mejor novela aragonesa del siglo XIX y, hasta la aparición de los grandes autores realistas, una de las narraciones más destacadas y originales de las letras españolas de esa centuria. Publicada en 1844, en un periodo de transición entre el Romanticismo y el Realismo, la obra suele ser injustamente olvidada en muchos manuales de literatura. Sin embargo, sus ediciones se han sucedido y algunos insignes críticos, como Sergio Beser y, sobre todo, el profesor Francisco Ynduráin, le han dedicado su atención y estudio. Francisco Ynduráin fue el artífice de la edición de 1959 realizada por la Universidad de Zaragoza, y es el autor de un riguroso estudio crítico que, revisado y ampliado, figura como introducción en casi todas las ediciones posteriores de la novela (1).
Pedro Saputo es un personaje perteneciente a la tradición oral aragonesa. Aunque su apellido corresponde a una forma arcaica del participio "sabido" o "sabio", Saputo fue en su origen todo lo contrario a un dechado de sabiduría. Incluso en un texto del siglo XVII –documentado por Carlos Garcés– se le asocia con Perico de los Palotes, presentando a ambos personajes populares como prototipos del poco entendimiento y del escaso saber. En su novela, Braulio Foz habría dado la vuelta a la tradición y convertido a Saputo en un personaje que encarna el buen juicio y la racionalidad.
"Vida de Pedro Saputo" es una novela híbrida y atípica, de difícil clasificación. Su autor muestra poseer una amplia cultura literaria y un gran conocimiento de la tradición narrativa hispana. Hay en la obra de Foz claras influencias cervantinas y de la novela picaresca, con la que comparte el carácter itinerante del protagonista, la sucesión de anécdotas o la preocupación por el tema de la "honra". Ninguna de estas características es, sin embargo, exclusiva de las narraciones de pícaros y la cuestión de la "honra" es recurrente en nuestra literatura desde el lejano "Poema de Mío Cid". Por otro lado, es evidente que Saputo es todo lo contrario a un pícaro y en todo caso su comportamiento podría servir como un modelo que contraponer al de pillos y rufianes. Pero no todo pertenece a la tradición literaria anterior en la novela de Foz; hay también en ella aspectos propios de las corrientes más en boga en el momento de su publicación. Así ocurre con las numerosas pinceladas costumbristas de la obra, a una de las cuales nos referiremos enseguida con detenimiento.
Parece claro que muchos materiales de la novela están tomados de la tradición y han sido más o menos modificados por el escritor turolense. No obstante, son también evidentes en el libro las ideas propias del autor, expresadas siempre por boca de Saputo. Es conocida la filiación liberal de Braulio Foz y su defensa de las ideas racionalistas frente a la superstición y la hipocresía (2). Pedro Saputo encarna en todo momento un modo de actuar acorde con la naturaleza y el buen juicio. Por ello, la abundante sátira anticlerical de la novela, que casi nunca alcanza el mal gusto, tiene como base lo antinatural de algunos comportamientos del clero, sobre todo los referidos a la privación voluntaria de las relaciones sexuales que conduce a actitudes clandestinas o hipócritas. También en este tema se pueden establecer paralelismos con algunas novelas picarescas como el "Lazarillo", y se constata la pervivencia de unas críticas que, con todas las modificaciones pertinentes, hunden sus raíces en las doctrinas erasmistas del siglo XVI que defendían un cristianismo más basado en los hechos que en las apariencias. No obstante, en bastantes ocasiones, el anticlericalismo de Foz tiene más de chistosa picardía "verde" que de crítica profunda al estamento clerical.
Si algo hay indiscutible en la novela es su condición de aragonesa. Tal vez sea ésta una de las causas de su desconocimiento fuera de nuestra comunidad. Saputo es natural de Almudévar y, aunque viaja más allá de las fronteras de Aragón, es en su interior donde transcurre la mayor parte de sus aventuras, en una geografía situada principalmente en los somontanos de Barbastro y Huesca. Braulio Foz conocía bien esos lugares, porque había estudiado en la capital altoaragonesa y recorrido parte de la provincia oscense con los ejércitos que lucharon contra los franceses en la Guerra de la Independencia.
Es casi al final de su largo viaje, en el capítulo 8 del Libro IV, cuando Saputo visita la feria de San Miguel de Graus. En la jornada anterior, procedente de Barbastro, el de Almudévar había llegado a La Puebla de Castro, donde se detiene en el mesón de la localidad. El mesonero, hablador y franco, explica a Saputo en presencia de su cuñado cómo había llegado a ejercer su actual oficio tras dedicarse antes a la agricultura. De las palabras del mesonero se extraen interesantes informaciones sobre algunos aspectos de la sociedad ribagorzana y aragonesa de aquel tiempo. El profesor Ynduráin, en su introducción crítica a la novela, hizo un certero análisis de este jugoso episodio en un breve apartado que títuló "Unas notas de sociología".
El mesonero, llamado Juan Simón, era un agricultor pobre que había recibido al casarse un campo de su familia y otro de la de su mujer. Enseguida se da cuenta de los apuros que le esperan con ese escaso patrimonio y con los más que probables partos sucesivos de su mujer Felipa. Decide, contra el consejo de todos, vender sus pocas tierras y poner comercio y mesón en La Puebla. Felipa y su familia ponen el grito en el cielo: "Ellos vienen de buenos" y está mal visto dedicarse a otro oficio que no sea la agricultura. Es interesante observar la pervivencia en la sociedad ribagorzana del asunto de la honra y la reputación, ligadas a la supuesta hidalguía de las "buenas" familias y a su rechazo a los oficios de comercio. A las recriminaciones de su mujer responde así Juan Simón: "Mira, Felipa, en esta vida sólo es deshonra tres cosas: ser pobre, no tener dinero y llevalos". Y razona su decisión de hacerse mesonero: "Ya ves que en este lugar nadie quiere ser tendero ni mesonero, porque lo tienen por afrenta, y los arrieros y viajeros no saben a do parar, y andan pidiendo favor y lo pagan más caro y están mal servidos. El comprar y vender, ¿puede ser afrenta?; el dar posada al que no tiene do meterse, ¿puede ser afrenta? Cornudo sea si eso no es mentira. Yo he pensado, pues, comprar aceite, vino, pan, arroz, abadejo, sardinas, tocino salado, especias y otras cosas, y tener abacería de tienda y hacerme mesonero". Juan Simón prosigue su relato: "Y aquel mismo día, cojo y vendo los dos campos, el mío y el de mi mujer. Aquí está mi cuñado que no me dejará mentir. ¡Qué loco, decían las gentes, qué perdido! Y tú también, Silvestre, lo decías, y tu padre más, que vino y se me quiso comer, e hizo llorar a Felipa. Mas yo callar y a la mía. Conque voy y me compro un burro y bajo a Barbastro y me lo traigo cargado de la tienda. Y a la hora que suelen venir los arrieros salí a la plaza y les dije: a mi casa, que soy mesonero. Ya hace de esto catorce años, cerca de quince, y cuatro que se me murió mi mujer, bien rica, y con otras carnes que vosotros me la disteis, cuñado, que al fin, con que venís de buenos, tienes una burra, y mala, que si se te muere te quedas tan de a pie, que no has de montar ya más cabalgadura que la azada, si yo no te la presto. Y yo tengo par de mulas, y campos y olivares, y un jaco que se bebe el viento, y gracia de Dios que no sé dónde metella; y por eso tan de buenos vengo ahora como cuando me casé y era pobre. Mis hijos van a la labranza, y no los hay más garridos y envidiados en el lugar".
He transcrito, con mínimas supresiones, una larga intervención del mesonero que permite percibir, además del sabor añejo de la novela y su costumbrismo, la abierta crítica de Juan Simón contra el orden social y económico predominante. Puede observarse sin embargo que, cuando el mesonero gana dinero con su nuevo oficio, compra fincas enseguida y convierte a sus hijos en ricos propietarios. Por tanto, aunque Juan Simón sea - como escribe el profesor Ynduráin - un rebelde, no rompe del todo con la pesada tradición y hace que sus hijos vuelvan a ella, eso sí, ahora como ricos hacendados. Porque es el dinero el que lleva, en los nuevos tiempos, aparejada la honra. Algo parecido ocurre con Saputo, quien pese a defender siempre a los humildes –"abajar al soberbio y ensalzar al humilde" se repite en el libro con frecuencia– resulta descender, también él, de padre hidalgo.
Quedó el mesonero viudo, como se ha dicho. Tiene ahora dos criadas que le quieren y a las que trata bien. Demasiado bien, en opinión de su cuñado, aunque, para Juan Simón, todo es envidia. Y no quiere volver a casarse porque "si me casase, después no me servirían tan bien las muchachas, porque todas en oyendo que oyen que es un hombre casado, al instante le ponen cara anublada". Todas las criadas, las de ahora y las de antes, las ha encontrado Simón en la feria de San Miguel de Graus. Como ésta se celebra al siguiente día, el mesonero irá a la capital ribagorzana en busca de una sirvienta que sustituya a otra que se le casa. Y Pedro Saputo, que desea conocer tan célebre mercado, será su acompañante. Antes, Juan Simón informa al de Almudévar de la principal característica de la feria grausina: "En esta feria, señor caballero, no se vende lo que de ordinario se vende en todas, aunque no falta, sino que es feria de criados y criadas. Allí acuden de toda la Ribagorza los mozos y las mozas que quieren afirmarse, ellos para mozos de labor o de mulas, y también para pastores u otra cosa, y ellas para criadas, niñeras, caseras de curas, lo que les sale y según la persona. Y ¡qué guapas algunas! ¡Qué frescas y lucidas!".
Al día siguiente, de madrugada, salen ambos hacia Graus en el jaco del mesonero, quien sigue informando a Saputo de lo que va a encontrar en la feria: "Ya verá su merced, cuántas y qué guapas. Todas se ponen en su sitio, que es la Cruz y cuando se acercan a mirallas hacen unos ojos...Yo por la mirada las calo, y la que es aguda también me cala a mí, y sin hablar nos entendemos. Llevan cosida por dentro en el jubón o ropilla debajo del brazo una estampa de Santa Romera, abogada de los resbalones; que regularmente se las cosen las abuelas, encargándoles mucho que se encomienden a la santa. Y si les vais a hacer cosquillas, fuyen y dicen que les ajáis la estampa; pero eso es en la plaza y en los principios".
Ya en Graus, tras ir a misa y tomar un ligero desayuno, van ambos a la Cruz en busca de la criada. Deciden ver a todas por separado, elegir cada uno a la que crea la adecuada y comprobar después si su elección ha coincidido. Saputo encuentra enseguida a la suya, pero quiere probar al mesonero y le dice que ha escogido a otra "de buen talle y linda presencia". Juan Simón la descarta de inmediato y da a Saputo sus razones: "Sí que me gusta, pero será muy retrechera y engañará a su sombra, ¿no veis que sabe mucho? Mejor es la del lazo verde, aquella que nos mira, y que aunque vergonzosilla ya me ha dicho con los ojos todo lo que yo quería saber. Y veis, ya me la está acechando aquel cura, que es el de Salas Altas, y me la va a soplar y dejarme a la luna de Valencia. Pues no ha de ser para él, voto a bríos que voy allá y la firmo de un brinco". Y así lo hizo sin dilación ni espera.
Era esta criada la misma que Saputo había elegido de primeras, por lo que quedó el de Almudévar admirado del buen juicio que mostraba Juan Simón. El cura de Salas -–no podía faltar en el episodio la sátira anticlerical– hubo de conformarse con la criada de buen talle y linda presencia. Sólo quince de las más de setenta muchachas que estuvieron en la feria quedaron aquel día sin afirmar. También Saputo afirmó una para sus padres y, hasta que alguien por su encargo fuera a buscarla a La Puebla, se la confió al mesonero. Éste, tras alabar su buen ojo y creyendo adivinar el pensamiento del de Almudévar, le espetó con ironía: "Se la mandaré a vuesa merced lo mismo que la parió su madre, salvo error de cuentas pasadas".
Hemos visto el tono pícaro y el ambiente costumbrista del episodio de la feria grausina, vivido por Saputo al final de su largo viaje por tierras de Aragón. Desde Graus marchó el juicioso almudevarense a Benabarre, Tamarite, Monzón, Fonz y Estadilla. En Benabarre fue "donde vio más lindas caras y pechos más abiertos" y se lamenta de haber tenido que dejar allí algunos amores que tuvo. En el capítulo 11 del libro IV, Saputo hace repaso de lo mejor de los lugares visitados: "Del Somontano, el epicureísmo; de Graus, la formalidad; de Benabarre, la sencillez; de Tamarite, la ligereza; de Monzón, la cortesanía; y de Fonz y Estadilla, la amenidad". Cuando le advierten que se olvida de Barbastro, contesta que "de Barbastro le gustaba mucho la ausencia". Es curiosa la antipatía que muestra Saputo hacia esta ciudad a lo largo de la novela, el motivo de la cual nunca se expresa con claridad. Tal vez fuera su rivalidad con Huesca, ciudad en la que Foz estudió y vivió largo tiempo y por la que siempre muestra preferencia.
El libro termina con la misteriosa desaparición del sabio de Almudévar. Saputo entra así en el campo de la leyenda: un modelo de sensatez y buen juicio, cuyo paso en un impreciso tiempo pretérito por la tierra aragonesa dejó una huella imborrable y lo convirtió en un mito. Braulio Foz recrea en su novela a un personaje que hunde sus raíces en la tradición y el folklore y le hace vivir un buen número de episodios hasta hacerle desaparece sin dejar rastro. En uno de esos episodios hemos conocido, en una estupenda estampa costumbrista, algunos aspectos de la feria de San Miguel de Graus de mediados del siglo XIX, cuando se escribió el libro. Así siguió siendo durante muchos años, hasta que apenas hace unas décadas los tiempos cambiaron definitivamente y desaparecieron del mercado grausino algunos elementos que Braulio Foz dejó reflejados para siempre en las páginas de su magnífica novela.
NOTAS:
(1) - Las cuatro primeras ediciones de la novela se realizaron en Zaragoza en 1844, 1895, 1927 y 1959, esta última dentro de las Publicaciones de la Universidad de Zaragoza. Posteriormente hay una edición de 1973 en la editorial barcelonesa Laia, otra de 1980 publicada en Zaragoza por Guara Editorial y otra, para mí la más recomendable, editada en 1986 en Madrid por Cátedra en su colección Letras Hispanas. En el año 2005 apareció la que hasta hoy es la última edición de la novela, publicada en Zaragoza por Delsan . Existe también una edición digital en Internet dentro de la biblioteca virtual del Instituto Cervantes.
(2) - Sobre el pensamiento político del escritor turolense trata el libro "Historia y política: escritos de Braulio Foz". Edición de Carlos Forcadell y Virginia Maza. Institución Fernando El Católico. Zaragoza. 2005.
Carlos Bravo Suárez
Pedro Saputo es un personaje perteneciente a la tradición oral aragonesa. Aunque su apellido corresponde a una forma arcaica del participio "sabido" o "sabio", Saputo fue en su origen todo lo contrario a un dechado de sabiduría. Incluso en un texto del siglo XVII –documentado por Carlos Garcés– se le asocia con Perico de los Palotes, presentando a ambos personajes populares como prototipos del poco entendimiento y del escaso saber. En su novela, Braulio Foz habría dado la vuelta a la tradición y convertido a Saputo en un personaje que encarna el buen juicio y la racionalidad.
"Vida de Pedro Saputo" es una novela híbrida y atípica, de difícil clasificación. Su autor muestra poseer una amplia cultura literaria y un gran conocimiento de la tradición narrativa hispana. Hay en la obra de Foz claras influencias cervantinas y de la novela picaresca, con la que comparte el carácter itinerante del protagonista, la sucesión de anécdotas o la preocupación por el tema de la "honra". Ninguna de estas características es, sin embargo, exclusiva de las narraciones de pícaros y la cuestión de la "honra" es recurrente en nuestra literatura desde el lejano "Poema de Mío Cid". Por otro lado, es evidente que Saputo es todo lo contrario a un pícaro y en todo caso su comportamiento podría servir como un modelo que contraponer al de pillos y rufianes. Pero no todo pertenece a la tradición literaria anterior en la novela de Foz; hay también en ella aspectos propios de las corrientes más en boga en el momento de su publicación. Así ocurre con las numerosas pinceladas costumbristas de la obra, a una de las cuales nos referiremos enseguida con detenimiento.
Parece claro que muchos materiales de la novela están tomados de la tradición y han sido más o menos modificados por el escritor turolense. No obstante, son también evidentes en el libro las ideas propias del autor, expresadas siempre por boca de Saputo. Es conocida la filiación liberal de Braulio Foz y su defensa de las ideas racionalistas frente a la superstición y la hipocresía (2). Pedro Saputo encarna en todo momento un modo de actuar acorde con la naturaleza y el buen juicio. Por ello, la abundante sátira anticlerical de la novela, que casi nunca alcanza el mal gusto, tiene como base lo antinatural de algunos comportamientos del clero, sobre todo los referidos a la privación voluntaria de las relaciones sexuales que conduce a actitudes clandestinas o hipócritas. También en este tema se pueden establecer paralelismos con algunas novelas picarescas como el "Lazarillo", y se constata la pervivencia de unas críticas que, con todas las modificaciones pertinentes, hunden sus raíces en las doctrinas erasmistas del siglo XVI que defendían un cristianismo más basado en los hechos que en las apariencias. No obstante, en bastantes ocasiones, el anticlericalismo de Foz tiene más de chistosa picardía "verde" que de crítica profunda al estamento clerical.
Si algo hay indiscutible en la novela es su condición de aragonesa. Tal vez sea ésta una de las causas de su desconocimiento fuera de nuestra comunidad. Saputo es natural de Almudévar y, aunque viaja más allá de las fronteras de Aragón, es en su interior donde transcurre la mayor parte de sus aventuras, en una geografía situada principalmente en los somontanos de Barbastro y Huesca. Braulio Foz conocía bien esos lugares, porque había estudiado en la capital altoaragonesa y recorrido parte de la provincia oscense con los ejércitos que lucharon contra los franceses en la Guerra de la Independencia.
Es casi al final de su largo viaje, en el capítulo 8 del Libro IV, cuando Saputo visita la feria de San Miguel de Graus. En la jornada anterior, procedente de Barbastro, el de Almudévar había llegado a La Puebla de Castro, donde se detiene en el mesón de la localidad. El mesonero, hablador y franco, explica a Saputo en presencia de su cuñado cómo había llegado a ejercer su actual oficio tras dedicarse antes a la agricultura. De las palabras del mesonero se extraen interesantes informaciones sobre algunos aspectos de la sociedad ribagorzana y aragonesa de aquel tiempo. El profesor Ynduráin, en su introducción crítica a la novela, hizo un certero análisis de este jugoso episodio en un breve apartado que títuló "Unas notas de sociología".
El mesonero, llamado Juan Simón, era un agricultor pobre que había recibido al casarse un campo de su familia y otro de la de su mujer. Enseguida se da cuenta de los apuros que le esperan con ese escaso patrimonio y con los más que probables partos sucesivos de su mujer Felipa. Decide, contra el consejo de todos, vender sus pocas tierras y poner comercio y mesón en La Puebla. Felipa y su familia ponen el grito en el cielo: "Ellos vienen de buenos" y está mal visto dedicarse a otro oficio que no sea la agricultura. Es interesante observar la pervivencia en la sociedad ribagorzana del asunto de la honra y la reputación, ligadas a la supuesta hidalguía de las "buenas" familias y a su rechazo a los oficios de comercio. A las recriminaciones de su mujer responde así Juan Simón: "Mira, Felipa, en esta vida sólo es deshonra tres cosas: ser pobre, no tener dinero y llevalos". Y razona su decisión de hacerse mesonero: "Ya ves que en este lugar nadie quiere ser tendero ni mesonero, porque lo tienen por afrenta, y los arrieros y viajeros no saben a do parar, y andan pidiendo favor y lo pagan más caro y están mal servidos. El comprar y vender, ¿puede ser afrenta?; el dar posada al que no tiene do meterse, ¿puede ser afrenta? Cornudo sea si eso no es mentira. Yo he pensado, pues, comprar aceite, vino, pan, arroz, abadejo, sardinas, tocino salado, especias y otras cosas, y tener abacería de tienda y hacerme mesonero". Juan Simón prosigue su relato: "Y aquel mismo día, cojo y vendo los dos campos, el mío y el de mi mujer. Aquí está mi cuñado que no me dejará mentir. ¡Qué loco, decían las gentes, qué perdido! Y tú también, Silvestre, lo decías, y tu padre más, que vino y se me quiso comer, e hizo llorar a Felipa. Mas yo callar y a la mía. Conque voy y me compro un burro y bajo a Barbastro y me lo traigo cargado de la tienda. Y a la hora que suelen venir los arrieros salí a la plaza y les dije: a mi casa, que soy mesonero. Ya hace de esto catorce años, cerca de quince, y cuatro que se me murió mi mujer, bien rica, y con otras carnes que vosotros me la disteis, cuñado, que al fin, con que venís de buenos, tienes una burra, y mala, que si se te muere te quedas tan de a pie, que no has de montar ya más cabalgadura que la azada, si yo no te la presto. Y yo tengo par de mulas, y campos y olivares, y un jaco que se bebe el viento, y gracia de Dios que no sé dónde metella; y por eso tan de buenos vengo ahora como cuando me casé y era pobre. Mis hijos van a la labranza, y no los hay más garridos y envidiados en el lugar".
Quedó el mesonero viudo, como se ha dicho. Tiene ahora dos criadas que le quieren y a las que trata bien. Demasiado bien, en opinión de su cuñado, aunque, para Juan Simón, todo es envidia. Y no quiere volver a casarse porque "si me casase, después no me servirían tan bien las muchachas, porque todas en oyendo que oyen que es un hombre casado, al instante le ponen cara anublada". Todas las criadas, las de ahora y las de antes, las ha encontrado Simón en la feria de San Miguel de Graus. Como ésta se celebra al siguiente día, el mesonero irá a la capital ribagorzana en busca de una sirvienta que sustituya a otra que se le casa. Y Pedro Saputo, que desea conocer tan célebre mercado, será su acompañante. Antes, Juan Simón informa al de Almudévar de la principal característica de la feria grausina: "En esta feria, señor caballero, no se vende lo que de ordinario se vende en todas, aunque no falta, sino que es feria de criados y criadas. Allí acuden de toda la Ribagorza los mozos y las mozas que quieren afirmarse, ellos para mozos de labor o de mulas, y también para pastores u otra cosa, y ellas para criadas, niñeras, caseras de curas, lo que les sale y según la persona. Y ¡qué guapas algunas! ¡Qué frescas y lucidas!".
Al día siguiente, de madrugada, salen ambos hacia Graus en el jaco del mesonero, quien sigue informando a Saputo de lo que va a encontrar en la feria: "Ya verá su merced, cuántas y qué guapas. Todas se ponen en su sitio, que es la Cruz y cuando se acercan a mirallas hacen unos ojos...Yo por la mirada las calo, y la que es aguda también me cala a mí, y sin hablar nos entendemos. Llevan cosida por dentro en el jubón o ropilla debajo del brazo una estampa de Santa Romera, abogada de los resbalones; que regularmente se las cosen las abuelas, encargándoles mucho que se encomienden a la santa. Y si les vais a hacer cosquillas, fuyen y dicen que les ajáis la estampa; pero eso es en la plaza y en los principios".
Ya en Graus, tras ir a misa y tomar un ligero desayuno, van ambos a la Cruz en busca de la criada. Deciden ver a todas por separado, elegir cada uno a la que crea la adecuada y comprobar después si su elección ha coincidido. Saputo encuentra enseguida a la suya, pero quiere probar al mesonero y le dice que ha escogido a otra "de buen talle y linda presencia". Juan Simón la descarta de inmediato y da a Saputo sus razones: "Sí que me gusta, pero será muy retrechera y engañará a su sombra, ¿no veis que sabe mucho? Mejor es la del lazo verde, aquella que nos mira, y que aunque vergonzosilla ya me ha dicho con los ojos todo lo que yo quería saber. Y veis, ya me la está acechando aquel cura, que es el de Salas Altas, y me la va a soplar y dejarme a la luna de Valencia. Pues no ha de ser para él, voto a bríos que voy allá y la firmo de un brinco". Y así lo hizo sin dilación ni espera.
Era esta criada la misma que Saputo había elegido de primeras, por lo que quedó el de Almudévar admirado del buen juicio que mostraba Juan Simón. El cura de Salas -–no podía faltar en el episodio la sátira anticlerical– hubo de conformarse con la criada de buen talle y linda presencia. Sólo quince de las más de setenta muchachas que estuvieron en la feria quedaron aquel día sin afirmar. También Saputo afirmó una para sus padres y, hasta que alguien por su encargo fuera a buscarla a La Puebla, se la confió al mesonero. Éste, tras alabar su buen ojo y creyendo adivinar el pensamiento del de Almudévar, le espetó con ironía: "Se la mandaré a vuesa merced lo mismo que la parió su madre, salvo error de cuentas pasadas".
Hemos visto el tono pícaro y el ambiente costumbrista del episodio de la feria grausina, vivido por Saputo al final de su largo viaje por tierras de Aragón. Desde Graus marchó el juicioso almudevarense a Benabarre, Tamarite, Monzón, Fonz y Estadilla. En Benabarre fue "donde vio más lindas caras y pechos más abiertos" y se lamenta de haber tenido que dejar allí algunos amores que tuvo. En el capítulo 11 del libro IV, Saputo hace repaso de lo mejor de los lugares visitados: "Del Somontano, el epicureísmo; de Graus, la formalidad; de Benabarre, la sencillez; de Tamarite, la ligereza; de Monzón, la cortesanía; y de Fonz y Estadilla, la amenidad". Cuando le advierten que se olvida de Barbastro, contesta que "de Barbastro le gustaba mucho la ausencia". Es curiosa la antipatía que muestra Saputo hacia esta ciudad a lo largo de la novela, el motivo de la cual nunca se expresa con claridad. Tal vez fuera su rivalidad con Huesca, ciudad en la que Foz estudió y vivió largo tiempo y por la que siempre muestra preferencia.
El libro termina con la misteriosa desaparición del sabio de Almudévar. Saputo entra así en el campo de la leyenda: un modelo de sensatez y buen juicio, cuyo paso en un impreciso tiempo pretérito por la tierra aragonesa dejó una huella imborrable y lo convirtió en un mito. Braulio Foz recrea en su novela a un personaje que hunde sus raíces en la tradición y el folklore y le hace vivir un buen número de episodios hasta hacerle desaparece sin dejar rastro. En uno de esos episodios hemos conocido, en una estupenda estampa costumbrista, algunos aspectos de la feria de San Miguel de Graus de mediados del siglo XIX, cuando se escribió el libro. Así siguió siendo durante muchos años, hasta que apenas hace unas décadas los tiempos cambiaron definitivamente y desaparecieron del mercado grausino algunos elementos que Braulio Foz dejó reflejados para siempre en las páginas de su magnífica novela.
NOTAS:
(1) - Las cuatro primeras ediciones de la novela se realizaron en Zaragoza en 1844, 1895, 1927 y 1959, esta última dentro de las Publicaciones de la Universidad de Zaragoza. Posteriormente hay una edición de 1973 en la editorial barcelonesa Laia, otra de 1980 publicada en Zaragoza por Guara Editorial y otra, para mí la más recomendable, editada en 1986 en Madrid por Cátedra en su colección Letras Hispanas. En el año 2005 apareció la que hasta hoy es la última edición de la novela, publicada en Zaragoza por Delsan . Existe también una edición digital en Internet dentro de la biblioteca virtual del Instituto Cervantes.
(2) - Sobre el pensamiento político del escritor turolense trata el libro "Historia y política: escritos de Braulio Foz". Edición de Carlos Forcadell y Virginia Maza. Institución Fernando El Católico. Zaragoza. 2005.
Artículo publicado en el número especial de San Lorenzo del Diario del Alto Aragón y en El Llibré de las Fiestas de Graus.
Imágenes: Fotos de época de la Feria de San Miguel en Graus.
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