En 1944, contra todo pronóstico y en un rasgo de valentía por parte del jurado, una joven de 23 años, llamada Carmen Laforet, ganó el premio Nadal con su primera novela titulada "Nada", que significaba una apuesta innovadora en la insulsa narrativa española de la posguerra. Ramón J. Sender, exiliado en Estados Unidos pero siempre atento a lo que ocurría en España, leyó la novela tres años más tarde y se percató de inmediato de que se trataba de una obra excepcional. Consiguió la dirección de Laforet a través de la editorial Destino, que patrocinaba el premio y también editaba su obra, y envió una carta a la joven novelista en la que, además de mostrar su admiración por el talento de la escritora, se ofrecía para facilitar su traducción al inglés y dar a conocer el libro en Estados Unidos. Carmen Laforet, que no conocía entonces la obra de Sender, impublicable en la España de aquel tiempo, dejó la carta sin respuesta, pero, cuando en 1965 fue invitada a una gira por varias universidades americanas, recordó su existencia y escribió al autor altoaragonés para agradecerle aquella misiva de veinte años atrás y solicitar una entrevista con él en su visita a Los Ángeles. Laforet ya había podido leer algunas novelas de Sender -sentía devoción por "Crónica del alba"- y admiraba su escritura y su dedicación literaria. Tras su breve encuentro al otro lado del Atlántico y el regreso a España de la novelista, se inicia entre ambos una larga relación epistolar que alcanza hasta 1975. La correspondencia de esa década entre dos de los mejores narradores de nuestra reciente literatura ha sido publicada hace algunas fechas por la editorial Destino con el título de "Puedo contar contigo", en edición a cargo de Israel Rolón Barada.(1)
Aunque la lectura privada de la correspondencia entre dos personas siempre puede parecer una cierta violación de intimidad, en este caso, y con el consentimiento de la familia Laforet -admirable ejercicio de síntesis es el prólogo de Cristina Cerezales, hija de Carmen-, nos permite conocer aspectos importantes de las biografías y los procesos de creación de dos escritores extraordinarios y en muchos aspectos antagónicos. Carmen Laforet, que cumplió 82 años el pasado septiembre, es uno de los casos más sorprendentes de la literatura española. Tras deslumbrar con su primera y premiada novela "Nada", sin duda una de las mejores obras de la narrativa española del pasado siglo, entró en una crisis de creación -algunas de cuyas causas este epistolario nos ayuda a conocer-, y escribió nuevas obras con cuentagotas, sin que ninguna de ellas se acercara a la cima creativa alcanzada con su novela de debut. Ramón J. Sender, veinte años mayor que Carmen, murió en San Diego (California) a punto de cumplir los 81 años y tras una intensísima actividad literaria que le llevó a escribir decenas de novelas y centenares de artículos, amén de alguna pequeña incursión en otros géneros. Destacó sobre todo como novelista y algunas de sus narraciones, como "Crónica del alba", "Réquiem por un campesino español" o "Imán", pueden figurar también entre las mejores novelas españolas de la pasada centuria.
Como decimos, la correspondencia entre los dos escritores nos permite conocer algunas facetas de su personalidad y la disparidad de sus situaciones vitales. Sender está solo y en el exilio, añora -y en cierto modo idealiza- tanto a España como a su Alto Aragón y anhela volver a ellos, aunque la permanencia en el poder del "César pequeñito", como llama en sus cartas a Franco, se lo impida. Carmen Laforet vive en esa España gris de la dictadura y desea -como hará en algún momento marchándose a vivir a Italia- alejarse de ella. Es muy ilustrador el pasaje de una de sus primeras cartas, cuando al regresar de Estados Unidos escribe: "¡Qué sensación más horrible volver! (...) Yo le cuento todo esto para que no se haga ilusiones cuando venga a recorrer Madrid y el Alto Aragón con nosotros. Solamente estando tres meses fuera, ya se nota que esto no es lo que nosotros creíamos que era". Sender responde: "Sí, aquí todo está mejor que en España a primera vista. (...) ¡Todo tan limpio y bien organizado! Pero ¡qué vamos a hacerle! ¡A mí me encanta la mugre española! (...) Yo quiero ir a España -a una aldea de Aragón- y dormir tres semanas, día y noche, hasta hartarme. Desde que salí de España, no he dormido bien una sola noche". Sin embargo, Laforet insiste en recordarle al nostálgico Sender cómo es el país real: "Usted se ha olvidado que vivimos siempre en los pequeños reinos de Taifas, y que una persona que no está declaradamente en ninguno de esos reinos belicosos, a la fuerza se la considera como enemiga de todos. O tonta, o malvada, o lo que sea".
Las situaciones familiares de ambos son también antagónicas. Sender vive -y se siente- solo, trabaja como profesor en la universidad, a veces ve a su última esposa, mantiene algunas relaciones esporádicas y sus hijos se han independizado por completo; combate la soledad escribiendo sin tregua. No asimila muy bien hacerse viejo y sus achaques de salud, se vuelve raro. Laforet está casada -su marido trabaja en una editorial- y tiene cinco hijos; la vida familiar le absorbe y le impide dedicarse a fondo a la escritura. También aquí sus anhelos son opuestos: él parece añorar una estabilidad familiar acorde con su monotonía cotidiana; ella pretende volar sola y vivir nuevas experiencias. Hay un momento, cuando Carmen le informa de su separación matrimonial, en que parece que él desea con fuerza que ella vaya a Estados Unidos, pero ella se va a Italia, donde vive una cierta bohemia en la Roma de Paco Rabal -una de sus hijas se casa con el hijo del actor- y de Rafael Alberti y María Teresa León. Sender tiene seguridad y oficio como escritor, su obra es sólida y conocida y su prolijidad y dedicación a la escritura son sorprendentes. Laforet duda de su capacidad para escribir, necesita tiempo y concentración, atraviesa crisis -espirituales, familiares, de confianza en sí misma-, por una constante y agotadora búsqueda que paraliza su creación literaria. Sender, continuamente y desde el primer momento, la anima y le reconoce una gran valía y un talento literario que no debe desperdiciar porque "nos pertenece a todos".
Aunque pudieran ser fuente de discrepancia, ni la religión ni la política son temas que aparezcan demasiado en sus cartas. La escritora desde el principio declara no saber de política ni sentir interés por ella; él, salvo sus referencias a Franco como obstáculo para su regreso, apenas toca el tema y cuando lo hace, olvidada ya su fogosa juventud, se aparta de cualquier toma de partido: "Yo no hago política de ninguna clase. No pienso hacerla ni en realidad la he hecho nunca (digo de partidos). Pero, claro, el nombre de cada escritor va unido a alguna clase de tendencia. La mía es sólo un deseo de libertad como la que tenemos aquí. Es decir, la posibilidad de leer, escribir y publicar lo que uno cree que está bien. Así puede un país conocerse a sí mismo, y poner en orden y en acción todos los recursos de su pueblo. Pero política, no. Ni ahora ni -creo- nunca. Uno va siendo viejo además para esos trotes." En lo espiritual, Laforet deja traslucir en sus primeras cartas un fuerte sentimiento religioso -producto de una intensa crisis religiosa es su novela "La mujer nueva", de 1955, y que acaba de ser reeditada- y se observa, en la década en la que dura su correspondencia con Sender, un difícil proceso de búsqueda de una liberación personal en conflicto con algunas de sus creencias anteriores. Se intuyen, más que se explicitan, en las cartas que comentamos, unos momentos de fuertes tensiones internas -el camino elegido no era fácil para una mujer en aquel tiempo- en una escritora de intensa vida interior y gran sensibilidad y, a la vez, abierta a explorar nuevos territorios personales. Sender aborda poco el tema; lo hace en una de las primeras cartas en la que escribe: "No sé si debo decirle que soy muy religioso a mi manera. Poco asiduo al ritual, claro. Los españoles que nos consideramos un poco leídos tenemos que ser discrepantes por algún lado. Un sacerdote me decía: eso es orgullo. Yo le dije: 'mayor orgullo es hablar en nombre de Dios. Yo no me atrevería a tanto' ".
La confianza entre ambos crece carta a carta y, tras dos años de tratarse de "usted", pasan a utilizar el "tú" que abre el camino a una mayor intimidad. Vemos crecer su amistad, sus confidencias familiares, las referencias a los hijos respectivos, las alusiones a sus situaciones económicas, las opiniones sinceras sobre diversos asuntos y también la admiración mutua, por la personalidad y la obra literaria del otro. En realidad sólo se vieron dos veces: en 1965, cuando Carmen Laforet visita Estados Unidos, y en 1974, cuando Sender regresa a España en un primer y breve viaje. Pero ello no es óbice, más bien al contrario, para que ambos sepan que el otro está ahí para ayudar en lo que sea y que los dos pueden decir con total seguridad uno del otro, como subraya la propia Laforet en una de sus cartas, "puedo contar contigo". En resumen, el libro es un hermoso documento epistolar que nos permite conocer mejor a dos de nuestros mejores escritores en dos momentos cruciales de sus vidas.
NOTAS: (1) "Carmen Laforet/Ramón J. Sender. Puedo contar contigo. Correspondencia". Edición a cargo de Israel Rolón Barada. Ediciones Destino, Colección imago mundi, Volumen 32, Barcelona, 2003.
Carlos Bravo Suárez
Artículo publicado en Diario del Alto Aragón (15-2-2004)
Aunque la lectura privada de la correspondencia entre dos personas siempre puede parecer una cierta violación de intimidad, en este caso, y con el consentimiento de la familia Laforet -admirable ejercicio de síntesis es el prólogo de Cristina Cerezales, hija de Carmen-, nos permite conocer aspectos importantes de las biografías y los procesos de creación de dos escritores extraordinarios y en muchos aspectos antagónicos. Carmen Laforet, que cumplió 82 años el pasado septiembre, es uno de los casos más sorprendentes de la literatura española. Tras deslumbrar con su primera y premiada novela "Nada", sin duda una de las mejores obras de la narrativa española del pasado siglo, entró en una crisis de creación -algunas de cuyas causas este epistolario nos ayuda a conocer-, y escribió nuevas obras con cuentagotas, sin que ninguna de ellas se acercara a la cima creativa alcanzada con su novela de debut. Ramón J. Sender, veinte años mayor que Carmen, murió en San Diego (California) a punto de cumplir los 81 años y tras una intensísima actividad literaria que le llevó a escribir decenas de novelas y centenares de artículos, amén de alguna pequeña incursión en otros géneros. Destacó sobre todo como novelista y algunas de sus narraciones, como "Crónica del alba", "Réquiem por un campesino español" o "Imán", pueden figurar también entre las mejores novelas españolas de la pasada centuria.
Como decimos, la correspondencia entre los dos escritores nos permite conocer algunas facetas de su personalidad y la disparidad de sus situaciones vitales. Sender está solo y en el exilio, añora -y en cierto modo idealiza- tanto a España como a su Alto Aragón y anhela volver a ellos, aunque la permanencia en el poder del "César pequeñito", como llama en sus cartas a Franco, se lo impida. Carmen Laforet vive en esa España gris de la dictadura y desea -como hará en algún momento marchándose a vivir a Italia- alejarse de ella. Es muy ilustrador el pasaje de una de sus primeras cartas, cuando al regresar de Estados Unidos escribe: "¡Qué sensación más horrible volver! (...) Yo le cuento todo esto para que no se haga ilusiones cuando venga a recorrer Madrid y el Alto Aragón con nosotros. Solamente estando tres meses fuera, ya se nota que esto no es lo que nosotros creíamos que era". Sender responde: "Sí, aquí todo está mejor que en España a primera vista. (...) ¡Todo tan limpio y bien organizado! Pero ¡qué vamos a hacerle! ¡A mí me encanta la mugre española! (...) Yo quiero ir a España -a una aldea de Aragón- y dormir tres semanas, día y noche, hasta hartarme. Desde que salí de España, no he dormido bien una sola noche". Sin embargo, Laforet insiste en recordarle al nostálgico Sender cómo es el país real: "Usted se ha olvidado que vivimos siempre en los pequeños reinos de Taifas, y que una persona que no está declaradamente en ninguno de esos reinos belicosos, a la fuerza se la considera como enemiga de todos. O tonta, o malvada, o lo que sea".
Las situaciones familiares de ambos son también antagónicas. Sender vive -y se siente- solo, trabaja como profesor en la universidad, a veces ve a su última esposa, mantiene algunas relaciones esporádicas y sus hijos se han independizado por completo; combate la soledad escribiendo sin tregua. No asimila muy bien hacerse viejo y sus achaques de salud, se vuelve raro. Laforet está casada -su marido trabaja en una editorial- y tiene cinco hijos; la vida familiar le absorbe y le impide dedicarse a fondo a la escritura. También aquí sus anhelos son opuestos: él parece añorar una estabilidad familiar acorde con su monotonía cotidiana; ella pretende volar sola y vivir nuevas experiencias. Hay un momento, cuando Carmen le informa de su separación matrimonial, en que parece que él desea con fuerza que ella vaya a Estados Unidos, pero ella se va a Italia, donde vive una cierta bohemia en la Roma de Paco Rabal -una de sus hijas se casa con el hijo del actor- y de Rafael Alberti y María Teresa León. Sender tiene seguridad y oficio como escritor, su obra es sólida y conocida y su prolijidad y dedicación a la escritura son sorprendentes. Laforet duda de su capacidad para escribir, necesita tiempo y concentración, atraviesa crisis -espirituales, familiares, de confianza en sí misma-, por una constante y agotadora búsqueda que paraliza su creación literaria. Sender, continuamente y desde el primer momento, la anima y le reconoce una gran valía y un talento literario que no debe desperdiciar porque "nos pertenece a todos".
Aunque pudieran ser fuente de discrepancia, ni la religión ni la política son temas que aparezcan demasiado en sus cartas. La escritora desde el principio declara no saber de política ni sentir interés por ella; él, salvo sus referencias a Franco como obstáculo para su regreso, apenas toca el tema y cuando lo hace, olvidada ya su fogosa juventud, se aparta de cualquier toma de partido: "Yo no hago política de ninguna clase. No pienso hacerla ni en realidad la he hecho nunca (digo de partidos). Pero, claro, el nombre de cada escritor va unido a alguna clase de tendencia. La mía es sólo un deseo de libertad como la que tenemos aquí. Es decir, la posibilidad de leer, escribir y publicar lo que uno cree que está bien. Así puede un país conocerse a sí mismo, y poner en orden y en acción todos los recursos de su pueblo. Pero política, no. Ni ahora ni -creo- nunca. Uno va siendo viejo además para esos trotes." En lo espiritual, Laforet deja traslucir en sus primeras cartas un fuerte sentimiento religioso -producto de una intensa crisis religiosa es su novela "La mujer nueva", de 1955, y que acaba de ser reeditada- y se observa, en la década en la que dura su correspondencia con Sender, un difícil proceso de búsqueda de una liberación personal en conflicto con algunas de sus creencias anteriores. Se intuyen, más que se explicitan, en las cartas que comentamos, unos momentos de fuertes tensiones internas -el camino elegido no era fácil para una mujer en aquel tiempo- en una escritora de intensa vida interior y gran sensibilidad y, a la vez, abierta a explorar nuevos territorios personales. Sender aborda poco el tema; lo hace en una de las primeras cartas en la que escribe: "No sé si debo decirle que soy muy religioso a mi manera. Poco asiduo al ritual, claro. Los españoles que nos consideramos un poco leídos tenemos que ser discrepantes por algún lado. Un sacerdote me decía: eso es orgullo. Yo le dije: 'mayor orgullo es hablar en nombre de Dios. Yo no me atrevería a tanto' ".
La confianza entre ambos crece carta a carta y, tras dos años de tratarse de "usted", pasan a utilizar el "tú" que abre el camino a una mayor intimidad. Vemos crecer su amistad, sus confidencias familiares, las referencias a los hijos respectivos, las alusiones a sus situaciones económicas, las opiniones sinceras sobre diversos asuntos y también la admiración mutua, por la personalidad y la obra literaria del otro. En realidad sólo se vieron dos veces: en 1965, cuando Carmen Laforet visita Estados Unidos, y en 1974, cuando Sender regresa a España en un primer y breve viaje. Pero ello no es óbice, más bien al contrario, para que ambos sepan que el otro está ahí para ayudar en lo que sea y que los dos pueden decir con total seguridad uno del otro, como subraya la propia Laforet en una de sus cartas, "puedo contar contigo". En resumen, el libro es un hermoso documento epistolar que nos permite conocer mejor a dos de nuestros mejores escritores en dos momentos cruciales de sus vidas.
NOTAS: (1) "Carmen Laforet/Ramón J. Sender. Puedo contar contigo. Correspondencia". Edición a cargo de Israel Rolón Barada. Ediciones Destino, Colección imago mundi, Volumen 32, Barcelona, 2003.
Carlos Bravo Suárez
Artículo publicado en Diario del Alto Aragón (15-2-2004)
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