domingo, 30 de septiembre de 2012

LA HIJA DEL GENERAL



La hija del Este. Clara Usón. Seix Barral. 2012. 448 páginas.

Cuando en 2009 Clara Usón ganó el premio Biblioteca Breve con su quinta novela Corazón de napalm, ya escribimos en estas mismas páginas que la escritora barcelonesa se confirmaba como una de las voces más destacadas y originales de la narrativa española actual. Su último libro, La hija del Este, corrobora de manera absoluta esa afirmación y se convierte en mi opinión en una de las mejores novelas publicadas en nuestro país en los últimos años.

La hija del Este es una narración ambientada en la reciente guerra de los Balcanes, que culminó con la disgregación de la antigua Yugoslavia en la última década del pasado siglo XX. Clara Usón construye un espléndido relato en el que, de manera muy hábil y bien estructurada, mezcla datos históricos con conjeturas, hipótesis e incluso viejas leyendas medievales que ayudan a entender las causas del último gran conflicto bélico ocurrido en tierras europeas. Contada a través de diversas voces narrativas  -entre las que se intercalan varias galerías de algunos “héroes” serbios como Milosevic, Karadzic o Mladic-, podría decirse que se trata de una novela histórica en la que se completan con una ficción verosímil y bien hilvanada los vacíos que la realidad no puede rellenar del todo.

La hija del Este que da título al libro es la hija del general serbio Ratko Mladic, detenido el pasado año y extraditado a La Haya donde, acusado de crímenes de guerra, se halla todavía pendiente de juicio. Su hija Ana se suicidó con 23 años en 1994 tras regresar de un viaje a Moscú en compañía de otros estudiantes. Adoctrinada primero en el comunismo y después en el nuevo fervor nacionalista, la joven mantenía una estrecha relación con su padre, al que adoraba y cuyas acciones de guerra creía una  respuesta necesaria de los serbios ante la persecución e injusticias a las que estaban siendo sometidos. Sin embargo, nunca se conoce del todo a los demás y con frecuencia una misma persona ofrece diferentes caras según la circunstancia en que se halle. Por otra parte, hasta los individuos más despiadados en determinadas circunstancias son frecuentemente tiernos y cariñosos con sus seres más queridos.

En la novela, además de una gran información sobre el conflicto bélico yugoslavo y sus causas, hay una crítica directa a las doctrinas nacionalistas que se extendieron por aquel país tras la muerte del mariscal Tito, “un torbellino épico, un ciclón enloquecido que nos había devuelto a la más atroz y salvaje Edad Media”. Como dice uno de los personajes, “el nacionalismo es un invento burgués del siglo XIX que reivindica un falso pasado histórico de plenitud y promete un futuro próspero y espléndido: ¡Qué felices seremos cuando por fin volvamos a estar solos, bailando nuestros bailes y cantando nuestras canciones, sin la compañía contaminante de los otros”. Porque “el amor a la patria no se razona, es un sentimiento que está por encima de argumentos, es intemporal y sagrado”. En La hija del Este se puede observar, entre otras cosas, a qué trágicas consecuencias llevaron esas sacralizadas creencias a los habitantes de la antigua Yugoslavia.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 23 de septiembre de 2012

CUANDO EL AMOR SE ACABA



Nadie se salva solo. Margaret Mazzantini. Alfaguara. 2012. 220 páginas.

Aunque nacida en Dublín en 1961, Margaret Mazzantini es otro de los nombres importantes de la exitosa narrativa italiana actual. Actriz de cine y de teatro además de escritora, Mazzantini ha publicado seis novelas en su país, dos de las cuales  -No te muevas y La palabra más hermosa-,  han sido llevadas al cine por su marido Sergio Castellitto y protagonizadas por la actriz española Penélope Cruz. Nadie se salva solo ha tenido un gran éxito de ventas en Italia y en muchos países europeos. Su última novela, Mare al mattino, ha sido ya publicada en italiano y Alfaguara anuncia su próxima aparición en España.

Hay que empezar diciendo que Nadie se salva solo es una novela intimista que cuenta, con crudo realismo y gran verosimilitud, el proceso de separación de una pareja, el derrumbe sentimental de una relación que en unos años ha pasado del amor al odio, del pasional enamoramiento juvenil a la ruptura sin posible retorno. Delia y Gaetano son una pareja de treintañeros que lleva un tiempo separada y se junta ocasionalmente una noche para cenar en un restaurante y hablar del reparto de sus dos hijos en las próximas vacaciones veraniegas

En realidad la novela transcurre solamente en esa noche, durante la tensa cena de los dos protagonistas del relato. Todo lo demás constituye una sucesión de flashbacks, con continuas vueltas al pasado que permiten conocer el proceso completo de la relación hasta su traumático final. Uno de los mayores logros de la novela es la manera narrativa de activar en los personajes esas transiciones temporales del presente al pasado; cualquier detalle mínimo de uno de ellos lleva al otro al recuerdo de algún momento, amargo o dulce, vivido antes conjuntamente o por separado.

Margaret Mazzantini construye una crónica muy creíble del fracaso de una relación con un estilo literario sobrio y conciso, que sin embargo permite ahondar en los matices y detalles del proceso que conduce al desamor y en la compleja personalidad de los dos personajes con sus respectivos pasados y presentes a cuestas. La novela intenta aprehender, y en buena medida lo consigue, toda la dificultad que entrañan las relaciones de pareja en el mundo contemporáneo. Y eso, sobre todo, dejando hablar y recordar a los personajes por sí mismos, con una presencia secundaria y casi mínima  del narrador externo. Su atinada voz, sin embargo, deja frases como esta que resumen la propia perplejidad y confusión de la pareja: “Ahora son como dos boxeadores asombrados por ese odio -¿o acaso es amor?- que sienten y no comprenden”. Lo dicho: a veces del amor al odio solo hay un pequeño paso.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 16 de septiembre de 2012

JOAQUÍN COSTA, BREVE BIOGRAFÍA DE JUVENTUD (2)




La familia Costa tenía pocas tierras, con pequeñas fincas bastante alejadas entre sí. Eran pobres y vivían con lo justo. Al ser el mayor de los hermanos varones, Joaquín parecía destinado a ayudar a su padre en las faenas del campo. Fue a la escuela con el maestro Julián Díaz, que se percató de las grandes cualidades intelectuales del muchacho. Se cuenta una anécdota que quizá no fuera cierta, pero que según algunos biógrafos pudo tener su posterior importancia en el sentido muchacho. Una tarde en que don Julián iba de paseo, se encontró con su discípulo que volvía con un asno de ayudar a su padre en las tareas agrícolas y le preguntó:

- ¿Qué haces Joaquinón?
- He ido al campo con una carga de estiércol en el burro y ya estoy de vuelta  -respondió el chico.
Al parecer el maestro, algo socarrón, dijo entonces al muchacho:
- Si con burros vas, burro serás.

Tal vez el pequeño Costa decidiera desde ese momento que de ninguna manera quería ser un burro en el futuro. Se aplicó con interés y ganas al estudio y la lectura, aunque el ambiente rural de Graus y la situación de su familia no eran los más propicios para tan digno empeño. Así lo cuenta el propio Joaquín en algunas notas autobiográficas en que recuerda aquellos años:

“Lee, lee libros como quiera que sean, de cualquier cosa que traten, lee; lee, no repares en nada. ¡Ay! ¡Qué lastima que este instinto no haya sido observado y tomado en consideración! Qué lástima que mi inteligencia no haya sido dirigida convenientemente de principio en principio… ¿De qué me servían las humildes lecciones de la escuela primaria regida por la palmeta, concurrida hasta los 15 o 16 años? Me asombro al considerar lo que hubiera yo podido aprender desde los 10 a los 22 años si me hubieran dirigido…
Mi afición a los libros era desmesurada. Los que podía encontrar en Graus no servían ni bastaban a llenar ese deseo infinito de saber que bullía en mi alma… Es para mí un espectáculo la humanidad mía en su infancia recostada con mi libro bajo la cepa de una viña, a la sombra del nogal del campo, sobre la yerba de los ribazos, al sol de la colina o encima de la cama. Unas veces apacentando mi asno, otras tomando el sol. Ora en la siega, mientras los otros echan un trago me veo registrando las hojas de la Física de Rodríguez, ora en el hogar de la cocina, mientras mi madre preparaba la cena, me percibo colgado del candil gruñendo si se lo llevan porque leo “Los secretos de la Naturaleza” o algún tomo suelto de “Los Girondinos”. Aún me parece verme marchar con mi libro debajo de la chaqueta a un punto desconocido donde nadie me encuentre para que mejor pueda saborear mi lectura. Aún me parece ver mi mal genio y mi mal humor cuando tenía que dejar el libro para tomar alguna faena. Leía, leía yo libros o mejor dicho librachos o librotes, eso cuando tenía la dicha de hallarlos, que no siempre la tenía, y buscaba, buscaba, buscaba en su fondo alguna cosa que satisficiera el instinto de mi deseo, las necesidades de mi espíritu…Este cuadro triste viene a completarse cuando añadimos el maligno rasgo de que a nadie ha llamado seriamente la atención esa afición, y esa facilidad si se quiere. Yo era el primero y el más aplicado de la escuela: los maestros lo proclamaban, desde el de los párvulos en Monzón (¡pobre don Florentín!) hasta el de latinidad en Zaragoza: los condiscípulos lo proclamaban igualmente: también la voz pública. Éste me decía fraile porque siempre estaba en casa con mis libros; el otro me decía afanoso porque me dolía el tiempo de comer: ¡Afanoso era en verdad, afanoso de saber, pero cuán poco me ha valido! Y este afán era natural, innato en mí. Nadie me lo había comunicado ni estimulado; él formaba mis delicias…”

El maestro aconsejaría al padre de Joaquín que hiciera todo lo posible para que el chico pudiera estudiar porque tenía aptitud para ello. Su progenitor, sin embargo, estimaba que lo adecuado era que le ayudara en los trabajos del campo. El joven, por su lado, manifestaba al parecer su deseo de hacerse militar para escapar del limitado mundo grausino. Hay un factor que probablemente fue determinante para que Costa ni se dedicara a los trabajos agrícolas ni pudiera entrar en el ejército: su enfermedad, que ya por esos años empieza a manifestarse en toda su magnitud, y que poco después le libraría de hacer el servicio militar obligatorio y le condicionaría negativamente durante todo el resto de su vida.

Su dolencia era una distrofia muscular progresiva, enfermedad sobre la que no se sabía mucho en aquel tiempo. Su principal efecto era una disminución gradual y progresiva de la fuerza muscular, ya que el músculo adelgaza y degenera. Tiene una lenta pero imparable evolución, aunque afortunadamente no afecta ni a los centros nerviosos ni a la mente.

En el joven Joaquín empezó a manifestarse al parecer en los hombros  y los brazos, sobre todo el derecho, que en algunos momentos apenas podía levantar. Luego le atacó a la cintura y los muslos, haciendo que el simple hecho de andar se convirtiera con frecuencia en un tormento. Más tarde le afectó al cuello y le obligaba a mantener la cabeza muy levantada y a apoyarla, siempre que le era posible, en el respaldo de la silla o en la pared  –en la de su despacho de Graus aún queda una pequeña mancha debido a ese frecuente contacto-. La dolencia obligaba a Costa a mantener la cabeza muy erguida, cosa que algunos entendían erróneamente como un signo de altivez y orgullo.

Pero volvamos a Graus, de donde Costa deseaba irse aunque su padre se resistía a permitirlo. En esto, un pariente lejano de la familia, llamado don Hilarión Rubio, maestro de obras o aparejador acomodado en Huesca, necesitaba un criado que le cuidase el caballo y le ayudara en sus trabajos de construcción. El padre parece resistirse a la petición del lejano pariente oscense, aunque finalmente cede a las presiones del maestro de su hijo y decide enviar a éste a Huesca, donde, además de ayudar a don Hilarión, podrá dedicarse a estudiar y dispondrá de mayores oportunidades de futuro. Al joven Joaquín  –que ya comenzaba por entonces a manifestar mucho amor propio–  no le entusiasma la idea de ir a Huesca a, como él dice, mendigar un apoyo que le parece humillante, pero acaba obedeciendo a su padre y trasladándose a la capital de la provincia en diciembre de 1863, cuando aún no había cumplido los dieciocho años.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón.

Imágenes: Libros en el despacho de Joaquín Costa en Graus, campesinos ribagorzanos en época de Costa y Graus en esa misma época.

EL PODER DEL DINERO



Blues de Trafalgar. José Luis Rodríguez del Corral. Siruela. 2012. 170 páginas.

Blues de Trafalgar ganó el Premio de Novela Café Gijón del pasado año 2011. Su autor es el escritor andaluz José Luis Rodríguez del Corral (Morón de la Frontera, Sevilla, 1959), licenciado en Filología Hispánica, librero durante más de treinta años y dedicado en exclusiva a la escritura desde que en 2003 ganara el premio La Sonrisa Vertical con su novela Llámalo deseo. Posteriormente ha publicado varias obras literarias más entre las que destaca la novela La cólera de Atila (2005), donde recrea la época legendaria en que comenzó a configurarse Europa.

El jurado del Premio Café Gijón definió perfectamente la esencia de la novela al destacar “su sólida estructura y el eficaz desarrollo de una trama absorbente que, partiendo de un suceso trágico del pasado, enfrenta a un grupo de amigos a un dilema moral que se proyectará sobre la vida de todos ellos”. Para añadir finalmente que “en el transcurso de la acción se mezclan temas de candente actualidad como la corrupción, el arribismo político y en general la traición a los ideales de juventud”.

La novela transcurre en la localidad costera de Zahara de los Atunes, en Sevilla y en Londres, en las pasadas décadas de los años 80 y 90, en pleno arranque y consolidación del poder socialista en Andalucía que ininterrumpidamente ha llegado hasta la actualidad. El relato es una brillante fábula moral y una tremenda crítica a la política andaluza de ese periodo en que se fomenta la cultura (o incultura) del pelotazo, el llegar y mantenerse en el poder a cualquier precio y la hipocresía que detrás de manoseados conceptos como la memoria histórica, el ecologismo o el andalucismo televisivo esconde un desmedido afán de poder político (asociado a los beneficios económicos que éste proporciona), traicionando de la manera más cínica los principios y valores que los protagonistas decían poseer en su juventud, en el momento en que se inicia la novela.

Esta comienza cuando cuatro amigos sevillanos que veranean en Zahara de los Atunes encuentran casualmente un importante alijo de droga escondido cerca de la playa y deciden quedárselo. Años después, cuando los otros tres amigos están cómodamente instalados en el poder político y económico, el cuarto componente de aquel grupo de juventud  –el narrador de la novela en primera persona–  decide contar aquel caso que tuvo alguna consecuencia trágica que ellos no quisieron entonces evitar.

A partir de ese inicio, se desencadena una fabula moral que colocará al lector en el continuo dilema de preguntarse qué habría hecho él ante esa situación y en las posteriores que se suceden en el relato. Sin duda la carne es débil y el poder del dinero omnímodo, por eso la corrupción ha podido extender sus enormes tentáculos en una sociedad ávida de enriquecerse y figurar. Una buena novela con una crítica mordaz, y desgraciadamente no muy usual, a un periodo y a un tipo de comportamiento que se apoderó de parte de las sociedades andaluza y española sin demasiada distinción de colores, tendencias y pelajes políticos.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 9 de septiembre de 2012

JOAQUÍN COSTA, BREVE BIOGRAFÍA DE JUVENTUD (1)





Tal vez pueda parecer redundante escribir de nuevo sobre Joaquín Costa tras haberse celebrado el pasado año con tanta profusión el primer centenario de su muerte. Sin embargo, al ser sin duda Costa uno de los más importantes personajes que nuestra provincia altoaragonesa ha dado a la historia de España, merece estar siempre en nuestra memoria y ser objeto de nuestra atención y análisis, independientemente de si este recuerdo coincide o no con alguna efemérides que contribuya a realzar y difundir aún más su ilustre figura.

Por otra parte, algunos aspectos del pensamiento y de los principios que presidieron la vida y el comportamiento de Joaquín Costa siguen estando hoy en mi opinión muy de actualidad. Porque aunque sean afortunadamente muchas las diferencias entre la España que él vivió y la España actual, continúan presentes en nuestra sociedad, y en estos últimos años parecen incluso haberse acentuado, algunos defectos atávicos que han hecho que los principales valores que definen a Costa, como son el esfuerzo, la constancia, el estudio, la honradez, la independencia y el mérito como factores necesarios de promoción personal, sigan siendo hoy relegados con demasiada frecuencia a un segundo plano en favor de otros mucho menos dignos y decentes  -en el sentido primero y más general que esta palabra tiene-,  basados, hoy igual que ayer, en criterios económicos, amiguismos u oportunismos políticos de diversa índole, pelaje y condición.

Joaquín Costa fue un hombre íntegro que escribió sobre temas muy diversos, que amó a su país con sinceridad inusual y luchó por regenerarlo y modernizarlo en una época de atraso y de pobreza, de incultura y escasa educación, de caciquismo y corrupción política generalizada, instalada de manera permanente en el sistema. A lo largo de su vida vio frustradas muchas de sus aspiraciones y proyectos, pero nos dejó su ejemplo, su obra y su rico, variado y a veces contradictorio pensamiento, del que muchos han querido apropiarse sin poder conseguirlo, porque Costa es de todos pero no es en exclusiva de ninguna ideología, de ninguno de los diferentes “ismos”, que suelen contaminar de interés y sectarismo casi todo aquello a lo que se acercan con la intención de hacerlo suyo y usarlo en su provecho.

Tal vez porque soy profesor y enseñante, y porque sé que en cierta manera esos valores a los que acabo de referirme se forjan en la persona desde los primeros años, siempre me ha atraído especialmente el Costa joven y sus denodados esfuerzos por estudiar y aprender, superando los obstáculos casi invencibles que suponían la pobreza de su familia y la enfermedad que le aquejaba desde que era casi un niño. Costa es un ejemplo de tesón y lucha, de esfuerzo titánico para sobresalir intelectualmente en un mundo y una sociedad donde el origen social y la cuna determinaban casi siempre el futuro y la vida entera de las personas. Hoy, que los estudiantes tienen tantos medios a su alcance y disponen de todo el tiempo para dedicarse a su formación, creo que aún destaca más la fuerza de voluntad de un hombre que tuvo que realizar sus estudios con muy escasos medios y con casi todos los elementos en su contra.En este aspecto, Joaquín Costa es un ejemplo a imitar, un modelo imperecedero de pundonor, tesón, esfuerzo y afán de superación en el estudio y la cultura.

Me centraré, por tanto, en esta breve biografía, en el Costa joven, en sus primeros años en Monzón y seguidamente en Graus, en su juventud en Huesca y en su época universitaria en Madrid. Para terminar, me referiré a su frustrada experiencia amorosa con una muchacha oscense, en un episodio que pudo haber cambiado el curso de la vida de un hombre que estuvo buena parte de su existencia condenado a la soledad, la enfermedad y los apuros económicos y, en consecuencia, a arrastrar consigo un poso casi permanente de amargura y de tristeza. Condenado a sufrir demasiadas frustraciones humillantes para una persona de su valía, de su inteligencia, integridad y honradez. Pero la vida es a menudo injusta, y con el Costa vivo lo fue mucho más que con el Costa muerto, este que, ahora que ya no puede resultar a nadie incómodo, todos nos afanamos en alabar y recordar, incluso aquellos que están en las antípodas de su ejemplar comportamiento.

Joaquín Costa nació en Monzón el 14 de septiembre de 1846. Su padre, natural de Benavente de Aragón, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Graus, se llamaba Joaquín Costa Larrégola y era conocido con el sobrenombre de El Cid. Fue un pequeño agricultor, trabajador y honrado, gran conocedor del derecho de costumbres y de las tradiciones rurales de la comarca ribagorzana. La madre, María Martínez Gil, había nacido en el mismo Graus y era la segunda mujer del Cid, que había enviudado recientemente. Joaquín y María se casaron en Graus y se fueron a vivir a Monzón, donde el padre de Costa había heredado algunas pequeñas propiedades. Cuando el pequeño Joaquín tenía seis años, sus padres volvieron a Graus para quedarse. Al parecer, porque las cosas tampoco les iban demasiado bien en Monzón y porque doña María no se adaptaba al lugar y añoraba su pueblo natal y a su familia. El matrimonio tuvo once hijos, de los cuales seis murieron al poco de nacer y otro, Juan, lo hizo de viruela cuando sólo tenía diez años. Sobrevivieron finalmente cuatro de estos hijos: dos varones (Joaquín y Tomás) y dos mujeres (Martina y Vicenta).

Tras sus primeros años en Monzón, Joaquín Costa vivió en Graus desde los seis hasta los diecisiete años, entre 1852 y 1863. Al regresar de la capital montisonense, la familia Costa se instaló en una casa alquilada de la placeta de Coreche, en el actual nº 6 que hace esquina con la calle del Prior, que actualmente creo que se conoce como casa Fernandito. Según sus propias confesiones, este fue un periodo bastante desdichado de su existencia. La vida en Graus y su comarca era muy dura para la mayor parte de sus habitantes en aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX. El inglés George Cheyne, el hispanista que mejor ha estudiado a Costa, hace una espléndida descripción de las características sociales y económicas del Graus decimonónico, en un capítulo de su interesante biografía “Joaquín Costa, el gran desconocido”, recientemente reeditada. Aunque como importante centro comarcal habría en la villa algunos comerciantes prósperos, buena parte de los grausinos vivía del campo, con pequeñas y poco rentables propiedades agrícolas. El principal cultivo del lugar era entonces la vid. Lo fue hasta que a principios del siglo XX y procedente de Francia llegó la devastadora plaga de la filoxera. Seguían, como cultivos secundarios, el olivo y el trigo y otros cereales.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado hoy en Diario del Alto Aragón

Imágenes: Joaquín Costa Larrégola “El Cid”, padre de Joaquín Costa; Joaquín Costa en 1870 a los 24 años; casa natal de Costa en Monzón y casa de Graus en la que Costa vivió con sus padres desde los 6 hasta los 17 años

EL CORAZÓN DE ÁFRICA


                                                 
Colinas que arden, lagos de fuego. Javier Reverte. Plaza Janés. 2012. 400 páginas.

Tras sus últimos viajes por el norte del planeta, narrados en sus libros El río de la luz y En mares salvajes  –ambos reseñados en esta sección–,  Javier Reverte nos cuenta en Colinas que arden, lagos de fuego sus nuevas experiencias viajeras por tierras africanas. Como es sabido, el escritor madrileño ha estado en África en numerosas ocasiones y ha contado sus viajes en una famosa y espléndida trilogía, compuesta por los libros El sueño de África, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África. Este último publicado justo ahora hace diez años.

En Colinas que arden, lagos de fuego, Reverte cuenta en realidad dos viajes, realizados a principios del año 2008. El primero transcurre íntegramente por Kenia, en un momento en que en varias zonas del país se habían producido algunos desórdenes tras la celebración de las últimas elecciones presidenciales, y lleva a los viajeros –el escritor y varios amigos y familiares–  desde Nairobi hasta el lago Turkana, pasando por la Reserva Nacional de Samburu. El segundo, ya con menos integrantes, transcurre casi todo por Tanzania, desde la capital Daar-es-Salaam hasta el lago Tanganika, atravesando parte del enorme Parque Natural Selous, para terminar entrando en Zambia y visitar el lugar donde fue enterrado el corazón del famoso explorador y misionero David Livingstone, muerto en 1813 en una pequeña aldea junto al lago Bangweulu.

Javier Reverte narra estos viajes con su estilo ameno y didáctico de siempre, intercalando las aventuras vividas por él y sus compañeros con ricas y precisas referencias geográficas e históricas que ayudan al lector a conocer y contextualizar de una manera más completa los diversos lugares que recorre. El escritor y viajero madrileño se emociona intensamente ante la belleza de los inmensos paisajes y de algunos atardeceres encendidos en los enormes lagos africanos, se conmueve ante algunas situaciones de pobreza y hacinamiento que le toca vivir de cerca en el viejo barco Liemba que recorre el lago Tanganica, y se indigna anta la picaresca y falta de formalidad de algunos de los guías autóctonos que intentan engañar continuamente a él y a sus compañeros de viaje.

Reverte se aleja de cualquier paternalismo eurocéntrico, pero también de las tópicas visiones neoecologistas de algunos etnógrafos y antropólogos modernos que defienden la utopía arcaica del buen salvaje, como si cualquier progreso fuera a romper un supuesto equilibrio natural que confunden muchas veces con el atraso y la pobreza endémicos.

Colinas que arden, lagos de fuego es un libro impregnado de gritos y de olores penetrantes, de los rugidos de las fieras de la selva, de las ventosidades de los camellos en los campamentos, de los disparos de famosos cazadores europeos del pasado, de las sirenas de los viejos barcos y el traqueteo de los trenes y de los autobuses atestados de personas y de mercancías. Un libro con el que Javier Reverte nos transporta de nuevo al genuino corazón de África.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 2 de septiembre de 2012

LA VIDA Y LOS SUEÑOS


            Plegarias nocturnas. Santiago Gamboa. Mondadori. 2012. 286 páginas.

Plegarias nocturnas es por encima de todo una novela de amor entre dos hermanos. Juana y Manuel son dos jóvenes colombianos, frágiles y soñadores, que desean alejarse juntos de un mundo que no les gusta y del que se sienten en buena medida excluidos. Sin embargo, tal como ha señalado en alguna entrevista Santiago Gamboa, el autor del libro, la vida acaba siendo un muro infranqueable que se interpone y hace imposibles sus deseos de felicidad.

Plegarias nocturnas es una novela narrada a tres voces: las de los dos hermanos y la de un cónsul escritor a quien Manuel y Juana, cada uno por su lado, cuentan sus tristes historias. Manuel ha sido recientemente detenido en Bangkok con una maleta llena de pastillas y se encuentra en la cárcel con riesgo de ser condenado a muerte. El cónsul colombiano en India es el encargado de gestionar el caso e intentar defender a su compatriota, pues en Tailandia no hay abierta embajada de Colombia. Tras esa extraña detención, que no encaja en absoluto con el pasado y la personalidad de Manuel, hay una larga y sinuosa historia de cada uno de los hermanos. Ambos la explican al cónsul –y al lector–  en primera persona.

Una historia que se inicia en una familia de clase media baja de Bogotá y que luego, por diversas y rocambolescas circunstancias, se traslada al continente asiático en cuatro de sus capitales: Nueva Delhi, Bangkok, Tokio y Teherán. La mayor parte del relato transcurre en la capital de Colombia durante el mandato del presidente Álvaro Uribe, entre 2002 y 2010. Un periodo cuyas luces y, sobre todo, sombras se analizan en profundidad en la novela. Juana será testigo de la corrupción y las licenciosas costumbres de los servicios de seguridad y los paramilitares de ese periodo que polarizó extremadamente a la sociedad colombiana.

El personaje del cónsul, además de un trasunto del propio Gamboa, que trabajó como diplomático en la embajada de su país en Nueva Delhi, tiene su porción de homenaje literario a escritores como Graham Greene o Malcolm Lowry. El cónsul de Gamboa muestra también algunas aficiones alcohólicas, aunque desde luego no tan destructivas como las del autor y el protagonista de Bajo el volcán. Hay además en el libro muchas otras referencias más directas a la mejor literatura universal.

Con esta novela, Santiago Gamboa (Bogotá, 1965), autor de una obra literaria ya extensa y de verdadera calidad, se consagra como una de las voces más destacadas de la narrativa hispanoamericana actual. Gamboa vive actualmente en Roma y antes lo hizo en Madrid  –donde estudió Filología Hispánica–,  Nueva Delhi y París. De él dijo hace ya más de diez años Manuel Vázquez Montalbán que era, junto a Gabriel García Márquez, el más importante de los escritores colombianos. Si esa afirmación pudo entonces parecer exagerada, cada nuevo libro de Gamboa parece confirmarla de manera más evidente.

Carlos Bravo Suárez