viernes, 24 de junio de 2011

VIDAS DESESPERADAS

Una esposa de fiar. Robert Goolrick. Salamandra. 2011. 285 páginas.

Una esposa de fiar es la primera novela de Robert Goolrick, un escritor estadounidense próximo a cumplir los sesenta años que sólo había publicado anteriormente un libro autobiográfico no traducido hasta la fecha al castellano. Contra pronóstico, y debido sobre todo a las recomendaciones boca-oreja de los propios lectores, “Una esposa de fiar” se convirtió el pasado año en uno de los libros más vendidos en Estados Unidos y ha sido ahora traducido a diversos idiomas.

Una esposa de fiar es una novela de corte romántico, en el sentido más literario del término, con algunos tintes góticos y folletinescos. Un relato de personajes desesperados, víctimas de pasiones adictivas, atormentados por la culpa y el peso del pasado. De manera en mi opinión algo exagerada, algunos críticos han llegado a comparar esta novela con Cumbres borrascosas de Emily Brontë y con las narraciones de escritoras magníficas como Jane Austen o Daphne du Maurice. Sin embargo, en una página final del libro, Robert Goolrick manifiesta que su principal fuente de inspiración fue el libro Wiscosin Death Trip, donde el escritor Michael Lesy realiza un oscuro y desasosegante retrato de un pequeño pueblo de Wiscosin en las postrimerías del siglo XIX.

Una esposa de fiar transcurre también en su mayor parte en una alejada población, fría e inhóspita, del estado de Wiscosin. Allí, en 1907, Ralph Truitt, el hombre más rico y poderoso de la comarca encuentra una nueva esposa a través de un anuncio en la prensa. Así llega al pueblo Catherine Land, una mujer con un pasado oscuro y unos ambiciosos y ocultos planes de futuro. La situación se complicará cuando Truitt envíe a su joven esposa a Saint Louis en busca de Antonio, el hijo que el potentado hombre de negocios tuvo con su anterior mujer, de la que enviudó unos años atrás. La historia dará un nuevo e importante giro cuando los tres complejos personajes se reencuentren en la solitaria mansión de Wisconsin.

La novela se divide en tres partes, dos de ambientación rural y una intermedia de atmósferas urbanas que son en algunos momentos bastante duras y marginales. Siguiendo el modelo de Michael Lesvy, Goolrick pretende desmentir la falsa idea de una América urbana e industrial dominada por las ambiciones y la depravación frente a un mundo rural próspero, inocente y honrado. Una esposa de fiar muestra que en la América profunda, campestre y puritana, abundan las pasiones y los vicios ocultos que conducen con frecuencia a la locura y a los sucesos más truculentos y espeluznantes. Otro ingrediente fundamental en la novela es la intensa presencia del sexo y del deseo lujurioso que dominan a los dos protagonistas masculinos en contraposición a la complejidad psicológica y sentimental del cambiante personaje femenino.

Una novela muy oscura y sensual, intrigante hasta sus últimas páginas, pero que en algunos aspectos se antoja algo desmesurada.

Carlos Bravo Suárez

martes, 21 de junio de 2011

PARTIDOS POLÍTICOS Y AGENCIAS DE COLOCACIÓN

Uno de los lastres de la política actual que más ofenden al ciudadano de a pie es el hecho de que en buena medida los partidos funcionen como agencias de colocación de los suyos, sean éstos candidatos, militantes o incluso familiares de unos y de otros. Además, los cargos y los puestos de trabajo y las ayudas en cualquier ámbito no se dan con frecuencia a los más capaces y preparados, como sería menester y obligatorio, sino a los más obedientes al jefe o a los que son del partido que reparte las prebendas. Ahora que se inicia un nuevo ciclo político en comunidades autónomas, comarcas, diputaciones y ayuntamientos, es necesario recordar que la regeneración de la política y la democracia real pasan necesariamente por terminar de una vez por todas con estas prácticas tan frecuentes como poco éticas.

Carlos Bravo Suárez

Carta publicada en Diario del Alto Aragón

domingo, 19 de junio de 2011

LUGARES DE JOAQUÍN COSTA EN GRAUS

 Casa donde vivió Costa entre los seis y los diecisiete años; la blanca que hace esquina.

  Casa donde Costa vivió los últimos siete años de su vida y donde murió en 1911.

    Estudio de Costa en la casa en que vivió sus últimos años y murió.

    Monumento a Costa en Graus.

Hace unas semanas, la Asamblea Local de la Cruz Roja de Graus me propuso realizar una actividad dentro de la semana cultural para las personas mayores que esta entidad organiza anualmente. Al conmemorarse este año el centenario de la muerte de Joaquín Costa, se trataba de preparar un pequeño recorrido por el casco urbano de Graus visitando algunos lugares vinculados al ilustre personaje.

Iniciamos nuestro itinerario en el monumento a Joaquín Costa que se encuentra en el centro neurálgico de la villa grausina. El monumento fue levantado en 1929, durante la dictadura del general Primo de Rivera, quien asistió a su inauguración. Lo diseñó el arquitecto Fernando García Mercadal y fue realizado por el escultor José Bueno. Se sufragó por suscripción popular y costó cuarenta mil pesetas de la época, de las cuales el rey Alfonso XIII aportó las primeras cinco mil. Representa a Costa en posición sedente, aguantando con su mano izquierda un gran libro que se apoya en su costado. En su parte frontal figuran las fechas de su nacimiento y muerte, 1846 y 1911, y sus dos lemas más conocidos: “escuela y despensa” y “política hidráulica”. En la parte posterior se muestra en relieve la villa de Graus con su basílica de la Peña como lugar más destacado. Muy recientemente el monumento ha sido remodelado, ampliando su perímetro circundante y dando mayor presencia en él al agua y al espacio público.

A pocos pasos del monumento, en el nº 25 de la calle Salamero, se encuentra la casa donde vivió y murió, en 2007 a los 94 años de edad, José María Auset Viñas, en cuyo recuerdo se ha colocado recientemente una placa en su fachada. Auset Viñas fue sobrino nieto de Costa y estudioso y guardián de su legado. Era nieto de Martina, una de las hermanas de Costa. Joaquín Costa Larrégola, originario de la pequeña localidad de Benavente, y María Martínez Gil, natural de Graus, tuvieron once hijos, de los que sólo sobrevivieron cuatro: Joaquín, Martina, Vicenta y Tomás.

Siguiendo por la calle Salamero, tomando luego la Fermín Mur y Mur o de Benasque y pasando por la plaza y la calle Mayor, llegamos a la placeta Coreche. Allí, en la casa nº 6 que hace esquina con la calle del Prior, está el edificio en el que Costa vivió con su familia entre 1852 y 1863, desde los seis hasta los diecisiete años. Actualmente sigue habitada y se conoce como casa Fernandito. En ella se instaló, al parecer de alquiler, la familia Costa cuando regresó de Monzón a Graus en 1852. Los padres de Costa eran campesinos pobres que fueron a Monzón en busca de una vida mejor. Allí nació su primer hijo, Joaquín, en 1846. Las cosas tampoco fueron demasiado bien en la ciudad montisonense y la familia regresó a la capital ribagorzana que doña María no había dejado de añorar.

El joven Costa pasó en Graus parte de su infancia y su adolescencia sin ser demasiado feliz. A la pobreza de su familia se unía su afición a los libros y al estudio que no siempre era bien vista en aquel rudo ambiente rural. Algunos llamaban despectivamente fraile y afanoso al joven lector. En la escuela, con el maestro don Julián, comenzó a destacar por su capacidad e inteligencia. Ayudó a su padre en las tareas del campo y parecía destinado a sucederle en ellas. Pronto empezarían a manifestarse los primeros síntomas de la enfermedad muscular que lo martirizó toda su vida. Soñó con ingresar en el ejército, pero sus problemas físicos le impidieron siquiera realizar el servicio militar. En 1863, y tras algunas reticencias paternas, el joven Joaquín fue enviado a Huesca a trabajar como criado en casa de don Hilarión Rubio, un pariente lejano, maestro de obras o aparejador, bien acomodado en la capital oscense. Costa siempre se sintió humillado por el desdén con que, debido a su origen humilde, fue tratado en casa de su pariente. Sin embargo, en Huesca pudo cursar estudios superiores y empezó a desarrollar su brillante trayectoria intelectual.

Nuestra siguiente parada es la casa en la que Costa pasó el último tramo de su vida, en el nº 5 de la hoy denominada calle Joaquín Costa. Aquí vivió el ilustre polígrafo durante siete años, desde 1904 hasta su muerte en febrero de 1911. En un artículo incluido en la reciente publicación “Joaquín Costa, el sueño de un país imposible”, editada por Heraldo de Aragón, José María Auset Brunet, hijo del citado José María Auset Viñas y por tanto sobrino biznieto de Costa, escribe un magnífico artículo sobre los últimos años en Graus de su ilustre antepasado. De esta colaboración, titulada “El ambiente familiar y el carácter de Costa”, reproduzco íntegramente sus primeras líneas:

“A partir de septiembre de 1904, agravada su enfermedad, desengañado de la política y sobre todo de los políticos y con el convencimiento de la imposibilidad de reformas políticas que hicieran progresar el país, Joaquín Costa se retiró definitivamente en Graus. Fijó su domicilio en la casa de la calle Nueva o Camino del Molino –después llamada El Porvenir y hoy de Joaquín Costa-, donde vivían su hermana Martina, casada con Antonio Viñas -joven y emprendedor maestro de obras y contratista- que habían edificado recientemente, y de cuyo matrimonio nacieron tres hijas: Balbina, Carmen y Pilar. En dicha casa, salvo un viaje a Zaragoza, dos a Madrid, una estancia inferior a un año en la segunda planta de la casa de Ramón Auset -casado con Carmen- en la que hoy es calle Salamero nº 25 y un verano que pasó en la fonda de la estación de Selgua por motivos de salud, Costa permaneció hasta su muerte. Instaló su estudio en un cuarto de unos 20 metros cuadrados de la planta tercera que no se encontraba habilitada como vivienda y, mientras su estado físico se lo permitió, vivía –más bien dormía, pues pasaba la mayor parte del día y de la noche en su estudio del tercer piso- en el piso segundo, en una sala con alcoba.”

El estudio o despacho de Costa, que se conserva tal como él lo dejó, sorprende por su absoluta austeridad. Una mesa, una silla, una mecedora y unos estantes con libros es todo su mobiliario. Debido a la enfermedad que dificultaba cada vez más sus movimientos, Costa necesitaba de la ayuda de su hermana y su sobrina para subir y bajar los diecisiete escalones que separan las plantas segunda y tercera del edificio. En verano, sus amigos Carrera, Rosell y Gambón le acompañaban con frecuencia a dar algún pequeño paseo. Iban provistos de un botijo de agua fresca y de la mecedora de su estudio, en la que Costa se sentaba a la sombra de unos árboles, en el lugar donde hoy se encuentra la glorieta que lleva su nombre.

Desde la ventana de su estudio, Costa veía unas montañas próximas conocidas como Las Forcas, situadas al otro lado de la confluencia de los ríos Ésera e Isábena. En ellas manifestó en alguna ocasión su deseo de ser enterrado. Sin embargo, a su muerte, y tras diversas incidencias, sus restos acabaron reposando en el cementerio zaragozano de Torrero.

Este recorrido por los lugares costistas de Graus puede completarse con la visita al monumento a José Salamero, ilustre sacerdote grausino y tío de Costa, cuyo busto, esculpido también por José Bueno, se encuentra a la entrada del recinto de la basílica de la Peña. Tío y sobrino mantuvieron una relación familiar con más desencuentros que afinidades.

Joaquín Costa es el más ilustre de los personajes que Graus ha dado a la historia y la cultura españolas. Conocer su vida y su obra es conocer lo mejor de nuestro pasado.

Carlos Bravo Suárez

Artículo publicado en Diario del Alto Aragón.

Imágenes: Casa donde vivió Costa entre los seis y los diecisiete años -la blanca que hace esquina-, casa donde Costa vivió los últimos siete años de su vida y donde murió en 1911, estudio de Costa en dicha casa y monumento a Costa en Graus.

http://ana-manzana.blogspot.com/2011/06/lugares-de-joaquin-costa-en-graus.htm

sábado, 18 de junio de 2011

LA GUERRA COMO ADICCIÓN


Guerra. Sebastian Junger. Editorial Crítica. 2011. 280 páginas.

Sebastian Junger es un periodista estadounidense que ha cubierto algunas de las guerras más sangrientas ocurridas en nuestro planeta en los últimos años. Es autor, entre otros libros, de La tormenta perfecta, cuya adaptación al cine obtuvo un importante éxito en el año 2000.

Entre los meses de junio de 2007 y de 2008, por encargo de la revista Vanity Fair, Junger realizó cinco viajes al valle de Korengal, en aquellos momentos el lugar más avanzado y peligroso de los ocupados por el ejército estadounidense en Afganistán, muy cerca de la frontera con Pakistán y punto de entrada y salida de talibanes. Junger y el fotógrafo Tim Hethering, recientemente muerto en la guerra de Libia, trabajaron dentro de la avanzadilla del ejército norteamericano en calidad de periodistas “empotrados”, es decir, dependientes de las fuerzas militares estadounidenses en alimentación, refugio, transporte o seguridad. Pese a esa relación, Junger destaca que nadie le pidió nunca que alterara los contenidos de sus reportajes.

Fruto de esa estancia en Afganistán fueron también su libro Guerra y el documental Restrepo, que el periodista dirigió junto a Hethering y que obtuvo el premio del jurado en el festival de Sundance del pasado año. Documental y libro constituyen un complemento perfecto, de tal manera que el primero pone, en buena medida, imágenes al contenido, más profundo y analítico, del segundo.

El libro de Sebastián Junger constituye una verdadera radiografía de las entrañas de la guerra. Conocemos por un lado la situación de la infantería estadounidense en la zona más peligrosa y mortífera de Afganistán. En su mayor parte, se trata de chicos de veinte años –la sección está al mando de un capitán de veintisiete -, que se juegan la vida cada día en una tierra montañosa, alejada y absolutamente extraña para ellos. A pesar de su moderno armamento y del importante apoyo de la fuerza aérea, los combates se producían a veces casi cuerpo a cuerpo y las bajas norteamericanas eran muy frecuentes en aquellos años.

Además de mostrarnos la realidad militar de la zona, Junger, que es también licenciado en antropología, hace un verdadero análisis de la vinculación con la guerra de unos jóvenes que antes de llegar a ella bordearon a menudo la delincuencia y que, tras ella, difícilmente lograrán encontrar su lugar en la sociedad estadounidense. El combate directo, con su “insuperable” descarga de adrenalina, constituye para ellos una verdadera adicción. Es en el grupo -siempre por encima del individuo y una verdadera tribu por la que son capaces de sacrificar su vida-, donde encuentran un incomparable cobijo y una plena identificación.

El libro de Junger describe la situación bélica en el valle de Korengal, de donde los americanos se retiraron poco después, pero también analiza muchos aspectos, psicológicos y antropológicos, de la guerra en su sentido más abstracto y general.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 11 de junio de 2011

EL CATADOR DE LIBROS

Treinta motivos para reencarnarse en mosquito. José Luis Gracia Mosteo. March Editor. Biblioteca íntima. 2011. 100 páginas.

José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, 1957) es un todoterreno de la literatura. Magnífico escritor, profesor y lector apasionado, el autor aragonés afincado en Madrid es capaz de manejarse con soltura en géneros y registros diferentes, y mostrar en todos ellos su dominio de la escritura y un conocimiento, amplio y profundo, de la tradición literaria que abarca desde las épocas antiguas hasta las más modernas y actuales. Autor de magníficas novelas, de libros de relatos, de dos poemarios de tema antitético, de ensayos cargados de humor y de ironía, Mosteo es también un brillante crítico literario. En esta última faceta, puesta de manifiesto desde hace años en Heraldo de Aragón, se recrea para deleite del lector en su último libro Treinta motivos para reencarnarse en mosquito.

Subtitulado Antología de la literatura friki, ridícula o escondida, este ensayo literario reúne treinta textos breves sobre libros y escritores diversos. Según el propio autor, la obra “pretende ser la búsqueda y lectura de esos libros minoritarios o simplemente extraños con el objeto de formar una biblioteca básica de iconoclastas, olvidados e incluso clásicos a los que el moho ha tornado raros”. Se trata de una heterogénea selección que indica el eclecticismo y la amplitud de gustos de un escritor que, como Borges, se enorgullece sobre todo de las páginas leídas. Junto a Franz Kafka y Stefan Zweig, dos ilustres autores centroeuropeos que forman parte de la literatura con mayúsculas, encontramos a escritores españoles de fama, como Luis Alberto de Cuenca o José Luis de Vilallonga, y a otros apenas conocidos, como el poeta bohemio Armando Buscarini, muerto en 1940. Hay en la nómina mayoría absoluta de escritores aragoneses: algunos de adopción (el toledano Alfredo Saldaña, el gallego Antón Castro o el barcelonés, hace poco fallecido, Ricardo Vázquez-Prada); otros ya consagrados (Soledad Puértolas, Miguel Mena, Félix Romeo o el bilbilitano José Verón Gormaz); algún bibliófilo también autor de un libro sobre libros (José Luis Melero); narradores debutantes (Víctor Juan); parejas de hecho literarias (Joaquín Carbonell y Roberto Miranda); jóvenes poetas con futuro por delante (el turolense Ignacio Escuín); y algunos otros que no nombro por no alargar en exceso esta reseña.

Casi siempre el autor opina favorablemente de los autores y libros que cita. Hay también en el libro algunos textos más referidos a un tema que a un autor concreto: uno referido a los novísimos, otro que trata sobre las iglesias medievales del Serrablo y un magnífico elogio al vino y su fructífera relación con la literatura.

Parafraseando en parte al propio autor, Treinta motivos para reencarnarse en mosquito trata de un puñado de escritores y sus libros, pero también de la locura y de la fiebre de escribir y de leer, de la pasión literaria que sirve entre otras cosas para hacernos a algunos la vida más llevadera y feliz.

Carlos Bravo Suárez

martes, 7 de junio de 2011

VIOLENCIA POLÍTICA EN EL SALVADOR

La sirvienta y el luchador. Horacio Castellanos Moya. Tusquets. 2011. 267 páginas.

El hondureño Horacio Castellanos Moya es uno de los mejores escritores centroamericanos actuales. Nacido en Tegucigalpa en 1957, se crió en El Salvador y vivió doce años en México. Ha trabajado como profesor en algunas universidades estadounidenses y en la universidad de Tokio y ha residido en varias ciudades europeas. Ha publicado diez novelas y numerosos cuentos. La sirvienta y el luchador culmina un ciclo de varios relatos ambientados en El Salvador. En ellos se ofrece una visión de una parte de la historia de ese pequeño y convulso país centroamericano.

La sirvienta y el luchador es una novela que relata, con ritmo trepidante y crudo y descarnado realismo, la violencia política vivida en El Salvador en los años previos a la sangrienta guerra civil que asoló aquel país entre 1980 y 1992 y que causó alrededor de 75000 víctimas entre muertos y desaparecidos. A los disturbios promovidos por la guerrilla urbana de filiación comunista responden las fuerzas de seguridad salvadoreñas con una represión feroz que incluye su vertiente paramilitar, con la práctica habitual de la tortura, la violación y la desaparición de los detenidos. Un espeluznante relato de la barbarie en estado puro.

El mayor logro de la novela es mostrar cómo el enfrentamiento entre los dos bandos políticos va impregnando a toda la sociedad y derivando de manera inexorable hacia la guerra civil. Nadie puede quedar fuera de un conflicto que contamina a todos los sectores del país, desde los estudiantes a los médicos, desde la burguesía ilustrada a los religiosos. Uno de los aspectos que permiten al lector menos informado sobre la reciente historia salvadoreña fechar los hechos narrados son las referencias al arzobispo monseñor Romero, cuyos sermones en la catedral de la ciudad eran muy populares y cuyo posterior asesinato marcó el inicio de la guerra civil en todo el país.

Aunque El Vikingo y María Elena son ya desde su título los dos personajes centrales del relato, hay muchos otros de interés en una novela que deja hablar y actuar a sus personajes para que ellos solos se retraten ante el lector con sus palabras y sus acciones. Los rápidos y abundantes diálogos recogen el habla coloquial de la calle, con sus giros, modismos y expresiones populares. Todo ello contribuye a acentuar el realismo del libro. La sirvienta y el luchador es una novela espléndida, dura y afilada, que retrata sin ambages la violencia política que se apoderó hasta extremos inusitados de buena parte de las sociedades hispanoamericanas en aquellas infaustas décadas.

Carlos Bravo Suárez

domingo, 5 de junio de 2011

FALS, UN CASTILLO JUNTO A TOLVA



Fals es un sorprendente y no muy conocido lugar que se encuentra a poco más de dos kilómetros al sur de la localidad ribagorzana de Tolva. Sobre una colina rocosa cercana a la confluencia de los ríos Sec y Cajigar, a la derecha de la entrada del estrecho congosto abierto por este último, se conservan los restos de una torre circular y una parte de la muralla de lo que fue un importante recinto defensivo medieval. A pocos metros de la torre, queda en pie una parte del armazón de la iglesia románica que estuvo dedicada a los santos Justo y Pastor, cuya portada se trasladó a la iglesia parroquial de Tolva en el siglo XIX. Un poco más abajo, casi en la base de la colina, se encuentra la casa del llamado mas de Fals, a la que pertenece todo el conjunto.

A Fals se puede ir en vehículo por una pista que se toma a la derecha de la carretera N-230 procedente de Benabarre, un poco antes de llegar a Tolva. Mucho más grato y recomendable es acercarse al lugar andando, en un relajante paseo de poco más de media hora desde Tolva. A la entrada del pueblo si venimos desde Benabarre, tomamos un camino a la derecha justo después de pasar junto a la ermita de Santa Anastasia y la afamada panadería de lugar. Seguimos al principio el GR-18 que lleva al vecino pueblo de Ciscar. Cuando este camino se desvía hacia la derecha, nosotros continuamos recto en dirección a la entrada del congosto del río Cajigar, pasando junto al cauce del río por un estrecho sendero algo cerrado por la vegetación. Sin llegar hasta la misma entrada del congosto, nos desviamos a la derecha y en pocos minutos llegamos a Fals.

A la hora de escribir sobre este interesante enclave medieval, el primer problema que se plantea es el de su nombre. Su denominación en catalán es sin duda Falç, equivalente al castellano “hoz” y a su menos polisémica variante “foz”. Los tres términos proceden del latín “falx, falcis” y su significado es aquí descriptivo: “angostura que forma un río entre dos sierras”. Aunque muchos utilizan el término castellano Falces para referirse a este rincón de la Ribagorza oriental, yo prefiero usar la forma Fals, más acorde con la denominación local y con una mínima adaptación ortográfico-fonética a la lengua castellana. Sobre esta cuestión de las hoces, otra observación interesante: el escudo y la bandera de Tolva contienen como elemento principal una hoz o podadera. Parece claro que es una referencia al castillo próximo del que aquí estamos hablando. Fals fue probablemente el origen del actual Tolva y, como en otros casos, sus habitantes habrían buscado un lugar no tan agreste cuando los tiempos hicieron éste menos necesario.

Sobre el origen histórico del castillo de Fals hay al menos dos versiones. De un documento del archivo de Roda del año 1062, se ha deducido que el rey Ramiro I, en ese momento en el recién conquistado Benabarre, concede permiso al caballero Agila de Fals (o Águila de Falces) para construir un castillo en dicho lugar. Sin embargo, Fals figura entre las fortalezas tomadas a los musulmanes por el caballero Arnau Mir de Tost, en este caso al servicio del rey Ramiro I, quien se lo habría concedido en feudo. Según el testamento de Mir de Tost, fechado en 1071, Fals pasó a su yerno Guerau Ponç de Cabrera y fue después propiedad de los sucesivos vizcondes de Àger, título creado por Mir de Tost para su familia. Por debajo del rey y del vizconde, la fortaleza tuvo sucesivos tenentes, primero vinculados a Montañana y luego a Ciscar, lugares ambos pertenecientes en su momento a la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén.
La última noticia histórica reseñable sobre el castillo de Fals data del año 1588, durante las famosas Alteraciones de Aragón ocurridas en el reinado de Felipe II. Los partidarios de los condes de Ribagorza se protegieron en la fortaleza y sufrieron numerosas bajas en el asedio del Miñón de Montmellar, bandolero catalán que ayudaba a los rebeldes ribagorzanos. Tanto el castillo como la posible población colindante quedaron al parecer tan afectados que ya nunca lograron recuperarse.

Junto a lo que queda de la torre del castillo, se levantan los restos de la iglesia de los santos Justo y Pastor, que sería durante un tiempo de las principales de la comarca. Algunos documentos la citan como abadía y, al parecer, hubo en ella una pequeña comunidad de clérigos bajo el mando de un abad. Esta situación parece haber cambiado cuando el templo quedó subordinado al priorato de Roda. Los tenentes del castillo, señores a la vez de Fals y de Ciscar, ejercerían durante un tiempo un importante mecenazgo sobre la iglesia. De su importancia puede dar idea la rica portada que luego se transplantó a la iglesia parroquial de Santa María del Puy de Tolva, de la que es hoy el principal atractivo. Su magnífica decoración, en especial de sus capiteles, permite relacionar esta portada con las de Santa María de Baldós y la ermita de San Juan de la vecina Montañana.

Tanto Pascual Madoz como el gran viajero Jaime Villanueva vieron aún en pie la iglesia de Fals durante el siglo XIX y quedaron impresionados por su belleza. En su “Noticia del viaje literario a las iglesias de España, emprendido de orden del rey en 1802 y escrita en el de 1814”, Villanueva describe así el lugar: “La iglesia de Fals es uno de los edificios más respetados por su antigüedad y por el bello gusto de su construcción. Causa maravilla que en la altura y aspereza de aquel monte se construyera en el siglo X, que por tal la tengo, un templo cuya bóveda es la vergüenza de la moderna arquitectura. Es toda de piedra sillar, de medio punto, pero con tal gracia en su arranque y tan discreta proporción que contenta al par los edificios romanos. Y aún se tendría por tal si no fuera por los adornos y grecas caprichosas que pusieron en los capiteles, que aunque son de lo mejor de aquellos tiempos, prueban a tiro de ballesta la época que dije de este edificio. Acompañóme al lugar el vicario de Tolva Don Anselmo M.; el que está en el proyecto de trasladar la portada del templo, que es de arcos concéntricos, a la iglesia de su villa, que aunque del siglo XII, dista infinito del que digo. La soledad y el despoblado de él, no sé si es razón bastante para destruir un monumento que está para durar muchos siglos. Así que ni apoyo ni condeno ese proyecto.” El proyecto se realizó pocos años más tarde, aunque el edificio parece que aún estaba en buen estado en aquel tiempo. Su portada, como se ha dicho, fue trasladada a Tolva, sin embargo nada queda hoy de la antigua bóveda que maravilló a Villanueva. Sólo yerra el viajero valenciano en que la iglesia sería probablemente construida en el siglo XII y no en el X como él creyó.

Hace ya unos años, en una visita al lugar con mi amigo Paco Rubio, observamos los restos de una construcción en medio de unos campos de labor situados al otro lado del camino en dirección al norte. Nos pareció que podían pertenecer a una antigua ermita y de ello informamos a Antonio García Omedes, quien corroboró nuestra sospecha y los incluyó en su conocida web sobre el románico aragonés. Los vestigios de esa ermita vienen a aumentar la hipótesis de la existencia de un antiguo poblado en las proximidades del castillo de Fals.

En una zona con abundantes fortalezas y castillos, algunos tan cercanos como los de Luzás, Viacamp o Benabarre, la visita a Fals y a la vecina Tolva constituye otro eslabón fronterizo que en absoluto decepcionará a quienes aprecian la historia y el arte de nuestra tierra.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

Fotos: Castillo de Fals -tres fotos acercándose-, restos de la iglesia de San Justo y Pastor, iglesia y torre del castillo, iglesia de Nuestra Señora del Puy de Tolva, portada de la iglesia procedente de Fals, capiteles y decoración de la portada -cuatro fotos- y restos de una antigua ermita en las proximidades de Fals.