domingo, 30 de septiembre de 2018

MUJERES ROTAS

Angélica Morales es una escritora nacida en Teruel en 1970 y residente en Huesca en la actualidad. Ha recibido varios premios de poesía y ha estado entre las narradoras finalistas del Premio Planeta de novela 2017 y del Azorín  2018. Ha publicado el libro de relatos “Amar en martes” (Certeza, 2009), la novela “La huida del cangrejo” (Mira Editores, 2010) y los poemarios “Monopolios” (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2014) y “España toda” (Hiperión, 2018). “Mujeres rotas”, que estuvo entre las diez narraciones finalistas del Premio Planeta 2017, es su novela más ambiciosa, aunque recientemente la escritora aragonesa ha colocado una nueva novela, “La convención”, entre las diez finalistas del Premio Azorín que otorgan la Diputación de Alicante y la Editorial Planeta.

Debo confesar que, por su título y temática, comencé la lectura del libro con cierta prevención y una pizca de desconfianza, porque uno está algo cansado de ciertas narraciones recientes que tienen a mujeres como protagonistas y tema principal del relato. Obviamente, no por ello en sí mismo, sino por temor a encontrarse con tópicos demasiado manidos y en muchos aspectos ya cansinos por reiterados y previsibles. Sin embargo, aunque se trata de una novela protagonizada por tres mujeres (abuela, madre y nieta) que viven en la misma casa, el relato supera esa prevención negativa y presenta a tres féminas de tres generaciones distintas con sus problemas, sus soledades, sus lenguajes, sus miedos y sus esperanzas. Lucía, de 45 años, se ha separado de su marido y, abúlica y sin trabajo, se va a vivir con su hija Ámbar, de dieciocho años recién cumplidos, al reducido piso de su madre Inés, octogenaria viuda desde hace tiempo y pensionista mínima. Las tres se van alternando para narrar en primera persona cada uno de los capítulos. Lo mejor es la buena prosa, el ritmo y fluidez de la narración, el logrado dibujo de los personajes, muchos de sus diálogos y su aspecto más costumbrista y descriptivo. Lo más flojo es quizás la trama en torno a un misterioso cuadro que cuelga del comedor de la casa de la abuela, aunque esconde un antiguo secreto familiar y es el hilo narrador que hace que el relato mantenga la intriga novelesca hasta el final.

La historia, que transcurre en Valencia, muestra de fondo un país azuzado por una crisis económica y moral. Las tres mujeres protagonistas encarnan a tres generaciones que, cada una a su manera, hacen frente a esa situación difícil tanto en lo personal como en lo colectivo. Inés debe hacer encaje de bolillos para llegar a fin de mes con su pequeña pensión con la que ahora debe mantener tres bocas. A pesar de sus achaques, sale cada día con su amiga Milagros a los puestos del mercado y se preocupa sobre todo por su hija y su nieta, pero también por sus vecinos de escalera, como ese señor Braulio, víctima de la extrema soledad que sufren algunas personas mayores en las ciudades. Inés representa a esa generación de mujeres fuertes y valientes que, aunque nunca hayan llevado pantalones, han contribuido de manera esencial a soportar la crisis al conjunto de las familias españolas. Lucia encarna a una mujer de mediana edad, separada y sentimentalmente confusa, enganchada a las telenovelas y con ganas de iniciar nuevas relaciones, aunque sea a través de internet y con los frustrantes resultados esperables. Inicialmente pasiva y atenazada por las dudas sobre si desempeña adecuadamente sus funciones de hija y madre, tiene al fin la suerte de encontrar un sorprendente trabajo que la saca del hastío. Ámbar encarna a un sector de la juventud que descuida su preparación personal y los estudios para lanzarse a una vida social y sentimentalmente activa. Conocemos a su nuevo novio Toño, que la lleva a las campañas anti desahucio y a recitales de poesía social, y a su amiga Patri, siempre preocupada por ligar. El misterio del cuadro despierta en ella una pasión investigadora que eleva su autoestima y parece sacarla de la adolescencia vana para proyectarla a un futuro más serio y responsable. Ámbar, que parece cambiar del rojo al verde, representa la esperanza de la juventud.

No hay espacio para extenderse mucho más. Concluiremos, pues, recomendando la lectura de la novela y apostando por Angélica Morales como una de las escritoras aragonesas, a la vez poeta y narradora, con mayor presente y futuro de nuestras letras. 

   “Mujeres rotas”. Angélica Morales. TerueliGRáfica. 2018. 384 páginas.


jueves, 27 de septiembre de 2018

EMBALSE DE PINETA - CAMINO DEL CANAL DEL CINCA - DOLMEN DE TELLA - TELLA

GRUPO EN EL DOLMEN DE TELLA CON CASTILLO MAYOR AL FONDO
JAVIERRE DESDE EL CAMINO DEL EMBALSE DE PINETA
TRAMO INICIAL EN LA UMBRÍA
EN EL MIRADOR DE BIELSA
EN EL CAMINO DEL CANAL












PARADA EN EL PRATET DE LA MASCARINA




CAMINANDO SOBRE EL CANAL
ALIVIADERO DEL CANAL

RODEANDO EL CERRO CERCUSO











MORAS CERCA DEL DOLMEN
EN EL DOLMEN DE TELLA





IGLESIA DE SAN MARTÍN EN TELLA



El pasado domingo, el Centro Excursionista Ribagorza organizó una excursión por el conocido Camino del Canal del Cinca, un itinerario que nuestro club había recorrido en 2010, en un día en que no pudimos disfrutar del todo de los muchos atractivos del sendero porque la lluvia, si bien fina, hizo acto de presencia en el tramo final del recorrido que, aunque en poco, nos vimos obligados a acortar. Esta vez, en un día magnífico y con una temperatura absolutamente veraniega, pudimos completar íntegramente el itinerario que lleva desde el embalse de Pineta hasta el pueblo de Tella.

Los participantes en la excursión salimos de Graus a las 7 horas y nos dirigimos en autobús hasta el embalse de Pineta, poco después de pasado Bielsa. A las 8.40 horas, comenzamos la caminata atravesando la presa de Pineta, a 1148 m., y adentrándonos, a nuestra izquierda, por el PR HU-137 en un umbrío bosque de pinos. Muy pronto cruzamos el GR 19.1 y llegamos al mirador de Bielsa, desde donde el camino va girando hacia el sur y mantiene una permanente orientación norte-sur. Siempre por la margen izquierda del valle del Cinca, con el río, junto a la carretera, transcurriendo unos doscientos metros más abajo, este es un camino bastante aéreo, excavado a tramos en la roca caliza y con algunos túneles que incluso disponen de ventanas. Se trata de un camino de servicio, usado para las obras y el mantenimiento del canal de agua que abastecía la central de Lafortunada, inaugurada en 1923. En las obras de construcción trabajaron al parecer más de 2000 personas, que no contaban con la moderna maquinaria actual. Todavía quedan a lo largo del camino algunos restos de los viejos barracones habilitados para los operarios. Hay que decir que, aunque aéreo y con la prudencia que exige su trazado, el sendero es bastante seguro y no provoca en general demasiada sensación de vértigo.

Sobre las 11 horas, hicimos una parada para desayunar en el Pratet de la Mascarina, un espacio algo más ancho con un bonito mirador y un panel explicativo. El camino continúa con algunas curvas para sortear algún barranco y siempre en torno a los 1.150 m. de altitud. En algunos momentos, pasamos por aliviaderos y vimos el agua del canal; en otros, caminamos sobre el hormigón que lo cubre. Tras cruzar el GR 19 que une Salinas y Tella, nosotros continuamos por el PR HU-137 y, otra vez por camino excavado en la roca, bordeamos el cerro Cercuso. Tras una pequeña subida, salimos a una pista y llegamos al Plan de Ugal, donde hay algunas bordas. Poco después llegamos al dolmen de Tella, el más famoso de los monumentos megalíticos altoaragoneses. Allí nos hicimos una foto de grupo con Castillo Mayor como magnífico telón de fondo. Desde allí, en unos 20 minutos, subimos a Tella, situada a 1.380 m. de altitud y donde dimos por terminada nuestra excursión.

Según nuestro GPS, habíamos recorrido 17,7 km en prácticamente seis horas, de las que cuatro y media fueron en movimiento. El desnivel acumulado de subida fue de 534 m. y el de bajada, de 421 m.