martes, 29 de junio de 2010

EL CHICO QUE AMABA LA MÚSICA

El bosque del odio. Romain Gary. Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores. (2009)

El bosque del odio es la primera novela del escritor francés Romain Gary (1914 – 1980), cuyo nombre real era Roman Kacew. Nacido en Lituania de padre ruso y madre francesa, participó como aviador aliado en la Segunda Guerra Mundial y fue posteriormente diplomático del gobierno galo en diversos países. Gary fue un personaje singular y algo bohemio que dominaba varias lenguas y escribió, a veces con pseudónimo, un buen número de novelas, algunas de las cuales obtuvieron en Francia un importante éxito de ventas. Se casó en segundas nupcias con Jean Seberg, protagonista entre otras de la mítica película “À bout de souffle”. Tras el suicidio de la inestable actriz estadounidense, también el escritor puso fin a su vida de un disparo en la cabeza.

Romain Gary escribió El bosque del odio durante la Segunda Guerra Mundial, cuando era piloto de aviación y realizaba misiones militares con los aliados en África e Inglaterra. El libro fue publicado inicialmente en inglés en 1944 y en sus primeras ediciones francesas llevaba el título de Educación europea. La novela cuenta la dura vida de un grupo de partisanos escondidos en los bosques próximos a Vilna, citada siempre como Wilno en la novela. Al grupo, que sobrevive a duras penas al hambre y al frío del invierno, se une Janek, un adolescente hijo de un médico de la resistencia que ha muerto en una acción contra los alemanes. Janek es un chico sensible que ama la música por encima de todo, se emociona oyendo interpretar a Chopin y se lleva con los partisanos a un pobre chico judío sólo porque sabe tocar bien el violín. Esa metáfora de la música como belleza y armonía, que se une a la literatura cuando uno de los resistentes lee relatos en voz alta al resto de sus compañeros, contrasta fuertemente con la violencia y la destrucción imperantes en el continente europeo en aquellos terribles días de la guerra. Porque, como se dice en el libro, Europa siempre ha tenido las mejores universidades y en ellas han nacido las ideas más bellas de libertad, de dignidad humana y de fraternidad, “pero también hay otra educación europea: los pelotones de ejecución, la esclavitud, la tortura, la violación; la destrucción de todo lo que hace que la vida sea hermosa”. Y es que a veces “los hombres se cuentan bonitas historias y luego se dejan matar por ellas; se imaginan que así el mito se hará realidad”.

Además de Janek, en la novela aparecen unos cuantos personajes literariamente atractivos y se narran historias en general bastante crudas, como lo es la guerra en que se inscriben, pero que incluyen sin embargo algunos momentos de ternura y de ironía. El bosque del odio es una novela intensa y bien escrita, de la que el lector puede extraer algunas enseñanzas imperecederas sobre la condición humana.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 26 de junio de 2010

VIDAS ROTAS

Principiantes. Raymond Carver. Anagrama. 2010. 314 páginas.

Raymond Carver (1939-1988) es uno de los grandes maestros del relato breve norteamericano moderno. Uno de los mejores libros de su desgraciadamente corta carrera literaria fue De qué hablamos cuando hablamos del amor, publicado en Estados Unidos en 1981 y en España en 1987. Para aquella edición, su entonces editor Gordon Lish cercenó más de la mitad del texto original que Carver le había entregado para su publicación en 1980. Gracias al trabajo realizado sobre el documento conservado en la Universidad de Indiana con las tachaduras y modificaciones de Lish sobre el texto mecanografiado de Carver, los relatos completos del libro, tal y como fueron concebidos por su autor, han podido ser reconstruidos y editados en su integridad. El resultado es Principiantes, una obra que también recupera su título originario que, como siempre en el escritor estadounidense, corresponde al de la penúltima narración del libro.

Principiantes es una colección de diecisiete relatos que contienen los temas habituales de la narrativa de Carver. Son diecisiete fragmentos de instantes cotidianos de unos personajes que por algún motivo han visto alteradas sus vidas y son víctimas de males tan frecuentes como la soledad, el alcoholismo, la violencia o los celos. Historias de un realismo apabullante, que muestran la otra cara del sueño americano, de unas sociedades modernas que detrás de las sonrisas de los supuestos triunfadores esconden dramas cotidianos que corroen las entrañas de quienes no han logrado alcanzar o han perdido la felicidad . No se trata, sin embargo, de historias de pobreza o de marginación social. En absoluto. Los personajes de Carver pertenecen casi siempre a una clase media más o menos acomodada y sus derrotas no son económicas sino vitales. Seres que han perdido el amor, que se han separado de las personas a las que querían, que no asumen el desamor y el abandono que les ha tocado en desgracia o que ellos mismos se han buscado, que se refugian en el alcohol causante de nuevos males, que en algunos casos se convierten en destructivos y violentos con los demás o con ellos mismos.

Carver construye unos relatos magníficos, fotografías aparentemente fieles de una parte de la sociedad estadounidense y, por extensión, de las sociedades occidentales modernas. Historias cotidianas de un realismo descarnado y crudo que en su momento, en la década de los ochenta, fue calificado como sucio por la crítica literaria. Si Aquí empieza nuestra historia, de Tobias Wolf, fue uno de los mejores libros del pasado año, la publicación de Principiantes es, sin duda, uno de los acontecimientos literarios del actual. Carver y Wolf, amigos hasta la prematura muerte del primero, son dos grandes maestros del relato breve, dos magníficos cronistas de la cara menos dulce de las sociedades de nuestro tiempo.

Carlos Bravo Suárez

sábado, 19 de junio de 2010

ESCENAS DE UNA VIDA RURAL


Canto rodado. Maria Barbal. El Aleph Editores. 2010. 118 páginas.


Hace ya bastantes años leí en Barcelona Pedra de tartera, el libro que dio a conocer a la escritora leridana Maria Barbal (Tremp, 1949). Me pareció entonces una magnífica novela sobre el mundo rural y campesino de un tiempo pasado cuyos estertores yo había llegado a conocer en mi infancia y adolescencia. La obra se tradujo al castellano con el título de Canto rodado y posteriormente a otros idiomas europeos, obteniendo en los últimos años un éxito considerable entre los lectores alemanes. Ahora he vuelto a leer el libro en la edición que, con motivo del veinticinco aniversario de su publicación original, acaba de editar El Aleph, en la espléndida traducción al castellano que Ana Maria Moix realizó en 1995, y su lectura me ha resultado de nuevo plenamente atractiva y satisfactoria.


Canto rodado es una novela breve que narra en primera persona la vida de una mujer en un pequeño pueblo del Pirineo leridano. El relato abarca buena parte del pasado siglo XX, sobre todo en su primera mitad, antes de que la protagonista, ya abuela, emigre a Barcelona, donde su hijo y su nuera van a trabajar en la portería de un inmueble de la ciudad. Desde que de niña es enviada a la casa de unos tíos que no han tenido hijos hasta su vejez solitaria y nostálgica en la capital catalana, la narradora nos va contando los principales momentos del pasado que han ido marcando su vida. Los exigentes trabajos del campo en una familia pobre que vivía como casi todas de la agricultura y el ganado, su enamoramiento y posterior boda con un hombre de la comarca, el nacimiento de sus hijos, su amistad con Delina y las relaciones con otras familias del pueblo, la brutal irrupción de la guerra civil con sus trágicas consecuencias, la dureza de la posguerra, las visitas para concertar matrimonios ventajosos que encubrían una verdadera venta de la mujer por intereses económicos, las bodas de sus hijos, las difíciles relaciones con la nuera, la fría soledad de la gran urbe reflejada en unas espléndidas líneas finales, la nostalgia de un mundo perdido, la paciente espera de la muerte.


La enorme fuerza de la novela y el interés que sigue despertando entre los lectores actuales, veinticinco años después de su publicación original, radican sin duda en la hermosa sencillez con que se cuenta la historia, en la voz humilde de una mujer del campo, y en la magnífica recreación de un mundo pirenaico ya desaparecido. Un mundo que prácticamente acabó con la emigración rural a las ciudades y que es, por supuesto, muy anterior a la llegada a nuestras montañas del turismo masivo y de las segundas y terceras residencias.


Carlos Bravo Suárez

lunes, 14 de junio de 2010

LA ERMITA DE SAN SATURNINO DE AGUILAR

La ermita de San Saturnino de Aguilar se encuentra situada en lo alto de un cerro rocoso de la sierra de los Aventales, a 1110 metros de altitud, en la margen izquierda del río Ésera. Llegar hasta ella en la actualidad no es del todo fácil. Es necesario ir primero hasta el pueblo ribagorzano de Aguilar, abandonado desde hace varias décadas, y desde allí andar al menos media hora en dirección al norte, siempre subiendo y sin ningún sendero marcado que pueda seguirse con seguridad. Es recomendable realizar la ascensión por la parte derecha del cerro, aun con riesgo de equivocarse y tener que rectificar en alguna ocasión el camino iniciado.

A Aguilar, situado a una altitud de 949 metros, se llega en aproximadamente una hora desde Santaliestra, por un bonito camino de herradura que transita entre bosques de pinos y carrascas. Se toma el sendero a la derecha de la carretera A-139 que sube desde Graus, a la salida de Santaliestra, poco después de pasar el restaurante de la localidad. Aguilar quedó despoblado en la década de los años setenta. Tenía una veintena de casas y englobaba las aldeas de Es Camps y de La Torre, denominadas aldeas de abajo y de arriba respectivamente. Pertenecía históricamente al municipio de Torroella de Aragón, que después pasó a formar parte de Graus, a cuyo municipio pertenece en la actualidad. Sin embargo, el pueblo más próximo y con mayor vinculación es Santaliestra, lugar al que fueron a vivir muchos de los habitantes de Aguilar cuando éste quedó despoblado.

Aunque resisten todavía al abandono, las casas de Aguilar van cayendo poco a poco en una ruina inevitable. Aguanta bien su iglesia parroquial, construcción de los siglos XVI y XVII, con una torre cuadrangular de tres cuerpos y un cementerio anexo. En su nave encalada se conservan dos filas de bancos de madera que tienen, escritos a mano, los nombres de las diferentes casas de la localidad. Desde la iglesia, bordeamos Aguilar dejando a nuestra derecha el barranco de Gabarrosa. A la salida del caserío en dirección al norte, dejaremos a nuestra izquierda la casa Cecilia, que fue reformada en 1828 según reza una inscripción de su fachada.

La ermita de San Saturnino se sitúa sobre un promontorio rocoso en la parte meridional de la estribación montañosa de alineación norte-sur que desciende desde el pico Galirón. Entre la ermita y el extremo sur del citado promontorio hay numerosos restos de construcciones anteriores. Todo ese espacio se halla ocupado por piedras diseminadas y agrupadas en diversos amontonamientos. Parece más que probable que, por su condición de defensa natural y de privilegiada atalaya con un amplísimo dominio visual hacia las tierras del sur, se hubiera levantado aquí alguna pequeña fortaleza medieval. Algunas personas nacidas en Aguilar comentan haber oído decir a sus antepasados que aquí estuvo en otro tiempo el antiguo pueblo, que más tarde sería trasladado un poco más al sur, en una zona algo más cómoda y cultivable. Como sabemos, este fenómeno se dio en varios lugares próximos cuando las condiciones defensivas dejaron de ser prioritarias a la hora de construir las pequeñas agrupaciones humanas de aquellos lejanos tiempos medievales.

El castillo de Aguilar, situado donde hoy se encuentra San Saturnino, se alinearía hacia el este con los vecinos de Abenozas, Torruella, Erdao, Fantova y Güel. Hacia el oeste, tiene muy próximas las ermitas de la Piedad de Santaliestra y San Martín de Caballera, donde se encontraban respectivamente el castillo de Santaliestra y el monasterio medieval de Esvu. En su magnífico trabajo “Tres despoblados del antiguo territorio petrarrubense (Arués, Caballera y El Mon)” (“Homenaje a Amigos del Serrablo”, IEA, 1989), el recientemente fallecido y compañero de estas páginas Manuel Benito Moliner sitúa el llamado “castro pelato” -que la mayoría de historiadores identifica con el castillo del Mon de Perarrúa- como muy próximo a San Martín de Caballera, en la cabecera de barranco del Convento, ya en el núcleo deshabitado de Pallaruelo. Todos los elementos citados componen una tupida línea defensiva que marcaría una más que probable delimitación fronteriza en los inicios del siglo XI.

La ermita de San Saturnino de Aguilar ha resistido relativamente bien el paso de los tiempos para tratarse de una construcción levantada probablemente en el siglo XI. Es un edificio de planta rectangular con dos pequeñas naves laterales que le dan cierta forma de crucero. El ábside orientado preceptivamente al este tiene una sola ventana que no ocupa el centro absidal sino que se halla ligeramente desplazada al norte. Delante de la puerta de la ermita, de orientación meridional, se levantó posteriormente un pórtico con una segunda entrada de arcada renacentista abierta también al sur y con un gran ventanal que mira al oeste. Sobre este pórtico se levanta una espadaña de doble ojo. Curiosamente este añadido, que haría función de torre, se encuentra prácticamente el mismo nivel que la techumbre original de la ermita. El interior del templo está encalado y aún conserva sobre el altar una imagen del santo patrón.

Escasamente a un kilómetro más al norte de San Saturnino se encuentran los exiguos restos de otra construcción que, según me aseguran algunos de los antiguos habitantes de Aguilar, corresponden a la ermita llamada de San Andrés o San Andreu. Curiosamente las festividades de San Saturnino y San Andrés se celebran en los días 29 y 30 de noviembre respectivamente. Con frecuencia la ermita de San Saturnino aparece también denominada como de San Andrés. Es posible que en el pasado las dos ermitas estuvieran dedicadas cada una a un santo diferente y que, tras la ruina de la de San Andrés, se unificaran las dos advocaciones en la ermita de San Saturnino. Hay que decir que San Andrés era la segunda fiesta de Aguilar y que en ese día se subía en romería hasta la ermita de San Saturnino. El año 1972 fue el último en que tuvo lugar dicha celebración.

San Saturnino es un lugar espléndido. Sobre todo por su historia, pero también por sus vistas, que se extienden por el sur hasta el mismo Graus y cierran por el norte de manera impresionante las siluetas de Cotiella y de Posets. De los numerosos vestigios del pasado que en el paraje hubo sólo queda en pie la magnífica ermita de San Saturnino. Esperemos que sea capaz de seguir resistiendo con vigor el embate constante del paso de los tiempos.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón el 13 - 6 - 2010)

Fotos: La ermita de San Saturnino -tres fotos del exterior y una del interior-, ruinas próximas a la ermita, panorámica de Aguilar, iglesia de Aguilar , y Cotiella y Posets desde San Saturnino.)

sábado, 12 de junio de 2010

LA DERROTA DE FRANCIA


La agonía de Francia. Manuel Chaves Nogales. Libros del Asteroide. 2010.

No hace mucho tiempo escribí en esta misma sección una reseña de A sangre y fuego, un magnífico libro de relatos ambientados en nuestra pasada guerra civil. Decía en aquellas líneas que con su autor, el escritor sevillano Manuel Chaves Nogales, se había cometido en nuestro país una enorme injusticia literaria que, afortunadamente y al cabo de los años, se estaba empezando por fin a reparar. Si con A sangre y fuego la colección Austral inició la encomiable recuperación de su importante obra literaria, es ahora Libros del Asteroide la editorial que está publicando otros títulos del gran periodista andaluz. Uno de ellos es el magnífico ensayo La agonía de Francia, editado inicialmente en Montevideo en 1941, tres años antes de que Manuel Chaves Nogales muriera en su exilio londinense.

La agonía de Francia trata sobre la derrota francesa ante la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. El escritor sevillano vivía en el país vecino desde que a finales de 1936 decidió abandonar España, convencido de que, fuera cual fuera el vencedor de aquella contienda, el régimen resultante iba a ser en cualquier caso una dictadura. Defensor acérrimo de la democracia, Chaves Nogales odiaba los totalitarismos de uno y otro signo y despreciaba por igual el fascismo y el comunismo. En Francia, el escritor andaluz se encontró con una sociedad que, pese a su fuerte tradición democrática, también se había dejado seducir en gran medida por los dos totalitarismos que entonces pretendían dominar Europa. La invasión germana descubrió las grandes contradicciones de la sociedad francesa de aquel tiempo, que no estaba dispuesta a sacrificarse ante el invasor y se mostraba poseída en su mayor parte por un derrotismo claudicante ante un nazismo que muchos no veían como una verdadera amenaza para el país.


Chaves Nogales realiza en La agonía de Francia un brillante y exhaustivo análisis de las causas que llevaron al país vecino a esa rápida y humillante claudicación. El periodista andaluz demuestra tener un amplio conocimiento de la sociedad francesa y desmenuza con detenimiento la situación, los intereses y las posiciones políticas de sus distintos colectivos y grupos sociales.


Aunque son muchos los escritores extranjeros que han estudiado con brillantez diversos momentos de la historia de nuestro país, no es frecuente encontrar autores españoles que analicen tan certeramente y a fondo sucesos históricos de otras naciones. Manuel Chaves Nogales lo hace con una brillantez deslumbrante en el ensayo que aquí nos ocupa. En La agonía de Francia se pone de manifiesto no sólo que estamos ante un extraordinario escritor, sino que nos encontramos ante un periodista independiente y honesto como pocos. Esperemos que la publicación actual de su obra lo sitúe en el destacado lugar que por justicia merece en la literatura española del siglo XX.


Carlos Bravo Suárez


sábado, 5 de junio de 2010

LA VIDA EN UN BARRIO DE EL CAIRO


La epopeya de los harafish. Naguib Mahfuz. Martínez Roca. (2010). 416 páginas.


Naguib Mahfuz es uno de los grandes escritores del siglo XX. El premio Nobel egipcio dejó una extraordinaria obra narrativa que, desde hace varios años, la editorial Martínez Roca está publicando en nuestro país. La última novela aparecida en la espléndida colección que lleva su nombre es La epopeya de los harafish, uno de los mejores libros de Mahfuz, a la altura de su famosa Trilogía de El Cairo, aunque quizás con más similitudes con Hijos de nuestro barrio, otra de sus grandes novelas ambientadas en la populosa capital egipcia, en cuya parte vieja nació y vivió siempre el escritor hasta su muerte en el año 2006.


La epopeya de los harafish cuenta la historia de los Nayi, una saga familiar cuyas sucesivas generaciones viven en uno de los barrios más pobres de El Cairo. Según el glosario de términos árabes que cierra el libro, los “harafish” son los componentes de la clase social más baja dentro de la sociedad egipcia. En una estructura narrativa en cierto modo circular, la larga sucesión de miembros de la familia Nayi se inicia y se cierra con dos personajes homónimos excepcionales. En el largo camino que separa a ambos, asistimos a un impresionante desfile de las más diversas pasiones y ambiciones humanas. El amor al poder y al dinero acaba casi siempre por ahogar los iniciales deseos de integridad y justicia de muchos de los Nayi. En el relato de las peripecias de la familia, conocemos la vida del barrio, las complicadas relaciones de poder, el uso de los cargos para enriquecerse y apoyar a los poderosos y las enormes diferencias de una sociedad con unos pocos ricos y una mayoría de pobres de solemnidad.


La historia combina de manera excepcional el realismo casi costumbrista tan presente en las novelas más conocidas de Mahfuz con el añadido de algunos elementos fantásticos y poéticos, que convierten esta obra en un prodigio de creación literaria y la envuelven en una magia única y atemporal.


La novela se divide en diez partes, cada una de las cuales se estructura en secuencias cortas con descripciones breves y rápidos diálogos que proporcionan agilidad a la lectura. El autor utiliza un estilo en general sobrio, aunque no exento en algunos pasajes de un hermoso y sugerente lirismo.


La saga de los Nayi puede añadirse a otras grandes estirpes familiares de la literatura universal, como los Rougon-Macquart de Emile Zola o los Buendía de Gabriel García Márquez. Tal vez esta extraordinaria epopeya del gran escritor egipcio podría situarse en un punto intermedio entre el realismo naturalista de las obras del francés y el realismo mágico de las narraciones del colombiano. En cualquier caso, La epopeya de los harafish es una de las mejores novelas de uno de los grandes maestros de la narrativa contemporánea.


Carlos Bravo Suárez